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Blanco sobre blanco. Malevich, 1918 ?Tenho medo de…

Blanco sobre blanco. Malevich, 1918 ?Tenho medo de escrever. É tão perigoso. Quem tentou, sabe. Perigo de mexer no que está oculto - e o mundo não está à tona, está oculto em suas raízes submersas em profundidades do mar. Para escrever tenho que me colocar no vazio. Neste vazio é que existo intuitivamente. Mas é um vazio extremamente perigoso: dele arranco sangue. Sou um escritor que tem medo da cilada das palavras: as palavras que digo escondem outras - quais? Talvez as diga. Escrever é uma pedra lançada no fundo do poço.??Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado, sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto- y el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío. Es en este vacío donde existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él extraigo sangre. Soy un escritor que tiene miedo de la celada de las palabras: las palabras que digo esconden otras: ¿cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada a lo hondo del pozo.? gracias a Jocelyn

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24 de mayo de 2010
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Los verdaderos dueños de Wall Street

A fines de los noventa tuve una estudiante canadiense que, para descansar de la escritura de su tesis doctoral, se puso a invertir en la bolsa desde la computadora de su departamento. En ese entonces, una de las grandes promesas de Internet era la posibilidad de convertir al ciudadano común en un inversor astuto desde la comodidad del hogar. Mi estudiante me convenció de que le diera buena parte de mis ahorros para que ella los invirtiera por mí; las ganancias estaban aseguradas. Seis meses después, debí retirarme después de haber perdido el 70% del dinero invertido.
   
Al otro extremo del inversor común, en la mitología de la bolsa del fin de siglo, se encontraban los Gordon Gekkos de Wall Street, el filme de Oliver Stone: los hombres despiadados, de reflejos rápidos y nervios de acero, que conocen el mercado perfectamente pero cuyo talento para hacer dinero depende, sobre todo, de su gran intuición. Stone nos hizo creer que eran ellos los que controlaban los vaivenes del dinero. Sin embargo, Scott Patterson, en su libro The Quants (2010), nos muestra que la realidad es, a la vez, más compleja, prosaica y fascinante.
   
En el lenguaje de Wall Street, los quants son los inversores que utilizan supercomputadoras y sofisticados algoritmos para vencer al mercado. Para los quants no hay intuición que valga: todo depende de desarrollar fórmulas y modelos matemáticos que puedan utlizarse para "calcular los patrones predecibles del funcionamiento del mercado". El padrino de los quants se llamaba Ed Thorp, un profesor de M.I.T. que, en la década del sesenta, después de desarrollar estrategias matemáticas para ganar en los casinos de Los Vegas, tuvo la brillante idea de aplicar lo que sabía para triunfar en Wall Street.

Según Patterson, Thorp no sólo entendió que, en el fondo, Wall Street es como un gran casino; también que la hipótesis del mercado eficiente que en ese entonces predominaba en Wall Street -y que sugiere que el mercado es impredecible y que los precios reflejan correctamente toda la información conocida sobre éste- estaba equivocada: "había fallas en la información que tenían algunos inversores en el mercado, factores técnicos que podían llevar a breves discrepancias en precios". Armado de matemática pura y computadoras poderosas, un buen quant podía aprovecharse de esas fallas y volverse millonario.  
   
A principios de la década pasada, los quants no eran la excepción sino los que dominaban Wall Street. Para Patterson, son ellos los principales culpables de la crisis financiera que explotó el 2007 y que provocó el colapso de bancos prestigiosos en Estados Unidos. Los modelos financieros que los quants impusieron en Wall Street durante el último cuarto del siglo pasado se convirtieron en una doctrina invisible de tan poderosa; estos modelos entendían que la volatilidad de los precios en las opciones dependía de movimientos brownianos -no se puede adivinar cuál será el siguiente movimiento, pero sí el promedio, que tiende a obedecer a una distribución normal--, lo cual excluía grandes cambios en los precios. Ya sabemos que en una crisis financiera el pánico y la histeria hacen presa fácil de los inversores, y ocurren esos saltos en los precios para los cuales no están preparados los modelos (a principios de los sesenta, el matemático Benoit Mandelbrot desarrolló teorías que incluían la posibilidad de estos saltos o fat tails, pero los quants no lo tomaron en cuenta).
   
