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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hacer judiadas

Ya que se muestra tan celosa por mantener los viejos valores, la comisión del pleno de la RAE podría anteponer, a la definición de “judiada”, la etiqueta de “antisemitismo” para que, así como hay barbarismos, solecismos y otros gargarismos, quedara constancia científica de que lo suyo no es racismo vergonzante. 
 
En realidad, se ve que añoran la definición anterior de “judiada” (1. Acción inhumana. 2. Lucro excesivo y escandaloso), que estuvo vigente durante siglos en los diccionarios de la RAE, sigue pareciendo mucho más ajustada a sus entendederas, y ha sido malamente camuflada hace poco como “acción mala” y “mala pasada”. A fin de que “judiada” no fuera el único antisemitismo, y se sintiera solo en un diccionario tan relimpio, fijo y esplendente, los académicos (por supuesto, como meros notarios de la lengua etc.) podrían incluir el despectivo “judaca”, que es un judío sudaca, y así acallar tanto escrúpulo vocinglero.
 
“Judiada” viene del episodio del Cristo de la Paciencia, cuento populachero propalado por niños y datado en 1629, donde se narran las aventuras de un crucifijo sometido a diversas villanías que decía mansamente a sus sayones judíos y, lo que es peor, portugueses: “¿Por qué me hacéis estas judiadas?” La casa de la calle de las Infantas (plaza de Bilbao, después de la amortización), donde se cometió famosamente la acepción académica, fue quemada y arrasada por la plebe, que no se lo pasaba tan bien desde los pogromos medievales, el 4 de julio de 1632, como alegre culminación de un espectacular auto de fe, donde se quemó a media docena de judaizantes y se aterrorizó a millares. El lance tuvo su eclosión literaria en la Execración contra los judíos, de Quevedo, a quien los comisionados defensores de la acepción han ninguneado lamentablemente en su contestación a los peticionarios. También podían haber aprovechado para memorar a Lope, que enjaretó para la ocasión una sentida égloga contra la nación hebrea. Tal furor hizo el género que aparecieron émulos como el fraile granadino Francisco Alejandro, que en 1640 compuso y pegó en puertas y paredes del Cabildo de Granada un libelo laudatorio de Moisés e infamatorio del catolicismo y el culto a la Virgen, para ver si los granadinos se animaban como los madrileños a castigar fogosamente la judiada.
 
Muy hábil sería la argumentación de que el diccionario de la RAE no puede ser políticamente correcto, oh paciencia, si no fuera porque, a cada paso, hemos de padecer, por escrito y de cuerpo presente, en la radio y en la tele, que no haya debate ni explicación sobre materia alguna que no arranque con la proclama de la definición de la RAE, como forma de acotación y mandamiento. De modo que la función correctora y legitimadora de la institución no puede ser ignorada ni por el académico más senil.
 
El antisemitismo intelectual tiene un arraigo fortísimo, no ya en España, sino en la misma médula de la Ilustración, y aflora a la mínima. Para que no todo sea Baroja y Quevedo, memoremos ahora al izquierdista H. G. Wells, autor de bestsellers y padre de la ciencia ficción moderna. Contemporánea de la legislación racista de Nuremberg (vigente de 1935 a 1945) es su explicación de que los judíos son los culpables del antisemitismo por su odiosa acaparación de bienes y su incapacidad para ser ciudadanos ilustrados. Cuando Wells llegó a tener noticia de los horrores del gueto varsoviano, comentó: “Esa raza tiene algo que la hace malquista en todas partes”.
 
