Félix de Azúa
Le doy vueltas al tercer punto de Steiner (vd. el blog del lunes), cuando dice que todo se ha pensado ya millones de veces. Puede querer decir dos cosas, una claramente artística, la otra quizás moral.
La primera es que a lo largo de millones de años, varios trillones de humanos se han enfrentado a las mismas experiencias con iguales resultados. Cuatrillones de pensamientos sobre el amanecer y el ocaso, sobre el sol, sobre la lluvia. Quintillones de pensamientos sobre la inmortalidad y sobre la igualdad y sobre la armonía y sobre lo pequeño y lo grande y sobre la injusticia.
En este sentido, y a la manera de Borges, dice Steiner que yo soy aquel que fue pez y pájaro, planta y estrella, el mismo que inventó el teorema de la hipotenusa y descubrió los fractales, he sido un guerrero mongol, he comido carne humana, he creído en la reencarnación, he descrito con toda exactitud la posición de Orión, pude distribuir la tierra inundada por el Nilo gracias a la misma geometría con la que navegan los reactores, he asesinado monjas en Tarrasa, y así sucesivamente.
Pero (y aquí viene el momento de la tristeza, siempre según Borges), yo no soy aquel en cuyos brazos desfallecía, por ejemplo, Elena de Troya.
Ahora bien. ¿No lo soy? ¿O Elena siempre ha encontrado su Paris? ¿Una y otra vez? ¿Millones de veces y millones de guerras? ¿La está abrazando algún Paris ahora? ¿En una isla del Pacífico? ¿En una central nuclear rusa?
El sentido moral sería más bien el de Nietzsche y su eterno retorno. El número de átomos es hoy el mismo que cuando estalló el Big Bang.
Si imaginamos la temporalidad cósmica como el líquido de la pecera donde flotamos, no hay novedad posible, de modo que una y otra vez repetimos pertinazmente las mismas figuras disfrazadas con formas que parecen novedosas. Como decía Ferlosio, sólo cambia el rostro de los dioses, pero no su terca e insistente tartamudez. Las novedades son siempre formales, nunca substanciales. El cosmos es nuestro córtex.
Bueno, en esta segunda posibilidad por lo menos podemos recordar. De hecho, no hacemos otra cosa, recordar y recordar, como el esclavo de Platón que sabe geometría sin saberlo. A cada nuevo rostro del dios, renovación del embalaje. Ya me conformaría.
Pero no. Resultaría entonces que yo soy un recuerdo de mi mismo. Prefiero no recordar.