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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Para leer a Juan Carlos Flores

 

Poeta de culto,  Juan Carlos Flores (1962) vive en Alamar, en las afueras de La Habana, como en otro mundo, dedicado a escribir no la página en blanco visionaria sino los borradores que sustituyen  la idea del original y la copia, y convierten a la escritura en una página en negro, tachada hasta hacer tinta, de donde surge el precipitado de una acción verbal, que pasa por el fragmento que flota en el ritmo que recomienza. Ese proceso da cuenta de su propia huella: una traza emotiva y material. Y también irónica, porque en el teatro de la escritura el soliloquio recuenta los restos del lenguaje. Juan Carlos Flores, en su primer viaje fuera de Cuba visitó Brown, y habló con los estudiantes que leían o desleían El contragolpe (2009) en mi clase sobre letras del XXI. De sus trabajos, donde espejea la reverberación del contracanto, rescato aquí algunos ejercicios de escritura.

 

Maya Holm: Una poética de la repetición

La técnica de la repetición hace que el estilo de Juan Carlos Flores sea rítmico y circular, lo que sugiere una voz poética que busca seducir al lector. A primera vista , se enfatizan las palabras que cambian, como ­“Jerusalén”/“Miami Beach” en “Meta volante” o en el último verso de “El buzo”: “A la hora señalada, cuando me llamen por mi nombre, no responderé”. La repetición en la poesía de Flores no da un sentido de estancamiento, sino que cada vez cambia el significado por la intencionalidad de la reiteración (lo cual parece relacionarse  a la idea central de Borges en “Pierre Menard, autor del Quijote” ).

Un ejemplo en El contragolpe es “El castero” . El poema (“A Fernando Pessoa, le gustaba fumar el tabaco negro de las Antillas…”)  gira en torno a  la frase  “porque si, porque no, porque entre el sí y el no están todos los hombres…” El poema produce cierta inquietud por las repeticiones asimétricas,  que reflejan la  incertidumbre entre la afirmación y la negación. La forma repetitiva del poema despliega la búsqueda y el sentido .

En “Manuscritos” se propone una idea de la poesía como “puro proceso”. Dice: “Descifrar lo que está escrito en el viento, es tarea difícil”; y sugiere que  el mundo  supone un lenguaje mejor que el del hombre. Comparado a este lenguaje trascendental de la naturaleza, los intentos de producir algo sólo dejan borradores para interpretar el mundo, ya que no hay una versión definitiva ni final. Esta idea aparece en la secuencia “detrás de la cerca o cortina metálica, humo, quienes no se aventuraban a saltar, se dedicaban a un parloteo de vecinos ”; en cambio, “quienes se aventuraban a saltar, regresaban callados, como si hubiesen contraído una enfermedad que les impidiese el habla”. Flores reconoce otra vez los límites de nuestro lenguaje,  también reflejados en la misma estructura de la repetición.

La idea del lenguaje como escritura y variaciones sobre un tema también aparece en “Parque de diversiones”. Dice: “Ahora, con aparatos viejos, extraídos de otro parque, están construyendo el parque”. Con los mismos materiales se debe construir algo nuevo, nos dice Flores. Su estilo incorpora la repetición para complementar una de sus tensiones principales: la exploración de los limites del lenguaje en la expresión. Convocando la idea borgeana de la originalidad, esta técnica muestra que sólo hay unos pocos grandes temas cuyas variaciones producimos. El poema acorta la distancia entre el lector y la voz del autor porque la repetición nos familiariza con el poema, como si fuésemos también su autor.

 

Olivia Singer: “Hay que ver”

Este poema nos presenta a un maestro de kung fu que no lleva las características preferidas por los estudiantes: es africano, no chino, y profesa la doctrina de Cristo en vez de la de Buda.  Flores nos refiere el tema complicado de las expectativas raciales.  Aunque es algo que muchas personas no admitan en foros públicos, es difícil negar la presencia de la “exotización” de las culturas ajenas y las expectativas y  los estereotipos que derivan de ello. Cuando elegimos una clase de kung fu, nos gustaría un maestro chino.  Este deseo supone la concepción de la cultura exótica como la posibilidad de entrar a una fantasía.

El hablante advierte que la clase no está en un barrio chino  sino en Alamar, “lugar de las mixturas, donde estas cosas pasan”. Alamar representa el espacio multicultural del presente.  Pero aunque esta mezcla existe y penetra la sociedad, la gente no quiere despertar de sus propios sueños culturales.  El chef de la trattoría puede ser japonés pero no queremos saberlo.  Estamos cómodos con la imagen del Sr. Luigi con su bigote y su esposa gorda, Isabella. Algo que no cabe en este estereotipo crea desorientación.  Por eso,  el hablante repite la sentencia,  “Hay que verlo,” evocando la idea de verlo para creerlo.  La frase también connota el espectáculo.  Este maestro desestabiliza la fantasía cultural, y por eso, “Hay que verlo”.  Hace falta ver esta digresión de lo exótico deseado: la entrada del mundo real, no sólo multicultural, sobre todo mezclado.