Voltaire, campeón de tolerancia, sostenía que todos los judíos nacen con un  fanatismo rabioso en el corazón y les apostrofaba: “Merecéis ser castigados, porque es vuestro destino”. La entrada más larga de la ilustradísima Enciclopedia es su artículo sobre los judíos, que recopila los más estúpidos y rastreros tópicos antisemitas, luego refritos en los “Protocolos de Sión”. Notemos que las expresiones volterianas sobre los judíos y los negros se consideran faltas de caballerosidad, no de razón. Y a nadie choca que, en su repaso de las naciones, el buen Kant mostrara un pío deseo de eutanasia para los judíos. Así como está perfectamente incardinado en la tradición ilustrada europea que Hitler definiera el odio a los judíos como “antisemitismo de la razón”. Recordemos que el admirable Stalin tenía planeado un gran pogromo en Birobidján, previa deportación masiva. 
 
Mientras los intelectuales y académicos no se aclaren con su antisemitismo incorporado de serie, difícilmente se les podrá tomar en serio.


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23 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La desaparición de México

-¿De México?

            -Sí.

            -Entonces dígame: ¿qué pasó con su país? La sensación es que México desapareció del mundo.

            Aunque malévola, la sentencia del viejo diplomático francés es compartida por la mayor parte de los observadores de la escena internacional desde hace más de una década. Tras la derrota del PRI en el 2000, celebrada por tirios y troyanos, México parecía destinado a convertirse en uno de los actores más relevantes del planeta: se trataba del mayor país de habla hispana, con una larga tradición de liderazgo latinoamericano, una economía apta para una sólida etapa de crecimiento, una enorme cohesión social -comparada con otras naciones de la zona- y una reluciente democracia. No pasaron ni dos años antes de que estas grandes esperanzas comenzasen a malbaratarse sólo para que, al cabo de 12 años, se revelasen como un lamentable naufragio. La culpa es, en buena medida, de la impericia de las dos administraciones del PAN, sumada a la irresponsabilidad, el egoísmo y la falta de visión del conjunto de nuestra clase política.

Durante el gobierno de Vicente Fox, México desperdició todas las oportunidades posibles. A un vigoroso inicio de gestión, marcado por una sincera voluntad de cambio, la aspiración de poner en marcha un gobierno plural y el deseo de acabar con las prácticas corruptas y corporativas del ancien régime, le sucedió una ominosa parálisis institucional -debida en buena medida a la inmovilidad del PRI en el Congreso y los estados-, la salida del gobierno de los cuadros menos conservadores, una vida pública marcada por la frivolidad del presidente y de su esposa, y el desmantelamiento de nuestra posición de privilegio en América Latina.

Hasta entonces, México había logrado balancear su política exterior entre la irremediable cooperación con Estados Unidos y la independencia expresada en el apoyo prestado a Cuba. Al convertirnos en una democracia de pleno derecho, la relación con la dictadura de Castro tenía por fuerza que modificarse pero, en el ínterin, México fue incapaz de hallar el nuevo lugar que le correspondía en el concierto internacional. Al regateo del apoyo a Estados Unidos tras el 11-S le sucedió una enemistad cada vez más ruidosa con otros países de la región. Así, mientras en el interior el Fox se concentraba en perseguir a López Obrador, en el exterior su secretario de Relaciones Exteriores, Luis Ernesto Derbez, no eludía la ocasión de incomodar a nuestros aliados estratégicos. Por otro lado, mientras Jorge Castañeda había impulsado una vigorosa diplomacia cultural, capaz de extender nuestra influencia a través de un organismo semejante al Instituto Cervantes español -el efímero Instituto de México, copiado por Gabriel Quadri al proponer el Instituto Octavio Paz-, Derbez desarticuló el proyecto sin contemplaciones sólo para llevarle la contraria a su antecesor.

El conflicto postelectoral del 2006 acabó por arruinar la imagen de México en el mundo justo cuando Brasil no sólo consolidaba su ascenso político y económico, de la mano de Lula, sino su marca internacional: una imagen de solvencia financiera, visión social y pericia internacional que acabó por borrar del mapa a un México que entonces se lanzaba desmañadamente en una "guerra contra el narco" que, tras seis años de combates y más de 60 mil muertos, se ha revelado como un gigantesco fracaso.  

