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III. El tupido velo

Ella telefoneó a su marido que encontró al cerrajero, y también llamó a los carabineros. La puerta fue abierta por fin a las once de la noche, ya cuando Chile había vencido a Paraguay dos goles a cero y una multitud celebraba en la Alameda agitando banderas. Para entonces las hijas de Pilar, Natalia y Clara, habían llegado al apartamento. La hallaron tendida en la cama, con el control remoto del televisor en la mano, como si aburrida de la programación tras hacer zapping inútilmente en busca de algo atractivo lo hubiera apagado para quedarse luego dormida. Según el dictamen forense su muerte se produjo diez horas atrás, es decir, cerca de la una de la tarde de ese martes, y la autopsia reveló que a causa de "una intoxicación medicamentosa".

Corre el tupido velo es un libro estremecedor. Pilar mete la mano en la herida de su pasado buscando encontrarse, un doble pasado, su madre biológica que la había dejado a los tres meses de edad en un hogar de adopción en España y cuya vida ignorada buscaba conocer, y la vida y los secretos de sus padres adoptivos, ocho años hurgando entre los diarios de Donoso depositados en la Universidad de Princeton, y entre lo que vino a hallar estaba el esbozo de una novela en la que una hija descubre los diarios personales de su padre y después de leerlos se suicida. Un espejo de viejo azogue carcomido en el que se vio y ya nunca más pudo dejar de asomarse a aquel abismo de turbios reflejos. El padre muerto que llama a la hija para que cumpla el destino que como personaje le ha asignado en la novela.

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28 de diciembre de 2011
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Bolivia a toda costa: Tres postales

Este martes 27 se presenta en Cochabamba Bolivia a toda costa, libro de crónicas de la Bolivia contemporánea, editado por Fernando Barrientos y publicado en forma conjunta por las editoriales El Cuervo y Nuevo Milenio. Es un honor ser uno de los catorce autores incluidos en el libro. A manera de adelanto, va mi texto, que en realidad es una suma de tres columnas publicadas antes en Etiqueta Negra, Letras Libres y Vanity Fair.

Tres postales 

1.-En la carretera

Cuando era niño y vivía en Cochabamba y mis papás estaban todavía juntos, solíamos ir los domingos a almorzar a los pueblitos del valle alto. Después de unos kilómetros tranquilos, aparecían los precipicios y la carretera se ondulaba, enroscándose sobre sí misma, angostándose de modo que sólo hubiera espacio para dos autos, los que iban y los que volvían a toda velocidad, los conductores a veces borrachos. Mis hermanos y yo nos poníamos nerviosos y papá decía que no nos preocupáramos, la carretera era segura. No era fácil creerle: toda la vera del camino estaba sembrada de cruces blancas con flores, pequeños nichos mortuorios con nombres y fechas que indicaban cuándo y quién se había matado ahí. En esta curva se mató Miguelito Ajén, un corredor de autos, contaba papá como un buen guía turístico en ese ascenso infernal. Yo escuchaba y hacía esfuerzos por distraerme con los ríos en las hondonadas, las casuchas en la lejanía, los campesinos y sus vaquitas. Era un paisaje idílico si uno lograba olvidar esa abrumadora procesión de cruces, esos muertitos cuyo trayecto había sido interrumpido por la carretera.

Conozco la mitología de la carretera y muchas veces me la he creído. Kerouac estaba en lo cierto, nada como estar en el camino, al aire libre, para que sientas que te ocurren cosas. Sí, lo reconozco: es una gran aventura y a veces lo he pasado bien. Pero, la mayor parte del tiempo, me ganan el miedo, la ansiedad. En las carreteras de mi país siento la preocupación constante de no saber hasta dónde llegaré. Están el pánico al abismo que se abre ante mí a cada rato, la desesperación debida a tanta incertidumbre.

Cuando era adolescente y mis papás ya no vivían juntos, mamá nos llevaba las vacaciones de verano a Santa Cruz. Íbamos en autobús, su presupuesto no daba para más. El viaje, decían, duraba ocho horas si uno tenía suerte. Después de dos o tres horas, el valle dejaba paso al trópico, y había partes húmedas en las que el pavimento no agarraba o se destruía con rapidez. Una vez nuestro viaje duró veinticuatro horas. Había derrumbes y deslizamientos de tierra que nos retuvieron hasta que llegaran los del Servicio Nacional de Caminos. Para colmo, el motor del autobús se arruinó a la medianoche y después de cuatro horas de intentos infructuosos por repararlo, el chofer se rindió y debió llamar a Cochabamba para que enviaran otro autobús de reemplazo. Estábamos en plena selva y mis hermanos menores, asustados, le preguntaban a mamá cuándo llegaría el coco a comernos. El coco ya llegó y nos comió, decía mamá entre insultos al chofer, jurándose no viajar nunca más en autobús. No lo volveríamos a hacer, hasta la siguiente vacación.

Ya adulto, a principios de esta década, debí llevar a mis estudiantes de Cornell a Bolivia, a que conocieran las peculiaridades de su historia. Un fin de semana nos tocaba el lago Titicaca, pero los campesinos, azuzados por Evo Morales, que todavía no estaba en el poder, habían anunciado un bloqueo de caminos "contra las políticas neoliberales" del presidente Sánchez de Lozada. Los pueblos aymaras en torno al lago estaban en pie de guerra, era mejor cancelar el viaje. Sin embargo, a último momento escuché que el ejército garantizaba la circulación por las carreteras nacionales, así que, ingenuo, decidí que partiéramos. No hubo problemas en la ida; la vuelta fue otra historia. Nos topamos con campesinos enardecidos que nos hacían pasar previo pago de una multa. Mis estudiantes pasaron por la humillación de tener que limpiar las piedras del camino. En uno de esos pueblos, ya ni siquiera nos dieron la oportunidad de pasar. Golpearon la vagoneta con palos y nos agarraron a insultos; a los costados podían verse otros autos, todos con los vidrios destrozados. Temí por mi vida, la del chofer de la vagoneta y la de los quince estudiantes de los que estaba a cargo. Los líderes del bloqueo hablaban en aymara y yo no entendía una palabra. Era un guía perdido en mi propio país. Un anciano se apiadó de nosotros y nos dijo que entráramos al pueblo y pernoctáramos ahí. Esa noche, en pleno altiplano, en la plaza de Pucarani, deseé que se obrara un milagro secreto que nos permitiera salir con vida. El milagro ocurrió: un lugareño nos condujo a un camino de tierra abandonado que daba directamente a La Paz.

Ahora, en las carreteras sin curvas de los Estados Unidos, a veces me sorprendo cabeceando a punto de dormirme, y debo detenerme en una gasolinera en busca de café. Me digo que prefiero viajar en avión, aunque una vez, en una viaje de Cochabamba a Tarija, el mío se cayó en plena selva y yo tuve que pasar dos días desesperados al borde de la muerte. Pero esa es otra historia.

2.-El rey de la coca y yo

A mediados de 1993, me encontraba de vacaciones en casa de mis padres en Cochabamba, cuando recibí el llamado de Gary, un amigo que me proponía revisar el manuscrito de las memorias de su padre. Me interesé de inmediato: el padre de Gary, Roberto Suárez Gómez, había sido a principios de 1980 el narcotraficante más importante de Bolivia. En el momento cumbre de su poder, hacia 1983, el Rey de la Coca había ofrecido pagar la deuda externa del país a cambio de la liberación de su hijo Roby. Ese mismo año, el eco de su fama llegó a la cultura popular: Alejandro Sosa, el narcotraficante que le suple la droga a Tony Montana en Scarface, está basado en Roberto Suárez.

