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¿Do de pecho?

Me encuentro con una de esas noticias insólitas: en Tailandia, una esteticista llamada Khemmikka Na Songkhla practica una técnica consistente en atizar a manotazos los pechos para aumentar su tamaño. Si se realizan cuatro sesiones, los efectos pueden durar hasta tres años. Songkhla tiene lista de espera y cobra más de 300 dólares por sesión. El dolor, ah el dolor. Qué les van a contar a las mujeres acerca del inevitable penar a fin de embellecerse. Recuerdo aquellas primeras ceras amarillas y espesas con las que nos depilaba la peluquera del pueblo, un ritual cruel que siempre tuve fe que el progreso remediaría, e incluso que sería testigo de ello. Ahí está el láser con su erradicación definitiva del anatema del vello, porque una mujer peluda siempre ha sido una mujer a medias desprovista de los afeites y talcos que se le suponen por cuestión de género. Un descubrimiento que, salvando las distancias, ha hecho tanto por la liberación femenina como la píldora. Los rituales de belleza, gracias a la cosmética científica, han abreviado infinitos vía crucis: desde los más de veinte kilos de ropa encima, bajo corsés y crinolinas, hasta el tacón de aguja que sigue reinando con esplendor pese a deformar los metatarsos. Para los más críticos, la progresiva popularización de la cirugía plástica desde los años ochenta es síntoma de una sociedad disfuncional. De una enorme ausencia de riesgo personal relacionada con el materialismo; operarse como quien se compra un cartier, una felicidad efímera similar a la lotería. No sólo aquellos empujados por la vanidad y la estupidez entran en un quirófano, sino quienes sienten un profundo malestar con su imagen. Gracias al formidable avance de la medicina, el cuerpo es uno de los pocos territorios que nos pertenecen. Pero a menudo el de las mujeres ha sido demasiado modificable. ¿Por qué entre cinco y diez millones de mujeres se han implantado silicona en el pecho? Contrariamente a lo que podíamos imaginarnos, la afición por los senos grandes y turgentes no pertenece en exclusiva al imaginario masculino. Aunque la mayoría de los cirujanos plásticos sean hombres, el canon del 90-60-90 mantenga su vigencia, y desde la Loren hasta Angelina Jolie el pecho represente un poderoso atributo, leo en The Guardian que en el siglo XIX se publicaban consejos para frotar el pecho con una toalla impregnada de abrasivos y se utilizaban aparatos de succión o con alambres, todos ellos diseñados por mujeres. Mientras asistíamos a la llegada de la paridad a la política y a la feminización del mundo, las mujeres hacían crecer sus pechos a cualquier precio. La prótesis mamaria se convirtió incluso en un regalo de cumpleaños, se sorteaba en discotecas y, ante tal panorama, algunos oportunistas se aprovecharon de la demanda con implantes baratos de mala calidad, como las PIP (Poly Implants Prothèses), líderes en Francia y terceras prótesis mamarias más fabricadas en el mundo. ¿Cómo hemos podido llegar hasta este extremo? Kilos de silicona, esa que los médicos muestran en la palma de la mano como si fuera un órgano con vida propia, a punto de estallar dentro del cuerpo de las mujeres. «No quiero quedarme con dos bombas en el cuerpo», dice una portadora de las PIP. Laxitud, falta de regulación, normativas diferentes dentro de la UE y, en especial, el peso de la desafección con uno mismo. Ahora bien, que nadie se engañe, la percepción a menudo errónea del propio cuerpo ya no es una exclusiva femenina. La cirugía plástica se ha triplicado entre hombres en Catalunya, la demanda ha crecido un 25% en el último lustro, y las operaciones para alargar el pene se han triplicado desde el 2008. Cada año, entre 1.000 y 5.000 hombres pasan por el quirófano para engrosar su miembro. Y lo dramático es que, al igual que muchas mujeres, el 90% no lo necesita. (La Vanguardia)

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18 de enero de 2012
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I. Una muerte en navidad

 La Chita murió en la víspera de Navidad a la edad de ochenta años, en un parque de la Florida, el Suncoast Primate Sanctuary, una especie de asilo de ancianos para monos. Ya se sabe que la Florida es un lugar ideal de retiro para la tercera, o la cuarta edad. Era un chimpancé macho, pero siempre lo conocimos bajo signo femenino. La Chita. Tarzán y la Chita. Se hallaba inscrito en los Guinness Records como el chimpancé más viejo del mundo, pues los simios de esta especie no suelen vivir más allá del medio siglo. Como en el caso de todos los personajes que se vuelven míticos, surgen ahora distintas hipótesis y reclamos. Que este Chita recién fallecido no es era el verdadero, o al menos que no era el único, pues en el plató de las filmaciones siempre había un par de chimpancés para alternarse a la hora de actuar al lado de Tarzán y de Jane, su compañera; y que si nació en 1932, no pudo ser la Chita de Tarzán de los monos, filmada ese mismo año.

