Félix de Azúa
Avanzan por la nieve arrastrando los pies envueltos en trapos. Van cubiertos de harapos, vencidos por la fatiga, y la columna se alarga hasta el horizonte como un río de basura humana. De vez en cuando alguno de ellos, tocado con una gorra de la wehrmacht , mira a la cámara con ojos extraviados. Los esqueletos de algunos edificios proyectan su sombra perforada sobre la desolación de Dresde, un desierto de cemento. De vez en cuando aparece la imagen de un glaciar alpino o de los bosques donde tuvo lugar la batalla de Arminus. Suena Im Abendrot, la última de las cuatro últimas canciones que compuso Strauss como homenaje y recuerdo de su mujer muerta, de su patria muerta, de un mundo muerto. Aquel nazi sublime había sobrevivido al Juicio Final.
El rapsoda grita con voz rota que no sabe cómo ha podido sobrevivir bajo tierra, que no sabe cómo llegó hasta allí, que sólo recuerda a los soldados alemanes dando culatazos a sus compañeros. Asistimos a la preparación de un fusilamiento en el gueto de Varsovia. Los ojos incrédulos de los que van a morir. Los soldados que los agrupan brutalmente. Al fondo se divisan unos ciudadanos huyendo sin prisa, no tienen fuerzas para correr. El rapsoda dice que el sargento chillaba histérico y ordenaba el recuento de los cadáveres mientras los militares golpeaban con sus fusiles a los que esperaban la muerte. En ese momento se alza la voz del coro y canta la fe de Israel, Shem’a Yisroel, escucha Israel. Estamos oyendo El superviviente de Varsovia, de Schoenberg.
Como asnos atados a una noria diabólica, ahí seguimos detenidos sesenta años más tarde, dando vueltas y más vueltas alrededor de millones de cadáveres hacinados, amontonados, ya unidos los unos con los otros, incomprensibles, inaceptables, inolvidables. Esos muertos se niegan a morir.
(Ambas escenas se encuentran en un DVD de Simon Rattle titulado After the Wake (Arthaus Musik) y forma parte de la serie Orchestral Music in the 20th Century.)