Jean-François Fogel
La noticia del día para mí llegó de Río de Janeiro. La escuela de samba Vila Isabel, patrocinada por PDVSA, la empresa estatal de petróleo de Venezuela, fue proclamada campeona del desfile del carnaval en el sambódromo de Río de Janeiro. Había empatado con su rival, Académicos de Grande Río, pero su carroza principal, con una estatua de Simón Bolívar de 14 metros de altura, y sus bailadores dominaron en el “samba-enredo”, un requisito de los jueces, que se basa en el tema Soy loco por ti, América.
Según los sitios brasileños en Internet molestó a ciertas personas oír palabras en español en el recorrido del vencedor:
“Cumplido el sueño del Libertador
la esencia latina
es la luz de Bolívar
que brilla en un mosaico multicolor
para bailar la bamba
entrar en el samba
sonido latinoamericano
al compás de la felicidad
hará palpitar mi corazón”.
Los ochos carros de la escuela componían un homenaje a los pueblos de América Latina contando sus tragedias. Estaba el rojo del fuego de la violenta conquista, y parece que esa luz era de lo más bonita en los pechos desnudos de las chicas que se movían en la celebración histórica. Eva Perón avecinando con el Che Guevara mostraba la voluntad de complacer a todos incluyendo a los vecinos argentinos. Lo más sorprendente: Bolívar no llevaba su espalda de siempre sino, como Cristo, su corazón en una mano extendida.
En el momento en que se debate tanto el papel de la inversión en un mundo globalizado (escribo en Francia donde el gobierno hizo una trampa para rechazar a un grupo italiano en la energía pero finge ignorar la entrada de una empresa que viene de la India en el acero), en un mundo donde se hace mucho para sacar utilidades de la economía de los vecinos, hay que meditar lo que significa una inversión para promover el corazón de Bolívar.
Todos los estudiantes lo saben, cuando Bolívar viaja, va al norte, a Kingston, Jamaica, para escribir, el 6 de septiembre de 1815, la famosa carta que explica el proceso histórico de descolonización de un continente: “… no somos indios, ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país, y los usurpadores españoles…” Cuando Bolívar redefine su visión política, lo hace en el congreso de Angostura, en Venezuela. Y, por fin, cuando cumple con su destino, muere en la más perfecta novela de Gabriel García Márquez, huyendo de una ingratitud ineludible para descansar en una finca costeña de Colombia. Ahora, hay que decirlo con toda sinceridad, para mí relector de la novela del Gabo como de la carta del Libertador, aquella aparición en un sambódromo es un acontecimiento que me deja despistado. Creía haber leído una historia y ahora aparece un nuevo capítulo.