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SIETE VARIACIONES SOBRE TEMAS ORIGINALES DE SERGIO PITOL

Por 12 de abril de 2018 Sin comentarios

Jorge Volpi

"Los caminos de la creación son imprecisos, están llenos de pliegues, de espejismos, de demoras. Se requiere la paciencia de un ángel, una buena dosis de abandono y, a la vez, una voluntad de acero para no sucumbir a las trampas con que el inconsciente se encarga de obstaculizar al escritor su camino."

 

            Sergio Pitol es, sin duda, una de esas figuras mayores que aparecen de vez en cuando, casi milagrosamente, en la literatura mexicana. A través de los años, Pitol ha sido capaz de sortear los innumerables obstáculos, internos y externos, que se le presentan a un escritor hasta convertirse no sólo en el mayor sobreviviente de su generación, sino en uno de los pocos narradores y ensayistas indispensables de la literatura en el fin de siglo. Después de varios años de permanecer como un "escritor secreto", en gran medida por su alejamiento físico de México, pero asimismo por la distancia que su obra marcaba respecto a la de sus contemporáneos, por fin ha obtenido algo mucho más importante que el reconocimiento de la crítica: cientos, miles de lectores que ahora forman una comunidad, una cofradía que se multiplica a diario, y para la cual sus cuentos, novelas y ensayos no sólo son una inagotable fuente de placer, sino un mapa del vasto universo de sus obsesiones, una guía por los infinitos territorios del arte.

            No es casual, pues, que su obra mayor -o al menos aquella que mejor condensa sus preocupaciones literarias y vitales- se titule justamente El arte de la fuga. La cita de Bach no se limita a invocar los delicados mecanismos formales que Pitol ha empleado en su trabajo, las cuidadosas filigranas contrapuntísticas de sus novelas o la claridad armónica de sus ensayos, sino que también hace ineluctable y burlona referencia a su particular modo de encarar la creación y la vida literaria: a esa fuga que lo ha llevado a recorrer territorios inexplorados, a alejarse de la modas y las manías, a explorar, por su cuenta, los poblados abismos de la tradición literaria.

            Es un lugar común afirmar que el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es la lectura de sus libros; sin embargo, ello no invalida la justicia de la afirmación. De ahí que, en estas páginas, vaya a hacer poco más que entresacar algunos pasajes de El arte de la fuga -reflexiones, guiños, aforismos- y apenas glosarlos o, más bien, variarlos, para relacionar el ars poetica que ahí se encuentra con su propia obra. Pocos escritores como Pitol han sido tan acuciosos lectores de la gran tradición universal que habita en la literatura mexicana y nadie mejor que él mismo, pues, para servir como renovado Virgilio para quien se precipita a estudiar -mejor: a comprender- la naturaleza de sus libros.

            Variación. "Para conjurar los peligros que acehcan a la creación artística, un escritor debe convertir los obstáculos en la materia de su propia escritura. Sergio Pitol ha convertido los pliegues y abismos del arte en en su propio sustento, en su propia materia, en su propia vida."

Tema II. "No concibo a un novelista que no utilice elementos de su experiencia personal, una visión, un recuerdo proveniente de la infancia o del pasado inmediato, un tono de voz capturado en alguna reunión, un gesto furtivo vislumbrado al azar, para luego incorporarlo a uno o varios personajes. El narrador hurga más y más en su vida a medida que su novela avanza. No se trata de un ejercicio meramente autobiográfico; novelar a secas la propia vida resulta, en la mayoría de los casos, una vulgaridad, una carencia de imaginación. Se trata de otro asunto: un observar sin tregua los propios reflejos para poder realizar una prótesis múltiple en el interior del relato."

