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La personalidad

Recuerdo que en mis años de bachillerato, hace más de medio siglo, nuestros maestros elogiaban mucho al alumno que tuviera "personalidad". Que la tuviera porque sí o que la hubiera logrado diciendo no.

La "personalidad", de hecho, se componía de una forma de independencia contracorriente y de una virtud que apartaba de seguir la senda cómoda y vulgar de los otros seres del montón. Ellos serían el rebaño y nosotros la antítesis de la oveja negra. Tácitamente era admisible que la "oveja negra" fuera también  un efecto de la independencia personal pero al ser negra, sombra fosca, no se contaba moralmente con ella.

Si embargo, si la "personalidad", considerada en abstracto, encerraba un importante peligros era llevar su potencia al otro extremo. Una genuina "personalidad" distinguía pero ¿por qué esa distinción iba a ser siempre la ejemplaridad positiva? En las clases, chicos de mucha personalidad desobedecían, pecaban, daban malos ejemplos a los otros, eran , a su vez, "ejemplares".

Los maestros, especialmente religiosos, tropezaban con esta equivocidad cuando estimulaban a tener "personalidad" porque, a fin de cuentas, su objetivo iba dirigido a que tal condición fuera un estandarte de sus propios valores religiosos. La personalidad negativa era incluso de mayor entidad pero, en ese caso, debía atribuirse a las ignominias  del demonio que también, por su parte, maniobraba para crear personalidades afines  dentro de la clase. Estos alumnos "endemoniados", esencialmente rebeldes, se convertían pronto en "manzanas podridas" pero de tanta influencia que el grupo alrededor, como la fruta en el cesto, tendía a contagiarse fácilmente. Aislar las manzanas podridas era la función del maestro.

 Sin embargo, la "personalidad", contemplada hoy con perspectiva, no era realmente asimilable a la distinción indistinta  sino a aquella que igualaba los propósitos formativos de los docentes. Los chicos con personalidad solían coincidir con los que tenían las mejores notas y, al cabo, tanto en el aseo como en la conducta, reproducían las reglas del centro escolar. O, lo que es lo mismo, aquellos que obedeciendo fielmente a las normas se hacían tipos "normales". Y en ello vino a parar la diferencia. Lo ejemplar se sancionaba por el reglamento y lo ejemplarizante era lo reglamentado normativamente.

Esta fuerte colusión entre el ser y el deber producía personalidades sociales a granel  que respetaban las normas y se atenían a ellas con orden. La "probidad" ejemplar se prolongaba en los negocios o en los negocios mediante  palabras de honor  y se extendía por la composición social como un fruto cívico. La escuela y sus maestros no estaban ya presentes en la edad adulta pero los ciudadanos eran una homotecia de la "personalidad" aprendida en las aulas para traspasar toda la vida.   

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16 de enero de 2012
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El cartógrafo de Lisboa

