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Ciudad

Por 22 de febrero de 2022 Sin comentarios

Puente de Isabel II, conocido como puente de Triana, en Sevilla.

Félix de Azúa

 

Es para mí una obligación volver cada año a Sevilla tratando de entender el tránsito del poder, el giro de la Fortuna

 

Durante dos siglos fue Sevilla la capital de Europa, que es como decir del mundo porque el mundo nuevo que estaba emergiendo lo hacía justo en los talleres, dársenas, atarazanas y palacios sevillanos. No lo digo para gloria de Sevilla, sino para memoria nuestra. Es para mí una obligación volver cada año a aquella ciudad tratando de entender el tránsito del poder, el giro de la Fortuna.

Hace justo 100 años, en 1921, publicaba Chaves Nogales uno de sus primeros y juveniles libros, La ciudad, magníficamente editado por Ignacio Garmendia en la imprescindible Obra completa del escritor (Libros del Asteroide). Es instructivo ver si algo queda de la Sevilla de hace un siglo. La prosa del Chaves veinteañero no es aquella navaja afilada en un pedernal de inteligencia como lo fue la del Chaves adulto, pero así y todo da una idea muy fina de cuáles eran los grandes palos que aún permitían navegar a la nave hispalense y dejan ver, en transparencia, lo que de ellos queda hoy en día, que es muy poco.

Algunos elementos esenciales son ahora algo distinto e incluso opuesto. En tiempos de Chaves el paseo del Guadalquivir era para la nobleza, como los Campos Elíseos de París. El camino era entonces limitado (“desde el Puente de Triana hasta la Villa Rosa”) y es hoy kilométrico, pero el cambio mayor es que entonces era río y hoy no lo es. Se trata de una deidad muerta, aunque su simulacro actual posea un encanto indudable. Fue necesario matarlo porque era un dios antropófago, como los aztecas, y devoraba sevillanos en cada crecida. Otras divinidades no han cambiado, así el Jesús del Gran Poder, que sigue estremeciendo a quienes lo ven volar por las calles en Semana Santa.

Abre el libro una frase lapidaria: “En nuestra ciudad, la muerte es siempre un asesinato”. Hay que evitar morirse en Sevilla, de modo que, ¡ea!, allá me voy.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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