Acepté la oferta de Gary con gran curiosidad. Días después, me llevó a donde se encontraba su padre en una suerte de arresto domiciliario: en el segundo piso de una casa particular que alguna vez fue una clínica. Roberto Suárez se había entregado a la justicia en 1988 y, después de cuatro años en la cárcel de San Pedro en La Paz (1992), había sido trasladado a Cochabamba por problemas cardiacos. Tenía 61 años cuando lo vi, pero me pareció que su fortaleza física estaba intacta; me estrechó la mano y crujieron mis huesos. Gary me dejó solo, y luego Don Roberto me entregó el manuscrito de 500 páginas y me dijo que no podía sacarlo de la casa. Tampoco quería fotocopiarlo. Tenía sólo un ejemplar y mucho miedo a que se lo robaran. Me dijo con un vozarrón intimidatorio que varias editoriales norteamericanas estaban interesadas en publicar el manuscrito, y que quería que lo leyera y le diera mi opinión sincera. 

Así fue cómo, durante un par de semanas, visité a Roberto Suárez. Yo leía en un sillón mientras él daba vueltas en torno mío; a un costado, un secretario de Don Roberto -supuse que era quien había transcrito las memorias- ordenaba papeles en un mesa. A veces acompañaba a Don Roberto a tomar el té, y observaba cómo encendía su cigarrillo y dejaba que se consumiera para luego comerse la ceniza: decía que estaba llena de potasio y era buena para su corazón, que le daba problemas desde fines de los 70. Escuchaba sus teorías extrañas: era un próspero ganadero -veintidós estancias en el Beni, 35.000 novillos- que se había metido al narcotráfico en 1979 por un encargo divino: Dios le había revelado que la hoja de la coca era un recurso estratégico que no debía regalarse a los extranjeros. Su comercialización podía permitir el pago de la deuda externa boliviana, que alcanzaba los 5.000 millones de dólares. Me contó con orgullo que cuando ingresó al negocio, los colombianos compraban la pasta base en Bolivia a 1.800 dólares el kilo, pero que gracias a él el precio se elevó a 9.000.  

El manuscrito repasaba toda su vida, mencionaba sus logros de ganadero y empresario, y pasaba de puntillas por el tema del narcotráfico. Era un libro deslavado, inofensivo. Tuve miedo del momento en que debía darle mi crítica literaria: sus ojos color miel me fulminarían. Pero lo hice. Le dije que era entendible que él no quisiera ser recordado como un narcotraficante, pero que, si una editorial extranjera se interesaba en su vida, no era por el hecho de haber sido el principal exportador de ganado al Brasil. Estaba bien contar que había financiado el golpe de García Meza en 1980, impresionaba enterarse que los militares en el poder habían convertido al gobierno en una narcodictadura (gracias a la alianza de Suárez con ellos, eran aviones militares los que despegaban del Beni llevando el cargamento de pasta base a Colombia), pero había que ser más preciso con los nombres y las fechas.

Don Roberto me escuchó y no dijo nada. Entendí que su fortaleza física era una apariencia: en el fondo estaba cansado. Quizás recordaba sus momentos de gloria, cuando gastaba parte del dinero que le entraba a raudales en escuelas y postas sanitarias para los pueblos más alejados del Oriente boliviano (gracias a esos gestos, la revista Time lo había bautizado como un "Robin Hood de hoy"). Me despedí pensando en su destino atormentado. Luego me enteré que fue liberado el 94 y volvió a sus estancias en el Beni. Seis años después falleció por unas úlceras en el estómago. El manuscrito nunca se publicó.

3.-Aventuras en el Miss Bolivia

La cálida y no tan remota noche del 18 de julio del 2008, me hallaba en un salón elegante de la Feria Exposición de Santa Cruz, cuando, acosado por un grupo de exaltados, debí, como los arbitros que cobran un penal decisivo en los minutos finales del encuentro, escabullirme del lugar para salir indemne. Sabía que el evento para el que me habían invitado desataba pasiones en todo el país, pero jamás se me ocurrió pensar que, como dice el lugar común, la sangre llegaría al río: antes de irme, vi mucha sangre en el piso del salón. Había vasos tirados, platos rotos, gente que se golpeaba con denuedo. Una vez fuera del salón, mientras llegaba agitado al lugar donde unas amigas tenían aparcado el coche, pensé que todo había ocurrido por un simple concurso de belleza. Acababa de confirmar en carne propia que, en América Latina, los concursos de belleza son cualquier cosa menos simples.

A principios de julio, cuando estaba de vacaciones en Cochabamba, recibí un llamado para formar parte del jurado del Miss Bolivia, que se llevaría a cabo el 18 de ese mismo mes en la ciudad de Santa Cruz. Aunque mi impulso inicial me pedía que aceptara la invitación, decidí pensarlo un poco: en un país en el que la literatura suele estar dominada por la solemnidad, sabía que sería atacado por mi gesto frívolo. Luego me justifiqué diciendo que el escritor debía explorar todos los rincones de la sociedad, y que si alguna vez había visitado el Palacio Presidencial y me había codeado con políticos incompetentes y mezquinos, era justo que visitara esa otra cara tan fundamental de Bolivia: para un país sin estrellas de cine ni de televisión, sin una industria cultural capaz de producir grandes cantantes, las misses y las modelos son nuestra precaria realeza.

Cuando llegué al salón Sirionó de la Feria Exposición, me topé con una alfombra roja, modelos en una pasarela, periodistas con cámaras y micrófonos. Me sorprendí: el concurso no sólo era importante, sino incluso trascendente. Debía haberlo sospechado, al enterarme que las representantes de Pando no participarían en protesta porque en el concurso del año interior miss Pando, una de las favoritas, no había ganado. Sí sabía que tendríamos, como siempre, a las representantes del Litoral. Así estaban las cosas en mi país: no había representantes de uno de los nueve departamentos, y sí de un departamento fantasma.

Éramos siete en el jurado. Otro de los miembros era Juan Claudio Lechín. ¿Era Bolivia el único país en que dos escritores habían llegado a formar parte al mismo tiempo de un jurado así? Eso decía mucho, o poco, del país. Como fuera, yo estaba sentado al lado de una ex-Miss Bolivia y una ex-Miss México. Mi compatriota, Jessica Jordan, derrochaba simpatía y, me enteraría luego, era una experta a la hora de defender a su candidata. La mexicana era de Monterrey y contó que trabajaba en Univisión; sólo abría la boca para pedirnos que le sacáramos fotos. Debió haber sacado trescientas esa noche. Era fotogénica, imaginé que no borraría ninguna. Le dije que quizás hubiera sido mejor que se trajera una filmadora, para que alguien la filmara todo el tiempo. Se rió, pero no me contestó.