 

Jennifer Glass: “Carreras de Maratón”

El narrador de este poema repite dos veces la frase, El corredor de largas distancias, en hora de maitines y blasfemias gástricas, atraviesa avenidas y calles más pequeñas de la parroquia (aristocrática es la soledad, aunque la desconfianza hacia el otro engendra inquisidores). La primera vez vemos al corredor en una hora de la mañana, en su pueblo; la segunda vez, la hora es sagrada y el acto de correr se torna en una práctica espiritual y solitaria. Correr humaniza al hombre porque une sus dos dimensiones, la física y la espiritual: ni una bestia ni un dios, un hombre y está solo por el placer de estar solo. Así como correr es la intersección de distintos niveles humanos, la poesía es la intersección de lo real y la imaginación. Se podría diagramar el poema: sus dos planos son lo literal y lo poético.  Con el operativo de la repetición, el sujeto pasa de ser individuo (un corredor de fondo) a encarnar la naturaleza humana misma. Y el lenguaje pasa de la objetividad representada a una subjetividad tangible.

 

Anna Gasha: “Pequeño Calibán”

El poema de Juan Carlos Flores titulado ‘Pequeño Calibán’ usa la repetición de manera poderosa. La misma oración es reiterada tres veces, creando una repetición visual con la forma del poema, y también una repetición de sonidos con el habla. Todas las palabras están en el mismo orden hasta la ultima repetición, que sustituye el nombre del niño, y dice, ‘hay un niño cuyo nombre es ya nadie’. Lo cual tiene que ver con la incertidumbre de la vida diaria, especialmente en un mundo en que todo se mueve en sucesión rapidísima. El comienzo del poema (‘El patinador de la muerte cruza veloz por la avenida, entre los autos y los transeúntes, al patinador de la muerte o al patinamuer de la dor hoy sólo quiero mirar, ojos de puerco”), me hizo imaginar una avenida de intenso tráfico. El mundo es confuso, y en medio de su confusión se puede perder la propia identidad—una forma de la muerte, que hace que la persona sea ‘nadie’—, como le ocurre al niño en el poema: “hay un niño que escribe, hay un niño cuyo nombre es nadie.”  ¿Es este niño el próximo Calibán?

 

Sarah Crosky: “El mensajero”

El poema “El mensajero” tiene el escenario de una posguerra. El narrador anónimo vive arriba de una pendiente. Debajo, está la fuente de sus provisiones. El mensajero trae las noticias relevantes del país. Este “mensajero”  cumple varios papeles. Esa  diversidad da al poema un significado plural,  fluido.

Para quienes dependen del mensajero, éste es un “historiador, a su modo”, un periodista, y “nadie mejor que él descifra” la información complicada. Siendo el único que tiene este papel, es la voz que anuda a la gente al resto del país. Una sola voz subjetiva y particular, que puede tener muchas caras. Según sus motivos, este mensajero se transforma en varios personajes. Además de ser el conservador de la información, es  inventor, y el “anudador” que teje el hilo que sube y baja la pendiente. Este personaje no trae mensajes de otra gente,  trae sus propios mensajes,  sus versiones de “las noticias del arroz y otras noticias de interés culinario, y otras noticias del país.” Por las circunstancias de ser una suerte de dueño de la transmisión de las noticias, el mensajero influye en la información que reparte. Así, el poema adquiere la forma  de una interpretación. Juan Carlos Flores está creando una imagen de la circulación de la información, pero  nos revela que, debajo, hay niveles y reajustes que convierten a las noticias en mensajes subjetivos, que requieren ser descifrados. El poema mismo está contando una “historia” sobre un “historiador” y sus “historias,” las que entrega a la gente, propagando otra dimensión de la verdad.

Juan Carlos Flores no sólo utiliza el lenguaje para mostrar su mensaje, sino que utiliza la misma forma del poema. Los tres párrafos funcionan como una bisagra; al comienzo y al final el mensajero trae o ha traído “noticias del arroz y otras noticias de interés culinario, y otras noticias del país”, pero al centro vemos las funciones del mensajero. El poema está construido de niveles de interpretación, que siguen alternándose, construyendo la agencia del mensajero; alguien que en el análisis descubre los pliegues del relato y de su propia significación.

