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Blogs de autor

Adelantos de 2010

Por 24 de enero de 2010 Sin comentarios

Julio Ortega

        Rosario Ferré: Lazos de sangre

Se publicará en Alfaguara de Miami esta nueva novela de la gran escritora puertorriqueña. Su título es  metáfora de la familia criolla y burguesa cuyos intrincados lazos son también de laborioso afecto. Desatando la memoria entre arabescos y figuraciones, estas mujeres nos recuerdan a las formidables de Lope de Vega, que discurren airosas por el soto.  La literatura es el centro del diálogo fervoroso de hermanas y primas, cuyo culto de las letras es la forma que adquiere su alianza de clan virtuoso, de poderes sutiles. Rosario Ferré desarrolla con intimidad pero también con objetividad rigurosa estos trances de amor, rivalidad y humor, cuya representación persuasiva nos imponen su arrebato y melancolía. 
 

Vicente Luis Mora: Alba Cromm
 

Ha de publicarse pronto en Seix-Barral esta novela que culmina en una apoteosis formal los caminos de este poeta, narrador y crítico (y en cada registro tan inventivo como consistente), que van de una línea experimental a su gusto por el brío de la superficie clásica.  Ya no nos sorprende que desarrolle la historia de una policía, Alba Cromm, quien persigue por las redes del ciberespacio a un hacker pedófilo llamado Nemo. Ambientada en el futuro cercano, la parte no virtual ocurre en Madrid, Berlín y Amsterdam. La novela se mira a si misma en el espejo de su propio comic. “Mi objetivo ha sido desarrollar un personaje femenino con una complejidad psicológica decimonónica, en medio de un aparato textual y constructivo del siglo XXI,” me confía, a regañadientes, el autor. Mucho me temo que no le gustará a Ayala Dip.
 

Alonso Cueto: Crímenes del Silencio
 

El sobrino menor de una familia burguesa de Lima investiga la ominosa muerte de un tio suyo, acribillado en la calle.  Las conjeturas van de la sospecha de un asalto frustrado a las revelaciones de un romance clandestino. Ese lado secreto de su vida es el enigma de su muerte, pero también la pregunta por la verdad en una sociedad experta en encubrimientos y, por lo mismo, en conjeturas.  Los lazos son aquí de doble anudamiento,  dada la sangre derramada. La forma policial, al final, es una pregunta por la verdad improbable y, casi siempre, degradada. Ya en su Grandes miradas Cueto había propuesto, novelescamente, que quien busca la verdad debe hacerlo del lado de la mentira. Espléndido narrador peruano de interiores recónditos y escenarios políticos de moral problemática, prueba destreza en su entramado inexorable, que con la lógica precisa de una pesadilla, nos deja  el sabor del mal colectivo. El año pasado, en el diálogo periódico sobre el género policial, negro o detectivesco  que Gijón promueve con entusiasmo, Cueto presentó la tesis de que el escritor y el detective no se conforman con las apariencias del mundo.  La publicará el grupo Planeta.

 

Martin Gubbins: Fuentes del derecho
 

Este poeta chileno practica la poesía como exploración textual, desde el letrismo y la grafía hasta la música y la percusión. Pero habiendo, además, estudiado Derecho, ha escrito esta indagación de su retórica y filosofía. Su libro, me explica, “es una especie de exorcismo del lenguaje legal, pero también un pequeño testamento de mi visión  del Derecho. Es la constatación, derivada de la experiencia, acerca del riesgo constante de oscurecimiento de los principios centrales (verdad, justicia) detrás del tecnicismo, las estrategias y la pericia. Y es también un gesto de defensa del individuo frente al sistema, a partir de que la verdadera fuente del derecho es el poder, en cualquiera de sus formas. Al final, la hermenéutica es tan aplicable a la interpretación legal como a la interpretación poética, en el sentido de performance." He aquí una muestra de esa indagación:
 