            Desde su primera publicación, "Victorio Ferri cuenta un cuento" (1958), Pitol ha aplicado con rigor esta consigna. Por más que sea posible descubrir el cúmulo de obsesiones que animan su escritura, su biografía permanece oculta, entreverada en la trama, los escenarios o los personajes de sus libros. Su vida ha devenido, pues, literatura: Pitol, como Borges, es ya un personaje que ha podido incorporarse naturalmente a los territorios de la ficción. Sus primeros cuentos, aquellos de Tiempo cercado, Infierno de todos y Los climas, delatan referencias a su infancia en el ingenio de El Potrero o su adolescencia en Córdoba, y se encuentran habitados por oscuros personajes, casi todos miembros de familias decadentes y casi fantasmales, como los paradigmáticos Ferri, cuyos contactos con la realidad podemos adivinar pero nunca comprobar, pero en cualquier caso la literatura -y aquí, de modo particular, la influencia de Faulkner- han transfigudo y enriquecido la realidad. Para Pitol -hombre elegante y cortés donde los haya-, hubiese sido una vulgaridad la mera puesta en escena de su existencia en estos paisajes veracruzanos: sus criaturas se han convertido en seres indisociables del universo de la ficción. La excentricidad y, sobre todo, aquellas zonas pantanosas que sólo se insinúan y nunca se muestran, son procedimientos estictamente literarios que escapan al nivel anecdótico y, por ello mismo, rozan el ambiente casi mítico en el que se desarrollan estos primeros años de su escritura.

            Variación. "La vida privada de Sergio Pitol permanece oculta para la mayor parte de sus lectores. Hay que agradecerle que así sea. En vez de eso, su literatura es autobiográfica sólo en el sentido en que retrata y exacerba sus manías, sus obsesiones y sus miedos, cediéndoselos por entero a sus personajes."

Tema III. "¡Viajar y escribir! Actividades ambas marcadas por el azar; el viajero, el escritor, sólo tendrán certeza de la partida. Ninguno de ellos sabrá a ciencia cierta lo que ocurrirá en el trayecto, menos aún lo que le deparará el destino al regresar a su Ítaca personal."

A partir de 1953, Pitol se convierte en la versión mexicana del judío errante: pierde una ciudad tras otra: La Habana y Caracas; Nueva York, Londres y Roma. Luego vienen los años de exotismo: Pekín, Varsovia, Belgrado. Apenas se detiene, y su particular odisea continúa por Barcelona, Bristol, de nuevo Varsovia, París, Estambul, Moscú y Praga, hasta que al fin regresa a México en 1988.

Es el azar quien lo conduce y, como en el poema de Kavafis, na hay duda de que su camino ha sido largo, rico en experiencias. Ese mismo azar es el que habita su literatura: aquel que lo lleva de El tañido de una flauta (1972) a Juegos florales (1982), sus dos primeras novelas. Aquí se inicia el minucioso retrato de mexicanos en el extranjero que caracterizará buena parte de la obra de Pitol: en la primera, es el periplo de un grupo de artistas mexicanos, su entorno y sus conflictos amorosos, en el marco del redescubrimiento de sus relaciones a partir de la visión de una película japonesa -"El tañido de una flauta"-, que -¿por casualidad?- repite la propia historia de los mexicanos; la segunda, por su parte, vuelve a colocar a mexicanos entre Jalapa y Venecia, otra de las ciudades emblemáticas de Pitol, para descubrir las sutiles tramas que componen el círculo social de Billie Upward. De algún modo, Juegos florales culmina la primera etapa del viaje pitoliano, una escala de aprovisionamiento y también, por qué no decirlo, una isla que le servirá para dar un vuelco en su trayectoria, un giro tan azaroso como su partida el cual llevar a cabo una interminable excursión por las literaturas eslavas -y por los libros de Bajtín- y a encontrar una nueva piedra de toque para sus próximos viajes: el humor.

Variación. El viaje y la literatura: caminos que son, por encima de todas las consideraciones, un vehículo de conocimiento, de exploración, de necesidad de satisfacer las dudas. Al regresar de Ítaca, como al terminar de leer una novela o un ensayo de Pitol, uno ha dejado de ser quien era antes, se ha llenado de experiencias ajenas, se ha convertido en otro."

Tema IV. "Durante años utilicé los escenarios por donde fui desfilando como un telón de fondo frente al cual mis personajes confrontan con otros valores lo que son o, más bien, lo que imaginan ser. […] El exotismo de pacotilla que los rodea apenas cuenta; lo importante es el dilema moral que se plantean, el juicio de valor que deben emitir una vez que se encuentran desasidos de todos sus apoyos tradicionales, de sus hábitos, de las coartadas con que durante años han pretendido adormecer su conciencia."