A primera vista podría parecer que para  novelar un suceso histórico bien conocido – por ejemplo el descubrimiento de América –  uno no necesita romperse mucho los cascos porque, en líneas generales, el argumento ya está inventado. Sin embargo, a la hora de la verdad  resulta que sí es necesario agudizar el ingenio porque el lector conoce la historia en líneas generales y espera algo más que un simple remedo o recreación de los hechos históricos. Y en este sentido El cartógrafo de Lisboa es un ejemplo extremo de inventiva y búsqueda de material narrativo novedoso.
Puesto en la tesitura de no caer en la rutina, el autor parece haber obedecido a un reflejo personal.  Profesionalmente, Erik Orsenna pertenece al Consejo de Estado francés y ha sido asesor de altos funcionarios gubernamentales. Es decir, es un hombre acostumbrado a moverse en los estadios más altos del poder pero siempre desde un discreto segundo plano. Y eso es lo que ha hecho en su novela. En lugar de centrarse en el verdadero descubridor de América, Cristóbal Colón, ha preferido darle voz a su hermano Bartolomé, hombre de confianza y mano derecha del Almirante pero que siempre se mantuvo en segundo plano.
Y quizás por el mismo reflejo personal, en lugar de arrancar la historia en aquel luminoso 3 de agosto de 1492 en que las tres carabelas partieron hacia lo desconocido desde el puerto de Palos, Erik Orsenna ha elegido una vía mucho menos espectacular y directa. La casi totalidad del relato transcurre en Lisboa antes del Descubrimiento, mientras que el final tiene lugar en Santo Domingo, unos años después de la muerte del Almirante. Puesto en términos clásicos, esta sería una novela con planteamiento y desenlace, quedando el nudo a disposición del lector para que lo desarrolle a su gusto.
Es cierto que Bartolomé Colón trabajó como cartógrafo en Lisboa al servicio de la corona portuguesa, y hasta se conserva en Italia un mapa de las Indias Occidentales que un Alessandro Zorzi dibujó siguiendo sus instrucciones (y que contiene tantos y tan notorios errores relativos a las distancias y la situación de los continentes que incluso asombra que las naves españolas  fuesen y volviesen tantas veces de América sin perderse). Pero tampoco es una biografía del hermano casi desconocido de los Colón. Lo que de verdad interesa a Erik Orsenna es el ambiente que se vivía en Lisboa en vísperas de la gran aventura, cuál era la mentalidad imperante y el grado de desarrollo de la navegación o los límites del conocimiento de las ciencias relacionadas con ésta. Y para cumplir lo propuesto ofrece una  magnífica galería de personajes, ocurrencias  y parajes de la capital lisboeta: la prostituta que se ganaba la vida gracias a su oreja izquierda, la navegación como fabricante de viudas, las andanzas de éstas en el Bosque de los Ciegos, la llegada de aves y animales exóticos a Lisboa o la evocación de los temibles dogos devoradores de indios  son hallazgos felices pero que sobre todo ilustran el ambiente y las transformaciones que estaba experimentando el mundo gracias al impulso otorgado por el rey Enrique el Navegante a las exploraciones marítimas.
Desde su oficio de cartógrafo al servicio de una importante empresa de elaboración de mapas, y gracias a su estrecho contacto y colaboración con su hermano Cristóbal, Bartolomé Colón se convierte en un testigo privilegiado de la fase previa al Descubrimiento. Los notorios avances de los marinos portugueses a lo largo de las costas de África y la progresiva convicción de que ahí estaba la puerta de acceso a Oriente hacía cada vez más inverosímil el empeño del marino genovés por ver aprobada su idea de llegar a Las Indias por el lado contrario, o sea salir hacia el oeste con intención de llegar al este. Sin grandilocuencias ni visiones enfebrecidas, más bien como si se tratase de una chifladura personal, Bartolomé Colón colabora con su hermano y durante años ayuda a éste a encontrar pruebas documentales y testimonios personales que avalen su proyecto. Y es muy característico del papel secundario de Bartolomé el hecho de que él estuviese visitando diversas cortes europeas recabando apoyo para su hermano mientras  éste, aprovechando un repentino voto favorable de la corona castellana, parte hacia América sin avisarle, de manera que el fiel y oscuro colaborador  es casi el último en enterarse  de que la historia del mundo ha sufrido un vuelco sensacional gracias al descubrimiento de las Indias Occidentales.

El cartógrafo de Lisboa
Erik Orsenna
Tusquets

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16 de enero de 2012
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El mejor jugador del mundo

