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La última apuesta de Abbas

Por 25 de septiembre de 2011 Sin comentarios

Jorge Volpi

Mahmud Abbas, a quienes sus partidarios llaman Abu-Mazen ("el padre de Mazen", por uno de sus hijos que falleció de un ataque cardíaco), posee la apariencia de un profesor jubilado -el cabello cano, los lentes gruesos, el porte alicaído- pese a la energía que se desprende de su mirada y el leve sarcasmo de su sonrisa. Con sus trajes perfectamente cortados y su estilo impasible ofrece un contraste absoluto con Yasser Arafat, su legendario compañero de batallas, a quien sucedió como presidente de la Autoridad Palestina en 2005.

Pese a su pasado radical -su tesis de grado en el Instituto de Estudios Orientales de la Academia Soviética de Ciencias se tituló El otro lado: la relación secreta entre el nazismo y el sionismo 1933-1945-, su nombramiento recibió el beneplácito de Estados Unidos e incluso de Israel: entonces se le veía como un líder endeble y moderado al cual era posible apaciguar. En efecto, Abbas no dudó en condenar la violencia y llamó al fin de la Segunda Intifada. Su disposición al diálogo provocó el rechazo de grupos radicales, en especial de Hamás, quienes no han dudado en boicotear todas de sus iniciativas.

            Pese a ello, Abbas jamás ha dejado de sentarse en la mesa de negociación y, pese al acoso que sufre su gobierno, nunca ha dejado de condenar los ataques lanzados contra Israel desde suelo palestino. Aun así, los acuerdos no han avanzado un ápice, debido entre otras cosas a la repentina muerte cerebral de Ariel Sharon y a la incorporación de la extrema derecha al gobierno de Benjamin Netanyahu. Pese a las advertencias de Barack Obama y otros líderes, éste no ha querido detener la construcción de nuevas colonias judías en Cisjordania, uno de los pasos indispensables para avanzar en el proceso de paz.

            Acorralado entre Israel y Hamás, y a punto de dejar el poder a los 76 años -es presidente en funciones-, Abbas estaba a punto de convertirse en un cadáver político. De pronto, las revueltas en el norte de África trastocaron drásticamente la percepción de los pueblos árabes en el resto del mundo: en vez de dóciles rehenes de sus tiranos o carne de cañón de los islamistas, los jóvenes de Túnez, Egipto o Libia demostraron una envidiable vitalidad democrática. Y, si bien aún no es posible aquilatar el resultado final de la primavera árabe -que en realidad incluye ya al verano-, ya no resulta tan fácil invocar el peligro terrorista o el fanatismo musulmán para excusar a Israel por la represión que ejerce en los territorios ocupados.

            Hasta hace poco, Israel lucía como la única democracia en Medio Oriente -una democracia peculiar, reservada en plenitud sólo a los ciudadanos judíos-, pero ahora se halla rodeada por estados que, al menos hasta el momento, buscan implantar regímenes más libres e incluyentes. Abbas ha sabido leer este cambio de ambiente y, decidido a escapar del fracaso y la ignominia, se lanzó a buscar el reconocimiento de Palestina como un estado de pleno derecho en Naciones Unidas sin tomar en cuenta la oposición israelí.

            Su gesto, que ha recibido la simpatía de unas más de un centenar de países, ha sido bruscamente desestimado por Estados Unidos, que ya ha hecho público su eventual veto en el Consejo de Seguridad. Consciente de ello, Abbas no ha querido abortar su iniciativa en una muestra de tozudez que acaso sea la prueba de que a veces sólo las iniciativas arriesgadas (como la decisión de Sharon de evacuar Gaza) pueden remover la parálisis política de la zona.

Israel no quiere que Palestina se convierta en estado de pleno derecho, y ni siquiera en estado observador ante la ONU, pues ello lo obligaría a cumplir las leyes internacionales de guerra, y sus soldados -y políticos- podrían verse acusados ante el Tribunal de La Haya. La posición de Obama es más compleja: su veto lo llevaría a alienarse de los pueblos árabes que ha apoyado durante las revueltas, pero, a unos meses de su posible reelección, no puede perder el apoyo de la comunidad judía. De allí el galimatías que lo ha llevado a afirmar, en su triste discurso ante la ONU, que la elección de Palestina como estado no es un buen paso para lograr que Palestina se convierta en un estado. 

            Abbas ha sabido mover sus fichas: aunque a la larga sólo se reconozca a Palestina como estado observador, gracias al apoyo mayoritario con que cuenta en la Asamblea General de Naciones Unidas, ha conseguido que la opinión pública global esté de su lado. Su apuesta por la vía pacífica y multilateral, ha puesto a Estados Unidos contra las cuerdas y ha exhibido la división que impera en la política exterior de la Unión Europea. En este contexto, sería una vergüenza que México, cada vez más dócil ante las imposiciones estadounidenses, terminase por abstenerse en la votación. 

Israel tendrá que acostumbrarse a este cambio de paradigma: a partir de ahora tendrá que negociar con un estado que, al menos en el ámbito de la legalidad internacional -pues en términos económicos y militares aún mantiene el control sobre sus adversarios- se encuentra en condiciones de igualdad. Pese a la agresividad retórica de Netanyahu, a la larga no le quedará más remedio que barajar las concesiones que tendrá que realizar para que sus tropas -o él mismo- no terminen indiciados en La Haya. Más allá del resultado final de su apuesta, por una ocasión -acaso la última-, el profesor Abbas ha ganado la partida.

 

twitter: @jvolpi

 

 

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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