Félix de Azúa
Es instructivo observar que el fanatismo tiene como primera víctima al fanático. Todas sus acciones y su vida entera están dominadas por el odio y no se percata de que el primer objeto de su odio es él mismo y lo que cree defender.
Baste un ejemplo. Hay unos patriotas que van dando conferencias por Cataluña y publicando artículos en los que afirman que Santa Teresa era, en realidad, de Banyoles, que el Quijote se escribió primero en catalán o que Colón era mallorquín. Con semejantes majaderías lo único que consiguen es dejar claro como el agua que se avergüenzan de su cultura, de su historia y de Cataluña. Humillados por lo que ellos consideran una cultura inferior frente a la gran cultura hispánica, tratan de adueñarse de lo que codician y de ese modo manifiestan una admiración obsesiva por la cultura española y un gran desprecio por la catalana. Eso es el supremacismo.
Por fortuna son pocos y solo les creen los más faltos de cerebro y quienes comercian con el odio. Hay también, sin embargo, ciertos momentos en que ese desprecio de lo propio alcanza a las más altas instituciones del país.
Así, por ejemplo, uno de los mejores escritores españoles, Josep Pla, no puede en puridad denominarse catalán porque los máximos tribunales literarios del nacionalismo catalán lo repudiaron. El Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, el más alto al que puede aspirar un escritor en catalán, le fue denegado una y otra vez hasta su muerte porque no cumplía las bases de la convocatoria. Estas son: defender y difundir la cultura catalana. Alça Manela! Los franceses respetan a Céline, pero los supremacistas catalanes no pueden ni con Pla.
Lo digo porque la Biblioteca Castro acaba de publicar un magnífico volumen de escritos de Pla. Honrémosle.