El año pasado, cuando Lionel Messi escuchó su nombre como merecedor del Balón de Oro, sacó la lengua. Lo hizo dos o tres veces; un gesto fácilmente reconocible en los niños cuando se sienten extraviados entre la alegría y la timidez, en la incomodidad de representar la satisfacción de los otros antes de hacerla suya. Porque hay personalidades que ante el triunfo levantan la cresta, prestos a enaltecerse, y otros que no saben si es a él a quien en verdad felicitan o al de al lado, de ahí que Messi instintivamente buscara la compañía de su lengua. Al subir al escenario para coronarse como mejor jugador del mundo, apoyó los codos en el atril, midiendo bien la proporción entre cercanía y contexto, con gran naturalidad. Este año, más hecho a los focos y con un esmoquin berenjena que incluso le sentaba bien, al recibir el mismo título ya no sacó la lengua. Pero mientras, generoso, compartía su premio con Xavi; mostraba una vez más esa mirada aniñada que incluso podría parecer bobalicona pero que en verdad representa el milagro de un joven deportista millonario tocado por el genio y la humildad. «Me tienen envidia porque soy rico, guapo y un gran jugador», dijo CR7 en un acto de impúdica autoafirmación. En las distancias cortas, Cristiano Ronaldo sigue siendo el mismo hombre que sus exabruptos en el campo y mira por encima del hombro alejado de cualquier código social, incluso de la más rudimentaria cortesía. Su latoso ego no parece tener nada que ver con el escudo que levantan muchos personajes para protegerse de la fama, sino con el desentendimiento y la incapacidad para corresponder a la curiosidad o incluso admiración. En el retrato de sí mismo que alimenta día a día, Ronaldo se muestra como un hombre frío y orgulloso, un pobre niño rico que no posee ni un ápice de empatía. Pero es que, en los últimos años, el crack Ronaldo ha sufrido lo peor que puede sucederle a un genio: vivir a la sombra de otro más grande que él. Las leyendas de históricos segundones son una buena metáfora de la infeliz ambición: Mozart y Salieri, Shakespeare y Ben Jonson, el ajedrecista cubano José Raúl Capablanca ?«aprendí a jugar antes que a leer»? a quien el reflexivo y aristocrático Alekhine nunca pudo vencer. O Joe Frazer, un campeón duro y correoso, que vivió hasta el último de sus días más amargado por el legendario Mohamed Ali que por el cáncer de hígado que le mató. En los años sesenta, en Francia, se llegó a hablar de anquetilistas y poulidoristas. El calculador ciclista Anquetil lo ganaba todo, pero Poulidor, campesino, educado y humilde, contaba con el favor del público a pesar de representar al eterno segundón. Messi combina el espectáculo en el campo con la humildad fuera de él pero, a diferencia de Poulidor, gana títulos. Eso sí, achina los ojos como el francés sonriendo con un candor admirable siendo como es el mejor futbolista del mundo. (La Vanguardia)

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16 de enero de 2012
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La jaula de la lealtad

En la abúlica disputa que mantienen los precandidatos del PAN a la presidencia —apenas removida por las toscas gracejadas de Ernesto Cordero—, sólo existe una cuestión clara y urgente, aunque ninguno de los contendientes se atreva a esbozarla: al día de hoy, resulta inimaginable que un partido que dejará como legado más de 50 mil muertes (60 mil, según la cuenta del semanario Zeta) derivadas de su política de combate al narcotráfico pueda repetir su triunfo sin un drástico cambio de timón.

 

Esta certeza, menospreciada por unos y silenciada por otros, se filtra en el discurso panista como un mancha grotesca, una monstruosa elipsis que contamina todos sus argumentos y propuestas, convirtiendo la precampaña en una farsa donde lo único que importa no sólo no puede decirse, sino ni siquiera pensarse. Este dilema, por ahora irresoluble, es la consecuencia extrema de una forma de entender el poder —un “estilo personal de gobernar”, escribía Cosío Villegas en otro tiempo— asociado a la presencia cada vez más incómoda (aunque, otra vez, ningún panista quiera expresarlo) de Felipe Calderón.