Patterson señala que en los últimos tres años la hipótesis del mercado eficiente ha dado lugar a nuevos modelos que usan teoría del caos para entender los mercados financieros. Han surgido la "neuroeconomía" y las teorías de la conducta financiera que tratan de incluir en los modelos el comportamiento a veces irracional del inversor, incluso la forma en que funciona el cerebro.

Los quants llevaron a muchos inversores al precipicio y fueron humillados. Sin embargo, poco a poco van planeando su venganza. Las computadoras son cada vez más rápidas, y hay quants que ya han desarrollado máquinas inversoras capaces de responder a la orden de un cliente en tres milisegundos. Otros han creado "algoritmos depredadores" capaces no sólo de buscar discrepancias entre precios sino de causarlas. La nueva regulación financiera emprendida por Obama no será un rival adecuado para el deseo del hombre de ganar mucho dinero lo más rápido que se pueda.

(La Tercera, 24 de mayo 2010)

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24 de mayo de 2010
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Poesía del carbón

El artefacto parece francés, aunque es navarro. Se trata de una caja-libro voluminosa (su peso real es de cuatro kilos) en el que no hay materia desechable. Todo en él es de provecho, y de difícil copia pirata por los mangantes que se dedican a ello; luego dirán que las instituciones se gastan nuestro dinero malamente. La bondad de este singular objeto empieza en su origen, que es la película de Montxo Armendáriz ‘Tasio', tan fresca y contundente como en el momento de su realización, en el año 1984. De hecho, el objeto conmemora los 25 años de este clásico  -no le temamos a la palabra, aun siendo la obra de un autor vivo y activo-  del cine español.

     Recordaba bien el impacto que me produjo en su día, con un fondo rústico elegantemente estilizado por la mirada lírica de Armendáriz, de un lirismo telúrico que recuerda al mejor Dovjenko. Se trataba además, conviene resaltarlo, de la ‘opera prima' de su guionista y director, aunque había como fuente de inspiración un documental anterior del propio cineasta, ‘Carboneros de Navarra', que también viene incluido en uno de los dos ‘cedés' de esta bella edición conmemorativa patrocinada por el Gobierno de Navarra.

   Siguiendo con el artefacto en cuestión, en él, además de material fílmico hay casi ochocientas páginas de texto, que recogen el guión original (con las secuencias no rodadas o modificadas), el bonito ‘storyboard' de Gerardo Vera, que también hizo la dirección artística del film, y una serie de evocaciones de varios de los implicados en ‘Tasio', desde su productor, Elías Querejeta, hasta el entonces foto-fija y hoy gran director de fotografía y cineasta José Luis López Linares, quien cuenta con gracia cómo durante el rodaje, y por su modo silencioso de trabajar con su cámara, fue apodado ‘López-Li'; el apodo chinesco se lo puso uno de los espléndidos actores de la película, Nacho Martínez, cuya carrera en el cine quedó interrumpida trágicamente por una muerte temprana.

   ‘Tasio' es una película hecha a base de elipsis y breves episodios biográficos del personaje campesino que le da título, reflejado en las tres edades del hombre, interpretado por tres actores distintos. Pero lo que podría haberse quedado en un mero relato costumbrista se convierte en retrato imaginario de un superviviente. De ese modo, la fuerza subterránea del tipo humano de Tasio (carbonero artesanal y cazador furtivo, temperamento libre y silvestre) proporciona la savia a una historia que supera los límites de la etnográfico y se hace ficción, adquiriendo los datos documentales la categoría de incidentes dramáticos.

