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Nuestro poder vivificador

 Anatomía de la influencia es de nuevo un tratado sobre los autores y personajes eminentes que pueblan la literatura universal. Pero en esta ocasión el tono de Harold Bloom es elegíaco y celebra sus ochenta años con un testamento: "Ya no lucharé contra los Resentidos. Nos uniremos todos en nuestro polvo común".

Bloom reitera en esta larga meditación su teoría sobre la ansiedad que corroe a los grandes escritores pero renuncia a cualquier pretensión doctrinal. Se eleva recreando la retórica de un discurso interminable.

Elogia la pasión de la lectura y nos remite al origen de su veneración: renueva el entusiasmo de la primera vez y el asombro que inspiran las grandes obras. Pero una charla con Bloom requiere gran familiaridad con los libros supremos y saberlos de memoria después de una lectura tan extensa como profunda.

Lo excepcional notorio en Bloom es su método de seducción y cómo rehúye los tediosos razonamientos del argumento académico. Si no se respira el aliento de la inspiración poética que ilumina al autor, da a entender, el lector no tiene nada que hacer.  

Su visión de la ansiedad y la influencia, el mapa de los senderos que unen a cada escritor eminente con todos los demás, es absoluta. Sus razones son sentencias y se sancionan a sí mismas como profecías. Omite la secuencia temporal que rige el orden del mundo y desvela la influencia que algunos escritores tuvieron en sus antepasados.

La retórica de Bloom es reiterativa, insistente, poética, pues cree que nada ha sido cabalmente entendido. Las obras maestras están por encima de nuestra comprensión y si salimos derrotados de este desafío caeremos en la Edad del Resentimiento. Salvo que nos propongamos leerlas una y otra vez, durante toda la vida, dice Bloom.

El crítico trata con desdén a los melifluos, torturados y hostiles guardianes de la ortodoxia y los repudia con la insolente alegría adolescente que vivifica el entusiasmo de la primera lectura: Bloom expande este espíritu devoto, lo incrementa, lo santifica.

A los grandes escritores les inspira una envidia sagrada, dice, pero nadie elige al maestro de su veneración; el autor será elegido por su antepasado literario. O aceptamos esta violenta premisa o la rechazamos. Pero no es objeto de discusión. La influencia produce ansiedad y ésta consiste en imitar, evocar, saquear la obra y suplantar al autor, pero sin la complicidad del muerto ilustre, todo será una patética patraña plagiaria.

Bloom se considera un laico de inclinaciones gnósticas, un esteta literario que idolatra a Shakespeare, un supuesto hereje gnóstico judío, un lector esotérico, un crítico longiano que celebra lo sublime como la suprema virtud estética, afirma que la gran literatura existe y que es posible apreciar el brío de una energía sobrenatural en su vigor lingüístico. Al final Bloom será un miembro destacado de esa Religión Americana que enunció Emerson y cuyo único dogma en la Seguridad en Uno Mismo. Una especie de entereza o unión de cada hombre con el sí mismo desconocido.

Si alguien, urgido por alguna torpe premura, tuviera necesidad de reducir todos los libros de Bloom a un único párrafo, quizá podría conformarse con lo siguiente:
 

Shakespeare, que no profesa ninguna creencia y que, según R.W. Emerson, es sabio sin énfasis ni agresividad, poseía su propio método de conocimiento -que nunca podremos descifrar del todo como no sea mediante infinitas y profundas lecturas- y es el precursor de todo el mundo: Walt Whitman, James Joyce, Melville, William Blake, Emily Dickinson, Freud, Proust, Becket, Kafka, Leopardi, Pessoa, Borges...

¿Por quién se siente elegido Bloom? A ratos por Ralph Waldo Emerson. Y en otras ocasiones por Samuel Johnson. Aunque esto debería decirlo él, y no yo. Cuando Bloom recuerda al elocuente retórico da la sensación de estar hablando de sí mismo: "leer a Emerson resulta a veces desconcertante, en parte porque es un aforista que piensa en frases aisladas. Sus párrafos resultan a menudo espasmódicos, y su mente incansable está siempre en alguna encrucijada".

Bloom es una figura señera de nuestro tiempo y se ha encargado a sí mismo la misión de decir lo qué debemos hacer con las obras maestras de la literatura, cómo leerlas, recordarlas y comentarlas. Sus libros acuden en socorro del lector que sin pereza ni ignorancia se enfrenta a los monumentales legados del pasado. Dice que leer, releer, describir, evaluar y apreciar es el verdadero arte de la crítica literaria en un mundo en el que el cinismo abunda, la realidad se vuelve virtual, los libros malos desplazan a los buenos, y leer es un arte que agoniza.

