Lluís Bassets
Cuesta creerlo pero así fue. Lo leí por la mañana en un diario y luego pregunté e indagué. Era verdad. Los jugadores de tute interrumpieron sus partidas cuando se enteraron que uno de los jugadores había sido asesinado y se quedaron de pie un rato charlando apesadumbrados sobre este negro destino que anda por ahí con sus armas y sus dados cargados eligiendo a las víctimas. Pero luego, enseguida, regresaron a sus mesas y el lugar del muerto pronto quedó ocupado por otro. Normalidad absoluta. Y sentido de la jerarquía: todos saben allí quien manda y qué sucede con quien se descarría.
Está en el repertorio de los castigos colectivos: son ejercicios de doma. Cuando los soldados franceses se amotinaban en la Primera Guerra Mundial se les ponía en formación y se empezaba a contar: uno de cada diez era fusilado sin juicio. En los territorios palestinos ocupados se conoce muy bien el castigo que reciben las familias de los terroristas: sus casas son destruidas y los solares expropiados. Hay castigos colectivos que no consiguen su objetivo, pero también hay gentes que no necesitan doma y se someten muy a gusto cuando quien les coacciona carga los dados con ideas compartidas que apelan a los mismos dioses a los que rinden culto.
Para comprender es útil comparar. La metáfora nos puede conducir a las mafias mediterráneas o a los procedimientos de sometimiento de todos los poderes militares sin control del Derecho que ha habido en el mundo. La metáfora del nazismo, tan desarrollada por Bush y sus neocons, y aquí por Aznar y Mayor Oreja, sirve muy poco para comprender y mucho para esconder otros propósitos de quienes la usan. Ni los terroristas son nazis ni ellos son resistentes. Pero hay que reconocer, en cambio, que algo de verdad hay en la actitud de los jugadores del tute: sometidos, asustados, juegan con la misma normalidad con que Europa entera permitió el exterminio de seis millones de nuestros compatriotas entre 1939 y 1945. La época, las circunstancias, las ideas, las proporciones, todo es distinto, pero es idéntica la pasmosa normalidad con que siguen jugando.