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Besarabia

Una de las muchas ventajas de la caída del "Muro de Berlín", y tras el derrumbamiento del bloque de países oprimidos por la bota soviética, ha sido la aparición de un inagotable filón de escritores que sobrevivieron como pudieron a la dictadura impuesta por Moscú en todos y cada uno de esos países y que ahora, poco a poco, están siendo traducidos a las lenguas literarias más importantes, incluida la castellana.

                Otra ventaja de su  tardía aparición (aunque a ellos le hará maldita la gracia) es que todos ellos nos llegan ya enseñados, o por decirlo de forma más exacta: no se trata de jóvenes  que irrumpen de repente con sus obras experimentales o sus primeras experiencias literarias  sino de escritores con sus carreras (y en algunos casos también sus vidas) ya terminadas, por lo que resulta más fácil elegir lo mejor de cada uno. Además, y pese a que ha sido objeto de una persecución que prosigue todavía hoy, una vez muerto, el "realismo socialista" que muchos de estos escritores se vieron obligados a practicar no es un obstáculo a la hora de escribir buenos relatos (por muy injustos, sañudos y atrabiliarios que fueran) tampoco han sido un obstáculo insuperable para que aquella "realidad" que el "realismo socialista" oficial trataba de ocultar haya acabado por salir a la luz.

                Iliá Mitrofanov es un excelente ejemplo de todo lo anterior y, para su desgracia, pertenece al grupo de quienes la fama y la difusión en occidente les llega demasiado tarde (Mitrofanov murió en un accidente de coche ocurrido en 1994, cuando contaba sólo cuarenta y seis años edad y podía por lo tanto haber dejado una obra mucho más extensa y evolucionada). Porque ésa es otra.  Nadie diría, leyendo los tres relatos incluidos en la edición castellana bajo el título inventado de Besarabia, que al tiempo de escribir sus primeros relatos, en Occidente la novela estaba experimentado una serie de movimientos paralelos y a veces superpuestos y que iban desde el Nouveau Roman, el realismo mágico y el realismo sucio a todos los demás intentos por deconstruir el arte de novelar.

                Por completo ajeno a todo ello, es de suponer que la censura soviética se cercioró de que así fuera, Iliá Mitrofanov se las arregló estupendamente para escribir unos relatos que fascinan por la profundidad humana de sus desventuras (por ejemplo ese pobre hombre tan debilitado por el hambre que, tras haber enterrado uno tras otro y con sus propias manos a sus hijos, al final ve morir a su esposa y al último de sus hijos sentados a la puerta de casa y carece de fuerza para enterrarlos, por lo que convive con ellos mientras lucha por sobrevivir). Y que fascinan  también por el retrato de la vida cotidiana, las condiciones de vida o los tipos humanos que pululan por un universo para nosotros tan ignoto como es la Besarabia que da título al libro. Una tierra desconocida para la inmensa mayoría de nosotros, pero también para el resto del mundo, hasta el extremo de que uno de los personajes, sorprendido por la llegada de los soviéticos, pregunta extrañado cómo se las han arreglado para encontrar ese lugar "tan a trasmano que creemos vivir olvidados". Los dos primeros relatos "El testigo" y "La malaventura" están contados en primera persona y aunque el tiempo y los personajes apenas tienen relación, empezando porque en el primero el narrador es un barbero y en el segundo una gitana de adopción, la voz es la misma, porque también es idéntica  la desesperación  y la presencia determinante los invasores soviéticos. El tercero, "El pasajero",  ambientado en Odesa, está contado en tercera persona pero desde dentro, por lo que tampoco hay una ruptura estilística ni de pathos.  Al igual que la tierra que los vio nacer, Besarabia, ninguno de los personajes es dueño de su destino y por ello mismo ninguno es culpable o inocente de nada. Cuando la lucha por la subsistencia es tan feroz, la felicidad, en feliz definición del propio Mitrofanov, "es como un rayo de sol" y nadie puede aspirar a apropiarse de ella. Hasta los títulos (El testigo, La malaventura y El pasajero), parecen hacer referencia al destino de esos personajes destinados a pasar por la vida sin aferrarse a nada, ni dejar huella ni trascendencia, pero rescatados del olvido por un escritor que debió de conocerlos bien y que tuvo el don de trasladarlos al papel de forma muy verosímil.