 

Esta breve recensión del reciente libro de Bloom debería concluir preguntándose cuál es la influencia de Bloom en España. Anagrama y Taurus lo mantienen en sus catálogos y parece que ha conseguido una considerable atención entre los lectores que aceptan lo esencial: que sólo pueden comprender una obra literaria a través de sí mismos -y la sentencia inversa sigue siendo cierta.

Pero ¿cómo modifica Bloom la conciencia que la literatura española tiene de sí misma? Leyéndole uno aprecia mejor un rasgo irreconciliable: el autor español quiere ser el Yo de sus lectores; el autor americano aspira a ser el Yo de sí mismo. Hay algo indolente y cansino en el hábito de la lectura nacional cuyo origen desconocemos y que nos obliga a indagarnos con una urgencia que no podemos descuidar.

Por este motivo la recensión que hacemos de Anatomía de la influencia concluye por el momento con la cita de Hamlet que Bloom hace en algún lugar de su libro:

 "hemos sido engendrados y creados/por nuestra
propia esencia y en virtud/de nuestro poder vivificador".

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11 de diciembre de 2011
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II. Cansado de ser el adalid del sistema

 

Supermán llega a la tierra en una nave espacial, procedente del lejano planeta Krypton, que estalla tras su partida, en el año de 1932, que es cuando la historieta creada por Jerry Siegel apareció por primera vez. Se trata, por tanto, de un personaje longevo, que ronda ya los ochenta años, pero que gracias a la magia que ilumina a los héroes de ficción, se mantiene siempre en plena juventud, sin riesgo alguna de envejecer o de morir.

En muchos sentidos ha encarnado los proclamados valores de los Estados Unidos, y la lucha por la justicia, la democracia y la libertad. Otros dirán que ha representado al sistema y defendido sus valores conservadores. Ha sido un inmigrante leal, el ciudadano ejemplar que jamás transgrede el credo establecido por los padres fundadores. Y es un ejemplo ideal para la juventud; no fuma, no bebe, no consume drogas, es monógamo; la inefable Sara Palin, antigua reina de belleza de Alaska, y cualquiera de los halcones del Tea Party encontraban en él al cabal representante de los Estados Unidos tradicionales. Ya no más.

Este año, en el número 900 de la revista donde aparecen sus aventuras, Supermán declara, decepcionado, que está harto de ser utilizado como instrumento político, y se prepara para anunciar delante de la Asamblea General de las Naciones Unidas que renuncia a la ciudadanía de los Estados Unidos. Según sus palabras, escritas en el globito del respectivo cuadro de la historieta, "la verdad, la justicia y el estilo de la vida americano ya no son suficientes". Así se lo expone  al Consejero Nacional de Seguridad de la Casa Blanca.

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9 de diciembre de 2011
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La literatura devuelve la vida al pasado físico