 

Sofía Aronson: “Mancha, papel y lápiz”

En “Mancha, papel, y lápiz” las cosas no son siempre lo que parecen.  Esa lección la recibe un  niño, cuyo padre quiere “que aprendiese a leer de los signos del mundo”. El niño aprende la interpretación a partir de la enseñanza de su padre. El poema propone dos metáforas. La primera es una comparación entre los “peces voladores” y los “atletas clavadistas;”  los dos tienen “la misma precisión”. La repetición de las lecciones de su padre permite a este niño aprenderlas mejor.  La segunda metáfora, al final del poema, presupone que el pez visto por el niño es una barracuda: “puede estar: ¡Y está!”.

“Peces voladores (entran y salen del agua, sus movimientos tienen la misma precisión que los movimientos de los atletas clavadistas, mi padre, siendo yo niño, a estos lugares me traía para que aprendiese a leer en el libro de los signos del mundo)”

Pero la segunda repetición supone que “detrás de cada pez volador la barracuda, hambrienta, puede estar,” y  nos dice que, en efecto, el pez  está  allí. La incertidumbre ocurre dos veces: en la primera, no se le ocurre al niño que el pez pueda tener alguna identidad concreta. En la segunda, el niño supone que el pez puede ser una barracuda.

Lo que aprendemos sobre las asociaciones de una cosa a otra, de una experiencia a otra,  es adquirido y pertenece sólo al individuo que lo experimenta. Juan Carlos Flores nos muestra el poder de lo simbólico y lo implícito. En este caso, de un hablante cuyo padre trató de iniciarlo en los matices de la vida del conocimiento.

 

 



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30 de mayo de 2012
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Traición en Roma

  Me gusta observar a esas personas casi invisibles que asisten a los mandatarios. Son difíciles de identificar, mudos, o en todo caso susurrantes, pero siempre alerta. Su principal función es actuar según la necesidad, desde sostener un bolso hasta abrir una puerta o tener a mano una caja de Gelocatil. Suelen colocarse allí donde literalmente se expande la sombra de su jefe, esquinados y menguantes frente a la corpulencia de los escoltas. A menudo guardan el teléfono del poderoso en cuestión; también recogen los libros que les regalan y son el brazo que sostiene el paraguas, como hacía Paoletto, el mayordomo infiel de Ratzinger. Paolo Gabriele tenía el privilegio de oler la intimidad del Papa al abrir sus sábanas blancas. Desde ayudar a vestirlo a prepararle la infusión o revolver entre sus cajones. Porque Gabriele había sido elegido como depositario de una palabra noble: confianza. En su reverso: traición. En los 25 siglos transcurridos entre el desvío ético de Efialtes, aquel pastor de Tesalia que reveló al rey persa Jerjes I el camino alternativo al paso de las Termópilas, y la deslealtad de Gabriele ?apodado ya Il corvo (el cuervo)?, la traición no ha hecho más que sofisticarse. Tanto es así, que el llamado ya VaticanLeaks parece una fusión del hacker Assange y la trama vaticana del El Padrino III. Y si no, fijémonos en los detalles: desde la nanocámara utilizada para fotografiar los documentos a las sospechas de que Paoletto no es sino la cabeza de turco en un complot organizado por cardenales contrarios a Benedicto XVI, extremo negado por el portavoz de la Santa Sede, el padre Lombardi. Desde la traición de Judas en el huerto de los Olivos; la Divina Comedia, en la que Dante la cataloga como «el pecado más monstruoso de todos los posibles»; o la obra de Shakespeare, cuyo Macbeth la definió con unas palabras que el tiempo ha hecho canónicas ?«hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos, más sangrientos»?, la traición ha sido siempre el puñal que ha amenazado uno de los lazos más preciados y frágiles en las relaciones humanas: la lealtad. Dicen que el Papa está apenado, no tanto por las filtraciones sino por sentir tan cerca el engaño de quien fue su devoto servidor. En una ocasión, Esther Koplowitz comentaba que lo más doloroso de la desaparición de El columpio de Goya no había sido el robo en sí, sino que lo cometiera gente «de confianza». Porque no hay sentimiento más venenoso que la decepción: descubrir que al otro lado, quien creías que te daba cobijo te empujaba hacia la intemperie. Y ni Dios en la tierra se libra.

(La Vanguardia)

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30 de mayo de 2012
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III. Ideas y palabras para la acción.

