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La pesadilla del tupé

Por 2 de marzo de 2016 Sin comentarios

Jorge Volpi

¿Pensaron que era una broma? ¿Una provocación? ¿Una calculada estrategia publicitaria? ¿Una fiebre pasajera? ¿Un juego? ¿Una (nunca mejor dicho) tomadura de pelo? ¿Cuántos comentaristas de izquierda y de derecha, de los comunistas de CNBC a de las arpías de FOX, se atrevieron a vaticinar que mi campaña sería un globo que no tardaría en reventarse o desinflarse? ¿Que mi atrevimiento no duraría ni dos semanas? ¿Que nadie consideraría con seriedad mi candidatura? ¿Que no soy más que un histrión, un presentador de talk-show, una caricatura, un payaso?

¿Cuántas veces los editoriales del New York Times o del último periodiquillo de Wichita aseguraron que no tengo ideas? ¿Que mis "salidas de tono", mis exabruptos y mis arrebatos terminarían por fatigar a los electores conservadores o a los evangélicos? ¿Cuántos reputados profesores y analistas políticos y tertulianos de televisión y radio mostraron su indignación ante mis declaraciones contra los delincuentes mexicanos y los terroristas árabes y declararon que la mayoría de los republicanos jamás compartiría posiciones tan retrógradas?

¿Cuántas veces los medios liberales me acusaron de racista por empeñarme en proteger a esta gran nación de los inmigrantes ilegales aseverando que nadie en su sano juicio apoyaría mis delirios? ¿Y cuántas buenas conciencias me llamaron fascista por buscar cerrar las fronteras a los terroristas islámicos disfrazados de refugiados del ISIS advirtiéndome de que la mayor parte de los ciudadanos de esta gran nación nunca apoyaría medidas semejantes?

¡Y miren dónde estamos ahora! ¡Ni una sola de sus patrañas ha resistido el paso del tiempo, ni una sola de sus mentiras o de sus descalificaciones ha hecho mella en mi campaña! Sus insultos de nada han servido: faltan apenas unos días para los caucus de Iowa, New Hampshire y Carolina del Sur, y las encuestas me siguen concediendo ventaja en todos ellos. ¿Un balón a punto de desinflarse? Lamento desengañarlos: continúo aquí, imbatible, mostrando que todos se equivocaron. ¡Todos!

¡Y pensar que me creían un estafador, un pelele, un fenómeno televisivo sin cerebro! ¡Otro millonario fracasado como Ross Perot! Desde que se inició mi aventura, hace ya muchos meses, mis compatriotas no han hablado más que de mí, igual que en el debate del FOX al que no asistí. Lograrlo fue mi primera victoria. Durante semanas nadie se preocupó por las sosas o abúlicas declaraciones de Jeb, el supuesto puntero, el hombre del establishment, y luego los demás aspirantes ya no tuvieron más remedio que dedicarse de tiempo completo a reaccionar sobre lo que yo hacía, sobre lo que yo decía. A glosar cada una de mis palabras. Hasta que la bola de nieve se convirtió en una avalancha imposible de detener: ¡hoy, en Estados Unidos, sólo se habla de mí! ¡En el último café de Nueva York y de San Francisco tanto como en el último rancho de Montana o de Texas no se habla más que de mí!

Ya no hay marcha atrás. Nadie me hace sombra. Menos Ted Cruz, cuyo mayor problema (perdonan que se los diga) es que él sí se cree las barbaridades que dice. ¿Y yo? ¿Quién soy yo? Un hombre de éxito, nada más. Un hombre de éxito que llevará al éxito a este país. Para lograrlo vale lo que sea. Calumniar a los mexicanos o a los árabes es lo de menos: un slogan que en el fondo comparte la mitad de mis electores. Pero igual hubiese usado otros chivos expiatorios si me hubiesen parecido más rentables. ¿Que no soy suficientemente de derechas? ¿Que en el pasado apoyé a los demócratas? ¿Qué no soy suficientemente religioso? ¿Que no tengo convicciones? Tengo la única fe que se necesita en Estados Unidos para triunfar: la fe en mí.  

            Ganaré Iowa y New Hampshire. Y ganaré Carolina del Sur. Y luego ganaré la mayor parte de los demás estados en el Súpermartes. Y el G.O.P. no tendrá más remedio que ungirme candidato. Y luego le ganaré a la pobre Hillary (no sé quién puede pensar que ella tiene convicciones más firmes que las mías), la cual hoy sufre por derrotar a un carcamal que se declara socialista. ¿Y saben por qué? ¿Saben por qué se equivocaron tanto respecto a mí? Porque no se dieron cuenta de que yo soy Estados Unidos. Al menos esa mitad de Estados Unidos que se necesita para gobernar Estados Unidos. Esa mitad que hará lo que sea, lo que sea, para que otra Clinton no llegue a la Casa Blanca. Hoy por hoy, soy su mejor carta. Nada me detendrá. Esto apenas empieza.

 

Twitter: @jvolpi

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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