Y se pierde
La búsqueda
La fijación de la verdad
Es un procedimiento reglado
Un procedimiento
Lógicamente estructurado
Fundado en principios
En máximas de la experiencia
En reglas de la razón
En reglas de prudencia
La búsqueda
La determinación de la verdad
La verdad pura y una
Sin agregados ni adjetivos
La verdad sin mordeduras
La que no depende de juez alguno
La verdad patente del sol
La verdad del día
La verdad de una chimenea
La verdad de una ampolleta
Esa no es la verdad judicial
El juez hace historia
Hace
H i s t o r i o g r a f í a
No es todo lo que puede decirse
Pero lo cierto es que el juez
Es uno que escruta en el pasado
Para saber cómo ocurrieron las cosas
Y por qué
Por qué ocurrieron las cosas.
 

Proyecto Banda Sonora del Libro
 

En Granada, Banda Sonora del Libro  es una propuesta  interdisciplinar que mezcla los lenguajes de la música, la literatura y la imagen. No se trata de que una acompañe o amenice a la  otra, sino de que surja una obra nueva e híbrida a partir de un texto literario. Proyecto hecho a mano y a medida, artesanalmente, cuya  música, compuesta por Diego Neuman, es inédita. Las actuaciones cuentan con la presencia del escritor, música en vivo por el propio compositor y proyecciones diseñadas para cada ocasión por Lucía Martínez. Un proyecto que apunta en la dirección creativa del diálogo actual de las formas de participación, intervención, y desplegado. Este es el programa anunciado:
 
26 de febrero: El haza de las viudas de Pepa Merlo.
26 marzo: Color Carne y Lenguaraz de Erika Martínez. 
26 de abril: El clavo en la pared y cuentos inéditos de Jesús Ortega.
 

 

Salvador Luis : Asamblea portátil. Muestrario de narradores iberoamericanos
 

Salvador Luis merece reconocimiento por su alerta tarea de crítico y editor de las nuevas formas de la escritura trasatlántica. Sumando las orillas del idioma, esta antología suya, que se anuncia como Una caja-maleta (o el eclecticismo) ha sido publicada en varios países bajo el sello de la Editorial Casatomada.  El libro confirma mi tesis: no se puede hacer una mala antología de nuevas letras hispánicas (salvo con pobre fe) porque hay mucho y bueno de donde escoger. Estas son las nuevas voces que protestan, y premian, la conversación:
 

Samuel Solleiro (España, 1982): Gran tiburón blanco; Rodrigo Fuentes (Guatemala, 1984): Linchamien ; Solange Rodríguez Pappe (Ecuador, 1976): Taxidermia; Juan Sebastián Cárdenas (Colombia, 1978): Criatura; Mónica Belevan (Perú, 1982): Prólogo hipotético a la reedición de los cuentos de Felisberto Hernández en Ultramar (Parte I); Juan Ramírez Biedermann (Paraguay, 1976): Los pasares; Jorge Enrique Lage (Cuba, 1979): El color de la sangre diluida; Fernanda Trías (Uruguay, 1976): Carnaval; Miguel Antonio Chávez (Ecuador, 1979): Aventuras de un grupo de becarios en una universidad norteamericana; Rodrigo Hasbún (Bolivia, 1981): Familia; Federico Falco (Argentina, 1977): Cortar el césped; Mayra Luna (México, 1974): Un cuerpo como el suyo (Seminovela); Diego Trelles Paz (Perú, 1977): ¿Cómo se encuentra hoy, Madame Arnoux; Lara Moreno (España, 1978): Amarillo; Rodrigo Blanco Calderón (Venezuela, 1981): Los invencibles; Katya Adaui Sicheri (Perú, 1977): Algo se perdió; Diego Zúñiga Henríquez (Chile, 1987): La chica de los árboles; Leonardo Cabrera (Uruguay, 1978): Historia de familia; Elvira Navarro (España, 1978): Cabeza de huevo; Maximiliano Matayoshi (Argentina, 1979): Peperoncino; Gabriel Rimachi Sialer (Perú, 1974): La muerte no tiene permiso; Mauricio Salvador (México, 1979): El hombre elástico; Claudia Apablaza (Chile, 1978): Sor Juana y Pierre Bourdieu; Samanta Schweblin (Argentina, 1978): Matar a un perro; Michel Encinosa Fú (Cuba, 1974): La guillotina

