Félix de Azúa
Veo con satisfacción que se agotó la novela Níquel, de Francisco Ferrer Lerín y que la editorial Mira va a reimprimirla. Es una narración onírica de incestos, canibalismo y asesinatos, con una etapa al servicio de la CIA seguramente autobiográfica.
Su autor, Paco el Pajarito para los amigos, aunque también Paco el Buitre, es uno de los pocos personajes literarios que quedan en España. Quiero decir que su vida es tan literaria como sus escritos y todos cuantos le conocemos contribuimos a mantenerla en su mítico lugar. Tahúr, regenerador de los buitres leonados (a los que salvó de la extinción), ornitólogo y poeta, es un artista muy poco hispánico. Podría ser californiano.
En una ocasión íbamos él y yo en su Cuatro Ele por carreteras de la provincia de Huesca, camino de un comedero de buitres en donde debíamos depositar una gran cantidad de carne que habíamos cargado en el Zoo de Barcelona. Los zoológicos son centros con diarias y espantosas muertes que se ocultan al público para no atemorizar a los niños. Todos los días casca un camello, un cérvido, un búfalo, o pare la orangutana su triste cría muerta de cada temporada. Un poco de todo eso llevábamos en el maletero.
No lejos de Canfranc nos internamos por un camino de segundo orden. Y en ese momento los vimos. La pareja de la Guardia Civil estaba apostada en una curva y nos hizo las señales habituales, naranjero en ristre. Paco, con la más fría de las indiferencias, me dijo:
“No hagas nada raro. Ni te muevas. Este es un camino de salida hacia Francia y lo suelen usar los de la ETA”.
Creo que exclamé algo así como “No me fastidies, hombre, Paco, con lo que llevamos detrás…”. Pero era aún peor.
“Llevo observando, hace ya rato, que estamos dejando un reguero de sangre. Alguna de las piezas se me está vaciando”.
Cuando metieron los cañones por las ventanillas, comprendí que los civiles también se habían percatado. Con las manos detrás de la nuca y el charco de sangre a nuestros pies, la identificación no fue exactamente caballerosa.
Paco, sin embargo, no sólo logró convencerles de que éramos naturalistas (entonces no existía la bastarda palabra “ecologista”) camino de un muladar, sino que acabaron por montar en el coche y acompañarnos muy joviales hasta el comedero, “Para que no les pase nada irreparable”. Años más tarde, fueron dos de los más eficaces defensores del ecosistema aragonés que ha dado la Benemérita.
La editorial Artemis, además, publica su poesía completa con el título de Ciudad Propia. Poesía autorizada. Lo de “autorizada” es puro Paco. Un genio del matiz lingüístico.