Julio Ortega
Rosario Ferré: Lazos de sangre
Se publicará en Alfaguara de Miami esta nueva novela de la gran escritora puertorriqueña. Su título es metáfora de la familia criolla y burguesa cuyos intrincados lazos son también de laborioso afecto. Desatando la memoria entre arabescos y figuraciones, estas mujeres nos recuerdan a las formidables de Lope de Vega, que discurren airosas por el soto. La literatura es el centro del diálogo fervoroso de hermanas y primas, cuyo culto de las letras es la forma que adquiere su alianza de clan virtuoso, de poderes sutiles. Rosario Ferré desarrolla con intimidad pero también con objetividad rigurosa estos trances de amor, rivalidad y humor, cuya representación persuasiva nos imponen su arrebato y melancolía.
Vicente Luis Mora: Alba CrommHa de publicarse pronto en Seix-Barral esta novela que culmina en una apoteosis formal los caminos de este poeta, narrador y crítico (y en cada registro tan inventivo como consistente), que van de una línea experimental a su gusto por el brío de la superficie clásica. Ya no nos sorprende que desarrolle la historia de una policía, Alba Cromm, quien persigue por las redes del ciberespacio a un hacker pedófilo llamado Nemo. Ambientada en el futuro cercano, la parte no virtual ocurre en Madrid, Berlín y Amsterdam. La novela se mira a si misma en el espejo de su propio comic. “Mi objetivo ha sido desarrollar un personaje femenino con una complejidad psicológica decimonónica, en medio de un aparato textual y constructivo del siglo XXI,” me confía, a regañadientes, el autor. Mucho me temo que no le gustará a Ayala Dip.
Alonso Cueto: Crímenes del Silencio
El sobrino menor de una familia burguesa de Lima investiga la ominosa muerte de un tio suyo, acribillado en la calle. Las conjeturas van de la sospecha de un asalto frustrado a las revelaciones de un romance clandestino. Ese lado secreto de su vida es el enigma de su muerte, pero también la pregunta por la verdad en una sociedad experta en encubrimientos y, por lo mismo, en conjeturas. Los lazos son aquí de doble anudamiento, dada la sangre derramada. La forma policial, al final, es una pregunta por la verdad improbable y, casi siempre, degradada. Ya en su Grandes miradas Cueto había propuesto, novelescamente, que quien busca la verdad debe hacerlo del lado de la mentira. Espléndido narrador peruano de interiores recónditos y escenarios políticos de moral problemática, prueba destreza en su entramado inexorable, que con la lógica precisa de una pesadilla, nos deja el sabor del mal colectivo. El año pasado, en el diálogo periódico sobre el género policial, negro o detectivesco que Gijón promueve con entusiasmo, Cueto presentó la tesis de que el escritor y el detective no se conforman con las apariencias del mundo. La publicará el grupo Planeta.
Martin Gubbins: Fuentes del derechoEste poeta chileno practica la poesía como exploración textual, desde el letrismo y la grafía hasta la música y la percusión. Pero habiendo, además, estudiado Derecho, ha escrito esta indagación de su retórica y filosofía. Su libro, me explica, “es una especie de exorcismo del lenguaje legal, pero también un pequeño testamento de mi visión del Derecho. Es la constatación, derivada de la experiencia, acerca del riesgo constante de oscurecimiento de los principios centrales (verdad, justicia) detrás del tecnicismo, las estrategias y la pericia. Y es también un gesto de defensa del individuo frente al sistema, a partir de que la verdadera fuente del derecho es el poder, en cualquiera de sus formas. Al final, la hermenéutica es tan aplicable a la interpretación legal como a la interpretación poética, en el sentido de performance." He aquí una muestra de esa indagación:Y se pierdeLa búsquedaLa fijación de la verdadEs un procedimiento regladoUn procedimientoLógicamente estructuradoFundado en principiosEn máximas de la experienciaEn reglas de la razónEn reglas de prudenciaLa búsquedaLa determinación de la verdadLa verdad pura y unaSin agregados ni adjetivosLa verdad sin mordedurasLa que no depende de juez algunoLa verdad patente del solLa verdad del díaLa verdad de una chimeneaLa verdad de una ampolletaEsa no es la verdad judicialEl juez hace historiaHaceH i s t o r i o g r a f í aNo es todo lo que puede decirsePero lo cierto es que el juezEs uno que escruta en el pasadoPara saber cómo ocurrieron las cosasY por quéPor qué ocurrieron las cosas.