Es lo mismo que pasa con el león de la Metro. Ya decrépito, cansado y desdentado, como todos los viejos, y escasa la melena, es exhibido en una cueva en los jardines del Grand Hotel MGM en Las Vegas. Pero también se alega que siendo en 1928 que rugió por primera vez en una película de la Metro Goldwin Mayer, ya debería haber pasado a mejor vida hace tiempo. Envidias contra la fama, e intentos inútiles de destruir el mito. Charles Atlas aún sigue, joven, musculoso y sonriente, ofreciendo su método de tensión dinámica para dejar de ser un alfeñique, más allá de sus cien años de vida.

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18 de enero de 2012
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Reseña de "El Orden de las cosas"

Reseña en SOMOS Mil gracias a Enrique Sánchez Hernani que reseñó para SOMOS este sábado 14 de enero la novela juvenil El orden de las cosas que publiqué en Alfaguara Serie Roja. Dice: Dorada Adolescencia Nueva novela del excelente  autor nacional, que aunque fugura en la sección juvenil de la editorial puede ser perfectamente leída por los adultos que siempre encuentran momentos propicios para evocar la edad perdida. El libro descubre la historia de un muchacho que al cambiarse de colegio entra en un nuev mundo, tiene que hacer nuevos amigos y, en este trance, descubre algunos secretos de lo que es la vida adulta. La novela, cuyos protagonistas son adolescentes que están en el tercer año de media, también le sirve al autor para narrar lo que es vivir la pasión por el fútbol, el hallazgo del primer amor y la tolerancia frente a una confidencia difícil: un muchacho le confiesa a otro su homosexualidad. Lo estupendo de la novela es que carece de un propósito moralista y utiliza un lenguaje y una estructura para lectores adultos, es decir, está despojada de interés admonitorio o de una falsa sencillez. El volumen tampoco cede a sumergirse en honduras reflexivas que empantanen la redacción. Fluye bien y es amena.

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17 de enero de 2012
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El mal sin fin

La persistencia de la crisis, de la Gran Crisis, va teniendo un efecto humano que traspasa la adversidad económica y las penurias personales. Día tras día ha ido permeando en el organismo una sustancia viscosa y nociva que degenera el ánimo y hasta las ganas de vivir.

Saldremos de esta situación pero es tan difícil saber por dónde que la sensación de confinamiento en una penitenciaría aumenta cada jornada. ¿Pereceremos por consumación de lo peor nos consumiremos en la depresión? ¿Adquirirá la sociedad por mucho tiempo una condición triste? ¿Mutará poco a poco la concepción de la existencia y, en consecuencia, la manera de sentir y de actúar?

Keynes, que todo lo sabía, dijo para los malos momentos: "Cuando esperamos que ocurra lo inevitable, surge lo imprevisto".

Atados de pies y manos, sin medidas eficaces, sin dirigentes capaces, la única y delgada esperanza radica en que "el imprevisto", un "suceso" sin control humano venga milagrosamente a detener el hundimiento de la biología, la psicología y la teleología de cada persona contagiada ya de la masa amarga que no cesa de aumentar.

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17 de enero de 2012
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Pecado original

 "La acumulación originaria juega el mismo papel en la economía política que el pecado original en teología. Adán muerde la manzana y así el pecado cae sobre el género humano. Su origen se explica como si fuera una anécdota del pasado: Hace muchísimo tiempo había por un lado una élite trabajadora, inteligente y sobre todo ahorradora, y por otro lado unos gañanes bribones que gastaban todo lo que tenían y hasta lo que no tenían. Y de la misma manera que el pecado original teológico explicaría por qué el hombre fue condenado a ganarse el pan con el sudor de su frente, la historia del pecado original económico nos revelaría la razón de que a cierta gente no le quede sino trabajar".