Gracias a Scott Herring, un profesor de literatura norteamericana, releo de manera distinta Las uvas de la ira, y especialmente el capítulo donde narra la huida de los Joad a través del desierto de Mojave hasta alcanzar el valle central de California, como tantos americanos que protagonizaron las migraciones internas durante la Gran Depresión. A pesar de la fama de exagerado de Steinbeck, Herring ?un apasionado del hiking y autor de Lines on the Land: Writers, Art, and the National Parks? demuestra que en el caso del viejo camión serpenteando una colina con el motor hirviendo, el escritor no hermoseaba a lo grande. Más allá del paralelismo con el éxodo judío, la descripción era literal y representaba con exactitud un problema de los coches de finales de los años treinta: sus penosos refrigeradores y anticogelantes. Los motores se calentaban, renqueaban hasta la extenuación bajo el sol del desierto, y mientras lo escribo asoma la imagen del Chrysler verde de mi padre que en los viajes largos también necesitaba hacer paradas, como los caballos. Y es que la literatura nos devuelve a esos lugares de la memoria en un estallido sinestésico capaz de palpar un tiempo vivido. En mi caso, los viajes en coche de Catalunya hasta Galicia conforman uno de los recuerdos de infancia más felices. No quería llegar nunca a destino, para seguir cobijada en aquel ensueño con el olor de cuero viejo tras la ventanilla empañada, de los Paxton mentolados que fumaba mi madre y con los cassettes de Chavela Vargas o María Dolores Pradera. Hoy no hay paxtons ni cassetes, tampoco aquel olor característico de motor recalentado. La literatura es un precioso estuche que contiene los contornos físicos del tiempo. Porque conocer el pasado, como indica Herring, significa conocer que llevaba la gente en sus bolsillos, qué hacían con las aguas residuales, dónde dormían sus perros… ¡De qué forma se ha desvanecido el olor del pasado! Primero, por la escasa importancia que ocupa la infracotidianidad, tal volátil, en el discurso social. Sólo se registra lo importante, lo trascedente, mientras la breve memoria de la vida privada se resume en un anecdotario. Segundo, porque el tiempo no es algo externo a nosotros. «Vive en nuestro interior», escribe Siri Hustvedt en Un verano sin hombres, y continúa, «Sólo vivimos el pasado, el presente y el futuro, y el presente es demasiado efímero para que seamos plenamente conscientes de él: sólo después lo recordamos y entonces lo hacemos de forma codificada, si no se disuelve en la amnesia. La conciencia es producto de la dilación.»  Sí, producto de la dilación, del maceramiento de las ideas que se alumbran. También de la reconstrucción. Las clases de literatura también son clases sobre la realidad. De lo que significa que nuestros antepasados incluso llegaran a dormir dentro de armarios. Durante toda la segunda mitad del siglo XX latió en todas las disciplinas artísticas norteamericanas, de la literatura al cine, pasando por la pintura o la música, una dicotomía: frente al análisis crítico que los teóricos, sobre todo europeos (Herring irónicamente los simplifica: «los franceses»), han aplicado a las obras artísticas, muchos autores y académicos norteamericanos proponen un acercamiento menos intelectual y más sensitivo. Da igual que pensemos en William Faulkner o John Ford, por poner dos buenos ejemplos, existe una tradición ?tan norteamericana? de enormes creadores que rechazan sistemáticamente considerarse artistas, así como cualquier interpretación «intelectualizada» de sus obras. El peregrinaje oakie desde el Dust Bowl hacía la soleada California nos remite tanto a Las uvas de la ira como a las canciones de Woody Guthrie («Atravesando las arenas del desierto ruedan ?en sus coches, evidentemente?, dejando atrás aquella vieja meseta polvorienta»). Recuperar la intrahistoria, algo cien por cien americano. Qué comían, cómo eran sus zapatos, cuánto sufrían los refrigeradores de sus vehículos en un peregrinar comparado con el que Moisés lideró hacía Israel. La Biblia es la Biblia, y en cada mesilla de motel el viajero encontrará la suya para aventajar su soledad. A día de hoy, en la Ruta 66 siguen congeladas algunas escenas de entonces, como espectros: casas abandonadas con la vajilla en la alacena, la huella de una huida desesperada, las viejas zapatillas junto a la cama. Adjunto una traducción del texto de Scott Harring, publicado en The Chronicle of Higher Education en agosto de este año.

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8 de diciembre de 2011
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El infierno del soberanismo

El soberanismo está de luto en Europa. Se está preparando para los próximos días la mayor cesión de soberanía que hayan protagonizado las viejas naciones europeas desde los tratados de Roma y de Maastricht. Con el primero de los tratados, en 1957, se cedió la política arancelaria, sentando así las bases del mercado único. Con el segundo, en 1992, desaparecieron las monedas, símbolos nacionales hasta entonces al mismo título al menos que las banderas, y las políticas monetarias (que permiten la fijación de los tipos de interés y de cambio), sentando a su vez las bases de la actual crisis de las deudas soberanas. Con esta cumbre se quiere demandar a los viejos Estados que cedan entera su política presupuestaria, que es como decir el alma política del Estado nacional.

