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A sangre fría

Por 9 de febrero de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Todavía recuerdo mi conmoción después de ver Río Rojo y Lawrence de Arabia. Para entonces hacía rato que había dejado de ser un niño, así que no puedo atribuir la impresión a mi inocencia. Lo que me sacudió en aquella visión iniciática fue la crudeza con que Howard Hawks y David Lean trataban a sus héroes. No les negaban su coraje, ni su voluntad, ni una cierta pureza (al menos inicial) de motivos; pero ambos cineastas exploraban el momento en que la virtud se vuelve pecado, y no soltaban la mano de sus personajes ni siquiera cuando sus obsesiones se transformaban en locura. Acostumbrado a una dieta estable de héroes impolutos, con figuras talladas a mano de acuerdo a los dictados de la corrección política, los héroes con pies de barro que interpretaban John Wayne y Peter O’Toole quedaron marcados a fuego en mi conciencia. Pensé en aquel momento que nadie se atrevería a hacer hoy esas películas. En la era que va de Reagan a Bush, los héroes de las películas de Hollywood no suelen dudar de sus motivos ni siquiera cuando someten a alguien a tortura.
Quizás por eso me gustó tanto Capote: porque perdí la costumbre de ver películas que abrazan a sus personajes en toda su complejidad (y que por ende consideran a su público como si estuviese compuesto por adultos en pleno dominio de sus facultades), y Capote me recordó cómo eran.
La historia del proceso que llevó a Truman Capote a escribir A sangre fría no es épica, como Río Rojo o Lawrence de Arabia, pero cuenta con un protagonista igual de contradictorio. La apuesta del director debutante Bennett Miller y del actor metido a guionista Dan Futterman era riesgosa: ¿cómo hacer para que alguien que parece un freak y que incluso habla como tal, no sea considerado un monstruo cuando se comporta como uno? Y más difícil aún: ¿cómo lograr que la gente se involucre emocionalmente con Capote, sin edulcorar su figura ni disimular ninguna de sus bajezas? Mi respuesta es simple: confiando en el público. Por supuesto, están aquellos que suponen que la gente necesita que sus héroes, ídolos y representantes de cualquier clase sean impolutos; la clase de gente que durante tantas décadas persiguió en mi país, como una verdadera policía del pensamiento, a aquellos que sugerían que José de San Martín, el Padre de la Patria, tenía amantes o era malhablado; o aquellos que presionaron para que se prohibiese La última tentación de Cristo (que nunca fue estrenada en la Argentina), porque suponían que las enseñanzas evangélicas serían menos válidas si se sugería que Jesús había dudado, o que había disfrutado del amor carnal. Pero claro, también estamos aquellos que consideramos que los logros son más valiosos cuando el héroe debe luchar de verdad contra sus limitaciones. Los triunfos no niegan los errores que cometieron ni las dudas que los atenazaron, pero los dignifican. Y eso es algo mucho más importante.
En Capote está todo: el talento del escritor y su dedicación al arte, pero también el trato fáustico que aceptó para obtener la consagración con la que soñaba. Es mérito de Miller y de Futterman, y por supuesto del inmenso actor Philip Seymour Hoffman, que ni siquiera en el más mezquino de sus momentos Capote parezca otra cosa que intensamente humano, que tristemente humano. En Capote, el escritor usa al asesino Perry Smith en su propio beneficio y no puede evitar alegrarse cuando lo ejecutan, porque esa muerte le proporciona el final ideal para su libro. Sobre el precio que Capote pagó por la contemplación de los abismos de su alma informan los minutos finales del film.
Si no fuese porque la gente lo confundiría con el libro, el título ideal para esta película sería, por cierto, A sangre fría.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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