Del concurso, recuerdo haber pensado que, en la parte de los trajes típicos, las representantes del Occidente y los valles estaban en desventaja en relación a las del Oriente tropical: a la chica de Sucre su traje de indígena de Tarabuco apenas le dejaba ver el rostro, mientras que el traje ínfimo de la de Beni le aseguraba fácilmente un lugar entre las finalistas. En la parte de los trajes de baño, los hombres del jurado éramos tímidos, las mujeres no tanto ("esa miss no tiene cuello"; "esa otra tiene kilos demás"). En cuanto a la sección de preguntas y respuestas, me pregunté por qué chicas tan jóvenes no decían lo que querían decir, sino lo que pensaban que la gente quería escuchar, y terminaban enredadas en una respuesta más que falsa. Si tuviera la oportunidad de ser otra persona por un día, ¿quién quisiera ser una chica de veinte años? Pensé: Scarlett Johansson, Julieta Venegas, Evita. Una de las finalistas dijo: "Moisés". Yo comencé a llamarla Miss Moisés. Ahí, y no cuando aparecieron los trajes típicos o los de baño, estaba la parte falsa del concurso.

Las deliberaciones del jurado hicieron que nos decantáramos por dos finalistas: miss Beni, que no había terminado colegio y tenía un aire de la-vecina-de-al-lado, si es que las vecinas fueran voluptuosas y se movieran como bailarinas de samba; y miss Cochabamba, que era alta, tenía un cuello grácil de modelo y una seriedad que asustaba. En un país de gente no muy alta, los altos son reyes, me dije, y creí que la cochabambina lo tendría fácil. No fue así, después de la votación se encontraba en la minoría. Entonces apareció la ex-miss Bolivia en el jurado, y, con un tono experimentado de yo-estuve-ahí, arengó a los que defendían a miss Beni con el argumento de que la chica de Cochabamba tenía las virtudes que se necesitaban en un miss Universo -era alta, tenía garbo y apostura--. La mayoría colapsó y cambió su voto con una facilidad de espanto. Es muy difícil decirle no a una miss decidida.

Entre el público había barras para todas las misses, pero al final, cuando se anunció que la ganadora era miss Cochabamba -rompiendo así un predominio de dos décadas de las representantes de Santa Cruz--, la mesa en la que se encontraba la familia de una de las que no había ganado reaccionó airada. De manera inocente, salí de la sección protegida del jurado para hablar con la gente que se acercaba; pensaba: ya se dio el veredicto, el resultado final no tiene trascendencia, lo importante es competir. De pronto, la madre de una de las misses me increpó; me dijo que, como Evo Morales estaba en el poder, su hija había sido discriminada por ser rubia, por no ser "originaria'. Traté de razonar con ella, le dije que no era cierto lo que decía; después de todo, la ganadora era de padre francés y se llamaba Dominique.

Era inútil. De pronto, volaron platos y puñetes; hubo sangre en el piso. Los organizadores del concurso no habían contratado personal de seguridad, por lo que algo que podía haberse detenido en cinco minutos tardó cincuenta en ser controlado. Me encontré rodeado y temí por lo que podría pasar. Ese fue en el momento en que me sentí como un árbitro amenazado y decidí escaparme por la puerta de atrás.

Esa noche aprendí mucho de la sociedad boliviana. Me dije que no lo volvería a hacer.

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27 de diciembre de 2011
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Bad Lands

Últimamente resulta tan raro encontrar una buena novela del Oeste que los amantes del género debieran saludar la aparición de Bad Lands como un acontecimiento. Porque se trata de un auténtico y genuino “novelón” ambientado en un territorio salvaje poblado de gente ruda y entregada  a toda clase de excesos violentos, pero que también cumple todos los ritos del género, con estampidas de ganado, rodeos, cabalgadas vertiginosas, tiros y un desaforado consumo de whisky en el salón del pueblo.

 

Oakley Hall (nacido en 1920  y muerto en 2008) es un escritor que dejó una veintena de notables novelas, muchas de ellas ambientadas en el Oeste y  varias protagonizadas por el excelente periodista-detective llamado Ambrose Bierce (nada que ver con el escritor del mismo nombre). Durante más de veinte años estuvo al frente del taller de escritura de la Universidad de California, Irvine, del cual salió entre otros muchos el prestigioso Richard Ford. Fue además creador e impulsor de la Squaw Valley Community of Writers, una iniciativa que tenía como finalidad el que escritores consagrados o en ciernes pudieran convivir con críticos, agentes, editores y distribuidores. La perla más preciada salida de esa comunidad fue la superfamosa Amy Tan.

Sin embargo, y en contra de lo que pueda parecer viniendo de un experimentado profesor, la escritura de Oakley Hall no tiene una estructura compleja ni tampoco refleja su profundo conocimiento de las técnicas y artificios literarios. Tampoco le interesó reinventar un género o trascender un espacio físico (el Oeste) para convertirlo en un símbolo universal de la condición humana. Por el contrario, Hall es un narrador puro al que lo único que le interesaba de verdad era contar bien una historia que le apasionaba y que él encarnaba en unos personajes con los que se comprometía a fondo. Y no hay más que leerlo para comprobarlo.

Cronológicamente, Bad Lands es inmediatamente posterior a Warlock, una novela asimismo del Oeste que le valió un gran éxito de público pero también encendidos elogios de alguien como Thomas Pynchon. A todo el mundo le suena gracias a la versión cinematográfica que hizo  Edward Dmytryck protagonizada por Richard Widmark, Henry Fonda y Anthony Quinn, y estrenada en España como “El hombre de las pistolas de oro”. Si la cito es porque, debido a su éxito, Hall debió de sentirse moralmente obligado a superarla pero sin imitarla. En Warlock, que en cierto modo recuerda la muy filmada matanza de Tombstone, un pistolero es contratado por la asociación de ciudadanos de Warlok para que imponga la ley y el orden. El recurso a la violencia y los límites que puede alcanzar ésta en el curso de su implantación planteaba una apasionante serie de problemas y contradicciones morales. En Bad Lands también hay ganaderos y granjeros, vaqueros y cuatreros que resuelven a tiros sus diferencias pero empuñando las armas ellos mismos, sin recurrir  a pistoleros profesionales. En este caso el conflicto moral se deriva del hecho de que, en el fondo, todos tienen sus razones y nadie puede detentar en exclusiva la Razón: las Bad Lands, un amplísimo territorio de caza que abarcaba una gran parte de Dakota y donde, sólo tres años atrás pastaban 300.000 búfalos hoy extinguidos a tiros, se están viendo saturadas por la llegada de nuevos ganaderos y granjeros cuyos derechos chocan violentamente con los derechos de los ya instalados. El problema se agrava por la pretensión de los recién llegados de vallar unas propiedades que hasta entonces habían sido territorios libres en los que debido a la precariedad de las condiciones de vida predominaba la necesidad de cooperar unos con otros. La propiedad privada y su símbolo más odiado (la cerca de alambre espinoso) amenazan con arruinar los modos de vida tradicionales y de ahí el (irresoluble) conflicto de intereses.

Pero el gran atractivo de la novela son los personajes que se van a ver atrapados en los acontecimientos, entre los que destacan un aristócrata escocés que maneja con idéntica soltura la poesía que la pistola, bebedor irredento, degustador de mujeres y excesivo incluso en sus virtudes; su compinche, madame de un burdel que es como la quintaesencia de  todos los burdeles del Oeste; pero también Mary, la desgraciada muchacha lisiada de una mano; el viejo trampero, obligado a vender su pistola al mejor postor porque ya no se puede ganar la vida con la caza o Andrew Livingstone, el banquero de Nueva York que ha ido a las Band Lands a cazar pero que se quedará tan fascinado por la belleza del lugar que se embarcará él mismo en la complicada aventura de convertirse en ganadero. Como digo, un novelón que, en contra de lo que suele ser habitual en los productos dirigidos a consumidores de literatura de quiosco, ocupa casi 500 páginas y, sobre todo, está muy bien escrito.