La intervención directa del Estado en los presupuestos autonómicos españoles que temían algunos al principio de los recortes, sobre todo en Cataluña, se va a producir ahora a gran escala europea con los presupuestos de todos y cada uno de los socios que accedan a esta cesión de su poder soberano. Los gobernantes catalanes no querían perder márgenes de autonomía presupuestaria en favor del Gobierno español, por lo que la píldora será más dulce para ellos si ahora comparten la pérdida con gobiernos de nivel superior, el de Madrid incluido, y además en favor de instituciones europeas. Pero que se desengañen quienes siempre quieren sacar lecciones soberanistas de estos lances: la cesión hacia arriba convierte en obsoletos tanto a los Estados-nación como a quienes aspiren de forma más o menos explícita a hacerse con un estatus parecido. No hay salvación en el mundo global para los socios de la vieja Europa si cada uno va por su cuenta. No la hay ni siquiera para los países que juegan en la liga superior y se llevan todos los campeonatos, el Barça y el Madrid que son Alemania y Francia. No se trata tan solo de existir en el mundo, sino de sobrevivir en condiciones aceptables, que no empeoren sustancialmente el fantástico tren de vida que hemos tenido los europeos en los últimos 30 años. No están en juego tan solo los orgullos nacionales, las sillas en el G20 o en el Consejo de Seguridad, es decir, el peso, la influencia y visibilidad de los europeos en el mundo; sino cuestiones más próximas y tangibles como son lisa y llanamente nuestro bienestar y nuestras formas de vida, que solo se pueden preservar en el marco de una Unión Europea que funcione. La transferencia de soberanía dará lugar a una unión fiscal, pero esta será imperfecta, puesto que quedara en unión de estabilidad presupuestaria y de austeridad en el gasto y no será de transferencias, de solidaridad y de crecimiento. Al menos todavía. El método utilizado tampoco será el comunitario, con el protagonismo de la Comisión, el Parlamento y el Tribunal europeos, que identificamos más directamente con el federalismo y el europeísmo. Será intergubernamental y no va a incorporar a todos los 27 socios. Unos porque no quieren, como Reino Unido; otros porque no saben si quieren, como Dinamarca, y otros porque aunque quieran no han decidido todavía dar el paso, como Polonia. Las dos potencias europeas que más han pugnado entre sí, armas en mano en tres ocasiones, en su condición de ambiciosos y a veces expansivos Estados soberanos, son los que van a proceder a esta liquidación. Nadie más puede hacerlo. Es probable que solo ellos puedan hacerlo. Y lo van a hacer con el mayor protagonismo de ambos en la entera historia de la unidad europea, aunque será en detrimento de su propia soberanía. Francia y Alemania han sido el motor europeo desde la fundación de la Unión, pero ahora son mucho más que un motor; son el vehículo. Hasta el punto de que el proyecto que van a presentar en Bruselas está pensado para que funcione incluso en el caso extremo e improbable de que solo estos dos países estuvieran dispuestos a ponerlo en marcha. Esto ya no es un directorio europeo, es una Europa franco-alemana, federalismo de dos socios que invitan a añadirse a quienes lo deseen. Y si entramos en detalle, veremos que la aparente simetría esconde conceptos alemanes y retórica francesa, con el sigilo de Merkel y la pompa y circunstancia de Sarkozy. Volvemos así a un punto de partida anterior a la creación de la moneda única. El euro va a convertirse en un marco europeo, al igual que anteriormente todas las monedas europeas, incluido el franco francés, se pegaban y seguían al marco alemán en la serpiente monetaria. Y Europa va a dividirse en dos, los países del euro, junto a los que todavía no están pero quieren incorporarse algún día, y los países que ni están ni se les espera, al igual que antes de la adhesión de Reino Unido, cuando existía una potente Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) alternativa a las entonces proteccionistas Comunidades Europeas. En resumen, haremos Europa sin europeísmo o ?federalismo sin federalistas?, tal como ha señalado el director del Centro Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), Mark Leonard ('Cuatro escenarios para la reinvención de Europa'). De nuevo, con la esperanza tan europea y siempre renovada de que algún día la función termine creando el órgano, es decir, el europeísmo y el federalismo políticos que ahora se echan en falta.

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8 de diciembre de 2011
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Alejarse de Aristóteles I

La mirada atrás de Erwin Schrödinger

En un momento de estas reflexiones evocaba al Erwin Schrödinger, profesor en el Trinity College de Dublin, que renunciaba  a  proseguir su curso de doctorado  en física a fin  de retomar la reflexión primordial sobre el término mismo que da origen a la disciplina. Lo designado por el término griego  Physis  ocupó entonces el pensamiento de Schrödinger, pero sorprendente no la  Physis descrita en sus rasgos universales y omni-aplicables por aquel que fue llamado El filósofo y  podría, como ya he señalado, ser quizás con mayor razón ser llamado El  científico. 

No es en Aristóteles en quien el físico cuántico busca claves para los interrogantes a los que le ha conducido su propio trabajo, a la vez teórico y experimental. Schrödinger busca más bien ayuda en aquellos de los que Aristóteles fue historiador y cuyo pensamiento vinculó de tal manera que el conjunto pudiera ser considerado como secuencia de eslabones precursores de un sistema. Aspecto este que ya plantea un problema, pues un sistema es algo que sólo puede ser construido en base a principios que no cabe asegurar que se dieran antes precisamente de que Aristóteles los erigiera en soporte del ser y del conocimiento (de ahí que el propio Corpus de Aristóteles, en el que se fragua la idea de sistema, no llegue como tal a constituir uno).

