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Dostoievski blogger

Fiodor Dostoievski ?Esta novela no me salió bien, pero su idea era bastante clara? dice Fiodor Dostoievski para hablar de El Doble. Según Paul Viejo, en un artículo en el ABC, la edición de los diarios de notas del escritor ruso (Diario de un escritor, editorial Errepar) lo muestran no solo como un buen reseñista sino incluso como un blogger aplicado. Si hubiesen blogs en el XIX, claro. Dice la nota:

No es octubre de 1877. Confío en que hoy no vaya a llover y, evidentemente, Dostoievski nunca tuvo un blog. Pero no me cabe duda de que el escritor ruso habría sido feliz escribiendo en uno y que ese sería el formato idóneo para su «Diario de un escritor». Un espacio donde poder escribir lo primero que se le pasase por la cabeza, contestar airadamente o no a cualquier opinión y asunto, dedicarle líneas a los últimos libros leídos, pero también poder trazar ?sin límites de extensión, sin plazos, sin presiones? ensayos sobre la obra de Pushkin, de Gógol, de Tolstói. Poder discutir con uno de sus lectores cara a cara, o lamentarse por las críticas a su último libro. Dejar alguna pista sobre su estado de salud, escribir un cuento (como «La mansa» o «El muzhik Maréi»), o «colgar» la última conferencia leída en público.Eso es exactamente este Diario, ese espacio libre y personal, incensurable y aparentemente ilimitado donde uno puede «autopublicarse» lo que quiera. Como en un blog, para lo bueno y para lo malo. Y eso es lo que hizo Dostoievski, que entre otras cosas fue un gran defensor de la autoedición, que llegó a fundar junto a su mujer, Anna, una «editorial» en la que publicaría las versiones completas de sus novelas ?a partir de Los demonios?, reeditaría las anteriores y desde donde llevaría a la imprenta el Diario.Estas páginas no eran sólo un diario íntimo, ni un cuaderno de apuntes de un escritor, ni un intento de dejar encuadernadas sus memorias. Eran más bien el camino diario de alguien que escribe, la recopilación de todo lo que sucede alrededor de un autor (un prolífico autor que diez años antes ya había escrito obras maestras, como Memorias del subsuelo o Crimen y castigo ), aquello que también existe para un escritor entremedias de las novelas: la vida. Es decir, política, Historia y actualidad; crítica, celebración y desesperación (o enfado); pintura, teatro, música y vida social; literatura, literatura y más literatura. Pero, además, y esto es lo que verdaderamente lo diferencia de un cuaderno íntimo y lo acerca más a ese hipotético  Dostoievski quiso que desde el principio fuera leído, recibido por sus lectores, aceptado o rechazado por sus contemporáneos. Diario de un escritor, en su sentido más estricto, es una cabecera, el nombre de una publicación periódica ?que no apareció en formato libro, reunida, hasta después de su muerte? para la que el escritor ruso fue contratado en calidad de director, redactor único, forma y fondo de su contenido.Al mismo tiempo se convirtió en el proyecto al que más horas dedicó Dostoievski, su penúltimo gran trabajo, teniendo claro que ese sería uno de sus grandes legados, tanto es así que cuando su viabilidad económica se hizo imposible, él mismo asumió los costes de publicación (a razón de un cuadernillo mensual) y continuó editándolo y azotando a la sociedad petersburguesa, rusa y europea hasta el día de su muerte.