 

Besarabia

Iliá Mitrofanov

Lumen

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17 de mayo de 2010
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Un deseo llamado Deneuve

 

No recuerdo mujer más conturbadora que la joven Catherine Deneuve en "Tristana". Su belleza pálida, su aspecto recatado, una inocencia elegante y provinciana que se convierte en otra cosa. De repente el erotismo, la picardía, la provocación de la belleza en un cuerpo dañado. Se acaba de hacer un homenaje a Buñuel en Cannes recordando esa película, una de sus grandes obras, una historia de Galdos, muy española y buñuelesca. Un personaje que fascino a Hitchcock. La mirada de Tristana, la pierna, su cuello, sus amores y sus rencores, los pechos que nunca vimos mostrados desde ese balcón, las calles de Toledo o el encuentro con la tumba del cardenal Tavera.

Catherine Deneuve, la actriz de la que ya estábamos enamorados desde "Los paraguas de Cherburgo". El erotismo, no lejos de Sade, no de Masoch, en otra película de Buñuel, "Belle de jour". O en aquella de Polanski, "Repulsión". La Deneuve, tan arrogante, tan fría por fuera, tan misteriosa en cualquier exterior.

Musa de su generación, hermosa de la "nouvelle vague", sirena de mares por los que nunca hemos podido navegar, bella y soberbia, nunca olvidaremos que por ella, por estar mirando una foto suya escondida en un libro de literatura, nos expulsaron al pasillo. Nos interesaban más los deseos imposibles con Catherine que las obras de Gracian.

El azar hizo que nuestra vida se encontrara profesionalmente con Buñuel. Antes, en nuestros 16 0 17 años, en una mañana de fugas, nos tropezamos con don Luis por las calles de Alcalá de Henares. El estaba buscando localizaciones para "Tristana", nosotros- mi amigo Pepe Ganga y yo- estábamos de novillos. Hablamos con Buñuel, nos firmo un autógrafo, nos dedico un libro y nos anuncio que "Tristana" seria Catherine Deneuve. Se sorprendió que aquellos dos jóvenes conocieran a la hermosa francesa. Y mucho más que conociéramos al viejo maestro, al mejor director de cine de nuestra historia, que todavía vivía entre el exilio y la desconfianza del franquismo.

Llevo varios días volviendo al recuerdo de los amores juveniles con la Deneuve, en una pared de mi cuarto de trabajo, lleva años mirándome el cartel francés de "Tristana". Mi mira dulcemente, en esa foto azul que no encuentro. Además de su mirada se dice: "la plus belle creation de Catherine Deneuve". Pasaron años, pasaron películas y creaciones, ninguna como esa Tristana.

No podría hacer mi autobiografía sin ella. Lo dejo, me escapo con otras imágenes, esas que me recuerda el admirado Félix de Azua en su "autobiografía sin vida". Una manera de salir de ese icono que es Catherine Deneuve.  

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17 de mayo de 2010
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Entrevista

 Recibí por correo, hace cinco semanas, unas preguntas. Las enviaba un estudiante en trance de escribir su tesis doctoral o algo por el estilo. Nunca obtuve respuesta ni noticia de recepción. Creo que no era lo que él andaba buscando. Las he vuelto a leer antes de enviarlas a la papelera y no me parecen tan exageradas. Son estas:

 

¿En qué afecta la crisis, la falta de financiación, la contención del gasto, a los grandes proyectos urbanísticos y arquitectónicos?

    Muy positivamente. A la arquitectura le sienta estupendamente la pobreza. La peor arquitectura es la que se hace con toda clase de medios, financiaciones y subvenciones. El mejor ejemplo, el Berlín de Speer/Hitler.

