Lluís Bassets
Artur Mas lo dijo en Madrid, 48 horas después de la Diada: ?Un mandato de la calle, de la población, no se puede ignorar, hay que escucharlo y encajarlo. Lo peor que puede hacer un gobernante es cortar las alas de la ilusión de un pueblo. Yo me identifico con el clamor popular?.
Las palabras están medidas: no se puede ignorar, hay que escucharlo, hay que encajarlo. Recordemos que encajar quiere decir fundamentalmente adaptarlo al espacio útil que tengamos a nuestra disposición.
Lo único que no se puede hacer con el mandato de la calle es seguirlo. Si somos más precisos deberemos reconocer que la calle no mandata a nadie, no da mandato válido alguno. Podían ser 600.000 como dijo la delegación del Gobierno o un millón y medio, dos millones incluso, como exigían los organizadores. Sus motivaciones podían ser muy variadas bajo un rótulo unánime como el de la independencia: no hay duda que si algunos, pocos, querían y soñaban en la separación unilateral e inmediata de España; otros más, muchos, quieren un mejor trato fiscal y una situación financiera más holgada para su Gobierno. ¿Cuál es el mandato? ¿Qué apoyos tiene? Difícil de precisar y concretar.
La calle puede dar mandatos, es cierto. Lo hemos visto muy recientemente en Túnez o en Egipto. Pero en el caso catalán no estamos hablando de esta calle. Nadie parece dispuesto a olvidarse de todo, trabajo, estudios, familia, para dedicarse exclusivamente a exigir una ruptura política en manifestaciones callejeras que no cesarán hasta que se produzca el cambio. Así es como da mandatos la calle, a costa de enormes e inacabables sacrificios, con el riesgo de la represión violenta y normalmente frente a dictaduras, sin descartar, como en Siria, el deslizamiento hasta la guerra civil y sectaria.
No es el caso. Para nada. Aquí, por más empeño retórico que pongan algunos, no hay un pueblo oprimido ni una dictadura. Al contrario, hay un Gobierno autonómico, que cuenta con medios de comunicación y con policía; hay unos ayuntamientos con gobiernos locales independentistas; hay incluso organizaciones sociales, empresas y prensa privada, que se movilizan con toda legitimidad y derecho para sacar a la calle a cuanta más gente mejor y conseguir así la escenificación del apoyo político a las propuestas del presidente detectado ya por las encuestas.
Todo muy bien y muy correcto, pero nada de mandato. Al menos de momento. Lo único que nos dice la calle es que algo ha cambiado ?-antes era el autonomismo y ahora es el independentismo el conductor del vehículo catalanista– y que ha llegado la hora de contarse puesto que son tantos los que han decidido expresarlo de forma pacífica.
Contémonos pues. Que funcione el principio democrático. Elecciones anticipadas, ya. Un plebiscito constituyente, reclaman los más apresurados. ¡Cuidado! Hasta ahora hemos conseguido marchar por los caminos civilizados, europeos y liberales. Recordemos solo por un momento que Europa se construye con las leyes. Somos hijos del derecho romano y nada de lo que hagamos debe romper las reglas de juego. Europa no nos lo perdonaría ni permitiría.
Nada de plebiscitos ni empujones. Al contrario. Los ciudadanos catalanes deben tener ante sí un abanico de opciones, como corresponde a unas elecciones. Elegir entre Cataluña y España, independencia sí o no, es peor que un error. El plebiscito personal, aprobar o rechazar la propuesta de un presidente y por tanto al presidente mismo, es penetrar en el territorio hosco y oscuro del caudillismo.
Hay una propuesta independentista que probablemente tendrá dos formulaciones: una radical, correspondiente a una independencia exprés, unilateral, fruto de una decisión incluso del parlamento catalán; y otra moderada y todavía gradualista, que pedirá elementos del Estado propio ya, como la agencia tributaria catalana y el pacto fiscal. También habrá una propuesta unitarista, que puede o no tener como mínimo dos fórmulas políticas –el retroceso autonómico que pide una parte del PP en el conjunto de España, o el statu quo estricto que dicen apoyar otros–, pero las tendrá sin duda en cuanto a carteles electorales: el PP i Ciutadans. Y hace falta, es urgente, no se puede ir a unas elecciones sin que aparezca una alternativa clara, contundente y creíble de ese Estado catalán federado al Reino de España que Pasqual Maragall encuadró en su federalismo asimétrico, que Pere Navarro ha defendido ahora y que Rubalcaba todavía no se ve capaz de adoptar.
¿Constituyente? Se verá. Quizás sí. Primero habrá que ver los resultados y qué parlamento catalán sale en la nueva situación. No hay que precipitarse. No olvidemos la crisis en la que estamos metidos, la falta de liquidez que sufre este gobierno tan audaz y lanzado. No perdamos la perspectiva, porque todo esto, tan doméstico, es de un interés europeo fundamental y nada se podrá hacer si no se hace bien y pensando en Europa, en la Europa de la ley y el derecho y en la Europa federal que tenemos que construir a partir de unos Estados en pérdida de soberanía constante.
La maniobra es muy difícil. El momento particularmente delicado. Nadie puede actuar solo y por su cuenta. No hay salidas unilaterales de la crisis. No hay unilateralismo en Europa. Saldremos juntos, catalanes, españoles, europeos, o no saldremos.