Pero en Años con Laura Díaz, de 1999, esta mujer que ha vivido también los acontecimientos de la revolución puede mirar el futuro a través de los ojos de su nieto, que se apagarán ante los fogonazos de la masacre de Tlatelolco en 1968, el acontecimiento que pone fin a cualquier pretensión de que el pasado es redimible. Es la historia que sigue traicionándose a sí misma. Pero en Fuentes, el futuro, no sólo de México, sino de toda la América Latina, será siempre una ambición desmedida, como lo es su ambición de contarla. Aunque todo haya sido contado, todo está por contar. Terra Nostra, de 1985, Cristóbal Nonato, de 1987, son novelas para mirar al futuro desde las incertidumbres de la historia, lo mismo que lo es La silla del águila, de 2003. El futuro que pronto será realidad, porque el novelista sabe predecirlo.
Fuentes inscribió la imaginación en el mapa múltiple de América Latina, y una novela como La Campaña, de 1990, cumple esa ambición tan suya del recorrido total por el continente. En tiempos del fragor de las luchas por al independencia, Baltasar Bustos, el intelectual ilustrado del río de la Plata, salta de un país a otro, encandilado por las ideas redentoras, y podemos verlo como la reencarnación del propio Fuentes en el pasado, y el mismo Fuentes encarna a Bustos para el futuro, el intelectual que presta ideas y palabras a la acción.

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30 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un Superman en La Matanza

Leonardo Oyola y Kryptonita Gabriela Cabezón entrevista para Revista Ñ a Leonardo Oyola, uno de los escritores con más proyección en la Argentina actual, ganador con Kriptonita -que va en segunda edición ya, editado por Mondadori- del Premio Libro del Año 2011 votado por los lectores de la librería Eterna Cadencia.   Aquí algunas preguntas y respuestas:

¿Cómo trabajás la jerga? No invento nada. El argot cambia muchísimo y tiene que ver con las referencias populares. Sobre todo con la televisión. Son códigos en cambio constante, especialmente ahora que ves tele por Internet, todos estos bichos, estas maravillas, todas esas cosas, nos vuelven muy mutantes. Es muy loco que un pibe allá, para dar un ejemplo, te diga,?vos sos más puto que Flavio Mendoza?, ¿entendés?, Es por lo que está mirando en la tele. Y en tres años por ahí eso se perdió. Mirá, yo tengo una en Santería (un policial que es parte de una trilogía), que sólo entienden los de más de 35: alguien dice ?tenía miedo de que le hierva el conejo? y es una referencia clara a la película Atracción Fatal . Todo eso lo trabajaste mucho en casi todas tus novelas y también en la última, Kryptonita. ¿Cómo la pensante? Quería escribir la historia de Súperman en La Matanza. Pero no la quería lineal, desde que sale de Krypton y así. El problema es que siempre te quedás muy pegado a la voz de la novela anterior, entonces hay que encontrar el narrador. En algún momento se me ocurrió que fuera un médico. Me marcó que, cuando investigué y me junté con dos médicos que no se conocían entre sí, me contaron las durísimas anécdotas de los ?nocheros? (médicos pagados por su colegas para cubrir guardias nocturnas). Pensé que te lo habías inventado. No. Y eso es lo genial, porque los dos tipos me contaron lo mismo y también me pidieron lo mismo. -¿Que no le cuentes a nadie?  ?No se te ocurra ponerme en los agradecimientos?, me dijeron, porque los considerarían traidores. El tema allá es la miseria, que está más a flor de piel. Con o sin miseria y con o sin jerga, los temas de ?Kryptonita? son universales: los amigos y los hijos. A mí lo que me gusta de Nafta Súper o ?el Pini? (Súperman, jefe de una banda de ladrones) es lo literal: se da cuenta que va a poder volar sólo si se va. Y está en un momento de la vida en que ya no quiere salir de caño ni que le tengan miedo, se cansó. Casi no habla en toda la novela (que sucede durante una noche en un hospital). Cuando habla, es en la epístola para el hijo, ?voy a leer el futuro a través de tus ojos?, le dice, y eso es obviamente también de mi parte para mi hijo. Y habla para despedirse. En una amistad lo más honesto es decir, chicos ¿saben qué?, hasta acá llegamos.



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29 de mayo de 2012
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La metáfora y la fórmula (I)