Nunca como ahora la idea de México en el mundo ha estado tan devaluada: frente a la admiración que continúa despertando la variedad y riqueza de su cultura, se anteponen las imágenes de violencia e impunidad asociadas con las mujeres de Ciudad Juárez, las cabezas cortadas y los cuerpos desnudos en los puentes, las narcomantas y los narcobloqueos y, sobre todo, la abrumadora incapacidad del gobierno en materia de seguridad pública. Para colmo, según estadísticas recientes, ni siquiera en términos económicos el PAN ha alcanzado el menor éxito en 12 años. De los 18 países evaluados en América Latina, México ocupa el lugar 17 en términos de crecimiento en la última década, sólo por arriba de El Salvador. Y, lo que es más grave: es de los pocos, al lado de El Salvador, República Dominicana y Costa Rica, donde el número de pobres ha aumentado (un 1.3%  según datos de CEDLAS y el Banco Mundial).

El regreso del PRI al poder en el 2012 no ha contribuido a mejorar esta imagen, no sólo por su largo historial de corrupción y autoritarismo, recordado por todos los diarios del mundo, sino por las denuncias de compra y coacción al voto. Es una lástima, porque otra vez existen condiciones para que nuestro país recupere su sitio en el mundo: posee una economía estable, las perspectivas de crecimiento se mantienen a la alza y, frente a la debacle de España, tendría la ocasión de asumir el liderazgo de las naciones hispanohablantes. Pero, mientras nuestra clase política se mantenga tan ciega y torpe como hasta ahora, no podemos esperar que México deje de representar otra cosa que una gloria pasada y una oportunidad perdida.

 

twitter: @jvolpi

 



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22 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Y la unión militar?

No hay mayor amenaza para la seguridad nacional que un endeudamiento excesivo. Nada ata las manos de forma más firme ante los peligros potenciales que una economía hipotecada y dependiente de decisiones ajenas. El almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor de Estados Unidos desde 2007 hasta 2011, es quien mejor ha definido esta amenaza económica sobre la seguridad de su país, en una aproximación a los conceptos militares desde la economía que ahora mismo es especialmente pertinente.

No pueden andar muy lejos los conceptos manejados por otro almirante general, el español Fernando García Sánchez, jefe del Estado Mayor de la Defensa, que acaba de depositar sobre la mesa de su ministro, Pedro Morenés, un documento secreto sobre el futuro de las Fuerzas Armadas españolas en las actuales y pésimas condiciones de crisis fiscal. No es extraño, puesto que en todos los despachos oficiales españoles se amontonan en estos momentos las facturas y nóminas pendientes de pago y los planes de recortes que se nos exige para que vaya llegando el líquido europeo en cuentagotas. En el caso estadounidense, la amenaza de la deuda incide fundamentalmente en la capacidad de liderazgo global, y probablemente bastante menos en la seguridad y defensa del propio territorio. Incide directamente en los socios europeos, que tenemos subarrendada nuestra seguridad a Washington a través de la OTAN y somos cada vez menos objeto de atención en favor de los países asiáticos. Recordemos la bronca de despedida atlántica del secretario de Defensa Robert Gates, cuando afeó a los europeos su escaso compromiso presupuestario en su propia defensa. Si EE UU gasta menos en Europa, también los europeos gastamos menos en nuestra propia seguridad; lo que gastamos lo hacemos mal, con muy escasa coordinación y excesos de redundancias, y estamos ahora sometidos a la presión renovada de la actual crisis de endeudamiento. Estamos viendo que el euro es un ingenio defectuoso, pero la seguridad europea es una idea todavía más volátil porque los ya de por sí menguantes presupuestos de defensa de los 27 países miembros no suman, sino que restan. Con una Alianza Atlántica dubitativa, si no declinante, y una Unión Europea que no ha dado todavía el primer paso, los socios siguen pensando en su seguridad nacional sin darse cuenta de que un día pueden enfrentarse a una amenaza equivalente a la que pesa ahora sobre el euro, abordable solo desde una defensa europea ahora ni siquiera imaginada. La gravedad del caso es que los recortes militares que improvisan todos los países, España entre ellos, atienden cada vez menos a los conceptos europeístas justo cuando la unión fiscal y bancaria se impone para salir del pozo. Si salvamos el euro y si aprendemos la lección, que ya es decir, vendrá primero la unión política y luego la unión militar.



