Lluís Bassets
Han pasado cinco semanas desde la elección y faltan todavía seis para que se produzca el relevo. Pero ya está al mando. En tan poco tiempo, tiene listo su equipo de Gobierno e incluso el paquete de estímulo a la economía que pondrá en marcha al día siguiente de su toma de posesión. Ha emprendido las dos acciones con la máxima rapidez y eficacia con que condujo la campaña electoral, sin dar comba a los rumores, filtraciones e intoxicaciones. Los nombramientos en el área de la seguridad nacional y la política exterior han merecido el elogio de casi todos, y destacadamente el de Henry Kissinger. El lanzamiento del paquete de más de medio billón de dólares para inversiones en infraestructuras, medioambiente, sistema sanitario y tecnología ha recibido a su vez la aprobación de las bolsas mundiales. Por primera vez desde que empezó la crisis, alguien está al mando. Y todavía no es el presidente de Estados Unidos en ejercicio.
No hay dos presidentes de Estados Unidos a la vez, ha repetido una y otra vez el propio Obama. Y así es. No ha habido ni una sola intervención pública de Bush desde que la crisis financiera estalló en septiembre que haya producido algún beneficio sobre el comportamiento de los mercados. Y ahora, las entrevistas de despedida que está concediendo para mejorar en algo su deteriorada imagen pasan cada vez más desapercibidas. Si alguien debe orientar a los ciudadanos norteamericanos en mitad de la recesión, éste no es precisamente Bush. Su presidencia ha terminado y nada se puede esperar ya de los días que gastará inútilmente en la Casa Blanca.
Esta extraña transición presidencial entre un jefe del Estado fracasado y abúlico y un presidente electo comprometido y activista es también toda una novedad en la historia reciente de Estados Unidos. Con el antecedente más próximo de Bill Clinton, que batalló hasta el último día de su presidencia por alcanzar la paz en Oriente Próximo, este final de Bush aparece todavía más patético. El presidente 43 está ahora dejando que el tiempo transcurra y se cumplan los plazos para pasar el testigo, pero no tiene ya nada que hacer en la Casa Blanca. Es sobre todo el vacío dejado por Bush el que obliga a Obama a ocupar el primer plano y empezar a ejercer como presidente de los norteamericanos.