La manida y ya obsoleta disputa entre la literatura de corte nacionalista y aquella que apuesta por los valores universales, tan típica de la primera mitad del siglo en México, aunque sus resonancias lleguen hasta nuestros días, carece de sustento en la obra de Pitol. Sus novelas de madurez se desarrollan, casi sin excepciones, en medios que combinan el exotismo europeo -Venecia, Estambul, Praga- con los escenarios locales -Jalapa, las colonias Roma o Juárez-, sin que prime un valor estictamente realista para ninguna de ellas. Aunque el eco de las acuciosas descripciones decimonónicas pued ser advertid en toda la obra de Pitol -se trata de uno de los mejores lectores del costumbrismo del siglo pasado-, su interés no radica en la captura fotográfica de semejantes contextos, sino, en sus propias palabras, en su reconvención en escenarios casi teatrales, en decorados que resaltan la soledad -y el miedo, la estupidez o la vanidad- de sus protagonistas. En efecto, sólo una gran construcción de fondo alcanzará el papel de personaje central en su obra narrativa, el edificio de la Plaza Río de Janeiro que habitó el propio Pitol y que se convertirá en el centro de la acción de su mejor novela, El desfile del amor (1984).

Variación. "La literatura verdadera no es la que se distingue por describir paisajes o rostros, sino aquella que, como la de Sergio Pitol, plantea problemas, desarrolla conflictos, se burla de sí misma, de sus personajes y, en última instancia, de sus lectores; en pocas palabras, aquella que cuestiona y duda."

Tema V. "La tarea del escritor consiste en enriquecer la tradición, aunque la venere un día y al siguiente se líe con ella a bofetadas. De ambas maneras será consciente de su existencia. Por eso me han atraído y preocupado los problemas de la forma, los recursos y posibilidades de los géneros, su capacidad de transformación."

            Según revela el propio Pitol, El desfile del amor nació de la idea de escribir una novela con trama policiaca. Si en sus anteriores trabajos narrativos había estado cerca de las preocupaciones experimentales de su generación -y, en especial, de sus modelos franceses y norteamericanos-, esta obra marca una ruptura definitiva o, más bien, una apuesta personal que lo aleja notablemente de sus contemporáneos e, incluso, de la solemnidad de algunos textos previos. El desfile del amor es un hito en la novelística de Pitol y, de hecho, en la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo xx, tanto por su profunda originalidad como por su lucha y posterior triunfo -y armonía- con la tradición de la novela moderna.

            La trama policiaca -proveniente, en realidad, de Las almas muertas de Gogol- es apenas un recurso casi teatral que le permitirá a Pitol organizar y estructurar la novela y desnudar los conflictos que le interesan. Pero, a diferencia de sus obras anteriores, en este caso el diálogo de Pitol con la tradición literaria se lleva a cabo a través de la parodia del género, del pastiche y de la ironía. Como El huerto de Juan Fernández, la pieza de Tirso en la cual se funda, El desfile del amor es un gran baile de máscaras, un elusivo juego de corte casi borgeano en el cual la realidad y la ficción se imbrican de tal modo que el lector, al igual que los protagonistas, no puede sino danzar y recluar y fascinarse en torno a un enigma siempre elusivo y, a la postre, insignificante.

            Si ya en la mayor parte de sus cuentos podía advertise un acertijo apenas insinuado por el estilo y las disquisiciones de sus personajes, aquí Pitol ha sido capaz de construir toda la novela como un laberinto, un círculo concéntrico en cuyo centro, más que la solución al enigma, sólo se encuentra el vacío. No es casual que Pitol haya elegido el edificio de la Plaza Río de Janeiro como metáfora de la novela: en torno a un patio cercado -a la verdad oculta y hueca-, se desarrollan cientos de historias e insinuaciones concéntricas, articuladas entre las largas escalinatas y los diminutos departamentos que componen el inmueble. Pitol parece sugerir que el único modo de lidiar con tradición literaria -con la angustia de la influencia, en palabras de Bloom-, es rodeándola, acercándose a ella pero nunca dejándose devorar, cercándola y admirándola desde la distancia.

            Variación. "La literatura de Sergio Pitol encarna como nadie el intenso diálogo mantenido con la tradición literaria -tanto universal como mexicana- que lo precede. Sus novelas y ensayos son producto de intensos juegos con los géneros, el resultado de la cuidadosa planeación formal y estructural que sólo puede entenderse como prolongación y ruptura con sus lecturas."