 -Se percibe un cambio en las prioridades políticas: ¿menos proyectos pero más grandilocuentes?

    Tal y como van las cosas los que mandan en estos asuntos son los poderes regionales en alianza con las mafias locales. La arquitectura de la mafia es asombrosa, basta con darse una vuelta por Sicilia o por la costa valenciano/catalana. No parece haber otro futuro.

 -¿Qué credibilidad, y a qué intereses responden, los grandes anuncios de proyectos como el de Sarkozy o Berlusconi? ¿Son factibles?

    Mientras sigamos pagando impuestos, son factibles. ¿Llegará un día en que nos neguemos a la dictadura de los partidos? Es dudoso.

 -No es un argumento recurrente ese de ilusionar a la ciudadanía con grandes obras, algunos utópicas, que luego nunca se hacen realidad?

Sí, pero ya ve usted que la gente sigue votando.

 -En tiempos de crisis, ¿qué proyectos deberían ser los prioritarios? ¿En qué consiste la arquitectura de crisis?

    La arquitectura de la crisis y de la no-crisis debería ser la misma, una actividad destinada a guarecer a las gentes lo mejor posible en ciudades habitables. Pero eso no sale muy bien en papel couché.

 -Arquitectos estrellas y poder político, ¿cuánto durará ese matrimonio?

    Hasta que nos demos cuenta de que el fascismo ha regresado disfrazado de democracia.

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17 de mayo de 2010
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Cilicio Gil de Biedma

No es insano que los colegios salgan en la prensa, aunque sea por motivos de atuendo y costumbres. Es uno de los adelantos del progreso, gracias al cual -también hay retrocesos- se pone de manifiesto la tensión derivada de un gesto o una afirmación religiosa que nos parece mal (o bien). Cuando yo iba al colegio nadie se metía con esas cosas, porque esas cosas se metían en la cabeza de los niños (a veces también en otras partes) indiscutiblemente, por no decir autoritariamente. Yo mismo, y lo digo con cierto rubor, acudí un trimestre entero a clase llevando debajo del pantalón un objeto metálico que años después vi fotografiado en un catálogo para amantes de la disciplina inglesa. Era un cilicio, y me había sido recomendado, o tal vez prescrito, por mi padre espiritual jesuita, supongo que en virtud de algún mal pensamiento más pecaminoso de lo normal que le había yo expuesto en la confesión. El cilicio, hoy excluido creo del rito católico, se componía de una corona de púas entrelazadas que, al apretarlas sobre la pierna o cualquier otro lugar de tu cuerpo con el cordel que unía sus extremos, producían un dolor intenso sin derramamiento de sangre. Cumplí la penitencia, o eso espero, y dejé de usar el cilicio, que perdí en una mudanza; ahora me cuentan que por un buen cilicio ‘vintage' años 50 se pagan en los foros especializados hasta mil euros. Las imitaciones de ‘sex shop' están más baratas.

   Pero no sólo ha llegado a la prensa la primaria. Últimamente también se ha puesto en la picota la institución de los colegios mayores, abundantes en Madrid (no sólo en el perímetro de la Ciudad Universitaria) y sobre los que se debate por cuestiones de dinero y de género sexual, dos motivos de rabiosa actualidad. Cuando dejé en Alicante el colegio y el cilicio, viniendo a Madrid a estudiar la carrera, yo estaba imbuido de la mística laica de esas residencias universitarias, en las que deseaba fervientemente entrar; mi hermano había estado varios años de residente en uno de los situados en la Avenida de Séneca, y otro querido amigo algo mayor que yo, el periodista y hombre de radio Miguel Payo de Anta, contaba anécdotas muy sabrosas de su paso por el Diego de Covarrubias. Mis padres prefirieron para mí una pensión, ni siquiera galdosiana, en la calle Guzmán el Bueno, y a los colegios mayores me he tenido que contentar con ir de vez en cuando a dar una charla o asistir a un recital de poesía.

