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Lo que está preso en las redes

Por 24 de febrero de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Quienes pasamos muchas horas leyendo, luego escribiendo, o bien escribiendo, luego leyendo, sufrimos a veces una confusión y no sabemos si lo que acaba de suceder lo hemos leído, escrito o vivido. No es por darse importancia. Es una enfermedad laboral.

    Una de nuestras confusiones más comunes es la persecución o el acoso. Basta con que nos seduzca un detalle, futesa, palabra u ornamento para que surja por todas partes, multiplicándose como ranas tras el chubasco. Sucedió que el pasado verano topé con un párrafo admirable de Malraux en el que describía a la deidad más temible de la teología universal. La diosa Ananké carece de cuerpo, rostro, figura o aspecto. Nadie sabe ni siquiera si existe, pero conocemos sus efectos. Y estos son lo que llamamos "la fatalidad", aquello que forzosamente sucede y no hay modo de evitarlo.

    La diosa Ananké es tan poderosa que domina a todos los dioses, los doblega, le obedecen. Si Ananké así lo decide, ni Zeus puede evitar lo que fatalmente va a suceder. Cuando entiendes por primera vez una palabra, te sobrecoge, así que no tuve más remedio que escribir un capítulo entero sobre esta diosa terrible e ignota. A partir de entonces comenzó a asomar por todas partes. Hoy daré cuenta del último acecho.

Un médico polaco de nombre impronunciable, Andrzej Szczeklik, en un precioso tratado de medicina lírica titulado Catarsis (Acantilado), describe las redes de conexión entre cosas, personas, astros, plantas, minerales, en fin, la totalidad del universo. Es la telaraña cósmica tejida por Ananké en cuyas ligaduras caemos presas de la fatalidad. La medicina es la exploración de los enlaces y contactos que tejen la red de la necesidad. Los médicos se deslizan arriba y abajo por los cables que construyen la red de Ananké tratando de deshacer nudos, remover vínculos, atar nuevas conexiones que liberen a los pacientes de su dolor y su condena.

Los médicos, cuando son dignos de este nombre, son los únicos a quienes Ananké permite la cercanía. De ahí que los veamos insondables, lejanos, incognoscibles. Necesarios.

 

Artículo publicado el domingo 21 de febrero de 2010.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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