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Frivolidad

Por 21 de septiembre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

Las mejores soluciones son siempre producto de las reglas de juego aceptadas por todos. En relaciones internacionales corresponden al método multilateral, que da voz y voto a todos los países y permite decidir por mayorías más o menos equitativas, aunque no siempre justas: no lo son en el Consejo de Seguridad, donde cinco jugadores tienen derecho de veto.

La regla de juego protege siempre a los más débiles. Incluso en el peor de los casos en que hay un grupo de privilegiados con derechos especiales, la sola existencia de reglas permite salvaguardar los derechos de los más pequeños.

A este método se le pide que sea efectivo. Estamos en el mundo del pragmatismo automático: si lo multilateral no funciona, se abre camino sin dilación el método bilateral, en el que no es la regla de juego sino la correlación de fuerzas la que cuenta. Es lo que China quiere aplicar ahora al rosario de contenciosos que tiene con casi todos los vecinos con los que comparte aguas y disputa peñascos e islotes, en vez de acogerse a los arbitrajes y resoluciones de las organizaciones y tribunales internacionales. Es también el tipo de negociación que le interesa a Israel y a la que no quiere someterse Palestina.

Cuando no funciona la vía bilateral, queda expedito el camino de la vía unilateral, en la que cada uno hace de su capa un sayo y procede a ejecutar su santa voluntad: Israel se retira de Gaza sin negociar o recupera el control militar de Cisjordania. EE UU es un consumado atleta en este tipo de ejercicios entre el bilateralismo y el unilateralismo, una vez ha renunciado al multilateralismo por inefectivo. La unilateralidad en un contexto de poderes militares en competencia es el camino de la fuerza bruta y de la guerra preventiva.

Todo esto también vale para la política interior española, donde hay una gradación de soluciones a las disputas entre las nacionalidades históricas, Cataluña y País Vasco fundamentalmente, y el Estado central. La multilateralidad es el mundo de las reglas de juego, que establece la Constitución y que, a pesar de todos los defectos, es la mejor y única protección para los débiles.

Según se desprende de la amplia mayoría del Parlamento Catalán que apoyó el Pacto Fiscal de Artur Mas y de los manifestantes del 11S en Barcelona, el camino multilateral quedó agotado con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de 2005. Recordemos que dicho Estatuto había sido refrendado nada menos que por cuatro instancias democráticas: tres representativas, como el Parlamento Catalán, el Congreso y el Senado español y una directa, como es el corpus electoral de los ciudadanos de Cataluña en referéndum.

El alto tribunal español no se dignó ni siquiera tener en cuenta estas circunstancias legitimadoras en su sentencia, leída como un severo varapalo desde Cataluña y por los juristas catalanes, incluidos los más críticos con el Estatuto. Es una actitud que contrasta con la deferencia hacia el legislativo de los tribunales equivalentes alemán y estadounidense ante decisiones de similar gravedad, como son el caso de los acuerdos y tratados monetarios europeos en el primer caso, y la reforma del sistema de salud de EE UU en el segundo.

Traducido a términos prácticos significa que la regla de juego y su máximo intérprete quedaron desde aquella ocasión deslegitimados, al menos ante un amplio sector de la opinión catalana. Es lo que sucede con el multilateralismo cuando su efectividad se ve obstaculizada por la posición irreductible o fundamentalista de una parte.

A falta de una regeneración del multilateralismo, que significa consensuar de nuevo la regla de juego, se abrió así la vía alternativa, la bilateralidad, en la que cada agente intenta extraer la máxima fuerza de su posición para aplicarla luego en una negociación bilateral. Quien prefiere bajar el escalón de la multilateralidad a la bilateralidad debe contar con fuerzas para hacerlo con éxito. No es el caso de Artur Mas con su propuesta de Pacto Fiscal, rechazada por Rajoy sin más contemplaciones.

Mas imaginó su Pacto Fiscal para unas condiciones más suaves que las actuales: no contaba ni con la mayoría absoluta del PP ni con la profundidad de una crisis que ha dejado a Cataluña al pie de los caballos (es la oportunidad, le soplan los aprendices de brujo). Ni siquiera contó con el empuje del independentismo, alimentado en parte desde sus filas. Lo quería utilizar para completar una mayoría insuficiente en Madrid, le ha servido para gestionar los recortes y ha rematado la jugada sirviéndose de él para cabalgar el tigre del independentismo pujante.

Así es como ahora no ve más remedio que amenazar con el paso siguiente: la unilateralidad, que no es otra cosa que una declaración de independencia más o menos matizada. Tiene el inconveniente de que en este caso solo hay que contar con las propias fuerzas y solo se hace efectiva si hay suficientes energías interiores para sostenerla, como hizo Israel en 1948. En caso contrario, hay que retroceder de nuevo a la casilla anterior: negociarla a la baja y a la defensiva con quien acabas de romper.

La vía más fácil y racional es la multilateral: rehacer el consenso constitucional para intentar mejorar las posiciones propias. La bilateral, en mitad de una crisis de caballo, es inviable sin palancas como son los votos parlamentarios que completen una mayoría. Pero la más complicada es la unilateral, sobre todo para la parte más débil de un conflicto, porque la negociación ulterior puede dar resultados más amargos para ambas partes que cualquiera de las dos anteriores. Su corolario suelen ser más de derrotas que de victorias. Permite incluso que todo el mundo salga derrotado.

Respecto a la vía unilateral, no es ocioso recordar quién tiene la paella por el mango. España tiene derecho de veto en la UE. La división de los votos de los dos países socios resultantes en las instituciones europeas constituiría por sí sola un pulso del que nadie saldría indemne. Luego habría que negociar la partición de bienes: activo y pasivo, sobre todo este último. Si no hubo acuerdo para fijar criterios objetivos para permanecer juntos, menos lo habrá para hacerlo por separado.

La única declaración unilateral que se puede hacer es la que no tenga valor jurídico ni político alguno. Declararse Estado propio, por ejemplo. Aunque sea unilateral, la ausencia de efectos le quita toda peligrosidad. A excepción de la sensación que se deduce de una grandilocuencia sin resultados: es lo único que Tarradellas se había prohibido a sí mismo. Sobre todo, no hacer el ridículo.

Sorprende la frivolidad del momento, unos en su ceguera ante el conflicto que han ido alimentando con su empecinamiento y los otros en la ingenuidad adolescente con que trivializan el paso decisivo que quieren tomar. El abuelo Pujol lo tiene claro y lo ha recordado a sus hijos y nietos: ?Es casi imposible?.

Cataluña es un país europeísta, y por ende multilateralista. Puede que la ley no vaya en favor suyo, pero peor le irán las cosas si se atiene meramente a la cruda correlación de fuerzas y de intereses. El camino es el del diálogo y del pacto, para cambiar la ley si hace falta. Y ahora hace falta. Pero jamás para ir contra ella.
Con la multilateralidad puede llegar a tener a todos a su lado: sucedió en la transición. También pueden funcionar las cosas si tiene fuerzas para establecer una regla de bilateralidad con el Estado. Pero que nadie se engañe, donde tiene todas las de perder es en la actuación unilateral.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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