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2021

Por 31 de diciembre de 2020 enero 4th, 2021 Sin comentarios

Félix de Azúa

Cuando se vive en una sociedad colectivista, siempre hay un mando único que determina el proceder de la población. Esa es la esperanza que celebramos: la posibilidad de recobrar nuestra vida individual en el nuevo año

En Oviedo, colas hormigueras señalaban los negocios abiertos. Por Nochebuena cientos de ociosos ocupaban el espacio público con un cierto jolgorio. La ciudad estaba alumbrada por miles de figuras luminosas. No por eso la atmósfera era menos seria. Todos sabían que la situación estaba cargada de dramatismo por los familiares y amigos que no habían podido reunirse como cada año, pero la sobriedad no enterraba la alegría de celebrar la llegada de un nuevo año.

Por un conjunto de azares culturales, celebramos el nuevo año en tres sucesivas fiestas. La primera es el nacimiento del Niño en Nochebuena, festividad que se adelanta a todas hasta el punto de que vuelve a celebrarse el 6 de enero cuando los Reyes de Oriente confirman la celebración. Lo cual no impide que el 1 de enero hayamos festejado el año nuevo. Con tanto gusto cambiamos de año que necesitamos tres fastos para convencernos. Las fiestas son imprescindibles en una cultura que tiene como fundamento el decurso histórico. Aunque es una trivialidad, para los occidentales pasar del año 20 al 21 es algo sustancial, sobre todo en circunstancia como la actual. Librarnos de la maldición de 2020, aún y ser superstición, ayuda a olvidar un año funesto, no sólo por las muertes y los sufrimientos sino también porque hemos tenido que soportar un régimen de colectividad forzosa. Nos hemos visto presos en una arcaica comunidad sin fisuras y a actuar todos del mismo modo y al mismo tiempo.

Cuando se vive en una sociedad colectivista, siempre hay un mando único que determina el proceder de la población. Es la intolerable vida de quienes sufren un régimen dictatorial. Esa es la esperanza que celebramos: la posibilidad de recobrar nuestra vida individual en el nuevo año. Así sea.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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