No es claro que puedan ser considerados como partes  de un sistema en embrión esos pensadores pre-socráticos en los que busca refugio  Schrödinger.   Quien como el físico austriaco  percibe que la naturaleza no  obedece realmente (no podría hacerlo) a aquello que nuestro deseo de certeza había erigido en regla (erigido en análogo al imperativo de los dioses)...no puede buscar confort en el legado de Aristóteles. No es a la Atenas luminosa que la mirada retrospectiva de Schrödinger se dirige,  sino a Elea o Éfeso...  e incluso a lugares más arcaicos. Schrödinger  retorna  a territorios del pensamiento  dónde no siempre lo que ahora es  marca lo que será, ni lo que parece advenir tiene necesariamente causa. No se trata de territorios de  la sinrazón, sino  por el contrario, territorios dónde la razón, liberada de ámbitos que la circunscriben, tiene la libertad de desplegar la pluralidad de sus epifanías, territorios  en los que  el pensar y el decir se entrelazan para recrear la naturaleza de las cosas. 

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8 de diciembre de 2011
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Asesinato de la amenidad

¿Aceptaría usted formar parte de la UE y aprobar el euro si se lo propusieran otra vez? Año tras año y hasta el infierno actual, la Eurozona ha brindado experiencias, positivas y negativas, pero llegado a este año, una década después de que la moneda única empezara a circular, la sociedad ha sufrido tantos accidentes mortales que la ha convertido en un nefasto emblema.

Puede que los burócratas y los tecnócratas de la eurozona no piensen lo mismo, pero ¿cómo ignorar que los ciudadanos han sufrido en las llamas de una inflación insólita? Una inflación tan devastadora como enmascarada, tan empobrecedora de la clase media que en nada se corresponde con los himnos de su alta cotización.

Más o menos, de una parte han ganado estatus los mandamases multiplicando su poder de nacional a supranacional, han ganado honores y euros en instituciones más o menos inextricables, a cual más ineficiente o dañina. De otra parte, millones de ciudadanos han pagado las decisiones de políticos y economistas megalómanos tan apartados de la realidad social que si antes nos parecieron déspotas ahora se revelan como zombis arrastrando su narcisismo sin dejar de hacer el mal.

Dinamarca, un pequeño país que se revolvió una y otra vez contra la moneda única, signo del pensamiento único, ha sido repetidamente obligada a volver a votar 'sí'. Campos, ganados, viñas, olivos, manzanos, producciones de toda especie, han sido sometidas al Saturno de la UE.

Este modelo común es más común que comunitario, más lecho de Procusto donde se cortan o estiran las peculiaridades para que se ajusten al patrón. El patrón que en los recintos de Bruselas han diseñado los jerarcas sin mirar al exterior. Una operación así, con buena o con torpe intención, ha desembocado al final en la tortura o la agonía de casi todos los países integrados. Y precisamente Grecia, cuya letra épsilon dio cara a la unidad cambiaria, es ahora la que ha recibido las más fuertes bofetadas.

Entre otros latigazos, los funcionarios serán reducidos en otros 30.000, se recortarán las pensiones a casi medio millón de jubilados, el PIB se contrajo en un 5% en lo que llevamos de año y el desempleo llega a ser tan alto como el de España. Como ha declarado el director de Doctors of The World, Nikitas Kanakis, Atenas se encuentra al borde de una crisis humanitaria.

No debe decirse crisis humanitaria sino de la humanidad, para entender lo que pasa. Los economistas y políticos siguen clamando que la solución no es menos Europa sino más Europa. Más purgación. En definitiva, una manera zombi de seguir caminando y caminando cuando la muerte ha ganado la liza y el hermoso proyecto europeo de la CECA tras la Segunda Guerra Mundial ha ido pervirtiéndose hasta obviar el sentido de su progresión. ¿Todo el mal es efecto del euro y la integración? Parece difícilque una divisa encierre tanta condena, pero ella, en cuanto signo de la política comunitaria de este siglo XXI, ha agravado la crisis hasta convertir Europa en el más desdichado y sucesivo cementerio desde las guerras de sucesión

Política que ha masacrado la vida, el sentido de los pueblos y la pequeña comunidad agropecuaria o industrial. Directivas que han abatido, en consecuencia, importantes señales de identidad, ataduras, con fuertes multas incluidas, que han impedido atender los problemas distintivos de una zona y unas gentes. Leyes que han aherrojado pueblos diferentes en un modelo de desarrollo que hoy, con toda evidencia, es lo opuesto a la biodiversidad y al bienestar de lo que ya estaba bien.

Prácticamente ninguna de las ideas que en estos momentos críticos se consideran pilares para tratar de construir un mundo mejor coinciden con el mostrenco temario de la UE. Y ninguna de las posibles acciones para construir una democracia real y un progreso de contenido humano coinciden con las doctrinas de ese proyecto unitario tan arrasador e inepto.

Lo que tanto celebrábamos hace 25 años, llenos de ilusión europeísta, se revela ahora como una maquinaria temible. Un artefacto grotesco en el mejor de los casos y, en casi todos, una fuente de error y de terror. ¿El mito de la Unión Europea? Mejor decir el timo de una formación precipitada y de tanta crueldad, localidad a localidad, como no se ha conocido en la Historia económica. En apariencia, no hay víctimas a la manera de las guerras mundiales dentro de Europa, pero ¿qué otra fuerza mutiladora podría parecerse más?