 

Ezio Neyra: Tsunami  
 

Neyra (Lima, 1980), autor de la novela breve Habrá que hacer algo mientras tanto y de Todas mis muertes (Alfaguara Peru, 2007) es una de las nuevas y prometedoras voces de acento propio y prosa afectiva y precisa. Sus modelos parecen ser Cortázar y Ribeyro, y suma con gusto la subjetividad y sus afincamientos.  De la novela que ha concluido y debe salir este año, en torno a un joven peruano que admira, desconsoladamente, todo lo que es argentino, me alcanza este fragmento:
 
Cuando la tarde ya estaba a punto de convertirse en noche y nosotros
paseábamos por la plaza San Martín, me detuve en un teléfono público para
llamar a Julia, y tras hablar quedamos en juntarnos a almorzar al siguiente
día en un Centro Comercial. Al teléfono, ella me daba indicaciones de cómo
llegar, confirmé cuánto me excitaba el acento de las argentinas, y yo sólo
atinaba a decirle que no entendía bien, y seguro que ella pensó que yo era
un poco tarado aunque la verdad, que no se la podía decir, era que sólo
quería seguir escuchándola y al fin y al cabo qué importaba si pensaba si yo
era un tarado o no.

Esa noche salimos a comer unas carnes, *comida argentina* anunciaba el
letrero del restaurante, y mamá siguió quejándose de la maleta perdida.

"Esto no hubiera pasado hace treinta años. Algo está mal ahora. Algo ha
cambiado."

De regreso en el hotel, volvió a quejarse en la recepción, el recepcionista
del turno de noche puso cara de no entender bien de qué se quejaba esa
peruana, y a mí me costó quedarme dormido. Al rato me metí al baño y me
masturbé observando lo único que tenía de Julia: una fotografía que Juan
Carlos me había dado para que pudiera reconocerla, en la que aparecía
sentada con las piernas cruzadas sobre una silla verde reclinable. Enfrente
había un escritorio blanco con tres cuadernos sobre él. Encima del
escritorio, dos repisas cargaban varios libros, la mayoría de ellos muy
delgados y con imágenes coloridas en sus carátulas, pequeñas novelas para
estudiantes de inglés. Julia, la sonrisa abierta, miraba la cámara
fijamente, su largo pelo le cubría ambas orejas. Su piel parecía suave y sus
hombros y su cara estaban llenas de pequeñas pecas. Recuerdo que pensé que
tenía la nariz grande, muy grande, y que a mí nunca me habían gustado las
narizonas. Pero también pensé que quizá era culpa del ángulo en que la foto
había sido tomada y finalmente concluí que qué importaba, que incluso hasta
eso, hasta la existencia de su tremenda narizota, podía perdonarle con tal
de que, eso sí, fuera bien argentina y me tratara de *vos* y me enseñara a
bailar tango mientras comíamos un buen pedazo de bife de chorizo con
chimichurri y todas esas cosas con las que empecé a soñar minutos más tarde
cuando me quedé dormido.

Llegué al Palermo Shopping unos minutos antes de lo acordado y tuve tiempo
para pasar por algunas tiendas y ver a las vendedoras que me sonreían porque
querían que les comprara algo y yo como un bobo le entraba al juego y
aparentaba que lo haría y entraba y levantaba el pantalón o la camisa o lo
que fuera y observaba las prendas y luego salía de las tiendas con las manos
vacías y las vendedoras aprovechaban para mirarme con mala cara y
seguramente para maldecirme despacito. Despacito, pero con acento argentino,
como me gustaba. Cuando era hora, caminé hasta el patio de comidas y me
senté a esperar, con el paquete para Julia bien sujetado bajo mi brazo. Me
preguntaba qué le habría mandado Juan Carlos y estuve a punto de abrir un
pequeño orificio en el paquete para observar en su interior, siempre podía
inventarle alguna excusa, si no hubiese sido porque poco después sentí que
me tocaban el hombro.

