Félix de Azúa
Mucha suspicacia ha levantado esta opinión publicada en el blog de la última semana: "Ambos, Degas y Picasso, pertenecen al siglo XIX, por mucho que el segundo se diga la figura más valiosa de la pintura del siglo XX". Quizás merezca la pena dar a esta presa una vuelta sobre las brasas para que suelte su chisporroteante grasilla.
Desde un punto de vista objetivo, Picasso tiene veinte años cuando cambia el siglo. Un artista de tipo picassiano, es decir, berroqueñamente intuitivo, suele haber dado lo mejor de sí mismo antes de cumplir los treinta. Yo diría que tal es el caso del malagueño, cuyas "Demoiselles d’Avignon" son de 1906. No creo yo que el resto de la producción pictórica de Picasso recorra mucho más camino en la terra incognita de la invención. Muy al contrario, o bien se repite hasta el hastío, a la usanza del "Guernica", o bien produce burguesas decoraciones de interior (en sentido ochocentista), tipo Antibes y paloma de la paz. Lo que sigue gustándonos del periodo ballets rusos, del periodo neoclásico, del periodo Niza, de casi todos los periodos, es lo cerca que a veces está de Massacio.
Naturalmente hay una notable cantidad de imaginación formal y cromática (aunque nunca fantasía), en la obra del Picasso viejo, pero no veo yo nada sobresaliente ni exaltante desde el punto de vista seriamente artístico, como no sean algunos grabados muy negros del periodo terminal o el esquelético autorretrato guardado por una multinacional japonesa en Tokyo. Siendo un poco rigurosos, la etapa cubista, la iluminación de Gossol y las "Demoiselles", son lo que tiene probabilidades de durar un centenar de años antes de caer en el olvido. Así que puro ochocientos, como del ochocientos son Van Gogh, Cezanne y Klimt.
Lo definitivo del novecientos, o si se prefiere la terminología periodística, "el artista del siglo XX", es Marcel Duchamp. De su urinario nace lo más interesante, fecundo y duradero del siglo XX, siglo que será recordado por sus carnicerías, totalitarismos, dictaduras, nacionalismos, genocidios, así como por la tecnificación de la vida cotidiana y la autodestrucción del Arte. O lo que es igual, por la instalación extensa de la democracia como sistema de control técnico-mediático de enormes masas nihilistas.
La ruptura que impuso Duchamp hacia 1917 y que (era de prever) tendría su eclosión global después de la bomba atómica, ha dominado el siglo XX como el acontecimiento artístico más apropiado. Sus hijos son legión: conceptuales, arte povera, land art, performance, body art, happening, minimal, y son la imagen real y verdadera del siglo XX, a cuyo lado las "Demoiselles" parecen llevar miriñaque. La ruptura de Duchamp convierte en pasado absoluto aquella prolongación del romanticismo que fueron las vanguardias y coloca a Malevitch o a Rothko junto a Delacroix, como bien saben los museos y los despachos de las multinacionales que no pueden costearse un Monet de gran tamaño.
Para este asunto no hace falta acudir a la más alta teoría. Como dice Paloma, quienes oímos con estupefacción un buen día el primer punk en una discoteca (y en cuanto comprendimos que íbamos a aceptarlo) nos percatamos de inmediato de que los Beatles habían sido arrojados al pasado. Por aquellos años comenzaba un nuevo ordenamiento del arte enteramente distinto al impuesto por los historiadores píamente marxistas del siglo XIX, los grandes historicistas alemanes y los formalistas del siglo XX. El nuevo orden ya no podía perseguirse de marchante en marchante, de galería de arte en galería de arte, de Kunsthalle en Kunsthalle, aplicando juicios inductivos e ingenuos clichés políticos. Ahora estaba todo en los medios de persuasión, cambiaba cada seis meses, y acabaría colgado en Internet, único escaparate del arte después de la muerte del Arte. Desaparecidos los expertos, los sabios, los especialistas, los mandarines, los consensos de la alta cultura, las instituciones doctas y el sentido común de la razón universal, sólo queda el flujo azaroso de lo que se derrama o gotea por los canales y redes, es decir, lo que exuda la ternura del caos.
Todo lo anteriormente descrito no tiene nada que ver con esa trivialidad que son "los gustos personales". A mí, por ejemplo, los que me gustan en serio son Poussin y el Sassetta, pero los gustos personales sólo tienen interés en las reuniones de hombres y mujeres durante las cuales y gracias a la abundancia de vinos y licores se discute acaloradamente de filosofía anglosajona, viajes por los montes suizos, música postserial, anécdotas bien narradas sobre grandes hombres desaparecidos, libros que no habríamos debido leer, mujeres del siglo XVIII, fútbol, robos en los expresos internacionales, peculiaridades sexuales del golden retriever y asuntos similares.
Sobre el espectáculo de Picasso humillado por Duchamp hay mucha información y claro juicio en el recién editado ensayo de Gerard Vilar titulado "La Desartización. Paradojas del arte sin fin" (Universidad de Salamanca).