Debo a Oriol Farrès, antiguo alumno y actualmente profesor en la universidad de Girona, el que me ponga sobre la pista de este párrafo de Marx (1) que  resonaba en mis oídos cuando el sábado 14 de enero (haciéndose eco  de las amenazas de las  agencias de calificación)  el señor Rajoy  reiteraba precisamente que "no podemos gastar lo que no tenemos".

Y una pequeña indicación sobre la tremenda frase final, por mi subrayada, relativa a los que (¡ precisamente por vagos!) han de trabajar sin límite.  Para el camarero,  el taxista, o el jornalero agrario de la Europa meridional que trabaja un mínimo de 12 horas (según la propia OCDE España es uno de los países dónde  la jornada laboral es más larga), la lectura de estas líneas les hará entender  las peyorativas palabras que les dirigen políticos de la UDC ( partido de la señora Merkel),  de la  Lega Norte  (partido de Umberto Bossi o de Unió Democràtica (partido del señor Durán Lleida) (2).Seguir a Marx en su descripción de  la indigencia que para  los hombres supone  la vida del capital, y adoptar  la actitud consecuente que se impone, constituiría el mayor antídoto para ese fantasma de que el mal reside en el otro, fantasma que  ha sustituido en Europa al de  la economía socializada  y al  que aquí me refería dos columnas atrás.

_______________________

(1)   Oriol Farrès realizó una magnífica exposición sobre el tema en un congreso de sociedades de filosofia de lengua catalana celebrado recientemente en Sueca, Valencia. Marx está discutiendo ciertas tesis relativas a la acumulación que sería anterior a la acumulación capitalista (previous accumulation en palabras de Adan Smih) e  intenta poner de relieve la irrelevancia de tal concepto (que según puntualiza Farrès, debería ser tildada  de apropiación o aun de expropiación que de acumulación. En el contexto de tal crítica aparece la mordaz referencia teológica.

(2)   Baste recordar alguna de las frases literales de este último: "En otros sitios de España, con lo que damos nosotros de aportación conjunta al Estado, reciben un PER para pasar una mañana o toda la jornada en el bar del pueblo".

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17 de enero de 2012
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Me gustan los cruceros

Me gustan los cruceros porque navegan. Porque uno puede escuchar el océano chocando contra el casco, ver el mar desde la ventana y mirar ciudades que se acerca o alejan dependiendo si uno zarpa o atraca.

Me gustan los cruceros porque están llenos de entretenciones, entretenedores, comidas, máquinas tragamonedas, bares abiertos, discotecas, librería con best-sellers, mesas, masas, sillas, parlantes, piscinas, tiendas, ruido, habitaciones, televisores y turistas. Miles y miles de turistas dedicados a un gran plan: las vacaciones.

Me gustan los cruceros porque no pretenden cambiarte la vida. Los pasajeros de los cruceros bajan en peregrinación a las ciudades, sacan fotos y vuelven al barco. Me gustan tanto como los hoteles todo incluido, sitios donde la vida diaria queda afuera para darle paso a un saludable no-hacer-nada. Me gustan los cruceros porque uno puede sentirse joven y flaco: el promedio de edad de un pasajero de crucero es de 65 años y unos 95 kilos de peso.

Es cierto que hay muchos que detestan los cruceros. Para cierto tipo de viajero experto, pasar tus vacaciones en estos mall flotantes suena a sacrilegio. A turísticamente incorrecto. A panorama bobo, plano, chato, simplón. Me gustan los cruceros porque a sus pasajeros nada de esto les importa. Al contrario, suman y suman seguidores. Mientras el prejuicio no los saca de la mira telescópica, la comunidad de adictos a cruceros crece. Y se traspasan con el orgullo que se comparte una buena mano de droga. 

Me gustan los cruceros porque hace 20 años mis padres fueron a uno por el Caribe, y lo recuerdan como si el viaje hubiera sido ayer. Me gustan porque, finalmente y pese a lo que se crea, generan en sus consumidores cierta mística. Pertenencia.

Me gustan los cruceros porque tienen peluquería. Porque la gente se esmera en vestir elegante para la cena con el capitán. Porque hay música bailable en vivo. Porque hay bar con pianista. Porque te sacan fotos que luego te venden. Porque te sonríen. Porque trabajan para ti. Porque puedes elegir entre hacer yoga, tomar sol, ir al gimnasio, pasar la tarde tragando pizzas mientras metes fichas en el tragamonedas, emborracharte, bañarte en la piscina o dormir. Nada muy diferente a la vida diaria, pero bajando algunas horas en diferentes puertos.

