Edmundo Paz Soldán
Fui uno de los que se alegró cuando, en octubre del 2008, con el país al borde del colapso, se llegó a un acuerdo para aprobar un proyecto de Constitución en el congreso. Reconfortaba ver que el MAS había cedido en ciertos puntos importantes y encontrado un consenso con los partidos opositores. En una lectura de los puntos más salientes del acuerdo, descubrí que había varias cosas que no me convencían, pero me dije que las reglas del juego señalaban que el partido en el poder tenía derecho a establecer los lineamientos principales, y si éstos había sido aceptados por la oposición, no había nada más que hacer.
Ahora está claro que lo que se logró ese octubre fue, una vez más, una salida a la crisis, no una solución. La nueva Constitución a ser votada en el referendo de este domingo no aguanta ningún tipo de lectura, ni de las simples ni de las detalladas. Para comenzar: si Freud nos enseñó ya hace mucho que el contenido de nuestros sueños es su misma forma, entonces estamos en problemas. Es verdad que somos un país de retórica excesiva, pero, ¿tanto? Una Constitución no debería tener más leyes de las que un ciudadano común pueda recitar de memoria. La Constitución a votarse consta de cuatrocientos once artículos. Pero no se trata sólo de los artículos, sino de la palabrería que existe en cada uno de ellos, comenzando por la definición de Bolivia como "un Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías". Ni hablar de los valores en que se sustenta el Estado para "vivir bien": unidad, igualdad, inclusión, y quince cosas más.
Tanta retórica, para defender una y otra vez aquello que supuestamente este nuevo Estado ataca: que no todos somos iguales. La nación boliviana, dice el artículo tres, la conformamos todos los bolivianos, más "las naciones y pueblos indígena originario campesinos, y las comunidades interculturales y afrobolivianas". Estas "naciones y pueblos indígena originario campesinos" tienen, además, derecho a la libre autodeterminación, al autogobierno, y pueden practicar su justicia propia, originaria. Un mexicano diría: ¿no que no? Pues sí que sí.
En "El idioma analítico de John Wilkins", Borges recuerda cierta enciclopedia china, Emporio Celestial de Conocimientos Benévolos, en la que los animales se dividen en: "pertenecientes al Emperador, embalsamados, amaestrados, lechones, sirenas, fabulosos, perros sueltos, incluidos en esta clasificación, que se agitan como locos, innumerables, dibujados con un pincel finísimo de pelo de caballo, etcétera, que acaban de romper el jarrón", y "que de lejos parecen moscas". La proyectada nueva Constitución boliviana recuerda las "ambigüedades, redundancias y deficiencias" del Emporio Celestial. La diferencia principal es que la enciclopedia de Borges motivaba a la risa y servía para que el escritor argentino se burlara de la arbitrariedad imperante en todo intento humano de clasificar el saber. La nueva Constitución sirve para que el MAS defienda la idea de un Estado todopoderoso y paternalista y a la vez ataque la idea misma de una república nacional, consagrando en ley fundamental la división de un país de por sí muy dividido. La ironía de Borges, aquí, se convierte en duelo y tragedia de todos los bolivianos, incluso "las naciones y pueblos indígena originario campesinos", y, por qué no, "las comunidades interculturales y afrobolivianas".
(La Razón, 24 de enero 2009)