Proyecto Banda Sonora del LibroEn Granada, Banda Sonora del Libro es una propuesta interdisciplinar que mezcla los lenguajes de la música, la literatura y la imagen. No se trata de que una acompañe o amenice a la otra, sino de que surja una obra nueva e híbrida a partir de un texto literario. Proyecto hecho a mano y a medida, artesanalmente, cuya música, compuesta por Diego Neuman, es inédita. Las actuaciones cuentan con la presencia del escritor, música en vivo por el propio compositor y proyecciones diseñadas para cada ocasión por Lucía Martínez. Un proyecto que apunta en la dirección creativa del diálogo actual de las formas de participación, intervención, y desplegado. Este es el programa anunciado:26 de febrero: El haza de las viudas de Pepa Merlo.26 marzo: Color Carne y Lenguaraz de Erika Martínez.26 de abril: El clavo en la pared y cuentos inéditos de Jesús Ortega.Información: infomediateca@memoriadeandalucia.es
Salvador Luis : Asamblea portátil. Muestrario de narradores iberoamericanos
Salvador Luis merece reconocimiento por su alerta tarea de crítico y editor de las nuevas formas de la escritura trasatlántica. Sumando las orillas del idioma, esta antología suya, que se anuncia como Una caja-maleta (o el eclecticismo) ha sido publicada en varios países bajo el sello de la Editorial Casatomada. El libro confirma mi tesis: no se puede hacer una mala antología de nuevas letras hispánicas (salvo con pobre fe) porque hay mucho y bueno de donde escoger. Estas son las nuevas voces que protestan, y premian, la conversación:
Samuel Solleiro (España, 1982): Gran tiburón blanco; Rodrigo Fuentes (Guatemala, 1984): Linchamien ; Solange Rodríguez Pappe (Ecuador, 1976): Taxidermia; Juan Sebastián Cárdenas (Colombia, 1978): Criatura; Mónica Belevan (Perú, 1982): Prólogo hipotético a la reedición de los cuentos de Felisberto Hernández en Ultramar (Parte I); Juan Ramírez Biedermann (Paraguay, 1976): Los pasares; Jorge Enrique Lage (Cuba, 1979): El color de la sangre diluida; Fernanda Trías (Uruguay, 1976): Carnaval; Miguel Antonio Chávez (Ecuador, 1979): Aventuras de un grupo de becarios en una universidad norteamericana; Rodrigo Hasbún (Bolivia, 1981): Familia; Federico Falco (Argentina, 1977): Cortar el césped; Mayra Luna (México, 1974): Un cuerpo como el suyo (Seminovela); Diego Trelles Paz (Perú, 1977): ¿Cómo se encuentra hoy, Madame Arnoux; Lara Moreno (España, 1978): Amarillo; Rodrigo Blanco Calderón (Venezuela, 1981): Los invencibles; Katya Adaui Sicheri (Perú, 1977): Algo se perdió; Diego Zúñiga Henríquez (Chile, 1987): La chica de los árboles; Leonardo Cabrera (Uruguay, 1978): Historia de familia; Elvira Navarro (España, 1978): Cabeza de huevo; Maximiliano Matayoshi (Argentina, 1979): Peperoncino; Gabriel Rimachi Sialer (Perú, 1974): La muerte no tiene permiso; Mauricio Salvador (México, 1979): El hombre elástico; Claudia Apablaza (Chile, 1978): Sor Juana y Pierre Bourdieu; Samanta Schweblin (Argentina, 1978): Matar a un perro; Michel Encinosa Fú (Cuba, 1974): La guillotina
Ezio Neyra: TsunamiNeyra (Lima, 1980), autor de la novela breve Habrá que hacer algo mientras tanto y de Todas mis muertes (Alfaguara Peru, 2007) es una de las nuevas y prometedoras voces de acento propio y prosa afectiva y precisa. Sus modelos parecen ser Cortázar y Ribeyro, y suma con gusto la subjetividad y sus afincamientos. De la novela que ha concluido y debe salir este año, en torno a un joven peruano que admira, desconsoladamente, todo lo que es argentino, me alcanza este fragmento:Cuando la tarde ya estaba a punto de convertirse en noche y nosotros paseábamos por la plaza San Martín, me detuve en un teléfono público para llamar a Julia, y tras hablar quedamos en juntarnos a almorzar al siguiente día en un Centro Comercial. Al teléfono, ella me daba indicaciones de cómo llegar, confirmé cuánto me excitaba el acento de las argentinas, y yo sólo atinaba a decirle que no entendía bien, y seguro que ella pensó que yo era un poco tarado aunque la verdad, que no se la podía decir, era que sólo quería seguir escuchándola y al fin y al cabo qué importaba si pensaba si yo era un tarado o no. Esa noche salimos a comer unas carnes, *comida argentina* anunciaba el letrero del restaurante, y mamá siguió quejándose de la maleta perdida. "Esto no hubiera pasado hace treinta años. Algo está mal ahora. Algo ha cambiado." De regreso en el hotel, volvió a quejarse en la recepción, el recepcionista del turno de noche puso cara de no entender bien de qué se quejaba esa peruana, y a mí me costó quedarme dormido. Al rato me metí al baño y me masturbé observando lo único que tenía de Julia: una fotografía que Juan Carlos me había dado para que pudiera reconocerla, en la que aparecía sentada con las piernas cruzadas sobre una silla verde reclinable. Enfrente había un escritorio blanco con tres cuadernos sobre él. Encima del escritorio, dos repisas cargaban varios libros, la mayoría de ellos muy delgados y con imágenes coloridas en sus carátulas, pequeñas novelas para estudiantes de inglés. Julia, la sonrisa abierta, miraba la cámara