Félix de Azúa
Dentro de cien años alguien estudiará (si es que queda gente en este perro mundo) los líos que se hacían los habitantes del siglo XXI para distinguir entre lo real y lo virtual, lo verdadero y lo ficticio.
James Frey se hartó de enviar su novela a editores que la rechazaban sin apelación, de modo que en un ataque de lucidez cambió de género: dejó de definirla como “novela” y comenzó a presentarla como “autobiografía”. No sólo se la publicaron de inmediato, sino que fue un éxito de ventas gracias al apoyo de una gran estrella mediática, Oprah Winfrey, tan bien informada ella como casi todas las estrellas mediáticas. Ahora, Oprah ha afeado a Frey su traición (“has engañado a millones de lectores”) y llora amargas lágrimas, en lugar de asumir su incompetencia y reconocer que fue ella quien los engañó.
El mismo texto puede ser un éxito si se lee como “verdadero”, pero ni siquiera se publica si se considera “ficción”. En realidad, estamos ante un clásico. Los célebres “Protocolos de Sion” escritos por feroces antisemitas, tienen un éxito loco entre los islamistas gracias a que esa gente los toma por verdaderos, aunque para cualquier lector sensato es evidente que son una patraña inverosímil. Lo que no hace sino constatar que la mayor parte de la gente sólo quiere ver y leer aquello que confirma sus opiniones, prejuicios, supersticiones, odios, enfermedades mentales y manías. El secreto del éxito es coincidir con las manías, enfermedades mentales, odios, supersticiones, prejuicios y opiniones de un gran número de ciudadanos.
Entre las manías y enfermedades mentales del público del siglo XXI debemos incluir el respeto religioso por la “realidad” y la “verdad”, aunque con un relevante matiz: a casi nadie importa seriamente si es o no verdadero y real un texto, una foto, un documental, un artículo, un reportaje, un libro, una teoría científica, un descubrimiento médico, una película. Nadie tiene tiempo para comprobarlo y muy pocos podrían hacerlo aunque tuvieran meses para ello. Lo que importa es que lo parezca, que simule adecuadamente la verdad y lo real.
El simulacro de realidad y el simulacro de verdad, ese es el verdadero alimento de nuestra sociedad. Porque lo cierto es que apenas nadie soporta ni la verdad ni la realidad cuando se presentan de forma indudable, intransigente y cruda. El público sólo aguanta las imitaciones. A poder ser, garantizadas por una estrella mediática.