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Enemigos íntimos

Por 6 de enero de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Volpi

El 1º de diciembre del 2012, el PRI regresó a Los Pinos después de dos sexenios en la oposición; tres semanas después, el 21 de diciembre -el azaroso día en que los mayas anticiparon un cambio de ciclo y los publicistas del desastre lucraron una vez más con la idea del fin del mundo-, el EZLN reapareció marchando en cinco municipios de Chiapas y el subcomandante Marcos emitió otro de sus enigmáticos comunicados: "Es el sonido de su mundo derrumbándose/ es el del nuestro resurgiendo/ el día que fue el día, era noche/ Y noche será el día que será el día". Como si el nuevo gobernador de Chiapas -postulado por el Partido Verde y el PRI- hubiese decidido imitar la retórica zapatista, no tardó en responder en el mismo tono (con total indiferencia a la sintaxis): "El Gobierno del Estado de Chiapas saluda las movilizaciones, el silencio y la palabra última del EZLN. Son todos estos hechos una oportunidad para la paz y la justicia. El gobierno estatal reitera su voluntad y subraya la necesidad imprescindible de corresponder."

Diecinueve años atrás, el 1º de enero de 1994, el EZLN se levantó en armas contra el gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Aquella fue, sin duda, una tragedia heroica: al darle "voz a los sin voz", a esos indígenas que habían sido dejados de lado por la modernización neoliberal priista, Marcos fue capaz de trastocar el discurso de las guerrillas latinoamericanas, de inspirar a todos los movimientos de resistencia civil que le han seguido -de los globalifóbicos a Occupy Wall Street o el 15-M- y de preparar el camino para la anhelada transición a la democracia del 2000.

Observar de nuevo frente a frente al EZLN y al PRI, esos dos viejos enemigos, puede suscitar una irracional sensación de déjà vu, como si los doce años de gobiernos panistas hubiesen sido apenas un paréntesis o una anomalía -un error de cálculo priistas y zapatistas por igual- que, una vez superado, les permiten volver al punto en que abandonaron su confrontación. Por más seductor o abismal que nos resulte, este regreso en el tiempo es engañoso: el PRI del 2013 no es idéntico al PRI de 1994 (de hecho, ahora la hermana del sup es sub de Gobernación), del mismo modo que este Marcos no es el mismo que el de entonces. Y, por supuesto, el México de nuestros días es muy distinto de aquella ominosa época.

Como advirtió Marcos en un comunicado más explícito a principios de año, lo cierto es que ni los priistas ni los zapatistas se desvanecieron en el aire durante el interregno de la derecha: tras su forzada salida de Los Pinos, los primeros conservaron enormes cuotas de poder, mientras que, más allá de su aparente invisibilidad, los segundos mantuvieron sus posiciones y, por lo visto el 21 de diciembre, también buena parte de su apoyo en sus comunidades de base. Lo que ocurrió más bien es que, tras el insólito triunfo de Fox en el 2000, ni unos ni otros supieron acomodarse a los desafíos de la nueva realidad democrática. Durante los últimos 12 años, el PRI desaprovechó la oportunidad de reformarse, de encarar sus errores pasados y de apostar por un auténtico consenso democrático, mientras que, luego de marchar hasta el Zócalo en 2001, el EZLN pareció perder su rumbo debido a los constantes tropiezos de su líder, en especial tras su apoyo a ETA.

Apartado del poder central, el PRI concentró su poder en los estados, que continuó gobernando con las mismas artimañas y la misma impunidad de siempre; el EZLN, entretanto, radicalizó sus posturas y se enfrentó drásticamente a la izquierda institucional, incapaz de amoldarse a los desafíos que planteaba una sociedad que se había tornado más abierta y más dinámica, en buena medida gracias a su influjo. Paradójicamente, a la postre no fue sino la pésima gestión del PAN -el desbarajuste foxista sumado a la guerra contra el narco de Calderón- lo que permitió la resurrección de los antiguos rivales.

Difícil saber qué resulta más incómodo: la sensación de que Marcos sólo logra articular un discurso coherente al enfrentarse -o más bien provocar- a los priistas, o la de observar a los medios súbitamente enfebrecidos por sus comunicados cuando durante los últimos 12 años nadie se preocupó por ellos. Como sea, esta primera (o enésima) escaramuza entre el EZLN y el PRI no deja de tener elementos alentadores: el revival del subcomandante ha roto la aclamación unánime que ha recibido el nuevo gobierno -una ayuda de memoria siempre necesaria- y ha devuelto a la mesa la agenda indígena después de todos estos años de (reiterado) olvido.

Lejos ya de su vena revolucionaria, al EZLN se le ofrece (otra vez) la oportunidad de contribuir al debate democrático justo cuando los partidos de oposición parecen más extraviados que nunca, mientras que, jalonado por la exitosa vena pragmática de sus primeros días de gobierno, al PRI se le ofrece (otra vez) la ocasión de borrar su vena autoritaria asegurando, ahora sí, las condiciones de equidad y justicia que merecen los indígenas.

 

twitter: @jvolpi

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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