En este foro me he referido muchas veces a la legitimidad de recurrir a expedientes literarios para expresar teorías científicas o filosóficas, y he evocado al respecto al matemático y filósofo René Thom, quien solía señalar que si una metáfora no puede nunca reemplazar al concepto propio de aquello de lo que se está tratando, a falta de tal concepto una metáfora vale más que nada.
Sin embargo hay un límite muy claro. Cuando la teoría es por definición irreductible a toda representación intuitiva, atenerse a la metáfora puede llegar a constituir un traición. Tal es el caso por ejemplo de las tentativas por plasmar intuitivamente un espacio tridimensional dotado de curvatura, tan irrepresentable como lo sería para un ser bi-dimensional e inteligente confundido con la superficie de la tierra, tener la percepción de que su plano mundo está curvado. El único indicio que tendría de ello es la imposibilidad en la que se hallaría de trazar círculos en los que la relación entre la circunferencia y el radio fuera dos pi, es decir: el concepto geométrico triunfaría allí dónde la intuición es imposible. Pues que la geometría que hemos aprendido en la escuela, la geometría euclidiana, deje de funcionar es razón suficiente para decir que el marco en el que las figuras se inscriben no es euclídiano, lo cual aplicado a nuestro entorno tridimensional significa simplemente: la geometría de nuestros años de aprendizaje infantil no da cuenta de la naturaleza, no da cuenta de la physis y no constituye pues - en los términos de Einstein- "una rama de la física". La rama geométrica de la física se alcanza a través de medidas tan consistentes y rigurosas como esencialmente irreductibles a la intuición , lo cual equivale de alguna manera a decir que el mundo del que procedimientos conceptuales dan cuenta escapa tanto a nuestra experiencia como a la intuición pura del espacio, la cual como Kant indicaba es posiblemente el marco de inscripción de la primera.
Ello no debe en ningún modo ser interpretado en el sentido de que el orden de la metáfora juegue en la vida de los hombres un papel subordinado en relación al universo de los conceptos. Se trata simplemente de que la metáfora es tanto más fecunda cuanto es tomada como fin y no como mero expediente al servicio de otra creación del espíritu . Volveré sobre este tema.

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29 de mayo de 2012
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Soldados de juguete

Recuerdo que en aquella época, cuando aún se cumplía con el servicio militar, es decir, con el ejército popular, los mandos nos repetían una y otra vez que la nuestra era la primera generación de españoles que no había conocido guerra en su tierra. Desde entonces son ya varias las generaciones que no saben lo que es una guerra. No sólo en España, también la última contienda de la Europa del euro acabó hace más de sesenta años. Sesenta años con la única, brutal y lejana matanza de los Balcanes, eso son, según el cómputo tradicional, cuatro generaciones sin haber participado en guerra alguna. Una verdadera primicia en la historia de la humanidad. Abuelo, padre, hijo y nieto no han visto la guerra más que en el cine. Nunca se había visto nada igual.

    Puede parecer cínico, pero si por un momento nos situamos fuera del ámbito de la compasión y el sentimiento, no estoy yo seguro de que la actual incapacidad de las generaciones jóvenes para defenderse no arranque de ese olvido. Es posible que las únicas referencias violentas de millones de jóvenes actuales sean el terrorismo y las reyertas a la salida de la discoteca, dos formas de lucha degeneradas y para degenerados. Las guerras dejaban una huella profunda sobre la necesidad de entender al enemigo, la imbecilidad de las agresiones estériles, la exigencia de negociar con el demonio, la primacía del dolor. También una visión menos idealista de la subsistencia y sin duda un escepticismo abismal respecto de las clases políticas, fueran del partido que fueran.

    Creo que en los tiempos que corren se está produciendo una guerra, pero es la que corresponde a quienes vivimos en la cultura del simulacro. La mal llamada "crisis" es una guerra que va a dejar víctimas por cientos de miles y sin embargo no parece violenta porque no hay ejércitos en liza, sino corporaciones anónimas y tropas invisibles que arruinan a millones de ciudadanos, es decir, los hacen prisioneros. La guerra ha adoptado el papel apropiado a nuestro modo de vivir en el mundo. Si los niños que sufrieron guerras de sangre jugaban a soldados con espadas de madera (así como muchos niños africanos juegan ahora con pistolas), nuestros niños actuales lo hacen con videoconsolas, si es que aún se llaman así. No ponen el cuerpo en juego, sólo la mente o lo que queda de ella.

    La guerra actual no ataca al cuerpo sino a la imaginación. Tiene consecuencias materiales, pero fuera del cuerpo. Nos arruina, nos deja en la miseria, nos desahucia, pero sin rozarnos la piel, como si fuéramos transformándonos de aspecto, a la manera de los monstruos del cine, en una pantalla que es también un espejo. Esa pantalla es nuestra cuenta bancaria. Hay gente que ha pasado de figurar en una teleserie familiar, con el padre y la madre trabajando, dos coches en el parking y los niños bien peinados, a un reality show en el que se les ve desesperados, comiendo de caridad y con niños que gritan ante la cámara. Sin embargo, nadie les ha tocado un pelo.

    Nuestra situación (y aún más la de Grecia) se parece a la degradación de la república de Weimar, cuando en Alemania tenías que llevar una maleta repleta de billetes para comprar pan. Aquella espantosa ruina condujo al poder nazi, como se insinúa en Grecia, y se resolvió con una guerra mundial. Ahora no puede haber guerras en Europa. Son materialmente imposibles. Las guerras se pelean en el extrarradio, Afganistán, Somalia, Libia... En Europa no habría modo de usar las tropas porque las actuales están formadas por mercenarios y en consecuencia sólo obedecen a quien les paga, el cual suele ser el mismo que provoca la ruina.