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30 de octubre de 2010
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Pasillos vacíos

Diez de la mañana. Por aquellos pasillos, donde hace una semana la gente se amontonaba y conversaba en horario laboral, hoy no transita ni un alma. ¿Qué ha ocurrido en los 17 pisos del Ministerio de la Agricultura para que nadie deambule fuera de las oficinas? La respuesta es sencilla: muchos temen estar en la lista del próximo recorte, de manera que evitan mostrarse fuera de su puesto de trabajo y así parecer prescindibles. Si antes merodeaban por todos lados con los brazos cruzados, la estrategia del momento es parecer ocupados, aunque para ello tengan que quedarse tras el buró durante ocho horas. La escena no es exagerada. Me la ha contado una amiga que trabaja en una de esas dependencias estatales donde el exceso de personal es un mal crónico. Me explica que tampoco frente al bebedero se ve la larga cola de antaño, pero que ni siquiera eso  los va a salvar del desempleo. La institución les ha anunciado que sólo quedarán los indispensables y ya algunos han sido notificados de su cesantía. Mi amiga entorna los ojos y se ríe. ?De seguro no botarán al director, ni al secretario del núcleo del Partido Comunista y mucho menos a la mujer que dirige el sindicato?, concluye con sorna. Me sorprende la mezcla de temor y de desdén con que los cubanos han tomado la drástica reducción de personal que ya se está implementando. Por un lado, nadie quiere perder su puesto de trabajo, pero por otro hay una sensación de que el paro no puede ser peor que trabajar para el Estado. Cuando le recomiendo a mi amiga que saque una licencia de cuentapropista para forrar botones o hacer percheros, salta de la silla negando con las dos manos. ?Si mi nombre está en la próxima lista ?afirma? voy a dar un escándalo que se va a oír en la oficina del ministro y en todos los pasillos?. Pero no le creo, como tantos otros prefiere esconderse que reclamar.

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29 de octubre de 2010
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La autobiografía del sobreviviente

Gyorgy Konrad Rafael Narbona advierte en El Cultural, sobre el libro del húngaro Gyorgy Konrad ?Viaje de ida y vuelta es un relato autobiográfico que pasará desapercibido, mientras otros libros perfectamente prescindibles disfrutarán de una difusión inmerecida.? Para que no pase desapercibido, vale la pena comentar su reseña en el suplemento El Cultural de ?El Mundo?.

El niño del pijama de rayas no aporta nada al Holocausto. Sólo contribuye a banalizarlo con su prosa raquítica y su lamentable sentimentalismo. Es una vergüenza que algunos institutos lo hayan escogido como lectura obligatoria. Viaje de ida y vuelta sí es un libro necesario, que podrían leer los más jóvenes, pues su prosa está depurada hasta una sencillez elemental, donde se funden el talento poético y el sentido narrativo. La familia Konrád nunca se cuestionó su identidad húngara y jamás incurrió en el fanatismo religioso. De hecho, el joven György experimenta una identificación emocional con Hungría durante la guerra, pese a que su gobierno ha pactado con la Alemania de Hitler. Su patriotismo recuerda al de Jean Améry, que no descubrirá la verdadera naturaleza del fervor nacionalista hasta ser torturado y deportado. El padre de György era un próspero comerciante, que lo perderá todo cuando Alemania emprende su última aventura militar, invadiendo Hungría y deportando en menos de un mes a 300.000 judíos. György Konrád conmueve con su prosa y su coraje. Sobrevivió al Holocausto, luchó activamente contra el comunismo y ahora nos recuerda que el antisemitismo pervive en Hungría y el resto de Europa. En su pueblo natal, la sinagoga sigue siendo un almacén y el cementerio un lugar fantasmal, con las lápidas rotas o profanadas. Europa nunca ha dejado de ser una tierra inhóspita para el pueblo del Libro, pese a su enorme deuda con una comunidad pródiga en escritores, científicos y poetas. 

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29 de octubre de 2010
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II. La que nunca se esconde

La muerte que no se esconde ni a la hora de la comida. En el restaurante de Insurgentes, al que se entra por el bar con su cantina de viejas maderas oscuras y cristales biselados, una partida de esqueletos se divierte alrededor de una mesa bien servida, entregados a una amena conversación donde sobran los chistes y las bromas porque uno de los parroquianos allí sentados ríe a mandíbula batiente, y otro abraza a su vecino en franca camaradería de borracho, una imagen que podría ser la de celebrantes vueltos del tiempo de la revolución, como trazados por el buril de los grabados de Posada, sombreros charros y sarapes, cananas de tiros en el costillar, y las mujeres envueltas en sus rebozos, gozando todos de la fiesta que nunca termina.