 

 Bad Lands

Oakley Hall

Galaxia Gutenberg

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26 de diciembre de 2011
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Un canal habitado y una pintura viva

Utrecht esconde una sorpresa que no es la de sus canales en ‘duplex', ni la del campanario de su catedral, el más alto de Holanda, ni siquiera su paz, la que estudiábamos con encono en la escuela, pues al firmarse en 1713 el tratado o ‘Paz de Utrecht' que ponía fin a la llamada guerra de Sucesión española, se "nos quitó" Gibraltar. La sorpresa o regalo es el poder conocer, de un modo que rara vez es posible con tanto pormenor, la obra de uno de los grandes arquitectos de la vanguardia europea, Gerrit Rietveld, oriundo de la ciudad.

La llegada a Utrecht, que normalmente será por tren, una de las delicias de ese país pequeño y de eficiente transporte, puede desconcertar. El viajero sabe que está llegando a una población recoleta e histórica, y lo que encuentra nada más pisar el andén es un descomunal centro comercial atestado de franquicias y floristerías. Hay que salir de ese laberinto francamente feo aunque muy céntrico, empotrado en la estación de Santa Catalina, y hallar el camino, muy bien indicado, hacia la zona monumental y navegable, que, como suele suceder, está en torno a la plaza de la catedral o Dom; su torre gótica, de 112 metros de altura, se halla de hecho separada del templo, por culpa de un devastador tornado de fines del siglo XVII que, entre otros estragos, demolió el conjunto de la nave, dejando intacto el ‘campanile'. Desde lo alto hay una vista espléndida y casi ilimitada, en una tierra tan llana, punteada de hitos, parques y zonas acuáticas; también se ve, en una esquina estratégica de esa plaza catedralicia, el Domplein, la bandera española ondeando, no por desafío patriótico en la ciudad donde se fraguó la famosa amputación territorial sino porque allí se encuentra, en una bonito edificio que fue durante un tiempo templo metodista, la sede del animado Instituto Cervantes local.

Como el casco antiguo es pequeño, todo lo fundamental de la visita ‘clásica' se puede hacer en un recorrido de dos o tres horas: de las 40 iglesias que se alzaron en tiempos de esplendor, quedan pocas, siendo la de mayor interés, después de la catedral (su claustro es beatífico), la Pieterskerk, airosamente románica antes del tornado y las posteriores restauraciones. Cerca también del Domplein está el Museo Central, reducido de tamaño pero poseedor de una buena representación de pintura barroca, con los fascinantes ‘Caravaggistas' de Utrecht, y una muy bien dispuesta colección de muebles y objetos de diseño del primer tercio del siglo XX. Y después -o antes- el paseo por sus canales, bordeándolos o surcándolos en las embarcaciones ‘ad hoc'. Como ya dijimos, la ciudad se jacta, con toda razón, de un rasgo original y único en Holanda, el canal en dos niveles, pues en la Edad Media muchas de las casas construidas al borde de esas vías acuáticas abrieron almacenes en una planta inferior, que ahora, convertidos la mayoría en tiendecitas, cafés con encanto o talleres de artistas, permiten en el buen tiempo caminar o tomarse una copa a ras de agua y -por así decirlo-  bajo tierra.

Con la misma entrada que da acceso al Museo Central y al contiguo Dick Bruna Huis (la casa-estudio donde desarrolló su obra un ilustrador muy amado por los niños holandeses) se visita, en un barrio algo más apartado, y haciendo una reserva previa en la oficina de turismo en Domplein, lo que, para mí, justifica ‘per se' el desplazamiento a Utrecht, la casa Rietveld/Schröder. En un país de excelentes arquitectos, que sólo en el siglo XX cuenta con los nombres de Hendrik Berlage, Michel de Klerk, J.J.P. Oud o, más contemporáneamente, Rem Koolhaas, Rietveld (pronunciado "Ritfeld") destaca, situándose a la altura de las grandes figuras europeas del movimiento moderno. Creador muy activo y principal en el grupo ‘De Stijl' (‘El estilo'), formado en 1917 en torno a la revista de igual título por el pintor y escultor Theo Van Doesburg, de Rietveld se suelen conocer más sus muebles, algunos de ellos piezas emblemáticas, como el ‘Sillón rojo y azul' en madera y la endiablada ‘Silla zig-zag'. Pero Rietveld era un portentoso arquitecto, al que perjudica el haber trabajado casi exclusivamente en su país, y ni siquiera en la capital; una buena parte de sus construcciones forma hoy la Ruta Rietveld, con quince paradas visitables sólo en la provincia de Utrecht.

Ahora bien, la casa que este genial diseñador le construyó en 1924 a su amiga Truus Schröder es algo singular, un edificio con la elocuencia de una pintura parlante, que proporciona al curioso la sensación de estar durante una hora en un gran cuadro abstracto y tridimensional, mientras descubre el funcionamiento interno de un espacio amueblado para gozar prácticamente del secreto del neoplasticismo que difundieron Von Doesburg y Mondrian, asociado y colaborador de ‘De Stijl'. La casa fue ocupada sin interrupción, primero por Truus, que allí vivió con sus hijos y quedó viuda, acogiendo en los últimos años al propio arquitecto, en calidad, según parece, de huésped y amante. Eso permitió que el inmueble se haya mantenido en perfecto estado y con sus utensilios y elementos originales. La visita acompañada es un modelo de discreción y facilidad; todo se abre o se despliega para mostrar la constante inventiva que dentro de lo funcional tenía Rietveld: una bañera de piedra camuflada, una cocina estricta y luminosa, dormitorios que se hacen estudios por el corrimiento de unas mamparas. Y el colorido, los seis colores básicos con los que Rietveld pinta la mejor obra de arte habitable que conozco.

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26 de diciembre de 2011
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La reinvención del mundo

Las cifras de 2011 serán famosas. Los años son como los seres humanos: hay muchos anodinos y grises y solo unos pocos consiguen permanecer en las memorias al menos para una larga época. Este que ahora termina ha hecho todos los méritos para merecer el recuerdo, con tanto o incluso mayor mérito que el que le precedió en envergadura, que fue 1989, el año de la caída del muro de Berlín y punto final al mundo bipolar y a la guerra fría. Las imágenes emblemáticas de este año son las de los tiranos caídos, entre las que destacan la de Mubarak enjaulado y Gadafi detenido, linchado y sumariamente ejecutado. Los álbumes de fotos de los derrocados no pueden ser más sorprendentes, porque tuvieron las mejores compañías y amistades del universo y en un parpadeo se han visto arrastrados al exilio, la cárcel o la muerte. Nada simboliza más plásticamente el tumbo que ha hecho este año: celebrados como parte de un paisaje inmutable todavía hace doce meses y ahora ya no están. Pero ninguna de estas imágenes de desposesión y deshonra consigue captar por sí sola el tamaño del cambio que alcanza a todo el planeta. Algo más se aproximan las escenas del fin del mundo que nos proporcionó el tsunami de Japón, en el que centenares de cámaras nos ofrecieron un despliegue icónico nunca visto de humanos, casas, enseres y coches arrastrados y tragados como hormigas por las olas gigantes. El símbolo mayor y más abstracto de esa crisálida naciente es que Standard & Poors, una de las denostadas agencias de rating, haya quitado la máxima clasificación triple A a la deuda de Estados Unidos.