    Me parece a mi que esa es también la explicación de que un movimiento de masas como el del 15M (creo un error el uso del calificativo "indignados" por paternalista y reaccionario) no consiga ni siquiera el efecto espectacular de Mayo del 68. La incapacidad para entender la violencia, el olvido absoluto de lo que significa una guerra, el analfabetismo funcional, conducen a la revuelta de patio de colegio.

    No estoy insinuando que el 15M deba pasarse al terrorismo. Cualquier movimiento violento es, en la actualidad, la excusa ideal para asentar aún más fuertemente el poder de los especuladores. No hay grupo violento que no acabe machacado o, en el mejor de los casos, puesto en ridículo como es el caso de ETA. Digo que si un movimiento quiere enfrentar esta guerra con éxito necesita dirigentes, estudio, planificación y programa. Aunque lo más arduo es aprender la disciplina, el sacrificio y la voluntad de poder ineludibles y tan estúpidamente arrasados por la así llamada izquierda en el último medio siglo. Con las asambleas y moviendo las manos como sonajeros sólo se ganan portadas en la prensa quebrada.

    Esta es la razón por la que algunos llevamos décadas afirmando que la destrucción educativa en España ha sido una colosal derrota popular.

 

(Artículo publicado en Jot Down Magazine)

 

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29 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pabellón de grandes quemados

No hay que darle muchas vueltas. La pitada del Calderón es otro revés para la imagen de España. En los países serios y seguros de su identidad se suelen respetar los símbolos comunes. En muchos, no tan solo se respetan, sino que se veneran, en ocasiones hasta el exceso, a la misma altura que los símbolos y expresiones religiosas. En uno de ellos, Estados Unidos, donde la gente escucha el himno nacional con la mano en el corazón pero hay todavía mayor respeto a la libertad de expresión, los jueces han determinado que nadie puede ser castigado por quemar la bandera venerada por casi todos los ciudadanos. Pero que no exista delito no significa que no haya ultraje ni pérdida cuando se producen hechos como estos.

Fue, por tanto, un nuevo revés a lo que ahora se denomina la marca España en una semana y una temporada pródigas en reveses mucho más sustanciales. La lista empieza a ser inquietante, pero bastará con recordar los dos últimos golpes, como son el descubrimiento del déficit público oculto ?y ocultado? en las comunidades de Valencia y Madrid, las dos autonomías gobernadas por el PP de mayor centralidad, y el hundimiento de Bankia, banco privatizado y nacionalizado por el PP en menos de un año y enchufado ahora directamente a los bolsillos de los españoles presentes y futuros, quizás también de los alemanes si terminamos obteniendo los eurobonos, por una cifra de euros con tantos ceros que solo las mentes habituadas al cálculo mental son capaces de manejarla con comodidad. Nadie habría conectado esos tres hachazos que dañan a la credibilidad española de no mediar la intervención de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Otra persona, en su lugar, meditaría sobre sus responsabilidades en el enmascaramiento del déficit de su Gobierno y en la catástrofe de una entidad financiera sometida primero a su supervisión como caja de ahorro y luego a su influencia política, incluida la designación de directivos y la asignación de inversiones. Pero Aguirre no. Gracias a su personalidad desacomplejada y a su facilidad para decir lo que piensa sin importarle excesivamente las consecuencias, la presidenta no dudó en meterse en el charco en cuanto tuvo la oportunidad.Tiene poco interés analizar cuánto hay de cálculo y de preparación en sus palabras, si se tiene en cuenta que las pronunció justo en el momento en que estallaba una de las mayores burbujas de la historia de este país, una burbuja que no es tan solo financiera, sino también inmobiliaria, por supuesto, pero sobre todo es política y es madrileña. Enric Juliana resucitó oportunamente hace una semana en La Vanguardia un artículo de Pasqual Maragall, publicado en EL PAÍS el 7 de julio de 2003, que se titulaba Madrid se ha ido, donde se explicaba cómo la capital estaba acaparando todo el poder económico y político para constituirse en una ciudad global dentro de una España radial y reunificada. Pues bien, al igual que los decibelios del Calderón no pudieron con los pitos, el ruido de Aguirre no puede tapar el sonoro y fétido silbido de la burbuja madrileña que acaba de pinchar. Ni herencia recibida, ni despilfarro autonómico: Madrid ha vuelto. Una vez que el Gobierno de Rajoy ha dado de sí todo lo que podía, es decir, amortizado ya a los 150 días, es el Partido Popular, con Madrid a cuestas, el que ingresa en el pabellón de los grandes quemados, junto a multitud de instituciones, las más importantes, de este país, desde la Corona hasta el Banco de España pasando por el Tribunal Constitucional. El artículo de Maragall terminaba con estas frases: ?Yo confío en que la sociedad civil madrileña reaccione y se plantee seriamente cuál ha de ser el papel de esa comunidad en la política española; y para empezar, cómo debe Madrid regenerarse políticamente?. Pero remachaba: ?Cuatro años más de deriva como la de los dos últimos y España perdería el norte. Y nunca tan bien dicho?. Lo escribió en 2003. En 2007, justo cuatro años después, empezó la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos. Hoy, casi 10 años más tarde, el norte parece a veces definitivamente perdido.



