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Por 27 de marzo de 2009 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

El título que encabeza este artículo fue coreado por miles de estudiantes españoles, con el ritmo exacto de las sílabas propuestas, hace unos cuarenta años. Algunas cosas duran mucho, pero ninguna dura para siempre. Me asombró volver a oír la cantinela el otro día, en los mil reportajes sobre el desalojo de la Universidad de Barcelona.

    Cuando esta canción sonó por primera vez, España era un país que se mantenía en el tercer mundo con el fin de que unas cuantas familias vivieran en el primero. Esas familias (madrileñas, sevillanas, vascas y catalanas), nunca lograron vivir en el primer mundo, pero les hacía ilusión creerlo. Y entonces se compraban un Dodge. Era patético. En cambio, la universidad española era, sin la menor duda, un centro educativo del tercer mundo. Es decir, un centro de adoctrinamiento y represión en el que nos enseñaban el sentimiento de pertenencia, la importancia de la lengua y el amor a la nación. En ese orden, la educación sigue teniendo un componente arcaico: nuestra confusa autoridad no cree que la enseñanza sirva para que la gente se entere de algo, sino para fabricar súbditos apasionados por el delirio de los jefes.

    Sólo gracias a un conservadurismo pétreo puede seguir sonando la cantinela de la policía y de la universidad. ¿Qué es lo que impide la fraternidad de policías y estudiantes, cuando lo tienen todo en común? Son de la misma clase social, cobran poco, soportan jefes absurdos, los ciudadanos les hacen la pelota pero prefieren tenerlos lejos de casa, en fin, en un examen rápido constataríamos que policías y estudiantes piensan lo mismo sobre casi todo, son del mismo equipo de fútbol, ven los mismos programas de TV, juegan a lo mismo en la Playstation, compran ropa de la misma marca, ligan en el mismo establecimiento nocturno, en fin, que no sé en qué se distinguen una vez dejan la porra unos y el porro otros.

    ¿Alguien cree todavía en la rebeldía ontológica del estudiante? ¿Ese tópico francés? El universitario (he conocido sobre diez mil) es últimamente persona sosegada, de usos regulares, ideas adquiridas en los medios burgueses, atento con la jefatura patria, astuto para sortear a la familia, etcétera. Por supuesto, del Plan Bolonia no conoce ni el párrafo introductorio. Y aunque lo conociera da lo mismo, porque sin plan Bolonia los títulos españoles no servirían en Europa. Tal como van las cosas, ni en España: sólo en la Comunidad Autónoma. No me parece mal, francamente, pero creí que la idea era formar parte del continente.

    Ahora bien, distingamos. Dentro de la masa estudiantil hay unos cuantos que sí han leído el plan Bolonia y no les gusta. A su vez, los del cuerpo de policía tienen unos jefes que no han leído nada. A partir de ahí se da un choque perfecto entre policías y estudiantes. Los universitarios que han estudiado el plan Bolonia constatan que se trata de hacer la universidad cada vez más empresarial y capitalista. En plata: se quiere acabar con la universidad humanista que ha durado mil años. Ya no sirve a los intereses de financieros y empresarios, que es como decir que no sirve a los intereses políticos. De ahí que unos pocos estudiantes (y excelentes profesores como Jordi Llovet, gran tipo y maestro) se pongan en contra.

    En cuanto alguien protesta pacíficamente ya se sabe que hay dos mil sujetos que van a usarlo para divertirse. Cuando ven una manifestación en Barcelona, sea contra Bolonia, a favor del Barça, por la paz, contra España, o por los porteros de discoteca, de inmediato arman un sindiós. Las Ramblas son criminógenas. La Diagonal o la Gran Vía la cortan tres palurdos. Paralizan la ciudad cien fulanos. Si ustedes eran estudiantes en la España de Franco, recordarán el gusto que daba ver a los conductores cabreados como monas porque unos chavales les decían que de allí no pasaban. Era comprensible: los estudiantes no teníamos coche. Ahora es por tocar las narices. Y entonces adviene el choque perfecto de policías y estudiantes.

    Los jefes políticos ignoran cómo se lleva una revuelta en una urbe como Barcelona. El consejero Saura es el menos adecuado para dirigir un asalto a la universidad porque jamás se ha puesto en la cabeza de un policía, sólo en la de un comisario. Y su director general, que quizás proceda del seminario o del escalafón de La Caixa (no sé ni cómo se llama), hace lo que puede. Y lo que puede es decirle a los policías que despejen el tráfico. En Barcelona un coche siempre es del Barça y tiene prioridad. Los policías cumplen y cargan. Quienes han sufrido una carga saben que es un lío y, según pude ver, los policías tenían dificultades para encontrar un estudiante detrás de tanto fotógrafo, de modo que éstos cayeron como moscas. Forma parte del sueldo.

    Lo chocante es que Saura, su subordinado, y el jefe de ambos y de la Generalitat, digan que la culpa es de la policía. Señores de la autoridad: ni los estudiantes ni los policías tienen culpa alguna ni pueden tenerla. Ambos han cumplido con su obligación y han hecho lo que sabíamos que harían. Los unos tratar de cargarse la barrera, los otros romperle la cara a quien se les pusiera delante. Los culpables son ustedes que no tienen ni idea de cómo se lleva una ciudad. Y que se meten debajo de la cama en cuanto oyen la palabra "conflicto".

Artículo publicado el martes 24 de marzo de 2009.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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