Pero también allí mismo, yendo hacia el patio umbroso sembrado de palmeras, y en cuyo centro borbotea una fuente de azulejos de Talavera, se alza un altar de muertos adornado con flores de cempasúchil de color oro y amarillo, que son las de la temporada. En el altar hay platos de mole y tamales, servidos en homenaje de los comensales ausentes para ser tentados a regresar, y hay redondos panes de anís espolvoreados de azúcar, de los mismos que Starbucks anuncia a su clientela moderna, y vasos y jarritos de mezcal, de tequila y de cerveza, toda una celebración culinaria en la que presentes y ausentes, vivos y difuntos, comparten viandas y alegrías a ambos lados de la frontera del misterio, porque lo que gusta aquí seguirá gustando allá.

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29 de octubre de 2010
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Sociedad de viejos

Una sociedad de viejos es una sociedad de ausencias. Con una esperanza de vida más larga acrecienta más la densidad melancólica que una colectividad de jóvenes cuya memoria más reducida no llega tan lejos y su aforo y su peso es incomparablemente menor.

Esa sociedad envejecida lamenta el fin del pretérito y, como es usual, añora lo que no volverá. De ahí se deduce el enorme desprestigio de los años presentes puesto que desde todos los lugares de poder, regidos mayoritariamente por mayores, se propaga -aun a  su pesar- una idea pesimista de la época, una idea de post, de postrimerías y no de inauguración.

Aquí y allá, en el caos del arte, de la economía o la política, no se piensa de ningún modo alentador hacia adelante sino que el pensamiento se encuentra taponado por la pretensión de rescatar formas, fórmulas y planteamientos del pasado. Asustado ante el temible porvenir. No hay de hecho, un pensamiento que aborde los problemas con métodos novedosos. Significativamente no hay pensadores, con o sin premio Nobel o Príncipe de Asturias, que ayuden a sacar provecho de la nueva situación y tanto un repudio a la actualidad como una resistencia a admitir un cambio de paradigma positivo  contribuye a empeorar la crisis.

 La edad proterva es un depósito de sabiduría pero ya se comprueba que este depósito permanece actualmente guardado en almacenes y no se utiliza o no vale como reserva para subvenir el provenir. Por el contrario, siendo el déficit el signo general del mundo en cuestiones materiales, el pensamiento aplicable es deficitario en soluciones intelectuales. Déficit en casi cualquier lugar,  déficit de pensamiento en casi cualquier punto. Pérdida de energía renovada en un mundo envejecido. 

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29 de octubre de 2010
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Primicias de Juan Goytisolo

 
 

Juan Goytisolo, siguiendo el ejemplo cervantino mayor, ha dado batallas para liberar nuestros varios orígenes, ibero y latino, arábico y judaico; y da la talla en el debate al sumar las voces migrantes de trámite futuro, que con apetito van a dar a la nueva mezcla. Buscando estos caminos del español, más plural que unitario, menos imperial que dialectal, Goytisolo nos ha devuelto un lenguaje urgido por su inmediata veracidad, cernido de brío y agudeza.  Y no sin ironía ha conjurado los fantasmas y fantoches  de la buena conciencia y la mala fe. Pocas veces el español ha sido capaz de pasión semejante, forjado por la inteligencia crítica y la sensibilidad ética. Pero cuando lo ha sido, en el reclamo de Cervantes y el alegato de sor Juana Inés de la Cruz, en la ironía de Larra y la protesta de Unamuno, en las sumas de Darío y la solidaridad de Vallejo, en la empatía de María Zambrano y la fe de José Lezama Lima, así como  en las tareas críticas  de Antonio Alatorre y Francisco Márquez Villanueva, este mundo se nos ha hecho, en español, más digno.