    La película gana hoy además, en el paso del tiempo, significado. Tanto en las imágenes finales de ‘Carboneros de Navarra' (los sacos de carbón como sudarios de unos cadáveres industriales) como en el desenlace de ‘Tasio, que muestra al ya viejo carbonero clavando su pica en el cono ardiente, hay una grandeza épica propia de los más grandes ‘westerns' crepusculares de la historia del cine. En este caso, el héroe solitario y empecinado no lleva pistolas ni la estrella del ‘sherif', sino tan sólo los simples instrumentos rústicos que un mundo de progreso ha hecho redundantes.

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24 de mayo de 2010
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Lo que uno se puede llevar y lo que no

Un leve temblor en el calcañar me hizo temer algún terrible desastre orgánico. No era el roce del calcetín, tampoco el borde del zapato, era una palpitación espontánea de la carne en un lugar cercano a donde Aquiles podía ser muerto. Como si el tendón cantara con un exagerado trémolo que ya nadie usa, o como si me treparan hormigas desde el tacón.

     ¿No había sido un picor inexplicable, una comezón general de los muslos, antebrazos y plexo solar, lo que había conducido a Nani Moretti hasta el médico y la certificación de que padecía cáncer de sangre?

     En la habitación silenciosa, la proximidad de la muerte y la presencia de los libros amontonados por las estanterías acusan una ligazón inexplicable, aunque incuestionable. Desde sus lomos me rocía la lluvia fina de la extinción. Cinco mil ojos distribuidos por los títulos verticales lloran levemente sobre mí. ¿No iba yo a abandonarlos? A los más amados y también a los desdeñados, a los leídos y a los que aún no han entregado sus páginas a mirada ninguna, libros cubiertos de sucias anotaciones y libros que iban a conocer el desamparo en una amarga virginidad, todos por igual. No por culpa mía. Obligado a desaparecer.

     Así que fui hasta los anaqueles y cogí el primer libro que cayó en mi mano. Inesperadamente era de un autor condenado al más sordo olvido, Anthony Burgess. Abrí el segundo volumen de sus Confesiones, una mendacísima autobiografía, y leí hacia el final su alegato contra la muerte que ya sentía próxima (y no se engañaba),como arañándole los pulmones. Dice Burgess:

     "No es por los libros que jamás escribiré, sino por todo aquello que ya nunca podré aprender. He comenzado a estudiar el japonés, pero es demasiado tarde. He tratado de leer en hebreo, pero mis ojos ya no divisan los acentos y las tildes. ¿Cómo va uno a esfumarse pacíficamente, arrastrando una monumental ignorancia hasta la ignorancia total?"

     El agujero inconmensurable de la absoluta ignorancia es lo más fastidioso de la finitud. Aquello que no aprendas bajo la luz del sol ya nunca lo sabrás. Sin embargo, el dolor intenso no viene de no poder hablar en japonés, creo yo, ese es un dolor discreto, o de no saber leer en hebreo, dolor un poco más consistente pero baladí, sino de no saber si la flor del tilo saldrá más fuerte el próximo año o seguirá paliducha por falta de hierro. ¿Y quién barrerá las hojas de yedra que cada otoño alfombran la entrada de la casa? ¿Se pudrirán sin que nadie libere los terrazos del suelo, tan hermosos como humildes? Hay que juntarlas en un montón y prenderles fuego procurando que la espesa columna de humo no entre por los ojos. Ese es el saber que no tendremos ya nunca más. Serán asuntos que ya no competan a nuestro aprendizaje, hacer el montón, darle lumbre, oler el acre aroma del otoño, su especial calidad en este nuevo año incomparable. A otros pertenecerán, de ellos será este saber del tiempo sucesivo y sus repeticiones, el humo siempre igual y nunca el mismo.

     Devolví el libro a su hueco. Burgess, casi olvidado, se fue de este mundo muy pesaroso por no saber japonés ni hebreo, pero libre de la negra desesperación, el viscoso líquido de la melancolía. Debía de importarle un rábano quién barriera las hojas de yedra al año siguiente de su entierro si no podía nombrarlo en japonés.