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8 de diciembre de 2011
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La conversación democrática

Sin conversación democrática no hay democracia. La vida política no puede reducirse al funcionamiento mecánico de unos procedimientos activados por la correlación de fuerzas, el reparto de votos y escaños. Mal asunto cuando la deliberación se convierte también en parte del procedimiento, pero sin contenido conversacional y argumental alguno. Un país adquiere textura y densidad política cuando es capaz de organizar una buena conversación democrática eficaz en la que todos se sientan partícipes. Por supuesto, las instituciones parlamentarias conforman el corazón de la deliberación democrática, y también los medios de comunicación, sus periodistas, los intelectuales, los lectores al fin.

La gracia de la conversación democrática es que empieza en el rellano de la escalera de casa y ahora además en twitter, facebook o eskup en el caso de los debates que organiza EL PAIS. Cuando el tema lo exige, el país entero se sumerge en ella. Llama positivamente la atención que un entrenador de fútbol, Pep Guardiola, haya querido señalar que es la Cumbre Europea que empieza mañana y no el llamado Clásico entre Madrid y Barça el acontecimiento que importa esta semana, para solicitar al menos un poco de atención de quienes viven sumergidos en la información deportiva y prefieren que su equipo vaya en cabeza aunque el euro se hunda en la miseria. La conversación de esta semana en todo el continente gira en torno a Merkozy, la unión fiscal, el estado de nuestras deudas y déficits, la dimensión de los recortes que sufrimos y el euro. Pero en el caso de la conversación española cabe señalar que llegamos mañana a la Cumbre sin que hayamos escuchado todavía en boca de nuestros presidentes, el saliente y el silente, qué, por qué y cómo vamos a defender los intereses de los ciudadanos españoles en la reunión donde se puede producir la mayor cesión de soberanía nacional desde la firma del tratado de Roma en 1957. La conversación tiene capacidad constructiva o debiera tenerla: hacemos Europa cuanto más nos preocupamos y discutimos los europeos sobre Europa, algo que ahora podemos hacer también a través de las redes sociales. Los periodistas tenemos un papel crucial en esta conversación, por nuestra capacidad para actuar de animadores a través de nuestras informaciones, análisis y, sobre todo, preguntas. El buen periodista es el que sabe trasladar al espacio de la conversación pública las principales preguntas que preocupan a los ciudadanos. Habrá que ver pues si somos capaces estos días de acribillar a nuestros responsables políticos con las buenas preguntas para que al final consigamos entre todos obtener las buenas respuestas a la crisis europea. Yo de momento quería utilizar todo este excurso para presentar y explicar al lector de este blog mi última conversación con Javier Solana, titulada ?Primaveras, terremotos y crisis?, publicada en forma de e-book y a la que los lectores podrán acceder libremente a través de este enlace. Se trata de una ampliación del libro de conversaciones que publicamos ahora hace poco más de un año, bajo el título de ?Reivindicación de la Política. Veinte años de relaciones internacionales?. En este caso, nos reunimos el pasado verano en un par de ocasiones para realizar un nuevo repaso panorámico por los principales acontecimientos ocurridos en el transcurso de 2011 desde el cierre del libro. Los tiempos tan acelerados y trepidantes no han permitido recoger el último tramo de la crisis europea, desde finales de septiembre hasta hoy. Está escrito, antes de todo esto. Pero quiere servir también para situarse un poco ante todo lo que vamos a vivir estos próximos días.

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7 de diciembre de 2011
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Rebeldes y burgueses

