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Viviendo en KingKonglandia

Por 13 de diciembre de 2005 Sin comentarios

Marcelo Figueras

A veces creo que la maquinaria promocional ha reducido al mundo entero al espacio comprendido entre cuatro esquinas.
La sensación me asaltó por primera vez hace ya algún tiempo, cuando en el lapso de unos pocos días salté de Buenos Aires a Madrid y a Bogotá. Las tres ciudades estaban empapeladas de ceca a meca con las imágenes de Matrix 3: en carteleras y en muros, en afiches y en gigantografías, en los televisores encendidos de los metros y también en los videowalls armados en las vidrieras de los negocios. Aun cuando había viajado en aviones y atravesado aduanas, tenía la impresión de no haberme movido nunca del sitio original. Las ciudades habían perdido parte de su identidad para transformarse en el escenario de Matrix. Ya no eran ciudades, sino tan sólo pantallas.
Hoy la excusa es King Kong, la remake del clásico de Schoedsack y Cooper que marca el retorno al cine de Peter Jackson después del éxito de El señor de los anillos. Esta vez no tengo a la vista más muros que los de Buenos Aires, pero estoy seguro de que el gorila también frunce su ceño hirsuto en Madrid y en Bogotá, en New York y en el DF, en Barcelona y en París, ya que su estreno mundial está previsto en simultáneo entre el 14 y el 15 de este mes. Más allá de los valores del film, lo que me perturba del blitz promocional es la efectividad con que la maquinaria propala su música ensordecedora en todas partes y en simultáneo. Desearía tener la libertad de no ver el rostro del gorila por doquier, la libertad de no oír la música del film a toda hora, la libertad de no enfrentarme en cada canal de TV con el trailer que me obliga a tragarme sus imágenes.
Sueño con una isla remota, o cuanto menos con una ciudad que no sea espejo de todas las otras.
Está claro que necesito vacaciones.

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La maquinaria existe desde hace mucho, pero distaba de ser así de efectiva. Recuerdo mis sufrimientos de cinéfilo adolescente, al preguntarme cuándo se estrenaría la película equis que mis equivalentes europeos y estadounidenses ya habían visto y celebrado meses atrás; también consideraba, por supuesto, la terrible posibilidad de que nunca se estrenase en Buenos Aires. (Como nunca se estrenó La última tentación de Cristo, por ejemplo: en esa oportunidad me subí a un barco y me fui a verla a Montevideo.)
El cinéfilo adulto que hoy soy celebra ver tantos films-evento en simultáneo con las grandes capitales, pero extraña la sensación de estar en otra ciudad y sentirse en verdad en otra parte. Creo que no tengo esta sensación de estar realmente en otra parte desde que estuve en Palestina. Allí no había imágenes de Matrix ni de Harry Potter ni de King Kong, no sólo porque los palestinos casi no están en condiciones de ir al cine, sino porque en su patria casi no hay muros.
En Palestina hay, ante todo, piedras.

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Si Orson Welles viviese y tuviese otra vez veinte años, no se contentaría con dramatizar La guerra de los mundos en la radio, sino que soñaría con utilizar esta industria propagandística para crear una realidad nueva. Cualquier mentira propalada a través de tantas bocas produciría de inmediato un efecto de verdad, dado que todo el mundo sería sometido a la misma información en el mismo momento. ¿O no ha dejado el mundo de ser mundo en estos días, para convertirse más bien en KingKonglandia?

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Propongo que cada uno de nosotros haga algo que convierta a nuestro lugar en otro lugar, aunque más no sea durante algunos minutos.
Rezar en voz alta la oración de una religión nueva.
Velar un muro, para evitar que sea utilizado como pantalla.
Vivir como un ciego durante un día entero, para registrarlo todo con los demás sentidos.
Inventar palabras para realidades que aun no han sido definidas por el lenguaje, como el cansancio que sienten los ojos ante la saturación de imágenes.
Ustedes son libres. Imaginen.

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Sinclair Lewis escribió alguna vez que la publicidad era un factor económico valioso porque representaba la forma más barata de vender mercancías, particularmente cuando las mercancías carecen de valor alguno. Pero hace ya mucho que la publicidad ha dejado de vender mercancías, para vender en cambio un estilo de vida.
Pregúntenle a los chinos y a los musulmanes. Ellos son el nuevo target, el mercado a inundar con bienes prescindibles y sensaciones predigeridas.
En inglés también se le dice target al blanco al que se apunta con un arma.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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