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24 de mayo de 2010
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Naufragio en vez de sueño

La presidencia española de la Unión Europea ha pasado finalmente a mejor vida. No hace falta esperar a que termine el semestre. Se acabó. El último chasco ha sido la anulación de la Cumbre Euromediterránea, que debía celebrarse en Barcelona el 6 de junio, cuando 43 jefes de Estado y de Gobierno de las dos orillas debían reunirse para propulsar ya definitivamente la Unión por el Mediterráneo en la misma ciudad donde se ha establecido la secretaría permanente.

De los tres momentos estelares del semestre español sólo ha quedado finalmente el megaencuentro latinoamericano que ha reunido en Madrid a una veintena larga de mandatarios y ha saciado todas las ganas de imágenes, conferencias de prensa y declaraciones. Obama anuló su viaje a Madrid y quedaron arrumbadas las rimbombantes ideas de una nueva agenda transatlántica y una declaración de interdependencia. Y en la única cumbre celebrada, según la visión del escritor y diplomático chileno Carlos Franz, ?Europa se reunió con un fantasma?, pues tuvo que enfrentarse ?a casi dos docenas de mandatarios de Latinoamérica y el Caribe, incapaces de admitir que los represente uno solo?. Vistas así las cosas, tres a cero. Alguna reflexión debiera desprenderse de la presidencia española respecto de la funcionalidad del sistema de las cumbres europeas en un momento como el actual. También algo debieran aprender quienes se obstinan en levantar castillos de expectativas a partir de los difíciles y siempre variables calendarios europeos sin darse cuenta de que ellos mismos son los responsables de las ruinas políticas que luego caen sobre sus cabezas. Es muy probable que esta sea la última presidencia con visos de efectividad de la UE. Son muchos los que temen por esta última, la señora Merkel sin ir más lejos, que esta pasada semana ha apelado a la responsabilidad de los diputados alemanes para que aprobaran el mecanismo de rescate de la deuda soberana europea, vinculando el futuro del euro al propio futuro de la UE. Pero a estas horas nadie puede seguir sensatamente defendiendo el sentido de las futuras presidencias, después de la experiencia de Zapatero con la entrada en vigor del nuevo Tratado de Lisboa. Lo más probable es que estos semestres presidenciales deriven hacia el folclor y la gastronomía regionales, en honor de los ministros que convocan los consejos informales de cada especialidad en sus ciudades natales, y que su significado político se desvanezca rápidamente. Se sabía que las presidencias rotatorias iban a cambiar con las nuevas instituciones, y sobre todo gracias al nuevo cargo de presidente permanente del Consejo Europeo, ocupado por primera vez por el belga Herman Van Rompuy. Pero nadie había podido calcular todavía el tamaño del cambio, ya no por los efectos que producen los tratados cuando entran en vigor, sino, sobre todo, por el efecto de las tozudas y malditas circunstancias, los acontecimientos dictadores, que son los que, de verdad, moldean la historia por encima de voluntades y buenos propósitos. Sobre ello hay una frase célebre del primer ministro británico Harold McMillan (1957-1963), al que un periodista le preguntó cuál era el mayor reto para un hombre de Estado: ?Events, my dear boy, events?. Los events, los acontecimientos, son los que se han llevado la presidencia por delante. Todo el protagonismo, energías, titulares, son para la crisis, esa crisis obstinadamente rechazada que ha golpeado a la presidencia española como un campeón de boxeo al saco de arena hasta reventarlo. La UE estuvo guiada desde su fundación por un sueño de unidad y plenitud. En los últimos años han sido la inercia y la unión por defecto las que han funcionado. Pero esto ya no sirve ante unos events tan duros de pelar que amenazan la propia esencia del proyecto soñado: la unidad y la plenitud de su sociedad de bienestar. De ahí que el factor movilizador que ha empezado a actuar sea la amenaza, el temor al naufragio que se nos viene encima si la moneda cae y luego cae también la entera construcción europea. Sin ese señuelo nadie habría tomado todavía decisión alguna respecto a la deuda griega ni sobre la gran tijera que ha empezado ya su poda dolorosísima.

