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Señales apenas perceptibles

Por 28 de febrero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

En uno de mis últimos saltos a Londres, hará un par o tres de años, tuve la impresión de que me había percatado de algo, pero tardé en saber lo que era.
Como en cada ocasión, me había acercado al British para pasear por las grandes naves sombrías. Uno se siente muy a gusto bajo las alas de las esfinges asirias o en compañía de un Horus gigantesco tallado en basalto.
Suelo concluir el paseo en la magnífica instalación de Lord Elgin, ese admirable ladrón, no por una particular debilidad hacia Fidias, sino porque es la sala mejor iluminada y da mucho sosiego acabar la visita de los monstruos asiáticos junto a los dioses occidentales con forma humana. Sin embargo, en aquella ocasión me pareció advertir algo raro y salí de allí con el alma encogida.
Sólo mucho más tarde caí en la cuenta de que la prodigiosa hecatombe, la procesión de guerreros a caballo, la finas mujeres de rectos peplos, estaban allí para mí solo. Quiero decir que no había nadie más en la sala. En cambio, recordé que los espacios dedicados al arte egipcio rebosaban de turistas, colegiales, aficionados, quizás expertos.
Que la sala del Partenón estuviera vacía y repleta la de las momias y demás parafernalia piramidal, me dejó helado. Me pareció intuir el fin de un camino que desde la Ilustración dieciochesca, a través de las vanguardias formalistas de los años treinta, había mantenido en pie la relación entre el entendimiento y el sentimiento como fuerzas equipotentes. Y que ahora estaba comenzando una nueva etapa en la que el entendimiento carecería de peso frente a un sentimentalismo de aluvión.
No es la primera vez. En tiempos de Chateaubriand, y a pesar de la indudable expansión científica del momento, los intelectuales y artistas decían preferir el misterio a la claridad. Aquel romanticismo tardío gustaba más de los nocturnos que de los amaneceres y odiaba los mediodías. La exactitud, la certeza, el recto juicio les parecía cosa de sensuales volterianos. Ellos amaban las someras llamitas que parpadean en las ermitas sin ventana que a veces sobresalen entre la nieve de los Alpes réticos. Un románico egipcio, para entendernos. Y odiaban los despejados templos ateos de Ledoux y Boullée, inundados de luz.
Algo así parece estar volviendo de la mano de los nacionalistas y de los eclesiásticos, una nueva predilección por lo opaco, lo desconocido, lo insondable, lo mágico. Una nostalgia de los faraones y del incesto sagrado. Un menosprecio del ágora y de los banquetes con vino e ideas.
Esperemos que, por lo menos, regrese también el láudano.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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