No sólo las rutas del español encienden la prosa de Juan Goytisolo, restada de sus sumas. La ductilidad prosódica de sus novelas se ha decantado en su largo proceso artístico, a través de distintos modos de representación, formas narrativas y lenguajes en diálogo. Esa obra parece no acabar, recomenzar por dentro, hacer del lector el actor de su ocurrir, interlocutoriamente. En su taller se fragua la lectura de otro mundo hispánico, capaz de sumar sus orígenes gracias a la crítica; y sus futuros, gracias al lenguaje. La novela, así, le cede a la lectura la aventura mayor: la de rearticular su lugar como la inteligencia mutua que nos debemos. Esa es la demanda con que esta obra nos reclama, la de desbrozar el lenguaje, sacarlo de sus casillas, aliviar su prosa institucional y espesa,  desencuadernar sus gramáticas, abrirle horizontes. Se trata, en efecto, de un español peregrino,  que acarrea la vivacidad mundana de los grandes tratados medievales; pone a prueba su lección humanista en Barataria, donde el hombre pobre, el analfabeta, aprende a leer  y lee como hombre justo; transita entre hablantes arrancados del habla, levantando la documentación imaginaria de su viaje transfronterizo; y suma la urgencia de su trance americano, su paso por la modernidad más civil, la de la mezcla.  Es un español que ha peregrinado los campos de Níjar,  y ha caminado, sin tierra, sobre las aguas de la memoria, a través de los reinos de Taifas, la Babel newyorkina, las voces de Sarajevo…Por eso el español de Juan Goytisolo no se debe al habla coloquial ni a la oralidad regional, y mucho menos a la violencia verbal en abuso. Se debe a su puntual despojamiento, a la crítica de su indulgencia autoritaria y elocuencia efemérica. Es el español que hablaríamos si nos reconociéramos libres en el lenguaje.

Tiene este español de Goytisolo sus grandes interlocutores en el Arcipreste de Hita, que es el otro escritor nuestro capaz de hablar el árabe dialectal del norte de Marruecos; en san Juan de la Cruz, cuya “noche oscura” se prolonga en el canto sufí; en la Celestina  y en Manrique, actualizados para alarma del funcionariado difundido. Con el Conde don Julián se pasa a la otra orilla. Habla en inglés con Blanco White y en francés con el Señor de la Montaña, maestro de relativismo. Libre de las ideologías de consolación, este formidable repertorio dialógico ha puesto en desuso el demótico sentimental que prolifera tanto como el incivil derogatorio de los otros, que deshumaniza el lenguaje con las pestes del machismo, el racismo y la xenofobia. La suya es un habla contra la corriente, que nos concede el vaso de agua clara de cada dia.

Carlos Fuentes incluyó a Goytisolo en la “nueva novela latinoamericana;” en París fue definido como escritor emigrado, parte del paisaje local; en Nueva York, cuando lo conocí, el año propicio de 1969, estudiaba imperturbable la linguística para entender la propia lengua; desde entonces hemos compartido el ánimo trasatlántico de romper lanzas por los nuevos escritores y la crítica nueva. Juan es de los que hablan más de la obra de los otros que de la propia. En sus conferencias de la Cátedra Alfonso Reyes (Tradición y disidencia, TEC de Monterrey), postula que el autor es antes que nada una persona que rechaza convertirse en personaje.  La distinción sugiere que hay más personajes que personas.