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24 de mayo de 2010
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Man Booker Prize y su eslabón perdido

J.G. Farrell, 1978 En 1970, los premios Booker decidieron cambiar de modalidad y no premiar retrospectivamente a la Mejor Novela publicada el año anterior, sino ese mismo año, y con eso dejó en blanco el casillero de ese año.  40 años después, decidieron premiar a la Mejor Novela de ese año en blanco. Hicieron una shortlist en la que destacan ?The birds and the trees? de Nina Bawden; ?The bay of noon? de Shirley Hazzard; ?Fire from heaven? de Mary Renault; ?The driver?s seat? de Muriel Spark; ?The vivisector? de Patrick White y Troubles de J G Farrell. Esta última resultó, con una votación impresionante, la ganadora: El ?Booker Perdido? ya tiene dueño. El escritor anglo-irlandés JG Farrell obtuvo este miércoles a título póstumo, por su aclamada novela ?Troubles?, el premio Man Booker Perdido, el galardóncorrespondiente a la edición de 1970 de este prestigioso concurso de las letras británicas, que no se entregó por un cambio administrativo en las reglas.

Fue el hermano del premiado, Richard Farrell, quien recogió el galardón en su nombre, y tuvo palabras de agradecimiento para los organizadores y para su ?legión de admiradores?. ?Es un momento agridulce -dijo al aceptar el reconocimiento-. Dulce por razones obvias, y amargo porque Jim no puede estar aquí para recogerlo él mismo?. James Gordon Farrell nació en Liverpool (Inglaterra) en 1935, de padres irlandeses, y murió en 1979, a los 44 años, al ahogarse cuando pescaba en Irlanda, adonde se había trasladado a vivir. ?Él realmente pensaba que ?Troubles? era su mejor trabajo, aunque tal vez no tan accesible como ?Siege? (parte de la misma trilogía), por el que ya ganó el Booker?, afirmó. Farrell recibió en vida -en 1973-, por ?The siege of Krishnapur?, el codiciado premio literario, que se entrega a la mejor novela del año escrita en inglés por autores británicos o de las ex colonias. ?The siege? es el segundo tomo de su trilogía Empire, de la que ?Troubles?, ambientada en la Irlanda de 1919, es el primero. La tercera novela de esa serie es ?The Singapore grip?, publicada en 1978. ?Troubles?, que narra la historia tragicómica del mayor Brendan Archer, que va a visitar a una mujer que vive en el decadente hotel irlandés Majestic en vísperas de la guerra de la Independencia de Irlanda, fue con diferencia la novela favorita de los lectores. Con un 38% de los votos, la obra, que en 1971 ya fue premiada con el Faber Memorial, obtuvo más del doble que ninguna otra de un total de seis finalistas. La agente de Farrell, Deborah Rogers, le describió como ?uno de los mejores escritores de su generación?. ?Estoy encantada de que ?Troubles?, una obra maestra indestructible y una de las mejores y más divertidas novelas de su época y de cualquier otra, haya ganado el premio Man Booker Perdido?, dijo.  ?Más allá del merecido reconocimiento tardío para este libro tan especial, espero que este nuevo premio transforme sus lectores devotos en la audiencia enorme que merecen ser?, añadió. El público seleccionó al premio Booker correspondiente a 1970 -el eslabón perdido desde la fundación del galardón en 1968- a través de la página web de la organización, de entre una lista elegida por tres jueces nacidos en torno a ese año El motivo por el que no se concedió el premio en 1970 es que, en 1971, dos años después de su creación, el Booker dejó de concederse con carácter retrospectivo (es decir, no premió a la mejor novela del año anterior, como venía haciendo) y pasó a distinguir, como sigue haciendo hoy, la mejor novela en el año de su publicación. El premio Booker Perdido incluye una primera edición de la novela ?Troubles? con una encuadernación especial de diseño.