       En Madrid el colegio mayor tiene además una estirpe muy literaria, lo que aún acrecienta más mi irreparable nostalgia. Vicente Aleixandre vivió toda su vida rodeado de colegios mayores de la zona del Parque Metropolitano, y, sabiendo de su buena disposición a recibir y departir con los jóvenes, los más ‘letraheridos' llamaban al timbre de Velintonia 3, hoy mudo, y tenían acceso al interior de una casa que nunca fue un santuario. Jaime Gil de Biedma ha dejado en una carta de 1952 a Carlos Barral un relato estupendo de su primera visita al "tío por parte de padre de todos los poetas, pasados, presentes y futuros", describiendo con cariñoso humor la paz de Velintonia ("huele a rosa diaria"), el consuetudinario atuendo de Aleixandre, pantalón de franela y rebeca gris, y los retratos presidenciales del salón, Baudelaire y Rimbaud, tan en discordancia -nada casual- con el aparente interior burgués. Del autor de ‘Espadas como labios', el "Vicente Délfico", dice entonces Gil de Biedma, antes de someterlo, como haría más tarde, a su sarcasmo sistemático, que es "el hombre de mayor sensibilidad poética que jamás he conocido".

     Un año y medio después de esa primera entrada en Velintonia, Jaime Gil reside ("Vivo quizá?", le escribe a Barral), mientras prepara las oposiciones a la Escuela Diplomática, en el colegio mayor César Carlos, situado en la Avenida del Valle, a tres calles de la casa de Aleixandre, de la que fue asiduo visitante. Gil de Biedma no entró en el cuerpo diplomático, seguramente, según apunta Andreu Jaume en su excelente edición de la correspondencia recién publicada en Lumen, por haber contestado en el primer ejercicio de cultura general que su ciudad preferida del mundo era Arévalo.

     Los colegios mayores madrileños han salido a la palestra no por estas conexiones poéticas sino por asuntos más prosaicos. La Complutense busca socios patrocinadores (ahora que la figura del ‘sponsor' penetra en todas las capas de la cultura) para llegar a una especie de semi-privatización, y por otra parte, la parte del estudiantado, hay malestar respecto a la idea del rector Carlos Berzosa de hacer que tres de los seis colegios dependientes de la Universidad se hagan mixtos. Los argumentos contrarios a esa ‘mixtificación' de chicos y chicas -que en sitios tan venerables como Oxford y Cambridge, donde se ha establecido, no parece haber causado ni gran tensión ni estupro masivo- suenan pueriles. O rancios. Veremos en qué queda la disputa. Yo mientras tanto seguiré pensando que esos colegios eran un paraíso a cuya sombra nunca pude ponerme.

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17 de mayo de 2010
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Una pedrada en el escaparte socialista

Lo que faltaba. El gran escaparate barcelonés, la ciudad donde el socialismo manda desde el tiempo inmemorial de la transición, acaba de recibir una pedrada en plena cristalera. El mismo día en que las encuestas electorales anuncian naufragios socialistas en Cataluña y en España. La misma semana en la que Zapatero tiró por la borda todo su programa social.