Si el gobierno de Vicente Fox se caracterizó por el carácter variopinto y con frecuencia inmanejable de sus atrabiliarios integrantes —Jorge Castañeda, Adolfo Aguilar Zínser o el propio Santiago Creel—, desde el principio quedó claro que Calderón privilegiaría la lealtad por encima de cualquier otra virtud. Acosado por los gritos de fraude entonados por la izquierda y luego puesto contra las cuerdas por su propia decisión de declarar una “guerra contra el narco” (que ya no llama así), el segundo presidente panista ha hecho lo imposible por vacunarse contra una posible traición de sus subordinados.

Si se revisan con cautela, todos los movimientos en su gabinete han estado sellados por esta maníaca obsesión por la lealtad. Como un Otelo de la política, esta inseguridad extrema ha terminado por paralizar las mejores acciones de su gobierno y por encadenar a sus colaboradores en un temor reverencial hacia su figura. En su entorno, la autocrítica se ha vuelto cada vez más escasa y la posibilidad de dar marcha atrás, una vez constatados sus fiascos, poco menos que imposible.

Los panistas se hallan, así, frente a una disyuntiva catastrófica: muchos de ellos perciben que la única forma de ganar las elecciones es reconociendo los yerros en la obcecada estrategia de su presidente, pero saben que ese mismo presidente todavía es un enemigo formidable para cualquiera que tenga el valor de cuestionarlo, ya no digamos de traicionarlo.

La elevación y la pervivencia de Ernesto Cordero como precandidato no obedece a otra razón. Si el círculo presidencial lo ha amparado y protegido, y continúa inyectándole recursos pese a las mínimas posibilidades que tendría frente a Peña Nieto y López Obrador, es porque sólo él garantiza una lealtad a toda prueba a Calderón. No sólo porque sea su amigo cercano, sino porque todo el capital político de Cordero descansa en el presidente. En este sentido, más que un precandidato, Cordero se comporta como un rehén de la presidencia.

Si bien se trata de una figura fascinante —los mejores personajes de novela son quienes abundan en contradicciones—, Santiago Creel no representa en la contienda sino una suerte de reivindicación de quien hace seis años ocupaba la posición que hoy detenta Cordero: la de heredero in pectore del presidente en turno. De precandidato oficialista a precandidato independiente, Creel sabe que tiene poco que perder y por ello es quien aporta más ideas frescas y más talante crítico a la disputa panista.

Llegamos así a la figura más inquietante de la precampaña: Josefina Vázquez Mota. Cualquier panista lúcido sabe que, debido a las redes tejidas durante sus doce años en el primer círculo de poder, su astucia política y su condición femenina —inevitable decirlo—, es la única que podría hacerle mella a Peña y a López Obrador. Sólo que, para el círculo calderonista, tiene un inconveniente insalvable: también es la única que podría, legítimamente, distanciarse de su antiguo jefe. Por ahora, ella ha preferido mostrarse prudente —acaso en exceso—, pero nada impide que, una vez convertida en candidata, termine por renovar la ominosa tradición que hasta hace poco cumplían los candidatos del PRI: asesinar (a veces no sólo simbólicamente) a su predecesor.

De hecho, aunque ni ella ni nadie en el PAN tenga el valor de susurrarlo, ésta es la única manera como Vázquez Mota podría arrebatarle la ventaja de más de veinte puntos a su rival del PRI. En el momento en que no sólo exhiba su enemistad con Elba Esther Gordillo y todo lo que representa la líder sindical —la única panista que puede jactarse de enfrentarla—, sino que se decida a reconocer el fracaso total de la estrategia de Calderón frente al narco, estará mucho más cerca de convertirse en la primera presidenta de México.

 

twitter: @jvolpi

 

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15 de enero de 2012
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La meada del héroe

Son imágenes insólitas, nunca vistas. Lo que reflejan no, al contrario. Forma parte de los ritos de la violencia guerrera desde que el mundo es mundo. El robo, la rapiña, la violación, la mutilación o la profanación de cadáveres son el resto inercial de una fuerza a la que se le ha permitido proyectarse sin límites. ¡Ay de los vencidos! La frase latina incluye la meada sobre los muertos y los heridos.