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23 de mayo de 2010
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Podemos más

Esta palabra esperanza, con mayúscula o sin ella, lo mejor que podemos hacer con ella es tacharla de nuestro vocabulario. Solo los exiliados y los desterrados que se han conformado con el destierro y el exilio la pueden usar, a falta de mejor. Les da consuelo y alivio. Los que no se resignan tienen otra palabra más enérgica: voluntad. “Esta palabra esperanza”, de De este mundo y del otro (Selección de Diego Mesa)

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23 de mayo de 2010
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La tortuga política, tras la liebre de la crisis

La confianza es un bien muy delicado, que se da por descontado cuando todo funciona, pero se echa en falta dramáticamente cuando escasea. La crisis entera, en sus distintas fases, incluida la política, puede explicarse en términos de confianza, de su escasez e incluso de su quiebra absoluta. Los ciudadanos no la perdemos de golpe y sin explicación alguna, al contrario: la perdemos porque alguien nos hace extremadamente desconfiados. Por ejemplo, si los bancos cierran sus ventanillas para no tener que pagar a sus clientes. O si los Gobiernos niegan la realidad de la crisis y luego toman medidas que han prometido no tomar.

Cuando pega la crisis y es una crisis tan dura, la quiebra de la confianza actúa como un terremoto sobre toda la sociedad. Desaparece como por ensalmo en todos los ámbitos. Dejamos de confiar en el valor de nuestros depósitos bancarios, en la moneda común, en las instituciones que nos rigen o en las noticias que nos dan los periódicos. Ahora mismo la desconfianza se ha convertido directamente en política y en europea. Nos cuesta creer que alguien nos saque del agujero negro, consiga salvar la deuda de los países meridionales, preservar el euro y mantener incluso la Unión Europea. No hay confianza en los gobernantes y menos la hay en la capacidad de los 16 Gobiernos del euro y de los 27 de la Unión para empezar a gobernar todos a una como exige la salida de la crisis. No todo es rigurosamente negro, es cierto. Los europeos hemos dado algunos pequeños pasos. El Banco Central Europeo ha dejado de preocuparse exclusivamente de combatir la inflación y ha visto levantada la prohibición de comprar deuda y de utilizarla como aval con independencia de su clasificación. Se ha creado un fondo europeo colosal para evitar que el hundimiento de la deuda griega actúe como la primera ficha del dominó que hace caer todas las otras. Todos los socios están presentando planes para cortar por lo sano los déficits públicos. Habrá supervisión europea de los presupuestos nacionales. Se anuncian regulaciones para la banca financiera e incluso impuestos sobre las transacciones, de forma que los banqueros también contribuyan a financiar el déficit y no caiga el entero esfuerzo sobre los pensionistas y los asalariados. Alemania, en una fuga unilateral, quizá de pánico, ha prohibido ya las compras especulativas de valores; y quiere desposeer a los países miembros que no cumplan con los planes de estabilidad de su derecho de voto en las instituciones y de sus fondos de solidaridad europeos. Todo se dirige, así, hacia la constitución de un Gobierno económico del euro. Al fin. Pero la duda trágica que nos invade es saber si la política, con su paso de tortuga, podrá alcanzar a tiempo a esta crisis voraz que avanza como una liebre.

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23 de mayo de 2010
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¿Acaso eso es poco para toda una vida humana?

Fuente: eldeber No son pocas las veces que los personajes de novelas, al verse agredidos por el retrato que han hecho de ellos, intentan una réplica. Lo hizo también uno de los personajes más entrañables de Vargas Llosa, Julia Urquidi, la tía Julia, quien falleció en Cochabamba hace unos meses y devolvió en Lo que Varguitas no dijo las supuestas ?ofensas? que Vargas Llosa hizo en La tía Julia y el escribidor (la más grave de ellas, aquella en que confiesa que no se esperaron a casarse e hicieron el amor unas horas antes del alborotado matrimonio? oh dios, qué pecadorijillos). En El deber.com de Bolivia Emma Villazón recuerda a la Tía Julia. Interesante ver otro retrato de la protagonista, más allá del que hizo VLL, traviesa y divertida, y el que se hizo ella misma, moralista y sosa (nada que ver con la mujer deshinibida de este retrato).