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29 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El grito del grito del grito

Siempre me pareció bastante malo el famoso cuadro de Munch y también peor que buena parte de su obra mejor conocida. No digamos ya si nos referimos al grueso del expresionismo alemán posterior a él del que fueron autores los componentes del grupo llamado Die Brücke (El Puente). Pero resulta que, por unas u otras razones, El grito ha pasado de ser un cuadro a ser pasquín y de ser una pintura al pastel a una postal amarga.

Nadie estaba más amargado que el propio autor. Sus padres, muertos tempranamente de tuberculosis y él, constipado crónico. La explicación de las obras halla siempre la base más firme en el genio y la salud del autor y no tanto en la genialidad o la finura del alma. De ahí el brío y la fecundidad de Picasso, por ejemplo.

Hasta el 2 de mayo de 2012 el cuadro más caro vendido en una subasta era uno de Pablo Picasso, pero ahora, en plena crisis, el récord lo marca un psicótico. Precisamente, mientras en el primer caso la puja es, en buena parte, por un lienzo estructurado, en el segundo es por un ejemplar deshilachado.

Pero no diré nada más de un cuadro que siempre me pareció tanto una estampa de consultorio médico como un raro logro escolar. En esa pinza de las manos tapando los oídos se desarrolla toda esta obra que, paradójicamente, grita sin gritar nada de nada.

¿Buscaba proveerse de este efecto el comprador o qué buscaba exactamente el multimillonario de los 91 millones de euros? Sin duda buscaba el poder que el cuadro encierra, convertido tanto en un bien de cambio superlativo como en una leyenda cultural (incluso a pesar de su feísimo marco) pero perseguiría también adueñarse de una coartada.

El cuadro muestra una angustia y un pavor al modo del pánico que sufre la mayoría de nuestra sociedad ante la Gran Crisis. Esta angustia sería ya similar a la náusea que en el Apocalipsis se atribuye a carnes blandas y tibias que, si han perdido su valor suculento, han ganado la catadura de mollas agonizantes. La temperatura no ha desaparecido del todo y queda allí como testigo de su padecimiento. Este ser entibiado apenas puede quejarse y menos todavía gritar. Y, ciertamente, El grito conmueve viendo cómo alguien que trata de chillar queda paralizado en su impotencia.

Pero, ¿se tapa los oídos para no oír la hecatombe exterior? Desde esta opción, el cuadro no permitirá oír nada y es así, gracias a su afasia, como la pintura gana fama. La fama del último grito.

También como en el caso de Dios, la voz no se oye. Su grandeza es tanta que Dios resultaría ridículo si se hiciera oír. Porque, ¿qué timbre posee la voz de Dios? Sencillamente la Voz de Dios es el Verbo y el Verbo no se expresa. No se verbaliza puesto que todo cuanto quepa pronunciarse pronunciado está. A los tiempos socialmente duros que caracterizaron el fin del siglo XIX (el cuadro fue pintado en 1893) corresponden los tristes momentos actuales de afonía en la revolución.

La ciudadanía grita desesperadamente pero ya no es posible resumir su profundidad. El grito se convierte en un hoyo cuyo sonido basal no alcanza a la superficie. De la misma manera, el personaje de Munch es el de alguien (dicen los exégetas) que asiste a un espectáculo tan horrendo que no puede aguantarse con todos los sentidos.

Justamente, el terror descrito en el Apocalipsis de San Juan llega a abrazar a esta última noticia de Sotheby's centrada en el grito sin sonido. Grito petrificado y puerilizado en el trazo que ya se halla dentro de la caja fuerte de un magnate.

En el Apocalipsis, el color amarillo-verdoso presente en el cuadro evoca al jinete de la muerte. Dentro de la caja fuerte se ha encerrado herméticamente la enfermedad fatal y su relincho. ¿Para que no termine nunca de vibrar? Efectivamente.

Acaso para que esta maldita enfermedad del mundo capitalista se prolongue todavía más. Para que se desarrolle, quizás, indefinidamente y, al cabo, ante el borde del abismo, no haya otro recurso que dejarse llevar por las vaharadas de sus aguas, cenagosas, falaces y corrompidas.



