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‘Quantus tremor’

Por 13 de octubre de 2021 Sin comentarios

'Immanuel Kant' (1768), por Johann Gottlieb Becker.

Félix de Azúa

 

‘Los últimos días de Immanuel Kant’ es un documento de alto valor literario que ahora reedita Firmamento

 

Que Immanuel Kant fue un gran hombre lo demuestra el hecho de que Antonio Machado le dedicara el siguiente cantar: “¡Tartarín en Koenigsberg!/ Con la mano en la mejilla/ todo lo llegó a saber”. Porque en aquella remota ciudad de apenas unos miles de habitantes de la recóndita Prusia oriental, un hombrecillo de escaso tamaño y algo cheposo, sin ayuda de nadie llegó a conocer los más foscos límites de la conciencia. Sus tres “Críticas de la razón” son, aún hoy, la meta final de la filosofía clásica. Luego ya vendría Hegel y a partir de él la desintegración moderna.

Pero incluso Kant, uno de los faros de la historia de la humanidad, era mortal. La muerte de los héroes ha solido propiciar la meditación y la reflexión trascendente, como puede comprobarse en Plutarco, pero el caso de Kant tiene una secuela curiosa. El célebre opiómano inglés Thomas de Quincey copió los apuntes del albacea de Kant, un tal Wasianski, quien había anotado minuciosamente el eclipse del ídolo, y lo tradujo en un documento de alto valor literario, Los últimos días de Immanuel Kant, que ahora reedita Firmamento. Es una narración que espeluzna y al mismo tiempo ayuda, como dije, a la reflexión y al juicio.

La terrible muerte de Kant tiene todos los componentes del horror: la decadencia del cuerpo, el estupor del espíritu, la putrefacción de la conciencia, el final inerme del hombrecillo convertido en un montón de trapos con sus amigos mirando el reloj por ver si se acababa de una vez. No había cumplido los 80 años. Todos los que ya vemos en el horizonte la dentadura amarilla de la Señora, lo hemos leído sin respirar. Los más jóvenes conocerán una vida ejemplar y una muerte modélica. Por fortuna, en toda la primera parte también aparece el Kant vivo, original y benéfico. El relato del opiómano es gran literatura.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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