En 1996 el escritor David Foster Wallace escribió "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer", un lúcido y crítico retrato de un viaje en crucero por el Caribe. Obviamente, más que apuntar al crucero en sí, lo que Foster Wallace hace es una crítica a la sociedad de consumo, al hombre medio estadounidense, al turismo. Me gustan los cruceros porque, finalmente, terminan siendo más literarios que una playa paradisíaca. Si quieres buscar historias, nada mejor que una ciudad flotante.

Me gustan los cruceros, aunque alguna vez uno se hunda.

Me gusta mucho, tal vez, porque nunca me he subido a uno.

 

 

Twitter: @menesesportatil

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16 de enero de 2012
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Los descendientes de Faulkner y O'Connor

La narrativa norteamericana contemporánea está cada vez más dedicada a ahondar en paisajes urbanos y suburbanos, lo cual a ratos la torna aburrida, predecible. Hay notables excepciones a esta tendencia, entre los que se encuentran Daniel Woodrell y Donald Ray Pollock. Woodrell es un autor con una obra extensa -ocho novelas y un libro de cuento--, pero ha tenido que esperar a que el cine llame a su puerta (Winter's Bone, película favorita de la crítica y ganadora en Sundance, está basada en una de sus novelas) para hacerse conocido; Pollock, en cambio, solo tiene un par de libros, pero estos muestran una voz tan madura, tan consolidada, que no da la impresión de haber publicado por primera vez hace apenas cuatro años.

Woodrell y Pollock coinciden en varios aspectos importantes, entre ellos una fuerte concepción del lugar: Woodrell es el narrador de la zona montañosa de los Ozarks, entre Missouri y Arkansas, mientras que Pollock se ocupa del mundo rural de Ohio. En los cuentos de Knockemstiff, Pollock se muestra determinista: el lugar es una maldición y no hay forma de escapar de él por más que uno lo intente. En los cuentos de The Outlaw Album, Woodrell también crea personajes firmemente atados al lugar, pero ellos viven esa atadura como una bendición: es lo único firme en sus vidas.

Otras coincidencias: sus personajes son de extracción popular, conocidos de manera derogatoria como white trash; gente pobre que no ha terminado el colegio, perdedores de escasa cultura y pocas oportunidades en la vida: (Woodrell: "El mal humor en sus vidas a veces marchitaba a Dalrymple, acortaba su visión, el mal humor se debía sobre todo a no haber tenido ambición terrenal, haber cortado los deseos de la vida, aceptando una suerte de decadencia, una podrida reducción de aquello que podían haber sido capaces de ser al principio). Debido a ello muchos están enganchados al meth, tanto en su producción ilegal (Winter's Bone) como en su consumo (Knockemstiff). Pero no se trata solo de la droga; estos personajes tienen en general relaciones complicadas con la ley y con los tabúes culturales.

Las novelas de Woodrell y la de Pollock, The Devil All the Time, son también policiales, con asesinos seriales y fugitivos de la justicia comandando la acción (la policía solo aparece en los márgenes). En esta narrativa hay incesto ("Hair's Fate", de Pollock) y abundan los personajes retardados ("Uncle", de Woodrell); una genealogía debería mencionar la narrativa sureña gótica como la influencia principal, sobre todo la obra de William Faulkner y Flannery O'Connor, aunque Woodrell le añade a Faulkner un toque noir y Pollock, tan fascinado por lo grotesco como O'Connor, radicaliza la mirada irónica a la religión de la escritora de Georgia (en la novela de Pollock la religión es un disfraz, una forma de vida oportunista, el mejor camino para los vividores).

Woodrell y Pollock escriben cuentos tan compactos como brillantes, en los que el desenlace suele ser violento. En sus mejores relatos (entre otros, "The Echo of Neighborly Bones", "Two Things" y "Night Stand" en el primero, "Pills", "Lard" y "Bactine" en el segundo) abundan las frases e imágenes originales, y el sentido del ritmo es impecable. Las novelas son desiguales, quizás porque en ellas esa violencia continua a ratos se vuelve truculenta y gratuita (sobre todo en Pollock). Si hay algo que diferencia a estos autores es el tono: aunque su especialidad es la narración en primera persona, Woodrell maneja más registros y su fraseo alcanza un lirismo conmovedor; Pollock tiene mucho más sentido del humor y se decanta por la sátira a veces gruesa. Entre el lirismo y el humor, un mundo desolado encuentra espacios para la redención, aunque los personajes no la tengan.

