Félix de Azúa
En el interior de la inexpugnable fortaleza de Hegel, aquella pirámide del Saber Absoluto que roza el techo del cielo, todo el espacio es sagrado, pero hay una habitación de la risa. La describe en la Fenomenología, pero aparece una y otra vez en su Filosofía del Arte. Aprovecho la fecha infausta para largarles su descripción. La espiral del conocimiento teórico que asciende fatalmente hacia el Concepto, va superando estadios mediante saltos dialécticos. Cada nuevo salto sitúa al Espíritu en un escalón más cercano del Saber Absoluto. Sin embargo, el Espíritu da saltos discretos, pero también los da abismales. Un salto discreto es, por ejemplo, el que lleva del templo hindú cubierto de cuerpos en copulación a la abstracta pirámide, de la escultura griega al sarcófago romano, de la basílica románica a la catedral gótica. Un salto abismal, en cambio, es el que asciende de Oriente a Occidente, del politeísmo al monoteísmo, del Antiguo Régimen a la Revolución Burguesa. Pues bien, cuando se va a producir cada uno de estos saltos mortales, aparece la comedia. El chiste de la Esfinge abre la puerta del conocimiento con Edipo en Tebas. Aristófanes se burla de Sócrates que “está en las nubes”. Don Quijote anuncia el fin del mundo cristiano muriendo cuerdo. Marivaux y Beaumarchais preparan la decapitación del Rey con doncellitas descaradas y sensatas. Una carcajada saluda cada fin-de-mundo a lo largo de la historia de la especie. Dice Hegel que tal cosa sucede cuando los humanos se sienten aliviados: ¡por fin pueden abandonar las convenciones y rituales que les han esclavizado a una sociedad muerta! La sensación de libertad produce risa. Me pregunto qué pensaría de nuestro tiempo. Es cierto que, mires adonde mires, te ataca la risa boba de un cómico parlamentario, periodístico, televisivo, que todo es un chiste, que domina por doquier el escalofriante pendón que pasean los celebrantes del Entierro de la sardina de Goya, aquella carota imbécil, deformada por una risa beocia. No veo, sin embargo, alivio ninguno en la esclavitud de las viejas creencias y rituales. Todo lo contrario. Hay mucha risa, sí, pero es moralizante, dogmática y agraviada. Tiene muy poca gracia. ¡Qué diferencia con la ligereza, la agudeza, el desenfado de Las bodas de Figaro! No será comedia. Será nuestro modo de representar la tragedia.