Así es como este 2011 emula y supera a 1989 por todos los lados. Una oleada revolucionaria ha quebrado los cimientos del poder y de las alianzas en toda la geografía árabe. El renacimiento nuclear que se esperaba ha quedado ahogado por el tsunami y la catástrofe de Fukushima. Las generaciones conformistas habituadas a los años de abundancia se han convertido en agitadores indignados que han ocupado calles y plazas desde España hasta Estados Unidos como no se había visto desde 1968. Europa ha reaccionado al fin a su crisis fiscal pero a costa de dejar atrás a los británicos en una ruptura de consecuencias históricas, la mayor en las tormentosas relaciones entre Reino Unido y el continente europeo desde su integración en 1973. Y más. Estados Unidos ha ido dando una y otra vez con los límites de su fuerza, aun con la presidencia menos arrogante de su reciente historia: interiormente, en un bloqueo institucional que impide recortar su déficit astronómico e impulsar la creación de puestos de trabajo; exteriormente, en una obligada autolimitación de su poder, que abre huecos estratégicos y conduce en Libia a la primera guerra librada por la OTAN pero sin su liderazgo. Dirigir desde atrás: así ha quedado rotulada esta nueva conformación a una potencia más acotada. Más acotada no quiere decir impotente. Osama Bin Laden, el jefe terrorista que lanzó su desafío hace diez años, cayó abatido por los soldados enemigos desembarcados en su escondite paquistaní, en una acción que refleja la derrota del yihadismo, descabezado de sus jefes y desbordado por la acción pacífica del islamismo político triunfante en las urnas: Washington se impone límites, pero sigue teniendo dientes y vaya sí sigue enseñándolos cuando conviene. Por una extraña inversión entre norte y sur, en el mismo momento en que mengua el terrorismo de la media luna que había atemorizado a las poblaciones europeas y americanas durante una entera década, resurge un terrorismo blanco y europeo, fruto de la siembra populista y xenófoba: jóvenes socialdemócratas fueron las víctimas de la matanza de Utoya en Noruega, y trabajadores inmigrantes, turcos sobre todo, los asesinados por una red de criminales neonazis alemanes; objetivos ambos privilegiados del odio y la denigración verbal por parte de la extrema derecha convencional europea. La idea de cambio queda corta para expresar lo sucedido este año en que todo cambia. Y en que todo sucede a la velocidad de la luz, como si un acelerador hasta ahora desconocido estuviera impulsando cada una de las acciones que pretenden modificar la realidad. En doce meses se han acumulado tantos acontecimientos como en doce años. Conocíamos estos acelerones de la historia, pero no podíamos sospechar hasta ahora que la aceleración pudiera tener explicaciones tecnológicas. Es lo que sostienen muchos expertos, apoyados en el papel que han jugado los teléfonos móviles y las tecnologías digitales en estos terremotos políticos. Las redes sociales, Twitter y Facebook sobre todo, han estallado en 2011 en número de usuarios y en relevancia en todos los ámbitos, pero han destacado como instrumentos de organización y comunicación vírica en los movimientos de los indignados o en las revueltas árabes. También ha sido el año de la transparencia, algo que puede tener relación con la celeridad de los acontecimientos. Aunque la publicación de los papeles del departamento de Estado por Wikileaks y sus cinco socios periodísticos, EL PAIS entre ellos, se inició el año anterior, el 29 de noviembre, sus efectos y secuelas, incluidos los que ha tenido sobre la Primavera Árabe, pertenecen a 2011.Como sucede con los Papeles de Palestina, la filtración protagonizada por la cadena de televisión qatarí Al Yazira que dinamitó lo poco que quedaba del proceso de paz entre israelíes y palestinos. Un mayor acceso a las informaciones y un incremento de la conectividad, debidos ambos a la tecnología, no pueden pasar sin consecuencias. El mundo de 2011 es especialmente reacio a la intermediación en cualquier actividad, política, económica o cultural. Los efectos eléctricos sobre las opiniones públicas y principalmente las nuevas generaciones, los nativos digitales ante todo, son fulminantes. Nunca ha sido neutra la tecnología. Puede servir para hacer revoluciones y para sofocarlas, para mejorar la democracia o para liquidarla. Una guerra silenciosa y subrepticia, que puede suceder y vencerse sin que nadie lo perciba, se ha ido situando este año en el centro de la actividad militar. Los aviones teledirigidos y sin tripulación, los famosos drones o zánganos, se han convertido en los protagonistas en Afganistán, Yemen, Somalia, Gaza o Irán. Sirven para vigilar las instalaciones nucleares iraníes o para liquidar a un dirigente de Al Qaeda en los desiertos de la Península Arábiga. Estados Unidos, mientras completa su retirada de tropas de Irak y prepara la salida de Afganistán, incrementa su actividad sigilosa en la región, incluida una guerra secreta contra Irán para obstaculizar su ascenso armamentístico y sus ambiciones atómicas. El despliegue tecnológico y el repliegue geoestratégico son la cara y la cruz de la superpotencia americana, desgastada por el decenio de guerra global contra el terror y carcomida por el peso de la deuda y del déficit públicos, en buena medido fabricados por la fracasada ambición neocon de cambiar el mundo por la fuerza de los ejércitos. Este es el año en que se ha concretado la debilidad de Estados Unidos en Oriente Medio después de la pasada década de intensa presencia militar. Su geometría de alianzas ha quedado debilitada, ya sea por desaparición del socio, como en Egipto, ya sea por enfriamiento de la amistad, como Arabia Saudí. Por no hablar de la quiebra con apariencia definitiva de sus difíciles relaciones con Pakistán, el único país musulmán que cuenta ya con el arma atómica. Los jeques saudíes del petróleo no pueden estar más insatisfechos con el viejo amigo y aliado americano, al que reprochan todos los males que se les vienen encima: por un lado, las ambiciones de hegemonía del chiismo persa, que cuenta con capacidad de influencia en toda la región del Golfo; por el otro, las revueltas árabes, que ponen en peligro sus coronas y emiratos. No les falta razón: con la guerra de Irak que Washington organizó se abrió el mapa de Oriente Próximo a la irradiación chiita; y con la oleada revolucionaria, que Washington no impidió, las poblaciones de todo el Golfo reciben el mensaje inequívoco de que las tiranías caen y Estados Unidos no está siempre detrás dando su apoyo a los regímenes en plaza. Así, después del reproche por su altiva hegemonía, llegan ahora los reproches