(La Tercera, 14 de enero 2012)

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16 de enero de 2012
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La máscara funeraria

Hubo una época en la que a los grandes hombres se les sacaba un molde del rostro cuando morían. Del negativo en cera de la cara del moribundo salía la escultura mortuoria, la máscara funeraria, que pasaba a engrosar las reliquias del finado. Esta tarea la hacen ahora los medios de comunicación, que vuelcan en cuestión de horas un torrente de palabras e imágenes sobre la muerte del ?grosso personaggio?, al que le sucede lo que a todas las súbitas corrientes de agua: la falta de control produce desbordamientos y excesos, a veces bordeando el ridículo, casi siempre entrando de lleno en la exageración. No hay que darles mucha importancia, porque son meras coronas mortuorias, licencias mediáticas que se desvanecen en cuanto se da el duelo por despedido a la salida del cementerio.

El escultor que se encarga de la máscara quiere construir una imagen culminante, la síntesis de una personalidad y de una vida, trenzada por los éxitos y los logros a los que se debe la fama y el prestigio y apenas moteada por los fracasos, las villanías o los comportamientos mediocres. De ahí que este momento crucial para la posteridad descarte la teoría contraria: que una vida pueda ser una concatenación de fracasos, uno detrás de otro, apenas ensombrecidos por unos pocos destellos victoriosos, que en ninguno de los casos alcanza la cima anhelada y señalada por el desenfreno de la ambición. Este hombre quiso ser presidente de su país y tuvo que contentarse con presidir su región. Quiso reformar desde dentro un régimen de matriz estrictamente totalitaria, y lo hizo con talento y talante autoritarios, pero tuvo que conformarse con que fueran otros correligionarios suyos los que pactaran la ruptura con las instituciones y leyes de la dictadura en los acuerdos de la transición con la oposición. Intentó ganar en las urnas lo que había perdido sin ellas y también fracasó, convirtiéndose en el líder de una derecha nostálgica y ultramontana. Se creía rompetechos pero nunca rompió el suyo y esto fue su ruina: era más apreciado por la izquierda en el gobierno como jefe sempiterno de la oposición que por la derecha aspirante. Cayó en un error internacionalmente imperdonable: no propugnar el voto afirmativo en el referéndum sobre la OTAN, suficiente para descalificar a un partido conservador occidental. Le costó sacar a la derecha del pozo, pero lo que él no había podido conseguir lo hicieron sus herederos; sin complejos, después de haberle creado el complejo de que un ministro de la dictadura jamás llegaría a la meta. Fracasos, errores, villanías... No voy a seguir, los materiales están a mano: Grimau, Ruano, Montejurra, Vitoria... Nunca fue un demócrata, aunque arrimó el hombro en favor de la democracia después de navegar en tantas ocasiones en dirección contraria. No olvidemos a uno de sus maestros, don Carlos, el jurista nazi Carl Schmitt. Era una vocación política total, una ambición sin freno, dispuesto a todo. Habría sido un caudillo en tiempo de caudillos y quiso ser un presidente electo en tiempo de elecciones. Pero no pudo ser, entre otras razones porque mucho habría que decir sobre su pericia y sus habilidades; bien discutibles a la vista de tantos fracasos. Más claro sería hablar de oportunidades, que las tuvo en dictadura y en democracia: este hombre tuvo muchas y no consiguió sacarles provecho, aunque se esforzó con voluntad bien oportunista, haciendo concesiones cuando hiciera falta. Nadie puede decir que fuera un hombre de convicciones. Como sucede con las trayectorias largas, hay una piadosa tendencia a confundir las virtudes de su tiempo con los méritos de quien finalmente no es más que uno más entre muchos protagonistas. Cuesta encontrar un momento, una institución, una historia concreta que se la debamos entera y sea toda ella mérito suyo. Algunos caracolean buscándola y se dan de bruces con lo contrario, con los fracasos y los errores. Para mi gusto quien más se ha acercado a la definición de su máxima obra de beneficencia ha sido Rosa Montero: es el tipo que se comió a los caníbales y un caníbal él mismo al que debemos estar agradecidos por esta hazaña que justifica toda su vida política.

