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Que dialoguen ellos

Por 6 de marzo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Los principios o ideas sobre los que se construyen las grandes culturas son muy escasos, apenas un puñadito. Occidente, por ejemplo, se fundamenta sobre la duda permanente, la desconfianza hacia las ideas recibidas, la inquietud, la sospecha. Esta incapacidad para obedecer y resignarse durante mucho tiempo, es en verdad uno de los principios más originales de la cultura occidental. Los occidentales están persuadidos de que la vida sobre el planeta es experimental.

Oriente quiere ahora ocupar mayor espacio en los informativos, pero sólo puede hacerlo mediante la fuerza bruta, como si fuera un fenómeno meteorológico. Carece de otros utensilios. Y ni siquiera puede usar la brutalidad de un modo injusto, pero comprensible, como los colonizadores de antaño, sino de un modo insensato. El suicidio es la más evidente confesión de impotencia que pueda hacer un humano.

Todo lo cual es, sin embargo, aceptable y se resume en que esa cultura carece de principios o ideas que pueda exportar. No tiene nada que ofrecer.

Lo que resulta más difícil de aceptar es que los millones de islamistas que viven en Francia, en la Gran Bretaña, en Alemania o en España, se sientan unidos a los que viven en Irak, Palestina o Afganistán. Es como si los afroamericanos de Washington sufrieran como propias las tragedias de Nigeria y de Uganda.

Entendemos perfectamente que un afroamericano no sienta ninguna afinidad con sus parientes de África. En cambio, parece como si fuera lógico que los islámicos europeos de tres generaciones se sintieran concernidos por lo que sucede en Indonesia, Pakistán, Sudán o Yemen. Sin embargo, ¿qué pueden tener en común? ¿Un dios? ¿Y cómo se comparte un dios? Quizás sólo comparten el resentimiento de su incompetencia.

La unidad mundial de los islamistas es tan incomprensible que uno adivina una enorme mentira, similar a la de la fraternidad del proletariado. Como escribía Glucksmann en su artículo del sábado pasado: ¿choque de civilizaciones? ¡Ni hablar! En todo caso, choque de filosofías. Y ambas occidentales.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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