No hay guerra civilizada, por más esfuerzos que la humanidad haya realizado en su historia, desde la invención de unas reglas idealizadas para la caballería medieval hasta las convenciones de Ginebra y los códigos de los ejércitos profesionales occidentales. Civilizar la guerra es un esfuerzo encomiable que ayuda a tragar la píldora amarga cuando no hay más remedio que librarla. Pero al final, la guerra es siempre guerra. Sucia, inmoral, corrupta y corruptora, hasta destruir el alma de quien la emprende aunque tenga todas las razones morales y legales en su favor. El orden y la formalidad de los ejércitos sirve precisamente para domesticar en la medida de lo posible esta violencia irrefrenable y para convertir las miserias que la acompañan en grandeza, honores y heroicidades. Esos héroes pillados en plena meada jamás podrán convertirse en ciudadanos normales y mentalmente sanos. La virtud que tiene nuestra época es que la tecnología que la caracteriza, tan provechosa para el arte de matar, también lo es para el arte de la transparencia. Si en épocas anteriores podíamos esconder bajo las alfombras la suciedad insoportable de las guerras que librábamos, ahora las imágenes del horror se nos aparecen como pesadillas en Youtube y se difunden por Twitter y Facebook. Sin la miniaturización de las cámaras digitales y su incorporación a los móviles y sin las redes sociales no habrían existido ni se habrían publicado las imágenes de los cuerpos vejados y martirizados de Abu Ghraib, la grabación de la matanza de civiles en Bagdad difundida por Wikileaks bajo el título de 'Asesinato colateral' o ahora esos cuatro marines que orinan sobre los cuerpos recién ametrallados de unos talibanes. Tan expresivas como las imágenes son las tomas de sonido que las acompañan sin dejar asomo alguno de duda, por si pudiera haberla, sobre la actitud de los soldados. En Abu Ghraib fueron los propios torturadores, fascinados por las imágenes, quienes obtuvieron las pruebas de sus crímenes. En el caso del helicóptero, la grabación es el protocolo audiovisual que acompaña al ametrallamiento aéreo, algo de creciente interés precisamente para controlar el comportamiento de los soldados al entrar en fuego. Las imágenes del escuadrón de los meones, tomadas por un quinto soldado con su teléfono móvil, se dirían, en cambio, fruto de la casualidad. No parece haber dudas de que alguien pedirá explicaciones sobre su difusión a este quinto marine que no meó sobre los cadáveres y que es el único héroe de los cinco.

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14 de enero de 2012
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El contable hindú

Pronto, muy pronto, el matemático indio Ramanujan será muy conocido: se anuncian dos o tres películas sobre la vida de este genio sin ningún tipo de educación formal que, durante las primeras décadas del siglo XX, logró llegar a la élite de Cambridge, para enfermarse poco después y regresar a la India, donde falleció en 1920, a los 32 años. David Leavitt, novelista conocido por El lenguaje perdido de las grúas (1989), narra su historia en El contable hindú (Anagrama). Leavitt se centra en G. H. Hardy, otro matemático importante, y sus esfuerzos por traer a Ramanujan a Inglaterra una vez que descubre su inmenso talento. Impresiona la reconstrucción de la Inglaterra de hace un siglo -sobre todo el ambiente intelectual gay de Trinity College en Cambridge, dominado por figuras de la talla de Russell, Keynes, Moore y Wittgenstein--, pero tanta minucia termina por lastrar a la novela. Ramanujan tarda en aparecer, y decepciona cuando lo hace; Leavitt no logra iluminar al personaje, con lo que su genio se queda en el enigma. Una vez en Inglaterra, hay algo de trama en los esfuerzos de la mujer de un matemático por seducirlo y en sus desencuentros con la cultura inglesa (la novela es una versión sofisticada del clásico motivo del "pez fuera del agua"), pero todo esto no levanta vuelo de la misma manera en que lo hace el retrato del círculo de poder en Cambridge. El problema está en que la novela está narrada desde el punto de vista de Hardy, que no tiene el aura o el carisma de Ramanujan como para sostener un relato de 600 páginas. Es notable el esfuerzo por narrar las matemáticas, por animarse a incluir explicaciones detalladas de series infinitas, ecuaciones y "teoremas disparatados sin demostración"; también es de destacar la complejidad de la relación colonial entre Inglaterra y la India, en un momento como el de la primera guerra mundial, en que el gran imperio va dejando de serlo rápidamente. Hay mucho que recomendar de El contable hindú, excepto, paradójicamente, la historia del contable hindú. 