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16 de enero de 2012
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Elegancia social

No sé si la crisis acabará con lo que antiguamente, en frase de un cierto sabor rancio, se llamaba la elegancia social del regalo. Por si no es así, y pensando, pasadas ya las Fiestas por antonomasia, en la inminente llegada de San Valentín y el Día del Padre, doy aquí ideas, basadas en mi propia experiencia de regalador de discos.

     El primero es excepcional en su originalidad. Se llama ‘France 1789' y consiste en una selección de canciones revolucionarias interpretadas por una gente que lleva ya algunos años resucitando con artisticidad y fidelidad el repertorio de la ‘chanson' popular francesa, que ni mucho menos empezó, como algunos piensan, con Jacques Brel o George Brassens. El promotor del empeño y principal intérprete, el barítono Arnaud Marzorati (que trabaja, utilizando siempre instrumentos de época, con el refinado sello discográfico Alpha 810) nos descubre en esta ocasión un conjunto de piezas jacobinas y antimonárquicas, irreverentes y blasfemas, entre las que no falta alguna elegía de corte lírico, como la bellísima ‘Oye mi voz, acaba con mis males', delicada composición de autor anónimo que, siendo un alegato contra la tiranía, consigue la intensidad patética de un ‘lied' romántico.

   He disfrutado mucho también, en la vena sombría, con la grabación reciente de la obra maestra de Britten ‘The Turn of the Screw' (‘Otra vuelta de tuerca' o simplemente ‘Vuelta de tuerca', como propone su mejor traductor al castellano). Publicada por el sello Glyndebourne, que recoge los mejores montajes del célebre festival inglés tomados en vivo, esta versión de una de las más grandes óperas del siglo XX fue dirigida en lo musical, con mucha sutileza, por Edward Gardner, y cuenta, entre otras excelentes prestaciones vocales, con la de la soprano Camilla Tilling en el papel de la gobernanta rodeada de niños poseídos y fantasmas mefíticos que ideó en su novela corta homónima Henry James.

     Mi último goce ha sido el descubrimiento de que Johann Sebastian Bach, además de unos ancestros, unos hijos, un suegro y una segunda esposa de gran talento musical, tenía un familiar más lejano, un tío de su propio padre, oscurecido indebidamente por el paso de los siglos. Ese tío segundo fallecido en 1703, y cuyas composiciones conoció de joven Johann Sebastián, se llamaba Johann Christoph Bach, y de él ha sacado John Eliot Gardiner (en su sello ‘Soli Deo Gloria') una selección de arias, lamentos, motetes y diálogos amorosos que está entre lo mejor que he oído del repertorio tardo-barroco. Intensidad, don melódico, poderoso sentido dramático, en interpretaciones de altísimo nivel.

    Los tres discos los encontrarán ustedes en las mejores tiendas del ramo, otra frase suavemente rancia del pasado, y si no tienen una cerca de casa búsquenlos a través de Diverdi (www.diverdi.com), estupenda distribuidora independiente que también dispone de un ‘outlet' físico en el centro de Madrid.

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16 de enero de 2012
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Yo, por mi música, mato

 

Los antiguos escribían y leían sobreentendiendo cosas que nosotros no leemos, ni deducimos entre líneas, ni de ningún otro modo. Mauro Servio Honorato, gramático nacido hacia 370, escribió este comentario a la Eneida VI, [107]: Sine gaudio autem ideo ille dicitur locus, necromantia vel sciomantia, ut dicunt, non nisi ibi poterat fieri: quae sine hominis occisione non fiebant; nam et Aeneas illic occiso Miseno sacra ista conplevit et Vlixes occiso Elpenore. Lo que quiere decir que la práctica de la necromancia (adivinación mediante consulta a los muertos) o de la esciomancia (adivinación mediante consulta a las sombras) precisaba el viaje a ese lugar sin alegría que es la morada de los muertos y adonde no era posible llegar sin sacrificio humano. Por eso Eneas lo hizo después de matar a Miseno, y Ulises, a su vez, una vez matado Elpenor.

