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Místicos

Por 19 de diciembre de 2005 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

La religión, la necesidad de acudir a un Ser Supremo en busca de ayuda, se cuela por todas partes, sobre todo en aquellos que creen no necesitar a nadie. Son los que más fácilmente se ponen de rodillas.
A propósito de la destrucción del litoral valenciano, acabo de oír que “se trata de una zona de alto valor ecológico”. Lo decían en la tele nacional catalana, una mina de eufemismo y corrección política desde que la controlan los de Carod. No han dicho “una zona de gran valor natural” o “paisajístico”. No. Su valor es “ecológico”, lo cual quiere decir que es un lugar considerado valioso por la ciencia de la ecología. No por sus habitantes o visitantes, sino por los expertos en ecología. El litoral valenciano es, por lo tanto, una zona de extensión universitaria. No pueden construirse más monstruos de cemento porque irían contra la ciencia. No porque sea una salvajada, un latrocinio, una inmoralidad, sino porque es poco científico.
Evidentemente, la ciencia es aquí la invitada de piedra. Los políticos y periodistas (¿habrá que empezar a escribir los “polidistas”?) utilizan la palabra “ciencia” como los curas usan la palabra “revelación”, como un término mágico que garantiza la verdad y la vida eterna. No hay en ellos, sin embargo, mayor respeto por la ciencia que en los que viven de echar el Tarot.
Informa el siempre excelente Florencio Domínguez que el terrorista Kándido Aspiazu, el que le pegó dos tiros a Ramón Baglietto, responde en una entrevista a un periodista alemán: “Yo no soy un asesino. Maté por necesidad histórica”. Es uno de los mejores ejemplos que he leído de religión enquistada en el cerebelo de un creyente. Este energúmeno dice estar respaldado por la Historia, como Franco decía estar respaldado por Dios. La “necesidad histórica”, viejo término estalinista, ha sobrevivido hasta nuestros días en su forma más degenerada y leprosa.
Hace pocos días tuve una disputa similar a propósito de la Historia Trascendental del Arte, sección Música, departamento de Dodecafónicos. Dije que no hay tal cosa como una “necesidad histórica” que justifique el valor de un artista o de su obra. Se me lanzaron a la yugular los creyentes del Arte Revelado.
Este país está enfermo de Historia Sagrada.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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