Javier Rioyo
Sigo mi compartida vuelta a España. Ahora en autobús. Nada que ver con aquellos viajes en autobuses de los tiempos de Josep Pla. Ahora viajamos en un autobús de lujo. Juntos pero no revueltos. Cada uno con su sueño, su lectura y sus cascos. No estamos en los tiempos de charlar en los autobuses, de hacer paradas en los pueblos o de escuchar furtivamente las confesiones de los del asiento trasero. Ni hay autobuses de aquellos, ni hay solitarios excéntricos a la manera de Pla, ni escritores con sus metáforas, sus adjetivos. Ni siquiera con sus cigarrillos. Ya no se nos ocurre fumar ni con la imaginación.
La primera parada fue Valladolid. Tomada por el cine y por las torpes palabras de un alcalde que se está mereciendo una retirada de la vida pública. Una vuelta al bachiller y a otras educaciones laicas. Por ejemplo podría leer a Delibes, siempre es un bien literario y humano. Un escritor que nos abre el mundo y el idioma. Fue un placer estar un rato con su hijo Germán. El más cazador. Un historiador sin chalecos ni pedanterías.
De Lugo me queda la pasión vital y verbal de Manuel Rivas. Los recuerdos de alguno de sus escritores y la foto nocturna, con sed aplacada por el agua de Escocia, y foto en la estatua de Anxel Fole. Y del viaje por Galicia las historias noveladas por Rivas en su más negra obra, en su inmersión en el mundo del tráfico y el control de sitios y gentes. Se llama "Todo es silencio" y habla de esa mercancía que cambió los usos, costumbres y destino de algunos gallegos. De esa droga que llegaba por el mar, como siempre llegaron los santos a esas gallegas costas de vidas y muertes. También recuerdo las risas y las músicas de los admirados de "Siniestro total" y su líder Julián, siempre lúcido entre el country, el western y el rock más irónico.
En Gijón, después de una fabada que estuvo a punto de hacerme del Partido Reformista- un tributo particular a mi admirado Julio Camba- me encontré con una de las más hermosas luces que recuerdo en esa ciudad de clásicos y modernos, como el añorado Juan Cueto. Después pienso que la luz es un particular homenaje a esa novela tan original, tan luminosa y tan poco complaciente, "La luz es más antigua que el amor", lo último de Ricardo Menéndez Salmón. "Un hombre es lo que ha visto", se dice en esa novela que nos lleva a los rincones oscuros de un pintor tan fascinante, tan misterioso y poderoso como Mark Rothko. Hay otras vidas, otras épocas, otros pintores en esta novela que me acompañó en verano y renace con la luz de Gijón.
En Bilbao abandono el autobús. Mi cabeza ya está llena de pájaros y de músicas cantadas por Sting en compañía de una espléndida orquesta sinfónica londinense. Hay una rareza- una excentricidad, como en Pla pero de otro estilo- en los músicos. Sobre todos en los que se enfrentan a los clásicos. Sting, después de treinta años, me pareció un clásico. Me hizo volver a los ochenta. Regresar a esos años en los que todo estaba por decidir. Después la vida y los viajes decidieron no seguir ninguna de las rutas que imaginamos. Seguimos en el camino.
Mañana en Tánger. Otro mundo. Otro viaje.