Félix de Azúa
Un agudo refrán francés que suelo repetir una y otra vez por su alta graduación metafísica dice: Partir c’est mourir un peu. Mourir c’est partir un peu trop. Lo que traducido de mala manera sería: «Partir es morir un poco; morir es partir demasiado».
De momento no voy a morir que yo sepa, en fin, si puedo evitarlo, pero sí que voy a partir. O sea, me voy un poco. Será una temporada. Digo yo que estaré ausente cosa de medio año, unos seis meses. Ya me agobia la nostalgia.
Mañana 28 de noviembre se cumplirá un año desde que comencé este blog. Mi propósito era mantener la voz como un tenor wagneriano durante doce meses, o lo que es igual, comprobar que podía escribir todos los días una cantidad apreciable de páginas no del todo triviales, o si triviales por lo menos entretenidas. Un desafío imitado por vía osmótica de los que suele plantearse Clint Eastwood en sus últimas películas, aunque en un terreno infinitamente más fácil. Ya me gustaría a mí poder correr cien metros, incluso tres, como el anciano actor cuando trata de salvar la vida de su presidente.
De mero desafío pronto pasó a obsesión, luego a tertulia insoslayable y finalmente a club de la fraternidad universal. Somos animales sentimentales y como le decía la abuela a mi hermana, el amor nace con el roce, lo que en el caso de mi hermana se ha demostrado rotundamente verdadero para pasmo del orbe y yo lo he comprobado gracias al blog.
Como es lógico, en este momento un tanto embarazoso de la separación vuelve a tomar sentido aquel viejo blog del primero de julio en el que citaba a los periodistas de TVE repitiendo cada vez que abandonaban un marco incomparable: “No es un adiós, es un hasta pronto”. Decía yo entonces que nunca se sabe quién va a regresar, si es que hay regreso, porque no podemos volver a ser lo que hemos sido.
El fluido que nos constituye (un poco de tiempo batido con dos partes de agua) no viene de ningún lugar ni va hacia nada remarcable, pero indudablemente fluye y cambia de aspecto y residencia. Decía Beckett que vivimos en un espacio lo suficientemente amplio como para poder movernos, pero no lo suficiente como para ir a algún sitio. Tan es así que de todos los sitios a los que no podemos ir, el más prohibido es aquel del que partimos. Cuando regrese, si regreso, este lugar no será el mismo lugar. Nuestra orientación, paradójicamente, nos lleva hacia occidente que es donde se pone el sol. Es la dirección equivocada.
En cierta ocasión un sabio dijo que si realmente nos hubiera creado un Dios bondadoso habría planeado la vida del humano totalmente del revés. Habríamos nacido muy viejos y deteriorados. Poco a poco, año tras año, habríamos ido rejuveneciendo hasta llegar a la infancia. Y nuestra muerte no sería sino un plácido regreso al mar eterno de las grandes madres donde dormiríamos mecidos en el líquido amniótico durante toda la eternidad. De haber sido así, en lugar de hacerlo en hospitales y manicomios nos despediríamos de este mundo tumbados en una cunita con sonajeros de colores y esa sonrisa de las criaturas, tan inquietante, tan inesperada, tan imprevisible.
Como nuestro tiempo no es el que imaginaba aquel sabio sino todo lo contrario, ojalá os encuentre por aquí cuando regrese si me toca regresar. Ojalá. Mientras tanto, levanto mi copa por todos los presentes y brindo a la manera de los anarquistas patavinos cuando bebían en homenaje a cuanto hay en el mundo de augusto y temible: Splendore!