            Tema IV. "Un novelista es alguien que oye voces a través de las voces. Se mete en la cama y de pronto esas voces lo obligan a levantarse, a buscar una hoja de papel y escribir tres o cuatro líneas, o tan sólo un par de adejtivos o el nombre de una planta. Esas catracterísticas, y unas cuantas más, hacen que su vida mantenga una notable semejanza con la de los dementes, lo que para nada lo angustia; agradece, por el contrario, a las Musas, el haberle transmitido esas voces sin las cuales se sentiría perdido. Con ellas va trazando el mapa de su vida. Sabe que cuando ya no pueda hacerlo le llegará la muerte, no la definitiva sino la muerte en vida, el silencio, la hibernación, la parálisis, lo que es infinitamente peor."

            A partir del éxito de El desfile del amor, Pitol abandona cualquier estrechez dogmática y se deja habitar por las voces de sus personajes. Como ocurría con sus experiencias personales o con los escenarios exóticos de sus cuentos y novelas, acaso tengan una vaga conexión con las producidas por seres de carne y hueso, con conversaciones escuchadas o presentidas, pero lo cierto es que poco a poco se convierten en piezas maestras del arte de la actuación. En Domar a la divina garza (1988) y La vida conyugal (1991), este procedimiento es llevado a su límite: son, ante todo, recopilaciones -no: reinvenciones- vocales. Pitol regresa a su afición teatral y se permite utilizar las máscaras alternativamente dolientes y risueñas -y en cualquier caso ridículas- de la tragedia griega para inventar personas, es decir, estilos, giros, quiebres vocales. Dante C. de la Estrella, Marietta Karapetiz o Jacqueline Cascorro viven a través de sus tics y sus palabras, de la atroz condición humana que les otorga su propio estilo y sus propios devaneos.

            Variación. "Sergio Pitol sigue atento a las voces de quienes lo rodean y, en especial, a la suya propia, y ello lo convierte en el escritor más perseverante de su generación, uno de los pocos que han conseguido triunfar sobre el silencio y la muerte."

            Tema VII. "Todo escritor deberá desde el inicio ser fiel a sus posibilidades y tratar de afinarlas; tener el mayor respeto al lenguaje, mantenerlo vivo, renovarlos si es posible; no hacer concesiones a nadie, y menos al poder o a la moda, y plantearse en su tarea los retos más audaces que le sea posible concebir."

            Estas recomendaciones, extraídas de El arte de la fuga, constituyen la respuesta de Pitol a las célebres meditaciones de Cyrill Connoly sobre la creación artística. La obra maestra tiene de orfebrería, como demuestra el hecho de que cada página  de sus libros sólo puede haber sido escrita por él. Lejos de influencias de ocasión, parapetado en sus lecturas y sus sueños, Pitol se encuentra en el mejor momento de su carrera: ha accedido a ese estado de gracia que le permite adivinar cada vez nuevas y más deslumbrantes obras.

Proliferan las comparaciones entre la obra de Pitol y la de otros escritores; sin embargo, el único paralelismo que yo encuentro justo es el que podría emparentarlo con el último Verdi: en ambos, después de una prolongada carrera, de experimentos y giros sorprendentes, de un conocimiento cada vez mayor de los abismos de la naturaleza humana y de las sinuosidades de la forma artística, surge esa ironía feroz que es, al mismo tiempo, compasiva y trágica. No es casual que Falstaff, la última ópera verdiana, concluya precisamente con una fuga: tutto nel mondo è burla. La misma fuga y la misma risa que animan el ridículo y doloroso, despiadado y triste retrato de nuestra cambiante humanidad dibjado en las novelas de Sergio Pitol.

            Variación. "Cada nuevo libro de Pitol ha logrado mantenerse fiel a sus principios y, a la vez, ha conseguido plantearse nuevas metas, puertos cada vez más lejanos en su trayecto literario, y en cada ocasión ha salido victorios de la aventura. . Por eso hay que desearle a Pitol muchos más viajes de los que ya ha emprendido, muchas más páginas, muchas más tribulaciones: que su errancia sea aún más larga y más rica en experiencias -así sea en el interior de su biblioteca en Xalapa-, y que sus naves continúen surcando los océanos hasta perderse de vista."

 

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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