por su humilde deferencia. Todos los árabes, no tan solo los saudíes, reprochan a Barack Obama que no haya sido capaz de traducir en hechos las buenas palabras de sus discursos a los iraníes, los turcos y los árabes, con las que tendió la mano para el diálogo y ofreció la paz y los dos Estados conviviendo en el respeto mutuo y en fronteras seguras para israelíes y palestinos. Nada queda del proceso de paz, salvo el resentimiento de las partes. Israel se halla enclaustrada en un aislamiento menos espléndido de lo que fingen sus dirigentes. Y la Autoridad Palestina se encuentra en un callejón sin salida después de su infructuosa petición de reconocimiento internacional en Naciones Unidas. Benjamin Netanyahu, habílisimo jugador de dos tableros, el Congreso estadounidense de un lado y la Knesset del otro, ha desconcertado a todos los adversarios con su canje histórico negociado con Hamas, la maldita organización terrorista que reina en Gaza: un hombre solo, el soldado Gilad Shalit, por mil prisioneros palestinos. Clausurado el proceso de Oslo, las posiciones cambian a ambos lados de la disputa. Unos ahora creen solo en el fortín cercado y en la guerra permanente. Otros en la creación de un solo Estado laico y sin identidad étnica alguna, pero democrático y para todos. Cada vez menos son los que todavía tienen fe en la fórmula de los dos Estados. El cambio de época es tangible en este proceso enquistado y todo se traduce en incertidumbre sobre el mañana en la tierra más disputada del mundo entre el Jordán y el Mediterráneo. Es un momento de redefinición. Muchos conceptos útiles hasta 2011 no sirven a partir de ahora. De ahí que sea un año lleno de quiebros, súbitos cambios de políticas, sorpresas geoestratégicas, inversiones de alianzas, bruscas mutaciones en los mapas. En los colores, sobre todo: Europa teñida toda entera de azul conservador; el mundo árabe virando del gris policial al verde islámico. También cambios en los mapas: en mitad del año y de África, de la costilla de Sudán, país musulmán que era hasta ahora el de mayor extensión territorial de toda Africa y de toda la geografía árabe, ha nacido otro país, Sudán del Sur, mayoritariamente cristiano, situado entre los más pobres de la tierra solo ver el mundo y de dudosa viabilidad futura. La mayor paradoja es que se trata del único cambio de fronteras que se ha producido durante el año de las revoluciones árabes aunque nada tenga que ver con una Primavera Árabe que ni siquiera han rozado a los sudaneses. Ya no es tiempo de emergencias: se han producido en los años recientes; es tiempo de emergidos. África entera crece porque China invierte. Hay que contar con los emergentes para cualquier cosa. Las potencias de antaño puede que sean todavía necesarias, pero es bien claro que son insuficientes. Crujen las cuadernas de la vieja arquitectura internacional, pésimamente adaptadas a los cambios que este año han tomado forma a la vista de todos, gracias a la nula capacidad de adaptación de quienes construyeron sus edificios. Nada expresa mejor las contradicciones de la deficitaria gobernanza mundial que el funcionamiento tanto de Naciones Unidas como del G20, el grupo ampliado de los países más ricos y decisivos del planeta, que ha venido a sustituir al G8 desde que la Gran Recesión empezó a instalarse entre nosotros en otoño de 2008. El Consejo de Seguridad, viejo escenario de todos los vetos y bloqueos a cargo de las superpotencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial, consiguió este año, ante los desmanes de Gadafi acosado por su población, la insólita gesta de avalar por primera vez una acción militar en aplicación de la responsabilidad de proteger, incorporada desde 2006 en la Carta de Naciones Unidas. Puede que sea el canto del cisne del nuevo derecho internacional humanitario, como podría demostrar la incapacidad internacional para frenar a continuación la represión del régimen de Bachar el Assad contra los manifestantes que quieren echarle del poder. Pero constituye en todo caso un antecedente que puede valer en el futuro. Basta con observar el pésimo sendero de las negociaciones sobre el protocolo de Kioto sobre cambio climático para tener la medida de las dificultades del multilateralismo. El carbón está de nuevo en alza, los países emergidos quieren seguir emergiendo y por eso avanzan sin miramientos, y la mayoría parlamentaria republicana que reina en Washington jamás ha estado para estas cosas. La conferencia de Copenhague en diciembre de 2009, en la que China se entendió con Estados Unidos a espaldas de Europa, fue la primera señal tajante de este nuevo mundo de difícil gobierno; y la de Durban, ahora dos años después, confirma que solo hay consenso cuando lo que se decide es aplazar la toma de resoluciones. No es solo el gobierno del mundo lo que no funciona, ese G20 casi siempre sin capacidad resolutiva en sus cumbres, sino los gobiernos a secas que antes funcionaban. Funciona China, donde sus ciudadanos apenas tienen noticias del Gobierno, ni buenas ni malas. Funciona Rusia, a pesar de la incipiente desafección electoral contra Putin captada en unos comicios sin garantías. Pero no funciona la Unión Europea, ni funcionan los Estados Unidos de América, donde el veto y el bloqueo, la polarización y el radicalismo, conducen a la inacción y al fatalismo. La crisis galopa a caballo de las transacciones especulativas fulgurantes y la política anda cansina a paso de hormiga. El Tea Party, organizado para frenar los ímpetus reformadores de Obama, se ha convertido en el paradigma de un rampante populismo anarcoide de derechas que prolifera en todas partes. Primero sugirió que no habría nuevo mandato de Obama en 2012, pero ahora ya sugiere que no habrá tampoco candidato republicano útil capaz de vencer a un Obama desgastado y sin pulso, pero todavía vivo. En Europa, en cambio, ha bastado la ruptura de la UE de 27 socios para que los 23 que lo desean empiecen a construir el gobierno posible del euro: el Reino Unido euroescéptico, con la prensa ultraconservadora del australiano Rupert Murdoch como cheerleader, era nuestro Tea Party antes de que se inventara el Tea Party. Todo indica que ha terminado mucho más que una época. Quizás una edad o un eón geológico. El tiempo que se está yendo pedía a gritos nuevas ideas, nuevas esperanzas, formas distintas de hacer las cosas. Sarkozy, el más gallardo de todos, quería refundar el capitalismo. Nada como un buen consenso para no hacer nada o para decidir la fecha en que decidiremos algo. Llegó 2011 y los deberes estaban por hacer. Y así fue como el mundo empezó a reinventarse a sí mismo. Sin avisar, que es como suceden estas cosas.