fijamente, su largo pelo le cubría ambas orejas. Su piel parecía suave y sus hombros y su cara estaban llenas de pequeñas pecas. Recuerdo que pensé que tenía la nariz grande, muy grande, y que a mí nunca me habían gustado las narizonas. Pero también pensé que quizá era culpa del ángulo en que la foto había sido tomada y finalmente concluí que qué importaba, que incluso hasta eso, hasta la existencia de su tremenda narizota, podía perdonarle con tal de que, eso sí, fuera bien argentina y me tratara de *vos* y me enseñara a bailar tango mientras comíamos un buen pedazo de bife de chorizo con chimichurri y todas esas cosas con las que empecé a soñar minutos más tarde cuando me quedé dormido. Llegué al Palermo Shopping unos minutos antes de lo acordado y tuve tiempo para pasar por algunas tiendas y ver a las vendedoras que me sonreían porque querían que les comprara algo y yo como un bobo le entraba al juego y aparentaba que lo haría y entraba y levantaba el pantalón o la camisa o lo que fuera y observaba las prendas y luego salía de las tiendas con las manos vacías y las vendedoras aprovechaban para mirarme con mala cara y seguramente para maldecirme despacito. Despacito, pero con acento argentino, como me gustaba. Cuando era hora, caminé hasta el patio de comidas y me senté a esperar, con el paquete para Julia bien sujetado bajo mi brazo. Me preguntaba qué le habría mandado Juan Carlos y estuve a punto de abrir un pequeño orificio en el paquete para observar en su interior, siempre podía inventarle alguna excusa, si no hubiese sido porque poco después sentí que me tocaban el hombro. "Sí, sí, soy yo", dije, y Julia se sentó frente a mí y sonreía y sonreía como si no tuviera palabras. Tras el silencio, hablamos por aproximadamente una hora. Hablamos del clima en esa época del año, hablamos de Juan Carlos, de cómo se conocieron en una universidad de Virginia, de lo poco que le gustó pasar esos meses en Estados Unidos. "Qué país tan frío", decía, "yo prefiero Argentina; perdón, Latinoamérica." Por mi parte, hablé poco, hablé mucho menos de lo que habló ella quizá porque lo que yo realmente quería era escucharla y observarla y para eso no era necesario pretender y tratar de decir cosas inteligentes. Vestía unas botas altas de tela negra, unos jeans color guinda, un saco pequeño y ligero debajo del cual llevaba una camisa gris. Su cuello estaba cubierto por una bufanda verde. Me percaté de que su cara no tenía tantas pecas como en la foto y de que su nariz, en efecto, no era pequeña, ni siquiera mediana, sino una enorme narizota cuyo tabique se situaba incluso por encima, bien al medio de sus cejas, que el del resto de narizotas que había conocido hasta ese momento. Como Julia seguía hablando y yo sólo debía decir cosas como "sí, el clima está muy raro" o "no, en Lima nunca hace frío", trataba de darme razones helénicas, mitológicas, para no descartar la posibilidad de acostarme con ella únicamente debido a su nariz. Se me vino a la cabeza, recuerdo, la imagen de una clavadista soviética de nombre Svletana que había visto por televisión durante las Olimpiadas de Seúl. La cámara hacía la toma de abajo hacia arriba, y todo lo que yo veía era una rubia perfecta de piernas larguísimas y de traje de baño azul que dudaba ante el salto al vacío que estaba por realizar. Tras el salto, que incluyó no sé cuántas vueltas de atrás hacia adelante y hacia todos los costados, esas cosas que uno nunca entenderá cómo pueden llevarse a cabo, Svletana, la bella Svletana, sacó primero su cabeza y luego todo su cuerpo de la piscina y la cámara por fin hizo que su cara fuera visible a los televidentes que tan ansiosamente esperábamos la imagen completa de su cuerpo. La desilusión llegó de inmediato cuando fue evidente que lo que más resaltaba de su figura no era ni su fabuloso cuerpo, mojado tras el salto, ni su piel dorada ni su largo pelo que ya había dejado caer hasta más allá de sus hombros. Lo que, en cambio, más sobresalía era su monumental nariz. Si bien al comienzo me sentí como decepcionado, y mi malestar duró varios segundos, poco después, cuando a Svletana se le dio por saltar sonriente de un lado para otro debido al fantástico puntaje que recibió, a mí también se me dio por sonreír, por poco empiezo también a brincar, y por pensar que al fin y al cabo no era tan grave, que sólo se trataba de una nariz, de una nariz soviética, que no era más que una parte pequeñísima de esa idealizada Svletana que se mantuvo saltando como un canguro y que luego se trepó a los brazos de su entrenadora y la llenó de besos al mismo tiempo que yo comenzaba a pensar en hacerme de grande entrenadora soviética de salto ornamental. Lejos ya Svletana, Julia seguía sentada frente a mí, sin traje de baño, con el pelo recogido y la piel seca, pero con una nariz cuyas dimensiones competían con las de su rival soviética, sobre todo cuando uno se le sentaba enfrente y ella continuaba hablando poniéndose un poquito de perfil y a mí me entraban las ganas de recomendarle que mejor se sentase mirando bien de frente. Nariz aparte, Julia era encantadora.