 

(Babelia, El País, diciembre 2011)       

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13 de enero de 2012
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¿De la pintura?

Puede parecer que el lienzo es a la pintura como el libro al papel pero nada de nada. El libro continúa siendo conceptualmente el mismo en la pantalla pero el cuadro no. La cuestión radica en que mientras el libro viene a ser ante todo una concepción mental y la mente queda prácticamente indemne con la clase de materia que la soporta, el cuadro tiene al lienzo como parte sustantiva de sí. El libro se goza sensualmente pero sólo como objeto. El cuadro se goza sensualmente en cuanto sujeto. Un libro despojado de papel no queda mutilado en su esencia pero el cuadro se desbarata sin la tela que constituye parte significativa de su composición, factor de sus efectos, efecto de identidad.

Desde hace años,  mucha de la llamada pintura que se exhibe en las galerías de vanguardia no usan lienzos. Se apoyan en metales o en metacrilatos, se conforman con productos industriales y se fabrican a la manera de gadgets. Su cielo protector no es el arte sino el "efecto especial". Esa "pintura" llama la atención no en cuanto obra de arte sino en cuanto curioso artificio. De este modo se añade una confusión más a la idea del arte pero, a estas alturas, qué más dará.

A mi sí que me da. Veo en esa deriva desde la pintura a la ocurrencia industrial un deslizamiento parecido del arte  al diseño. Afortunadamente en este último caso el término diseño es útil para diferenciar zonas muy próximas pero en el caso de la llamada "pintura sin pintura" la confusión es tan vana como fuera de razón. No se trata de que las obras de "pintura sin pintura" sean desdeñables ni mucho menos. Sólo que si no tienen pintura ¿por qué empeñarse en colarlas de matute en los museos de pintura y tratarlas críticamente como tales? Mi amigo Santiago Picatoste que es un buen pintor, ha optado últimamente por emplear metacrilato, cloroformo industrial, tornillos de acero, velcro industrial de cremallera que se utiliza en trenes y aviones, etc. Está muy satisfecho de sus resultados y sus agentes también. Yo me sumo a ese disfrute pero ¿de la pintura?

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13 de enero de 2012
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IV. “La nieve, como las lágrimas, cae sin fin…”

 La puesta en escena del funeral es impecable. La gente se alinea por millares a lo largo de la ruta del desfile, aterida por el frío y soportando estoicamente la nevada. Sollozan, lloran a gritos, imprecan al cielo con los brazos en alto, se arrodillan, se lanzan al suelo, se desmayan, y los más dramáticos son los de la primera fila. Hay siempre en la vida  quienes expresan su dolor de manera estoica, silenciosa, sin alardes; pero aquí no. La histeria es la regla porque los guionistas son implacables.

Con las mejillas arrasadas en lágrimas, un oficial del ejército declara a la televisión oficial: "La nieve, como las lágrimas, cae sin fin. ¿Cómo no iba a llorar el firmamento cuando hemos perdido a nuestro general que es un gran hombre del cielo? Mientras la muerte nos separe de nuestro general, el pueblo, las montañas y el cielo derramaremos lágrimas de sangre. ¡Querido comandante supremo!". El oficial es apuesto, su traje militar es impecable, y parece haber sido maquillado antes de salir a escena. A su lado, una joven muy bella, también en uniforme militar, llena de congoja repite palabras parecidas, que igual parecen aprendidas de un guión teatral. 