El vigilante de la sala parece un hombre tranquilo que mira a un punto fijo mientras Pedro Almodóvar, subido a unos tacones, y Fabio McNamara, con una chaquetilla de torero, cantan y chillan desde una pantalla gigante. La escena pertenece a un programa de La edad de oro, emitido por TVE. Y hoy forma parte de la nueva colección permanente del Centro de Arte Reina Sofía: De la revuelta a la posmodernidad (1962-1982). Veinte años en los que nos hemos hecho mayores a pesar de la omnipotencia infundada por el horóscopo, los yogures y las hormonas. Le pregunto al guardia si está entretenido. Me responde que ya son demasiadas repeticiones de la actuación como para interesarse mientras podría estar pensando: «Estas mamarrachadas». El número, musicalmente rudimentario, se deja admirar. Sorprende la irreverente frescura de aquellos modernos ochenteros, cuando, hace veinte años, dos hombres maquillados como mujeres en un escenario resultaban una provocación. Nada que ver con el prefabricado Marilyn Manson. La rebeldía era tierna, una pose frente al aburguesamiento que escapaba de los guiones clásicos. Un «que nadie nos diga cómo tenemos que gastar o malgastar la vida». El sentimiento más pujante ante la magnífica colección del museo orquestada por Manuel Borja-Villel procede de la evidente defunción de la neovanguardia. Aquello que fue tan rabiosamente novedoso hoy es antiguo; aun así, conserva la tozudez de provocar, la obsesión por ser absolutamente moderno. En la sala, la alarma de seguridad del muro de Sol LeWitt, un gorgojeo, se confunde con los trinos de las cotorras ?vivas? que protagonizan una instalación del grupo Tropicália y el visitante camina sobre arena de playa, en el centro de Madrid. No hay distanciamiento con la obra sino una desdramatización: no busques más allá del ahora, «lo que ves es lo que hay», un encuentro físico con el arte que desplaza la figura romántica del artista. La gente, más que mirar, se queda pensando, como si intentara desentrañar un jeroglífico. Hasta que percibe el grito que se amaga detrás de cada obra. «Los sesenta son algo más que la patria del inconformismo, son la plantilla comercial de nuestros tiempos, un prototipo histórico para la construcción de máquinas culturales que transforman la alienación y la desesperación en conformismo», escribe Thomas Frank en La conquista de lo cool. El libro llega a España más de una década después de su publicación, aunque su tesis sigue vigente: la revolución contracultural incentivó al mercado y provocó el nacimiento del consumismo moderno con un claro mensaje: «Si quieres ser único, compra lo mismo que los demás». En publicidad, hay ejemplos de cómo la transgresión se ha ido convirtiendo en docilidad: desde los eslóganes para que fumaran las mujeres, bien reflejados en la cuarta temporada de Mad men, hasta las canciones contra la guerra de Iraq en los anuncios de Nike. O Lennon, Dylan o Marley, que continúan sonando con ecos protestones, sólo que ahora envolviendo a mujeres de Madison Avenue. No hay más que ver la última iniciativa de El Corte Inglés: una planta dedicada al arte para vender obras a plazos, a fin de que todo el mundo pueda lucir un buen cuadro en casa y pagarlo como un electrodoméstico. Toda revolución cultural que se levanta para matar al padre e instaurar un arte puro acaba acomodándose y es adoptada como signo de estatus una vez que se ha desvanecido su vigencia. Incluso el espíritu asambleario de los indignados ya se ha contagiado y sirve para vender tarifas planas, eso sí, con épica: «La gente ha hablado y esto es lo que nos ha pedido», dice la voz en off de Telefónica, jugando con fuego.

(La Vanguardia)

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7 de diciembre de 2011
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I. Un inmigrante ilegal

Un niño extranjero, proveniente de un país remoto llega inesperadamente a los Estados Unidos, y como otros tantos que atraviesan clandestinamente sus fronteras, es un inmigrante ilegal. Llega solo, sin sus padres, que han muerto en un cataclismo; sin embargo, tiene la buena suerte de caer en manos bondadosas, la de una pareja de granjeros de un pequeño pueblo rural, Smallville, y pasa a llamarse Clark Kent, el hijo mimado de los señores Kent. Tiene una infancia feliz, crece sano y sin vicios, y se hace periodista  de El Planeta, el gran rotativo de la ciudad de Metrópoli, algo así como Nueva York.

Pero este muchacho sencillo y tímido, tiene una doble identidad, y llega a ser famoso en el mundo entero por razones muy especiales, las de sus superpoderes. Siempre que se entera de que está a punto de cometerse un delito, o de que alguien amenaza a su patria adoptiva, se oculta de la vista de los demás y en un segundo deja sus ropas corrientes para aparecer vestido con su uniforme de combate que tiene los colores azul y rojo de la bandera de su país. No sólo puede volar raudo por los aires, sino que su vista atraviesa las más gruesas paredes, o puede sostener un puente a punto de derrumbarse. Es el hombre de acero, capaz de enfrentarse solo a una legión de malandrines, a los que derrota siempre. Ya habrán descubierto hace ratos que estamos hablando de Supermán.

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7 de diciembre de 2011
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Novelas de terror y resistencia

-las balas que vuelan no tienen convicciones.

carmen boullosa, La patria insomne

 

Durante la última semana no hice sino presentar libros en la Feria de Guadalajara. Todo transcurría con normalidad, o al menos con la ominosa normalidad de nuestro país, cuando me vi atrapado en un juego de espejos. Rosa Beltrán me invitó a presentar Efectos secundarios, un breve y sobrecogedor relato sobre un individuo que se dedica a eso: a presentar libros.