¿Cuál es entonces el territorio que recorre el español peregrino de Juan Goytisolo? Yo diría que es el desierto, el espacio que no tiene centro, y cuyo remoto punto de referencia es el pozo de agua donde se repone la tribu. Su peregrinaje, por ello, es de largo aliento, sabiduría y veracidad. Entre los mercadillos de ocasión donde se ofertan valores de vario precio, se adelanta este peregrinar, animado por la memoria de su lenguaje, y nos revela el camino de amistad de los otros grandes peregrinos, que se mudaron de territorio para forjar su lengua y recobrar su integridad.  Garcilaso, que se había mudado al italiano para poder renovar el español,  vuelve a Toledo en pos de la casa que le tiene descubierta su biógrafa, Carmen Vaquero.  Góngora, mudado al latín para tensar la sintaxis barroca, regresa aliviado de que Velázquez le ahorrara los laureles al pintarle su retrato. Y Cervantes, desempolvado de andanzas, trae su español acendrado por las voces italianas, árabes y americanas, junto a su escudero, Ricote, esta vez disfrazado de turista para que no le ofendan. Y  también asoma Darío, que se había mudado al francés, logrando remozar, para siempre, la música del verso español.  Y ya cruza la puerta de Toledo el mismísimo Vallejo (“quiero laurearme pero me encebollo,” dice), quien sigue escribiendo palabras que no están en el diccionario, porque en el diccionario están todas las palabras menos la poesía; y ha debido tachar el español para escribir en español. 

Hasta los críticos tenemos sitio en la obra de Juan Goytisolo; aunque el vuestro, para mejor salud del español, sea hoy reconocer, por fin, el lugar de este magnífico peregrino,  que habiendo cruzado el desierto de su tiempo nos trae las primicias del porvenir.

(Laudatio de Juan Goytisolo en la entrega del Premio Don Quijote, Toledo, 26 de octubre, 2010).

           

 

 

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29 de octubre de 2010
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Sibylle Lewitscharoff reseñada

Sibylle Lewitscharoff La escritora alemana, de ascendencia búlgara, Sibylle Lewitscharoff ha sido traducida al castellano por Adriana Hidalgo, siempre atenta a las ficciones que llegan desde Alemania. La novela se llama Apostoloff. En la Revista de Libros, Alicia Plante hace una reseña de la novela:

Hay distintas maneras de escribir acerca de lo inestable, lo que cambia ocultando hasta último momento la tensión con su opuesto, ese que contiene la verdad insoportable que lucha por aparecer. No es fácil descifrar o definir indudablemente esos sentimientos que van y vienen como la náusea, que oscilan a veces con suavidad, otras violentamente, arriba y abajo, a un lado y a otro, como una cinta caída sobre la superficie del agua. Y en fin, para eso están las metáforas, los sueños, las comparaciones falaces y todos esos subterfugios que sugieren con vehemencia lo que no se puede admitir. Esta historia, Apostoloff, parece la de un rencor que lo tiñe todo, un odio viejo, entretejido en la trama del desprecio, tan enraizado a lo largo de una vida, tan confirmado en la complicidad fraternal que, se piensa, nada podrá modificarlo. Y es en torno de ese odio y sus contaminaciones que surge un relato que nos compromete desde lo estético, desde un humor ácido que salpica todo el libro y desde un estilo aparentemente llano, en realidad sutil e intensamente sugerente. Los hechos en los que se monta la novela son complicados, como siempre ocurre con la vida: a consecuencia de la expansión estalinista en Europa oriental, en los años cuarenta un ginecólogo búlgaro se exilia en Alemania con varios compatriotas, un hombre interesante que formará una familia, será el buen padre de dos niñas, y eventualmente se suicidará colgándose con una soga de un caño de calefacción del consultorio. Su fantasma, que en ciertas ocasiones se asoma a las hijas como si tuviera algo que decir, arrastra esa soga atada al cuello como la correa de un perro. Su muerte ocurrió un número inexplícito de años atrás, pero hoy esas niñas son adultas y es una de ellas la que narra una historia fuera de lo común, rayana en el absurdo. En realidad lo que cautiva está detrás de ese relato que parece un ancho telón de fondo tendido a través de cinco países, y que las dos hermanas atraviesan, primero en una limusina fúnebre que integra una delirada caravana de restitución a la patria del grupo de exiliados, los cuerpos reducidos mediante procedimientos nuevos para acomodarse en urnas, todos juntos en un monumento impactante y ridículo, como si hubieran sido héroes. Tras la ceremonia, el road movie continúa en un auto común con el cual las hermanas recorren Bulgaria, siempre con la narradora en el asiento trasero y Apostoloff, devenido más que un simple guía y chofer, a cargo del volante. Las hermanas son diferentes, una modosita, femenina, complaciente. A la otra, inteligente, dura, de una sutil sensibilidad, la acompañamos sonriendo mientras despotrica contra casi todo. Los retratos del padre que imperdonablemente eligió morir y desentenderse de sus hijas, de la madre ocupada sobre todo en fumar y leer sin pausa, de los tíos y los cuatro abuelos, dos alemanes, dos búlgaros, de los otros compatriotas y sus hijos, vecinos de ciudad y de circunstancias sin escapatoria, en realidad pintan el perfil de ella, un personaje entrañable a quien querríamos encontrar en alguno de esos bares, esas playas, esos hoteles donde recalan antes de volver a Alemania en una deprimente exploración turística de Bulgaria, la patria del padre que no reconocen como propia. Y resulta que lo que le ocurre a la protagonista ?concluimos cuando al fin baja la mano y muestra por un instante sus cartas? es que añora al padre, sencillamente y sin sosiego. Es eso lo que la exaltaba todo el tiempo, que lo ama y no lo tiene, que lo extraña y le hace falta. Hasta la madre revisitada se dibuja como un personaje con el cual no había sido del todo justa. Que en realidad, inevitablemente, es su modelo de varias elecciones, por ejemplo la lectura insaciable. Y también la hermana, con su frivolidad y su lealtad sin condiciones, con esas consonancias que los genes, las experiencias y los secretos compartidos en el marco de una larga convivencia labran a pesar de todo, se beneficia en algún momento con sus reconsideraciones. Evitando con amplio éxito la cursilería, Sibylle Lewitscharoff, una de las destacables escritoras alemanas del siglo XXI, de ascendencia búlgara, nos envuelve en algo tan sencillo y sincero como un acto de amor.

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28 de octubre de 2010
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Viaje en autobús

 

 

 

Sigo mi compartida vuelta a España. Ahora en autobús. Nada que ver con aquellos viajes en autobuses de los tiempos de Josep Pla. Ahora viajamos en un autobús de lujo. Juntos pero no revueltos. Cada uno con su sueño, su lectura y sus cascos. No estamos en los tiempos de charlar en los autobuses, de hacer paradas en los pueblos o de escuchar furtivamente las confesiones de los del asiento trasero. Ni hay autobuses de aquellos, ni hay  solitarios excéntricos a la manera de Pla, ni escritores con sus metáforas, sus adjetivos. Ni siquiera con sus cigarrillos. Ya no se nos ocurre fumar ni con la imaginación.

La primera parada fue Valladolid. Tomada por el cine y por las torpes palabras de un alcalde que se está mereciendo una retirada de la vida pública. Una vuelta al bachiller y a otras educaciones laicas. Por ejemplo podría leer a Delibes, siempre es un bien literario y humano. Un escritor que nos abre el mundo y el idioma. Fue un placer estar un rato con su hijo Germán. El más cazador. Un historiador sin chalecos ni pedanterías.

De Lugo me queda la pasión vital y verbal de Manuel Rivas. Los recuerdos de alguno de sus escritores y la foto nocturna, con sed aplacada por el agua de Escocia, y foto en la estatua de Anxel Fole. Y del viaje por Galicia las historias noveladas por Rivas en su más negra obra, en su inmersión en el mundo del tráfico y el control de sitios y gentes. Se llama "Todo es silencio" y habla de esa mercancía que cambió los usos, costumbres y destino de algunos gallegos. De esa droga que llegaba por el mar, como siempre llegaron los santos a esas gallegas costas de vidas y muertes. También recuerdo las risas y las músicas de los admirados de "Siniestro total" y su líder Julián, siempre lúcido entre el country, el western y el rock más irónico.