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25 de diciembre de 2011
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El terremoto que se prepara

Las placas tectónicas se desplazan lentamente, hasta el momento en que chocan y se produce el temblor de tierra que rompe la corteza terrestre. En 2011 se han producido varios temblores, que han derribado Gobiernos y dictadores, cambiado regímenes y sembrado la alarma en muchos países. Pero las placas tectónicas siguen desplazándose, y lo hacen además en una sola dirección, de forma que la tensión se concentra ahora en un punto donde crece la amenaza de un terremoto mayor que los anteriores.

Este punto se halla en la región del golfo Pérsico, donde confluyen numerosas líneas de conflicto. Ahí está Siria, donde la población está movilizada contra la dictadura de Bachar el Asad y al borde de la guerra civil, con 5.000 ciudadanos que han perdido la vida en las revueltas. También Irak, donde regresan los atentados apenas unas horas después de que se fuera el último soldado de Estados Unidos y el primer ministro chiita, Nuri al Maliki, empieza la persecución sectaria de los suníes que participaban en el Gobierno apuntalado por la ocupación. La guerra de Irak rompió los equilibrios de poder en la zona en favor de una de las tres potencias regionales, nada menos que Irán. El régimen de los ayatolás persas cuenta ahora con un área de influencia que se extiende hasta el Mediterráneo, con Irak en manos de la mayoría chiita, Siria de la dictadura amiga alauí y Líbano donde el partido chiita Hezbolá es una fuerza fáctica y de gobierno ineludible. Los enemigos de Teherán ven la larga mano iraní en las revueltas de Bahrein y los conatos de protesta en las regiones orientales de Arabia Saudí, donde hay población chiita. De ahí la actuación 'soviética' de los saudíes, junto a tropas de Emiratos Árabes Unidos y de Pakistán, en la invasión de Bahrein para salvar a la monarquía amiga y vasalla de los Al Jalifa ante el impulso de la revuelta.Pero la palanca iraní más amenazante y temida por los vecinos es el programa nuclear, que desafía a dos poderes nucleares larvados: el de Israel, con sus armas no declaradas, y el de Pakistán, estrecho aliado de Arabia Saudí y único poseedor de la bomba nuclear islámica. A Teherán no le interesa que caiga Asad, por temor a una república suní patrocinada por Arabia Saudí. Esta, a su vez, apoya las revueltas sirias, pero las teme en su casa y le preocupa que un Bagdad exclusivamente chiita viré hacia Teherán. No se puede descartar para ambos países un destino de división que sea malo para todos. Irak, cuarteado entre kurdos, chiitas y suníes, es una pesadilla para Turquía. También lo sería una división sectaria y étnica de Siria, donde de nuevo los kurdos suscitan los peores temores de Ankara. Al fondo de esta partida, Israel observa, cada vez más aislada y con preocupada contención, un desplazamiento de poder lleno de incógnitas que cuestionan su propio futuro. Todos temen al Big One que se cierne sobre Oriente Próximo.

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24 de diciembre de 2011
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Trincheras en Navidad

La crónica apareció en el británico North Mail el 9 de enero de 1915. La firmaba el cabo Heath, de quien nunca más se supo. Es una de la muchas descripciones del acontecimiento que pasó a la historia como “Paz de Navidad”, cuando en un tramo de casi treinta kilómetros de trincheras en el frente occidental, entre las localidades belgas de Mesen y Nieuwkapelle, los soldados dejaron espontáneamente las armas y celebraron juntos la Navidad, en medio de la guerra.

Al anochecer del día 24 de diciembre de 1914, el cabo Heath hubiera querido, como todos, estar lejos de las trincheras, en casa, donde ahora encenderían las luces en las habitaciones bien caldeadas, mientras reflexionaba con tristeza que precisamente estaba en las trincheras a oscuras, por defender aquellos lejanos hogares iluminados y calientes.

Las trincheras estaban tendidas en algunos puntos a escasos veinte metros del enemigo y se podía oir el chapoteo de sus botas. Entonces se encendió una luz en la trinchera alemana, luego otra y otra. Y se oyó una voz alemana, sonaba tan cerca que el cabo Heath se dispuso a disparar. “English soldier”, decía, “English soldier, a merry Christmas, a merry Christmas”. Los ingleses callaban. Y algo pasó que desbordó al miedo y la desconfianza. Se empezaron a oír respuestas inglesas a las felicitaciones alemanas. Heath vio con asombro a los alemanes fuera de su trinchera y caminando hacia ellos, hasta pararse en tierra de nadie. Los británicos dudaban. Los alemanes, no. Hasta que, como escribe Heath, no quisieron quedar como cobardes, salieron a su encuentro, y les estrecharon las manos. Comenzaron a hablar y la desconfianza seguía entre ellos, unos y otros vigilaban para que nadie asomara a la trinchera contraria. Con todo, intercambiaron cigarrillos y direcciones. Los británicos invitaron a Christmas Pudding, y dice Heath que “tras el primer bocado, nos hicimos amigos para siempre”.

El ambiente llegó a tal punto de distensión que, en las afueras de Fromelles, se celebró una función religiosa donde la muchachada entonó el Salmo 23 “El Señor es mi pastor” en inglés y alemán. Aparecieron viejos conocidos, un alemán se encontró con su patrono inglés para el que trabajó como cocinero antes de la guerra. Hasta se organizó un partido de fútbol entre sajones y escoceses en un tramo donde la separación entre trincheras lo permitía.

¿Dónde habría parado todo aquello, si a los soldados les hubiera dado por seguir dándole al pudín, a los cigarrilos y al fútbol en vez de matarse? Entre los oficiales cundió la preocupación. Hubo tramos donde la paz empezó a durar demasiado, incluso llegó a enero. Y se tomaron medidas disciplinarias. Había que seguir la guerra. Cierto que, al principio, hubo soldados que no reaccionaban a las órdenes de abrir fuego, pero fue una resistencia efímera. Dice Heath, en la última noticia que tenemos de él, que aún sonaban cánticos navideños en las trincheras alemanas cuando, de repente, sonaron de nuevo los disparos y se pasó a la normalidad, donde solo se oían los gritos de los heridos. Había mucha tarea pendiente, aún les faltaban casi cuatro años para alcanzar los diez millones de muertos. En aquella Navidad de 1914, aún no llegaban al medio millón. 

 


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24 de diciembre de 2011
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Los 25 mejores libros para "Babelia"

El top10 de Babelia Más de 360 libros y 57 críticos han escogido los mejores 25 libros para la revista ?Babelia?. El ganador global ha sido Javier Marías y la novela Los enamoramientos (Alfaguara). En esta página pueden ver los 25 libros del año, dividido por varias categorías, y en esta otra la lista de obras votadas.  La lista incluye:

1. Los enamoramientos. Javier Marías (Alfaguara) Novela (vídeo de Marías)  2- Libertad, de Jonathan Franzen. Traducción de Isabel Ferrer(Salamandra) Novela 3- Némesis, de Philip Roth. Traducción de Jordi Fibla (Mondadori) Novela 4- El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq. Traducción de Jaime Zulaika (Anagrama) Novela 5- El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez (Alfaguara) Novela 6- Caligrafía de los sueños, de Juan Marsé (Lumen) Novela 7- La obsolescencia del hombre, de Günther Anders. Traducción de Josep Monter Pérez (Pre-Textos) Ensayo 8- Historia de la literatura española 7. Derrota y restitución de la modernidad (1939-2010), de Jordi Gracia y José Domingo Ródenas. Coordinación de José-Carlos Mainer (Crítica) ensayo 9- La gruta de las palabras, de Vladimir Holan. Traducción de Clara Janés (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) Poesía 10- Deshielo a mediodía, de Tomas Tranströmer. Traducción de Roberto Mascaró (Nórdica Libros) Poesía 11. Adiós a la universidad. Jordi Llovet. Traducción de Xavier Farré Vidal (G. Gutenberg / C. de Lectores) Ensayo 12. Correspondencia Carmen Martín Gaite-Juan Benet. (G. Gutenberg / C. de Lectores) Correspondencia 13. Tierra inalcanzable. Antología poética. Czeslaw Milosz (G. Gutenberg / C. de Lectores) Poesía 14. Por el bien del imperio. Josep Fontana (Past & Present) Ensayo 15. Una habitación en Holanda. Pierre Bergounioux.Traducción de David Stacey (Minúscula) Ensayo Yo confieso. Jaume Cabré. Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera (Destino) Novela 16. El día de mañana. Ignacio Martínez de Pisón (Seix Barral) Novela 17. Anatomía de la influencia. Harold Bloom. Damià Alou (Taurus) Ensayo Folie Baudelaire. Roberto Calasso. Edgardo Dobry (Anagrama) Ensayo 18. Amor y obstáculos. Aleksandar Hemon. Damià Alou (Duomo) Relatos Crímenes. F. von Schirach. Traducción de Juan de Sola (Salamandra) Relatos Doctor Glass. Hjalmar Söderberg. Traducción de Gabriel Ferrater (Alfabia) Novela Solar. Ian McEwan.Traducción de Jaime Zulaika (Anagrama) Novela 19. El juramento de la pista de frontó. John Ashbery.Traducción de Julio Mas Alcaraz (Calambur) Poesía 20. El emperrado corazón amora. Juan Gelman (Tusquets) Poesía