A través de mis padres, conocí a Julia Urquidi. En ese entonces, ya había leído a Mario Vargas Llosa, era una adolescente intransigente en cuestión de gustos literarios e ideas, por lo que cuando mis padres me presentaron a Julia (a quien pasé a llamar tía Julia), no me cayó muy bien que alguien hubiese escrito un libro en el que no dejaba muy bien parado al autor de La ciudad y los perros.  A pesar de eso, Julia me atraía como personaje: era la alegría de las reuniones, alta, muy elegante, y con grandes dotes de conversadora (?) Conservo varios recuerdos de Julia, son como fotografías de una película de Almodóvar, ya que para mí ella podría ser perfectamente una protagonista de esas historias circulares, cargadas de mucha pasión. Era muy agradable verla, era el ejemplo de una mujer desinhibida, liberal, similar a esas actrices que parecen estar por encima de los simples mortales. Un buen retrato de ella es el que consigue en los años 80 Presencia Literaria, cuando en la entrevista se le pregunta por su situación sentimental, y ella dice que como la mayoría de las mujeres buscaba a alguien que la conquistara con detalles, como a esas mujeres del siglo XVIII, aunque líneas más adelante confesaba: ?Todo eso me causa mucha gracia, porque sinceramente prefiero un vodka con ginger ale?.   Una anécdota que me estremece hasta el día de hoy tiene que ver con una visita que le hice con mi madre para que me ayudara en una tarea. La profesora había pedido que buscáramos una obra de teatro en francés, por lo que fuimos a molestar a Julia. Esa tarde, como siempre, nos recibió con un cigarrillo entre los dedos, y se comprometió a hacerme una copia en casete de un disco de vinilo que tenía, era La voz humana, de Jean Cocteau. Al final, no sé qué presenté en clases, pero sí recuerdo que tuve el casete, lo guardé durante años como si fuera un regalo sagrado, luego copié otras cosas ahí. Ahora, más de diez años después, su voz es como un dardo cuando releo Lo que Varguitas no dijo, y descubro el valor de esa cinta: ?Me compré un disco: La voz humana, de Jean Cocteau, grabado por Simone Signoret. Es la historia de una mujer a quien su amante, que ella ama locamente, la abandona para casarse con otra mujer, a través de un monólogo desgarrador. Por las palabras de ella, se siente la mediocridad de ese hombre. Claro que no era muy alentador para mí, pero lo escuchaba todas las noches antes de irme a la cama?. Aquel disco representa el periodo más duro de su separación con Vargas Llosa, el cual creo, por momentos, llega a ser hasta inenarrable; cuando está sola en París y escucha este monólogo con delirio, cuando le llega la carta sorpresiva del Perú en la que él le pide el divorcio después de haber hecho las paces; y cuando ella cae en una crisis nerviosa en la que descubre el carácter imprevisible, o podría decirse, ella confirma quizás, inconscientemente; el bovarismo o la histeria de su marido, y pierde su norte en el mundo.  Cuando se llega a ese episodio en Lo que Varguitas no dijo, la autobiografía que la cochabambina Julia Urquidi escribe dándole respuesta a La tía Julia y el escribidor, quien ha leído a los narradores rusos podría hacer una semejanza de esta historia con aquel precioso cuento de Dostoievski Noches blancas, en el cual un hombre y una mujer, bastante solitarios, se conocen y se comprometen en tres noches, aunque, en la cuarta, la mujer le confiesa a su novio que debe romper su promesa, pues había llegado al pueblo el teniente que esperaba desde hacía tiempo para casarse. El cuento finaliza con la reflexión que se hace el ex novio: ?¡Dios mío! ¡Sólo un momento de bienaventuranza! Pero, ¿acaso eso es poco para toda una vida humana?? 

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22 de mayo de 2010
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El Boomeran(g)
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