En Gijón, después de una fabada que estuvo a punto de hacerme del Partido Reformista- un tributo particular a mi admirado Julio Camba- me encontré con una de las más hermosas luces que recuerdo en esa ciudad de clásicos y modernos, como el añorado Juan Cueto. Después pienso que la luz es un particular homenaje a esa novela tan original, tan luminosa y tan poco complaciente, "La luz es más antigua que el amor", lo último de Ricardo Menéndez Salmón. "Un hombre es lo que ha visto", se dice en esa novela que nos lleva a los rincones oscuros de un pintor tan fascinante, tan misterioso y poderoso como Mark Rothko. Hay otras vidas, otras épocas, otros pintores en esta novela que me acompañó en verano y renace con la luz de Gijón.

En Bilbao abandono el autobús. Mi cabeza ya está llena de pájaros y de músicas cantadas por Sting en compañía de una espléndida orquesta sinfónica londinense. Hay una rareza- una excentricidad, como en Pla pero de otro estilo- en los músicos. Sobre todos en los que se enfrentan a los clásicos. Sting, después de treinta años, me pareció un clásico. Me hizo volver a los ochenta. Regresar a esos años en los que todo estaba por decidir. Después la vida y los viajes decidieron no seguir ninguna de las rutas que imaginamos. Seguimos en el camino.

Mañana en Tánger. Otro mundo. Otro viaje.

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28 de octubre de 2010
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Una obra maestra, dice Oviedo

Mario Vargas Llosa Dentro de poco aparecerá la obra El sueño del celta de Mario Vargas Llosa. Ni él ni los editores de Alfaguara pensaron jamás que estarían publicando la primera novela de Vargas Llosa como Premio Nobel. Algunos afortunados ya han podido leerla; uno de ellos es José Miguel Oviedo quien desde ya la considera una ?obra maestra? al nivel de La guerra del fin del mundo. De eso habla en su reseña en el ABC:

En varias ocasiones a lo largo de su producción novelística, Mario Vargas Llosa ha migrado de las historias y ambientes peruanos que constituyen el centro natural de su ficción. La primavera vez fue en «La guerra del fin del mundo» (1981), que narra la rebelión de El Consejero en el sertón brasileño. Luego fue la República Dominicana, donde transcurre «La fiesta del Chivo» (2000), durante los años de la dictadura de Leónidas Trujillo. Uno de los hemisterios ?el que protagoniza Paul Gauguin? en los que se divide «El paraíso en la otra esquima» (2003) nos lleva de París a Tahití y las Islas Marquesas. Y en «Travesuras de la niña mala» (2006) cada uno de los capítulos, salvo el primero, que ocurre en Lima, se sitúa en una ciudad distinta: París, Londres, Tokio, Madrid. Esto revela el creciente cosmopolitismo de su visión, que desborda los límites habituales de un escritor latinoamericano, pues resultan cada vez más estrechos para el impulso universal de la aventura humana. Todo esto tiene especial relevancia a la luz de la última novela del autor: «El sueño del celta», que, sin ninguna exageración, debe considerarse una obra maestra , no sólo por su impecable ejecución, sino por la temeraria audacia de su concepción y la minuciosa documentación que supone.La idea de escribirla surgió cuando Vargas Llosa descubrió, leyendo una biografía de Joseph Conrad, que un tal Roger Casement había sido, aparte de un muy cercano amigo del gran escritor anglopolaco, la persona que le brindó la información esencial que lo movió a escribir «El corazón de las tinieblas». Así se configura una triangulación entre Casement, Conrad y Vargas Llosa, cuyo hilo común es la colonización del Congo, centro de esta novela (?) Aquí se narran, con lujo de detalles, las campañas, las infinitas discusiones, las discrepancias tácticas, los inesperados tropiezos y complicaciones que marcan el camino que lleva de los ideales a la realidad de una acción liberadora. Un aspecto importante es que, como todo esto ocurre en el contexto de la Primera Guerra Mundial, durante el apoyo táctico de Alemania a los fines políticos de una Irlanda libre, la labor de Casement aparece como un acto de alta traición contra Inglaterra. Es despojado de su título, humillado al revelarse sus apuntes íntimos, enjuiciado y encarcelado. Allí lo encontramos al comenzar la novela, en el presente a partir del cual se reconstruye su apasionante historia y su trágico final.Me referiré sólo a algunas de las razones por las cuales afirmé que ésta es una obra de excepcional importancia literaria. En primer lugar, se apoya en una documentación e investigación monumentales, que le permiten tratar de mundos y situaciones tan alejados de su propia realidad como el Congo e Irlanda a comienzos del siglo XX, con una pasmosa familiaridad que produce total convicción. No deja de ser una notable hazaña que un latinoamericano se haya convertido en un novelista del Congo (como Conrad) y de un héroe de la insurgencia irlandesa; es como si un novelista africano hubiese escrito «La Casa Verde» o un inglés «Conversación en La Catedral». La minuciosidad de los detalles y la coherencia interna de todo el complejísimo tramado narrativo contribuyen a ese efecto.¿Cuánto hay de verdad en la aventura de Casement, cuánto de ficcion? Imposible saberlo: el ensamblado de esos elementos es perfecto y no deja señales de la sutura. Por otro lado, la consabida vocación deVargas Llosa por los grandes espacios salvajes, donde sólo impera la ley del más fuerte y donde toda aventura es posible, reaparece aquí para plantearnos, con un vuelo épico, la eterna tensión entre la aspiración civilizadora y el respeto a las formas tradicionales de la cultura humana. Una novela que quedará entre las mayores contribuciones de nuestro tiempo al género.

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28 de octubre de 2010
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John Banville en Barcelona

John Banville Gracias al FB de la editorial Anagrama me entero que el enorme John Banville estará en Barcelona el próximo viernes 5 de noviembre, en la Biblioteca Jaume Fuster, conversando con Rodrigo Fresán acerca de su última novela recién publicada en español ?Los infinitos?. Qué bueno que regrese Banville sin Black. Dice la contratapa del libro:

La familia Godley se ha reunido en Arden, su finca, en medio de una verde campiña, cerca de un antiguo lugar sagrado y de las vías del tren. Han venido porque el vie jo Adam Godley, un respetado y exaltado matemático, se está muriendo. Le acompañan Ursula, su segunda es posa, madre de Adam y de su hermana Petra, y Helen, la mujer del joven Adam, bella como la homérica Helena. Y también están Ivy Blount, la última aristócrata del lu gar, que ahora es la criada de la familia, y Duffy, un campesino que se ocupa de la poca ganadería de la fin ca. Y más tarde vendrán Roddy Wagstaff, un modernillo que corteja a la angustiada Petra. Y Benny Grace, quizá un colega de Adam Godley o el dios Pan, que junto a otras deidades es uno de los personajes de esta luminosa y numinosa historia sobre los mortales; y sobre la dolo rosa inmortalidad de los dioses, que interfieren en las vi das de los hombres sólo para intentar experimentar esa mortalidad que anhelan. Porque las últimas ecuaciones de Adam Godley constituyen la combinación que abrió el «cerrado aposento del tiempo», la condición necesa ria de esta literaria convivencia de dioses y hombres. «John Banville es un maestro, y su escritura un placer sensual sin interrupciones» (Martin Amis).

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28 de octubre de 2010
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