El vértigo pronto se acentuó. Porque, mientras el narrador de Beltrán se embarca en un sutil elogio de la lectura -y una acerada denuncia de la frivolidad literaria-, no deja de escuchar, en sordina, los ecos de la guerra que azotan a su ciudad. La situación se volvió lacerante: allí estábamos, en la presentación de un libro sobre presentaciones de libros, a solo unos metros del lugar donde días atrás fueron encontrados 26 cuerpos sin cabezas. A mis ojos, Efectos secundarios se convirtió en la mejor metáfora de esta feria: una ácida diatriba contra la frivolidad de la violencia.

Fue entonces cuando me pregunté qué clase de ficción estábamos viviendo. Y concluí que el México de hoy es una novela de terror. Tal vez en otro tiempo fue una novela-río, una novela político-policíaca (mientras reinó el PRI) o una novela negra. Pero hoy es una historia de miedo. Y ni siquiera una que remita a Lovecraft o a Poe, ni tampoco a Frankenstein -por más que el gobierno demuestre la arrogancia del doctor-, sino a las delirantes novelas de zombis que apasionan a los jóvenes.

            Una novela de zombis que, para colmo, no se ahorra la imaginería gore: cuerpos destazados, cabezas guillotinadas, vísceras esparcidas por el suelo, sangre a borbotones. Es obvio que al autor de la masacre ocurrida bajo los Arcos de Guadalajara no le importan las reglas de la verosimilitud. Y también es claro que no buscaba amedrentar a lectores y escritores -por la redacción de la narcomanta, deducimos que nunca leyó un libro-, sino emplear un siniestro sistema de márketing para asegurarse la difusión de su texto.

            En este escenario apocalíptico fue inaugurada la 25 edición de la FIL: no sólo la segunda feria del libro más importante del mundo, sino la actividad cultural -y social- más relevante en nuestro país de zombis y vampiros. El contraste no podía ser mayor: allá, bajo los arcos, una enfermedad que corroe a toda la nación; y acá, adentro de la Expo, miles de ciudadanos que, a través de la lectura -desafiando al miedo-, intentaban regresar a la vida. A la vida normal. A la vida cotidiana. A la vida sin zombis.

            Y es que la FIL refleja lo mejor de México: una pequeña feria universitaria que, gracias a la ambición y al coraje, pudo transformarse en una referencia global. Una empresa que, 25 años después, encarna un género literario indispensable: las novelas de la resistencia. Esos libros casi extintos que narraban las aventuras de los maquis durante la segunda guerra mundial. O que circulaban clandestinamente en la Unión Soviética, en samizdat, para desafiar al estalinismo. La FIL convertida, pues, en un centro de resistencia contra la apatía.

El que la Feria haya entregado su premio a Fernando Vallejo acentúa las coincidencias. El colombiano no sólo es uno de nuestros mejores prosistas, sino uno de los pocos escritores que todavía usan el lenguaje como arma de combate. Así, mientras los narcos descabezan a 26 personas a unas cuadras, el autor de La virgen de los sicarios -una obra maestra que, muy a su pesar, inaugura la llamada "literatura del narco"- empleó las palabras para sacudir conciencias, ridiculizar a los poderes establecidos, acentuar la polémica y denunciar la hipocresía.

Vallejo es, sí, un artista del insulto, y qué refrescante oírlo arremeter contra panistas, priistas y perredistas por igual, exhibiendo su falsa moral y sus contradicciones (y qué patético ver a los priistas abandonando el auditorio o a los panistas atacándolo en redes sociales). No se trata de coincidir con las opiniones del novelista, por supuesto, pero su presencia en la Feria no podía resultar más saludable en nuestro país de zombis: alguien que no se conforma con recibir un Premio y permanecer en el "remanso de la cultura", sino que grita y vocifera. Y nos llama a no olvidar que el suelo que pisamos está entintado con sangre.

Candidatos y precandidatos también se pasearon por Guadalajara, muy orondos, llenos de palabras huecas, de simulacros de palabras. Ellos también escriben libros, también los presentan. Usan a la Feria como otro templete. Otro acto de campaña. Eso sí, sordos o indignados ante las imprecaciones de Vallejo. Ninguno de ellos parece haber comprendido que frente al horror sólo cabe la resistencia. Y que ésta sólo puede articularse con iniciativas que acentúen el cambio social, como la FIL. Inundar el país con proyectos culturales -y otros alicientes contra la inequidad y el miedo-, en vez de los soldados que esta vez no cesaron de patrullar en las inmediaciones de la Feria.  

 

twitter: @jvolpi        

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6 de diciembre de 2011
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El Boomeran(g)
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