Félix de Azúa
Como todos los profesores de universidad que imparten asignaturas más o menos teóricas, cada año me encuentro con alumnos que preguntan, muy esperanzados, acerca de la Sabiduría Oriental. Las preguntas más frecuentes son:
“Ya, pero eso, ¿no lo habían dicho mucho antes los budistas?”.
Según parece, lo de haberlo dicho “mucho antes” es importante. Ni conciben que pueda haberse dicho algo “mucho antes”, pero muy mal.
O bien:
“A mí me parece que lo que estás contando de Hegel está copiado del Tao”.
Esta frasecita se usa cuando todo es un lío y no me entero de nada señor profesor y se me va la olla, ya lo dice el Tao.
Son dos clásicos, aunque también abunda el de la “unidad sagrada con la naturaleza” de los hindúes. Los “hindúes” suele ser algo muy general, como quien dice “los chinos”.
Siempre me ha llamado la atención que en cambio nadie afirme “eso ya lo dijeron los griegos” o incluso “eso está copiado de Heráclito”. No. Lo oriental es francamente popular, en tanto que lo occidental es para los empollones.
La popularidad del “pensamiento oriental” me parece misteriosa. Supongo que se corresponde con un horóscopo de segundo grado o la quiromancia preuniversitaria. En todo caso, el paso previo a tomarse en serio uno mismo, ejercicio que muy pocos estudiantes logran llevar a cabo en la universidad.
Para combatir la superstición de la Sabiduría Oriental hay dos caminos, poner a los optimistas a estudiar rigurosamente la filosofía oriental hasta que se harten o escriban un libro sobre budismo zen. O bien darles a leer (y a pensar) aquello que Kafka le respondió a Janouch en cierta ocasión.
“Le presté a Kafka una traducción alemana del libro religioso hindú Bhagavadgita.
Kafka dijo:
– Los documentos religiosos hindúes me atraen y me repelen a un tiempo. Al igual que un veneno, en su interior contienen algo tentador y algo repulsivo. Todos estos yoghis y magos no dominan la vida física a través de su amor ferviente a la libertad, sino a través de un odio frío e inconfesado a la vida. La fuente de las prácticas religiosas hindúes es de un pesimismo insondable”
(Gustav Janouch, Conversaciones con Kafka, Destino, p.158)
Así me lo parece. En contra de la creencia juvenil en una mayor integración de los humanos y el cosmos y la naturaleza y la santísima virgen, en la filosofía oriental se respira el terco rechazo de la vida que aún no ha concebido su primera lucha contra la tiranía divina. El sometimiento, la sumisión al Destino, se dan por descontado, son la condición de posibilidad del pensamiento. Para un occidental, esa es una esclavitud inventada por el propio esclavo. La peor de todas.
Lo que Kafka llama “pesimismo oriental” llega hasta la patética Rusia de los zares y burócratas. No hay una sola página de Dostoievsky que no transpire esa dramática (y sublime) esclavitud asumida. Es seguramente la fuente de la increíble fortaleza, el inaudito coraje de aquellos pueblos durante el infierno de la guerra y del estalinismo.
Los adultos pueden estudiar Sabiduría Oriental sin ningún peligro, e incluso copiarla, como hizo Schopenhauer. No así los jóvenes. Es conveniente apartar a los estudiantes de toda contaminación oriental. O que la practiquen los fines de semana, como el éxtasis. Son lo mismo. Pura resignación.