Cualquiera que lea los pasajes correspondientes de la Odisea y la Eneida, notará que el texto no dice expressis verbis que Ulises sacrificó a Elpenor, ni que Eneas hiciera lo propio con Miseno. Sin embargo, a la luz del comentario de Servio, aparece otra lectura. Elpenor, descrito como el mas joven y menos heroico de los compañeros de Ulises, se mató al precipitarse borracho desde lo alto de la morada de Circe. Quedó insepulto y luego fue la primera alma que se apareció a Ulises en el Hades reclamándole una sepultura adecuada. El lance se calca en la Eneida con Miseno, joven compañero de expedición que había fallecido en el mar, y que luego reclama a Eneas ser enterrado como es debido para que el héroe pueda consultar al alma de su difunto padre Anquises.

La redacción está cuidada de modo que esas muertes con valor sacrificial de Elpenor y Miseno no parezcan tener relación alguna con Ulises y Eneas, que hacen como que no se enteran de ellas hasta encontrarse en el puertas del más allá. Sin embargo, eran muertes imprescindibles para el descenso del héroe a la morada de los difuntos, y están narradas siguiendo un modelo antiquísimo, pero en una época que ya no aprobaría que el héroe sacrificase a las claras a un compañero. 

Pero, una vez bien perfilado el lance gracias al comentario de Servio, no solo se hace evidente que Virgilio lo sobreentendía así al leer la Odisea y, en consecuencia, hacía su correspondiente calco en la Eneida, sino que se ha tratado de un lugar común y predilecto para otros autores. Lucas, el evangelista más observador y  literato, narra en Hechos de los Apóstoles 20, 7-12 la historia de Eutico, que estaba sentado en lo alto oyendo predicar a Pablo y se cayó, matándose del mismo modo que Elpenor y, no por casualidad, en la Tróade, lugar de suma resonancia homérica. También en los Hechos de Pablo se narra lo mismo de Patroclo, copero de Nerón, que se cae y mata mientras asistía desde lo alto a la predicación de Pablo. En estos dos casos, el héroe apóstol se cubre de gloria resucitando convenientemente a los precipitados; en la épica, en cambio, el héroe procede a enterrarlos para poder seguir adelante con su propósito glorioso de descender a la morada de los difuntos, platicar con ellos, y regresar.

¿Dónde encontramos el modelo primigenio de esas muertes sacrificiales necesarias para ser un gran héroe llegar a la morada de los difuntos? Pues en la literatura sumeria, cómo no. Allá se narra el viaje de la diosa Inanna, que tiene el valor de abandonar los esplendores de su existencia celestial y terrena, para visitar la región tenebrosa y sin retorno. En su descenso debe ir abandonando una a una sus siete potencias divinas, debe ir muriendo. La heroicidad es vista como absolutamente desmesurada por los propios difuntos: “Si eres Inanna, del lugar donde el sol se levanta, ¿por qué has venido al país sin retorno y tu corazón te lleva hacia la ruta por la que ningún viajero regresa?” (Kramer: Inannas Descent, 82). En la versión acadia del mismo mito, Inanna se llama Istar (antecedente de la Astarté fenicia, la Afrodita griega y la Venus romana) y debe franquear siete puertas de siete murallas, despojándose con ello de las siete potencias que hacían de ella un ser vivo.

Y cumple decir que el más famoso émulo del periplo mortuorio es Jesucristo, que se dedica a que lo maten para no ser menos que los dioses y héroes que le han precedido, de modo que que crucifixus, mortuus, et sepultus, descendit ad inferos… 

Orfeo, el héroe músico, también quiso cometer la consabida hazaña. Pero, como era artista, su lance reviste las particularidades de su profesión. En realidad, revisado su periplo a la luz del comentario de Servio, se patentiza que su viaje a los infiernos es con el fin de ganar más público, que es la perenne heroicidad del artista, y el papel de la necesaria muerte sacrificial le toca a Eurídice. O sea, Orfeo mata a Eurídice con un propósito artístico: hacer una gira y triunfar a lo grande en un lugar nunca visto y ante un público extraordinario. Platón, que entendía del género y también le puso su muerto —el insepulto Er, hijo de Armenio mencionado en Sócrates 614b, eco reminiscente de Elpenor y de Patroclo, entre otros— consideraba que Orfeo fue un cobarde incapaz de morir de amor pero, podemos apuntar ahora, muy capaz de matar para triunfar. Era imposible que Eurídice regresara viva de allá, eso ya lo sabía Orfeo, que justo había utilizado su muerte para poder acceder a aquel escenario, y con razón pudo decir “yo, por mi música, mato.”

 

 

 

 

 


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16 de enero de 2012
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