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No todo tiempo pasado

Por 19 de octubre de 2022 Sin comentarios

Félix de Azúa

 

Los monumentos en la antigua Roma se elevaban como desafío al tiempo, de modo que estaba prohibido repararlos o restaurarlos, pero los renacentistas italianos rompieron esa consideración de la temporalidad y dieron a las ruinas una vida perdurable

Contaba Albert Speer a sus amigos que cuando Hitler examinaba los planos de sus obras colosales, siempre exigía más volumen, más infraestructura metálica, más poderío. Speer se desesperaba, hasta que un día Hitler le expuso su plan: “Lo que yo quiero [dijo el infame] es que cuando dentro de miles de años estos edificios se hayan convertido en ruinas, tengan la misma grandeza de las antiguas ruinas romanas”. Speer idealizó la escena en sus memorias poniéndose como protagonista, mediante una acuarela con ruinas hitlerianas que, dice, agradaron mucho al monstruo.

Tiene la ruina, como objeto de culto, una doble imagen. No debemos olvidar que las palabras “ruina” y “ruin” son familia, pero si la segunda significa “vil, bajo y despreciable” (RAE), la primera sufrió una mutación en el Renacimiento italiano que la convirtió en símbolo sublime, un significado que no recoge el diccionario de la RAE. De tener un sentido peyorativo como amontonamiento de cascotes y pedruscos, pasó a significar la memoria de una Edad de Oro.

Como cuenta con talento y buen estilo Manuel Gregorio González (Las ruinas. Una historia cultural, Athenaica, 2022), esa transformación se llevó a cabo en los siglos XIV y XV por obra de los primeros humanistas, y provocó una revolución gigantesca, no por las ruinas mismas, sino porque inauguraba una nueva concepción del tiempo. En el momento en que aquellos restos lanzaban la imaginación hacia tiempos más grandiosos, dignos y elevados, se escindía la temporalidad en lo que comenzó a llamarse “edad oscura” como opuesta al “Renacimiento”. La oscuridad se debía justamente a la ausencia de luces que se atribuía a la Edad Media y lo que renacía era la razón, la armonía, el orden constructivo, el espacio perspectivo, la luz. La vida de la humanidad quedaba quebrada en dos gigantescos ciclos, el del cristianismo y el de un nuevo clasicismo.

Es sorprendente ese rescate de las ruinas como objetos simbólicos (que llega hasta Hitler) en una época como la nuestra, cuando no hay ni puede haber ruinas. Las que ahora dejamos son como los restos de la ciudad de Dresde, arrasada por el bombardeo aliado, vista desde la altura del Ayuntamiento. Las contempla una turbadora estatua de la Bondad, en una fotografía de Richard Peter tomada en 1945. Es una de las imágenes de entre otras muchas que figuran en este libro admirable.

La paradoja mayor es que en Roma, los monumentos (palabra que significa “momentos”) se elevaban como desafío al tiempo, de modo que estaba prohibido repararlos o restaurarlos. Aquellas familias que construían algo en memoria de sus hazañas debían gastar mucho dinero para que duraran lo más posible. Se dice que algunas noches acudían sirvientes a escondidas para arreglar los desperfectos. Los renacentistas italianos rompieron esa primera consideración de la temporalidad y dieron a las ruinas una vida perdurable que ha subsistido hasta hoy. Bien es verdad que con cambios substanciales: no tienen nada que ver la idea romántica de las ruinas y la renacentista.

Cavilemos, con Manuel Gregorio González, esos cambios y qué sentido tiene vivir en una época en la que las ruinas ya no son posibles más que en su sentido más destructivo.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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