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24 de diciembre de 2011
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La viuda de Gombrowicz vuelve a Buenos Aires

Rita Gombrowicz Nora Viater para Clarín consigue una interesante entrevista con Rita, la viuda de uno de los más grandes escritores europeos del siglo XX, el cada vez más reconocido Witold Gombrowicz, autor no solo de novelas extraordinarias (como Ferdydurke) sino de unos diarios que son, quizá, su obra maestra. La viuda de Gombrowicz vuelve después de casi 40 años a Buenos Aires tras los pasos de su esposo. Es autora del libro Gombrowicz en Argentina editado por Cuenco de plata. Dice la nota:

Diarios, apuntes. Uno de los últimos dice así: ?Ese 19 de marzo de 1963 vi que llegaba el final. Cortado por el filo de esta revelación, morí de repente, sí, en ese minuto toda mi sangre me dejó. Ausente ya, Ya terminado. Ya dispuesto a partir. El lazo misterioso entre yo y mi propio lugar acababa de ser cortado?: El 8 de abril de ese año, después de vivir durante 24 años en la Argentina, Witold Gombrowicz partió de Buenos Aires. Nunca volvió. Entre novelas y obras de teatro ya clásicos, escribió su monumental Diario. 1953-1969 , no la descripción de sus años en el país o de su vida en ese tiempo: su vivencia. Una obra que muchos consideran, como al mismo Gombrowicz, inclasificable. Ese diario, Rita Gombrowicz, su viuda, lo utilizó como hoja de ruta para volver sobre los pasos de Witold, como lo llama ahora, para reconstruir, a través de los testimonios de sus amigos y de sus discípulos, sus días argentinos. Ella, que llegó al país por primera vez en 1973, vino porque él le hablaba de la Argentina todos los días, cada vez que recibía alguna carta, y eran muchas. Acá, tan lejos de Vence (Francia) donde vivían, sus amigos se reunían para leer las cartas de Gombrowicz. Así que cuando Rita logró juntar a los distintos grupos que Gombrowicz había frecuentado ?los de Tandil, los habitués de los bares La Fragata y del Rex, los traductores del polaco de la novela Ferdydurke ? y les pidió que hablaran y le contaran cosas, ya tenía escrita buena parte de su libro Gombrowicz en Argentina. 1939-1963, editado por El cuenco de plata en 2008. ?Cuando llegué me encontré rodeada de jóvenes de mi edad, sentíamos la misma amistad y pasión por Witold. Y sobre todo me sorprendió que él seguía muy vivo acá, a través de sus amigos. Todos recordaron sus mitologías, sus excentricidades. Su humor. Pero me daba la impresión de que no habían podido digerir aún el contacto con una personalidad tan fuerte. Por eso quise hacer ese libro con ellos y no sola, porque cada uno de nosotros tenía algo para contar diferente sobre su relación personal con Witold. Alejandro Russovich, por ejemplo, me dijo que al dar ese testimonio pudo resolver algunas cuestiones que le habían quedado siempre irresueltas en su relación con el maestro?, cuenta Rita Gombrowicz, de visita en Buenos Aires a raíz de la reedición de su libro. ¿Qué más sabe sobre cómo fue la traducción grupal de ?Ferdydurke?, del polaco al español? Muchos me dijeron que la traducción española es una nueva versión de la novela. Hay fragmentos que no fueron traducidos, hay inventos lingüísticos. Por ejemplo, en la versión original en polaco hay al final una copla que no está traducida. El autor fue el que decidió si la incluía o no. Victoria Ocampo decía que Gombrowicz tenía una relación particular con la comida, ¿era así? El odiaba que en Francia hubiera un solo postre, la tarta de manzanas (tarte aux pommes). Decía que los argentinos tenían mucha más imaginación. La comida es importante en la obra de Gombrowicz. La fascinación que se ejercía y se manifestaba a través de la comida está presente en uno de sus cuentos y, en la obra de teatro Yvonne, Princesa de Borgoña, una joven muere comiendo pescado, atragantada con una espina. Tenía mucha fascinación por lo concreto y por el cuerpo. ¿Cómo cree que se lee hoy a Gombrowicz? Está traducido a más de treinta idiomas, polaco incluido. Lo leen sobre todo los jóvenes y se publica en las colecciones de clásicos del siglo XX, especialmente Ferdydurke . Pero me parece que todavía hay que esperar algunos años para que él ocupe su verdadero lugar. Sus ideas, su obra y su vida tuvieron que superar muchos obstáculos para imponerse. Era un polaco emigrante del régimen comunista, que lo perdió todo. Al perder el país, de alguna manera pierde la tradición. La lengua polaca era su patria. Witoldo y Rita se conocieron en París, en 1964, cuando ella preparaba su tesis de literatura francesa. La vida juntos duró cinco años, hasta que él murió. Rita volvió a la Argentina, después de tantos años, con mucha curiosidad. ?Tengo la impresión de volver después de que todo ha muerto. Y compruebo que su obra está viva y eso es lo que cuenta. Los lugares, las personas, casi todo desapareció. Incluso sus discípulos, que murieron jóvenes. Quedan solo algunas personas. ? El se definía como un outsider , un intelectual proletario? Me parece que era un outsider , pero lo es cada vez menos. Era un hombre de la periferia de la cultura. Creo que su verdadera carrera empieza ahora. El era muy lúcido, un escritor desinteresado pero al mismo tiempo quería ocupar un primer plano. Hay un arte por el que se cobra, y otro por el cual el artista paga: con su salud, su pobreza, la soledad?

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23 de diciembre de 2011
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II. La puerta cerrada

El martes ya nadie la volvió a ver. Su tía Luz Larraín, que tenía llave del departamento, entró como a las ocho de la noche, vio que la puerta de su dormitorio estaba cerrada, y se sentó en la sala a esperar; pero después de una hora el silencio seguía tras la puerta y bajó a buscar al conserje mientras todo Santiago se hallaba pendiente del partido de fútbol entre Chile y Paraguay, en la ronda de eliminatorias para el Mundial de Brasil de 2014, a ver qué iba a pasar porque el partido anterior contra Uruguay resultó en un desastre, una goleada de cuatro a cero con cinco de los seleccionados suspendidos por presentarse al entrenamiento con aliento alcohólico.

Ese tema había estado de por medio en la conversación en casa de Antonio Skármeta, que como buen hincha patriótico resentía la derrota y acusaba al entrenador Claudio Borghi de intransigente, una regañada bastaba, pero una suspensión era excesiva y ya se había visto, catastrófica, mientras Norita su mujer, como buena alemana, lo contradecía, sin disciplina no se va a ninguna parte. Pero a esas alturas, cuando la tía de Pilar, preocupada, está hablando con el conserje de buscar un cerrajero, Chile va ganando a Paraguay por un gol a cero, es el intermedio del partido y el conserje puede despegarse del televisor sin refunfuñar mucho. ¿Habrá un cerrajero en toda la ciudad que no esté sentado también frente al televisor?

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23 de diciembre de 2011
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