Lo peor es que nadie ajeno al consistorio barcelonés ha lanzado la pedrada al escaparate. La iniciativa de efectuar una consulta para decidir sobre el futuro de la calle más importante de la ciudad no era fruto de ningún pie forzado ni la respuesta necesaria a un problema acuciante. Ha sido un error optativo y lo más próximo a un suicidio político. El problema que se planteaba no era banal. Restringir el tráfico de vehículos en la avenida de la Diagonal, que atraviesa la ciudad de arriba abajo, significaba un cambio sustancial, probablemente histórico, que no debía realizarse de espaldas a los ciudadanos, y merecía, por tanto, una buena labor de consulta y participación. Pero a partir de esta premisa de elemental consistencia, nada de lo que ha hecho a continuación el ayuntamiento barcelonés tiene ni pies ni cabeza. La prueba es el resultado. La participación, en una consulta que ha durado toda una semana y que ha contado con voto electrónico por Internet, ha sido muy inferior a las consultas independentistas organizadas por asociaciones privadas. La opción abrumadoramente apoyada por los ciudadanos, la llamada C, no tenía otro contenido concreto más que rechazar las dos únicas posibilidades realmente ofrecidas y estudiadas por el consistorio. Es decir, los ciudadanos consultados para que escogieran si querían que la Diagonal fuera remodelada como una rambla con paseo central o como un bulevar, con dos grandes calzadas centrales, han devuelto como respuesta que ni una ni otra. La celebración de la consulta ha costado tres millones de euros, cantidad que apenas hubiera llamado la atención antes de la semana de la gran tijera, en la que pensiones, sueldos públicos e inversiones en infraestructuras acaban de sufrir un recorte de los que duelen en los bolsillos y no se olvidan fácilmente. Si se trataba de manipular la consulta para obtener algún rédito político, tal como ha señalado una y otra vez la suspicaz oposición municipal, el resultado ha sido exactamente lo contrario. Ni siquiera ha funcionado correctamente el sistema de consulta, de forma que ni el alcalde Jordi Hereu ni el jefe de la oposición Xavier Trias consiguieron a la primera hacer efectivo su voto. Quienes han salido mejor librados de este referéndum del empastre son esos fieles amigos del socialismo que son los de Esquerra Republicana, socios en la sombra en el consistorio barcelonés, que exigieron la realización de la consulta para seguir apoyando a Hereu y acreditados especialistas en el ejercicio de desdoblamiento consistente en sacar todos los réditos de estar en el Gobierno sin perder la oportunidad de demostrar la pureza ideológica de quienes están en la oposición. La conclusión es que el socialismo barcelonés se ha disparado un tiro en el pie a un año de las elecciones municipales y a pocos meses de las autonómicas. Y que se abre una crisis política en su municipio emblemático en el peor momento posible para el socialismo en Cataluña, en España e incluso en Europa. Ahora es el minuto de la pañolada, de pedir dimisiones, desde el alcalde hasta el presidente; elecciones anticipadas o mociones de confianza o censura. Puede que amaine y regrese la calma de las convocatorias ordenadas: primero catalanas, después municipales y autonómicas y finalmente generales. Pero si aguzamos los sentidos y vemos lo que pasa en el mundo y en casa, pintan bastos para el socialismo en todos los torneos del Gran Slam electoral, bajo el signo de una crisis que no es únicamente económica sino que atraviesa, como la misma Diagonal, todas las instituciones de nuestras democracias.

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17 de mayo de 2010
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El rito anual

Sentí el griterío y al asomarme las calles estaban ya mojadas con el primer aguacero de mayo. La Habana cubierta por el velo de la lluvia, bañada por esas tenaces gotas que la sequía ha racionado al extremo en esta anómala primavera. Salieron primero los niños y el concreto gris de los edificios empezó a vetearse con franjas de humedad; su arquitectura de Europa del Este me pareció entonces más incongruente en medio del trópico pluvioso. Las amas de casa recogieron a toda velocidad la ropa de las tendederas y los perros abandonados se pusieron a buen recaudo hasta que amainara. Pero el chaparrón siguió cayendo y su persistencia convenció de empaparse ?en la lluvia más esperada del año? también a los mayores. Saqué una mano por el balcón a ver si valía el esfuerzo de subir a la azotea y ducharme bajo el cielo. Los cubanos aguardamos por este regalo de mayo que dejará listos los mangos para el convite y nos traerá además algo de ?suerte?. De ahí que calarse hasta los genes con este chaparrón sea tenido como el conjuro anual contra lo malo, el rito natural de todo un pueblo que espera tiempos mejores. Finalmente, tomé la pesada escalera de madera y la puse en la escotilla del pasillo; arriba el sacramento de las nubes me mojó en pocos minutos. Sobre los techos había muchos como yo, aguardando porque el agua ?ni metrada ni clorada? se llevara lo malo, nos protegiera contra lo que viene. Estuve sobre mi apartamento hasta que escampó, mirando a quienes chapoleteaban en las calles con las ropas pegadas al cuerpo. Una anciana alargó los dos brazos fuera de una ventana para no quedarse sin la gratuita distribución de la providencia, mientras un borracho tirado en el parque era ?a la misma vez? bendecido y espabilado por la lluvia. Durante el tiempo que duró el primer aguacero de mayo no sólo la gente jugueteó en los charcos y en los descampados, sino que proyectó ese espontáneo frenesí que la vida cotidiana recorta y desluce. Un rezo no articulado se elevó sobre las calles. Con él, cientos de miles pedimos  que el denso chubasco nos trajera una fracción igual de suerte. Todo apunta a que vamos a necesitarla.