"Sí, sí, soy yo", dije, y Julia se sentó frente a mí y sonreía y sonreía
como si no tuviera palabras.

Tras el silencio, hablamos por aproximadamente una hora. Hablamos del clima
en esa época del año, hablamos de Juan Carlos, de cómo se conocieron en una
universidad de Virginia, de lo poco que le gustó pasar esos meses en Estados
Unidos.

"Qué país tan frío", decía, "yo prefiero Argentina; perdón, Latinoamérica."

Por mi parte, hablé poco, hablé mucho menos de lo que habló ella quizá
porque lo que yo realmente quería era escucharla y observarla y para eso no
era necesario pretender y tratar de decir cosas inteligentes. Vestía unas
botas altas de tela negra, unos jeans color guinda, un saco pequeño y ligero
debajo del cual llevaba una camisa gris. Su cuello estaba cubierto por una
bufanda verde. Me percaté de que su cara no tenía tantas pecas como en la
foto y de que su nariz, en efecto, no era pequeña, ni siquiera mediana, sino
una enorme narizota cuyo tabique se situaba incluso por encima, bien al
medio de sus cejas, que el del resto de narizotas que había conocido hasta
ese momento. Como Julia seguía hablando y yo sólo debía decir cosas como
"sí, el clima está muy raro" o "no, en Lima nunca hace frío", trataba de
darme razones helénicas, mitológicas, para no descartar la posibilidad de
acostarme con ella únicamente debido a su nariz. Se me vino a la cabeza,
recuerdo, la imagen de una clavadista soviética de nombre Svletana que había
visto por televisión durante las Olimpiadas de Seúl. La cámara hacía la toma
de abajo hacia arriba, y todo lo que yo veía era una rubia perfecta de
piernas larguísimas y de traje de baño azul que dudaba ante el salto al
vacío que estaba por realizar. Tras el salto, que incluyó no sé cuántas
vueltas de atrás hacia adelante y hacia todos los costados, esas cosas que
uno nunca entenderá cómo pueden llevarse a cabo, Svletana, la bella
Svletana, sacó primero su cabeza y luego todo su cuerpo de la piscina y la
cámara por fin hizo que su cara fuera visible a los televidentes que tan
ansiosamente esperábamos la imagen completa de su cuerpo. La desilusión
llegó de inmediato cuando fue evidente que lo que más resaltaba de su figura
no era ni su fabuloso cuerpo, mojado tras el salto, ni su piel dorada ni su
largo pelo que ya había dejado caer hasta más allá de sus hombros. Lo que,
en cambio, más sobresalía era su monumental nariz. Si bien al comienzo me
sentí como decepcionado, y mi malestar duró varios segundos, poco después,
cuando a Svletana se le dio por saltar sonriente de un lado para otro debido
al fantástico puntaje que recibió, a mí también se me dio por sonreír, por
poco empiezo también a brincar, y por pensar que al fin y al cabo no era tan
grave, que sólo se trataba de una nariz, de una nariz soviética, que no era
más que una parte pequeñísima de esa idealizada Svletana que se mantuvo
saltando como un canguro y que luego se trepó a los brazos de su entrenadora
y la llenó de besos al mismo tiempo que yo comenzaba a pensar en hacerme de
grande entrenadora soviética de salto ornamental. Lejos ya Svletana, Julia
seguía sentada frente a mí, sin traje de baño, con el pelo recogido y la
piel seca, pero con una nariz cuyas dimensiones competían con las de su
rival soviética, sobre todo cuando uno se le sentaba enfrente y ella
continuaba hablando poniéndose un poquito de perfil y a mí me entraban las
ganas de recomendarle que mejor se sentase mirando bien de frente.

Nariz aparte, Julia era encantadora. 
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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

Obras asociadas
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