El nuevo dios Kim Jong-un, tercero de la dinastía divina, obeso e inexperto, ya tendrá su hagiografía también. Una nueva estrella en el firmamento en anuncio de su nacimiento, un arcoíris triple. Y sus estatuas doradas por doquier.

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13 de enero de 2012
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Andreas cumple 9 años

Andreas Mi hijo Andreas cumple años hoy. Y como la primera vez que lo tuve entre mis brazos, hace 9 años exatamente, y durante el resto de mi vida, le dedico esta canción del mago John Lennon que dice exactamente lo que quiero y necesito decirle a Andreas siempre. BEAUTIFUL BOY (DARLING BOY) Close your eyesHave no fearThe monster?s goneHe?s on the run and your daddy?s here Beautiful, beautiful, beautifulBeautiful boyBeautiful, beautiful, beautifulBeautiful boy Before you go to sleepSay a little prayerEvery day in every wayIt?s getting better and better Beautiful, beautiful, beautifulBeautiful boyBeautiful, beautiful, beautifulBeautiful boy Out on the ocean sailing awayI can hardly waitTo see you come of ageBut I guess we?ll both just have to be patient?Cause it?s a long way to goA hard row to hoeYes it?s a long way to goBut in the meantime Before you cross the streetTake my handLife is what happens to youWhile you?re busy making other plans Beautiful, beautiful, beautifulBeautiful boyBeautiful, beautiful, beautifulBeautiful boy Before you go to sleepSay a little prayerEvery day in every wayIt?s getting better and better Beautiful, beautiful, beautifulBeautiful boy Darling, darling, darlingDarling Sean John Lennon

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12 de enero de 2012
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Segunda lista

Metido ya en los caprichos del juego, doy también la lista de mis películas preferidas del año 2011, que hice y comenté muy brevemente a petición de mi amigo el novelista Juan Francisco Ferré, con destino a su propio blog. Hay en la que aquí publico una pequeña alteración, debida al hecho de que, pidiendo Ferré que sus invitados incluyeran títulos no estrenados que hubiesen visto fuera de España, yo encabecé la mía con Essential Killing, de Jerzy Skolimowski, presentada fuera de concurso en el pasado Festival de Cine de Las Palmas (donde yo la vi) pero inédita hasta ahora en nuestras pantallas.

 

He aquí mis diez, listadas con un cierto aunque no taxativo orden de preferencia:

La Morte Rouge, de Víctor Erice, Los misterios de Lisboa de Raúl Ruiz, Las razones del corazón, de Arturo Ripstein, Pina, de Wim Wenders, La piel que habito, de Pedro Almodóvar, Una mujer en África, de Claire Denis, Blackthorn, de Mateo Gil, Tokyo Blues, de Tran Anh Hung, La mitad de Oscar, de Manuel Martín Cuenca, Los pasos dobles, de Isaki Lacuesta.

  

En un año en el que las películas más aclamadas por la crítica, tanto la oficialista como la independiente, me han parecido insufribles bodrios (El árbol de la vida, de Malick, Un dios salvaje, de Polanski), obras fallidas en buena parte (Melancholia, de Von Trier, Valor de ley, de los Coen), faena de rutina de un gran director (Un método peligroso, de Cronenberg), nadería de un maestro (El extraño caso de Angélica, de Oliveira), cursilada habilidosa de otro que lleva ya un cierto tiempo en baja forma (Midnight in Paris, de Allen) o ‘trouvaille' ingeniosa de fondo sensiblero (The Artist, de Hazanavicius), es para mí elocuente, y también alarmante, que lo mejor sea un título que no ha encontrado distribución, la obra maestra de Skolimowski, y un material, 45 minutos en total, que sólo ha aparecido, hace cuatro meses, en DVD, La Morte Rouge (año de producción, 2006) y Alumbramiento (2002).

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12 de enero de 2012
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