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16 de mayo de 2010
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Podadores en plena faena

Ya sabemos quien manda aquí: Obama. No es una mala noticia, al contrario. El presidente, que sigue de cerca la película de terror, se ha interesado no tanto por la intervención financiera para evitar la quiebra de alguno de los socios del euro como por el tamaño de la intervención. Ese célebre mecanismo financiero para salvar la moneda europea, inventado justo hace una semana, es un arma de disuasión masiva, un enorme cañón que los socios europeos deben exhibir para demostrar su voluntad de actuar con contundencia sin límites ante cualquier intento de conducir a uno de ellos al abismo, como le ha ocurrido a Grecia y podría repetirse con otros, empezando por la presa golosa que es España. Pues bien, el papel de Obama ha sido el de persuadir a los amigos europeos, empezando por Sarkozy y Merkel, para que actuaran con rapidez y a lo grande, algo que no estaba ni en las intenciones ni en el guión de unos líderes perezosos, apáticos y divididos.

Obama manda porque no hay quien mande en Europa. Y ya es un buen consuelo saber que quien manda es Obama, pues sólo faltaría que fuera el secretario general del Partido Comunista chino. Si los dirigentes europeos no se espabilan será quizás lo que sucederá en la próxima crisis. Ahora mismo el paisaje europeo es un desierto desolado de liderazgo político: no la hay en los gobiernos, pero tampoco en las instituciones europeas, ni en los nuevos altos cargos que hubieran podido jugar algún papel a la hora de liderar esa unión monetaria que en ocasiones se comporta como el ejército de Pancho Villa. Gracias habrá que dar al Fondo Monetario Internacional, descartado inicialmente con indignación y luego pieza clave en la construcción de este mecanismo financiero destinado a convertirse en un Fondo Monetario Europeo. Para salvarnos del naufragio muchas cosas se han improvisado en un fin de semana, además del salvavidas financiero: el Banco Central Europeo ha visto súbitamente incrementados sus poderes para comprar bonos de todos los colores a los países socios; y los socios han sacado la gran tijera de esquilar. Ya que los líderes no sirven para dirigir Europa servirán al menos para quemarse en esta poda colosal, organizada para no ahogarnos en la deuda. Gracias habrá que dar a Obama, preocupado de que unos aporten los fondos y de que otros recorten todo lo que hay que recortar. Pero si se quiere preservar el euro y que la moneda única no sirva para encoger, habrá que hacer además nuevos pasos, directamente políticos, que nos devuelvan al crecimiento y a la creación de puestos de trabajo. Y esto no lo va a hacer Obama sino que tendrán que hacerlo los líderes europeos, y si no lo hacen éstos, que lo hagan otros mejores que pongamos en su lugar.

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16 de mayo de 2010
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Fin de fiesta

Foto: Iván Thays A veces me pareceque estamos en el centrode la fiestasin embargoen el centro de la fiestano hay nadieEn el centro de la fiestaestá el vacíoPero en el centro del vacíohay otra fiesta.ROBERTO JUARROZ

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15 de mayo de 2010
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