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28 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Kaputt

Si la historia de la humanidad es el recuento de su desgracia, Kaputt es un magnífico libro de historia. Algo tramposo, la verdad, pero hay que tener en cuenta que en el momento de escribirlo Malaparte se encontraba inmerso en ese curioso proceso que le llevó de ser un fascista reconocido y agasajado por Mussolini y sus corifeos a ser un militante de la extrema izquierda (maoísta para más señas) después de pasar unos cuantos años en la cárcel y el exilio.

 

La parte principal del libro la escribió entre 1941 y 1942, aunque luego no lo terminó hasta 1944. Dejando de lado sus vaivenes ideológicos, Malaparte se supo bandear muy bien en los años más convulsos y peligrosos de la Europa del siglo XX: no solo salió de la I Guerra Mundial vivo y con condecoraciones al valor sino que estuvo subido al carro del vencedor fascista desde los años 20 en adelante, disfrutando de toda clase de honores y prebendas. En 1931 cayó en desgracia (a quién se le ocurre criticar públicamente a Hitler y Mussolini) y fue sucesivamente encarcelado y desterrado hasta que, en 1941, reapareció vivo y aún tuvo tiempo de incorporarse a la II Guerra Mundial como corresponsal del Corriere dela Sera para cubrir el frente ruso. Antes había pertenecido al cuerpo diplomático y como también en ese ambiente supo bandearse muy bien, de esa época data su relación con los grandes protagonistas de la política y la alta sociedad europea, una familiaridad que le iba a proporcionar la mitad del material literario de Kaputt. La otra mitad sale de sus andanzas como corresponsal por una Europa desgarrada por la guerra y sufriendo el ataque de saña más bestial que haya experimentada desde su ya larga y convulsa creación.

El aspecto algo tramposo del libro, al que antes aludía,  se debe a que, a fuerza de repetirlo, el truco se acaba haciendo evidente. Muchos de los capítulos contienen largas y minuciosas descripciones de recepciones en las mansiones de gente como el príncipe Eugenio, el hermano pintor del rey de Suecia, Gustavo V; el diplomático español Agustín de Foxá, otro fascista hecho un lío como él y también diplomático; o el Reichminister Frank, gobernador alemán de Polonia y responsable de las peores brutalidades que hubo de sufrir el pobre pueblo polaco, demasiado cerca de Alemania e inútilmente cerca de  Dios, pues éste no le salvó del holocausto exterminador de los nazis. Esas reuniones tienen lugar en suntuosas mansiones, muchas de ellas decoradas con los muebles y cuadros que las tropas alemanas saqueaban a su paso victorioso; a ellas asistían condes, duques, diplomáticos y grandes hombres, todos ellos acompañados de unas sofisticadas esposas educadas desde la cuna para dar brillo a las recepciones en las que se comían delicados  manjares y se bebían  exquisitos caldos después de haber escuchado al anfitrión interpretar unas piezas de Chopin. Con delectación que tiene algo de perverso, Malaparte se complace en interrumpir de pronto la reunión para introducir relatos espeluznantes y que están teniendo lugar mientras en los salones se exhibe lo más sofisticado y espiritual de la cultura europea: caballos que se metieron en un río ucraniano y que al ser atrapados por un bajón de la temperatura han pasado todo el invierno con el agua al cuello y asomando únicamente las cabezas de crines heladas; prisioneros rusos que se comen a sus camaradas muertos y que merecen este comentario de un alto oficial alemán una vez enterado del hecho:”¿Y se los comen con gusto?”. Aunque también pueden ser soldados tártaros que atan a los prisioneros rusos a un cadáver juntando cara con cara y pecho con pecho para que el muerto se coma al vivo; campesinos rumanos alistados a la fuerza y que cometen las brutalidades escalofriantes que les ordenan los  oficiales alemanes y que ellos llevan a cabo convencido de que es un rey al que no han visto nunca quien lo manda. Y también una visita al ghetto de Varsovia en compañía de todas las damas y caballeros que asistían a la recepción del gobernador alemán y que de pronto han tenido la necesidad de saber si la situación de los judíos es tan desesperada como éstos dicen o si se trata de simples habladurías de comunistas.

La aparición de Kaputt, ahora en formato de bolsillo pero en la muy cuidada edición y traducción de David Paradela es como una segunda oportunidad para quienes  se lo perdieron hace dos. Sobre todo al principio, hasta que pillas el truco, no se sabe qué produce más horror, si las elegantes recepciones palaciegas o las monstruosidades que mientras tanto están asolando Europa, pues son como las dos caras de este pequeño continente que ha dado a luz a civilizaciones extraordinarias al tiempo que se entregaba a las guerras y al exterminio con un entusiasmo digno de mejor causa.

 

Kaputt

Curzio Malaparte

Galaxia Gutemberg  



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28 de mayo de 2012
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El Boomeran(g)
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