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21 de julio de 2012
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Fotomaniacos

Lo ves. Y quieres que prenda en tu retina. Que la imagen se fije en tu memoria. Casi antes de vivirla deseas que se convierta en recuerdo. Lo contó admirablemente Nabokov el día que, atravesando los muelles de Saint-Nazaire con su mujer y su hijo, vieron asomar entre callejuelas la chimenea de vapor que los llevaría a Nueva York, y en ese momento se lo enseñó al pequeño Dmitri, con plena conciencia de que estaban viviendo un momento clave en sus biografías, un instante que el pequeño recordaría para siempre. Entonces no existían los smartphones, ni esa pasión que tanto se ha extendido de coleccionar momentos para tener a mano el pasado. «La gente se fotografía para probar que verdaderamente existió», cantaban The Kinks. También para constatar que fueron testigos de aquel atardecer en que el sol caía sobre el mar como un huevo frito. Por supuesto, nos gusta vernos. Capturar nuestro mejor rostro para autoafirmarnos al mostrarlo, consumiendo así el sueño narcisista de poseer un nutrido repertorio de yos. Jugamos a fotografiar la vida en un afán de búsqueda, como si nos hiciera seres más completos. La cámara del teléfono se ha convertido en una extensión de nosotros mismos ocupando los espacios en blanco que antaño considerábamos como horas muertas. Hoy, más de 420 millones de teléfonos inteligentes congelan el presente y han sofisticado de tal forma las costumbres que todos llevamos nuestra intimidad a cuestas, una intimidad portátil. Desde e esa pequeña pantalla nos sentimos a salvo, protegidos y blindados con nuestra agenda, nuestra música, nuestras aplicaciones y nuestros mapas. El caso es que nos precipitamos hacia el pasado en lugar de condensar el instante. ¿Acaso nos incomoda? ¿O el tecnoestrés nos empuja a almacenar la vida en un archivo digital en lugar de vivirla cara a cara? La pasión mundana por el clic viene de lejos. También la revolución de grandes fotógrafos, como Man Ray, Lartigue, Beaton, Evans, Avedon o Dorothea Lange que han logrado desvelarnos las otras pieles de la realidad. Annie Leibovitz afirmó en una ocasión que se da por satisfecha si hace cinco fotos buenas en un año: «conozco la diferencia entre una buena foto y otras de circunstancias». Tendríamos que tomar nota. Acaso lo que nos mueve, a uno y otro lado de la cámara, es la ilusión de escapar de la vida entendida como un fundido en negro. Y en su lugar, atrapar su fugacidad. (Marie Claire)

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20 de julio de 2012
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II. Es maravillo porque es real

Lo maravilloso, y lo desconcertante, lo que tiene capacidad de despertar sorpresa y asombro, es esa contradicción constante de la historia, la peor de sus dialécticas, que hace de los revolucionarios tiranos, todo resultado de la convivencia de un mundo rural, antiguo, anacrónico, ecos de esclavos y gritos de encomenderos, con las pretensiones del mundo moderno, el mundo legal que fracasa siempre bajo el peso del caudillo enlutado, o adornado de charreteras. La supervivencia de aquel mundo viejo, al que nunca se come la polilla, produce el asombro. El desajuste es lo maravilloso, y es maravilloso porque es real.
En las páginas de El siglo de las luces suena el clarín de una batalla, la batalla por los derechos del hombre que encandilará la imaginación de ese héroe confuso que es Víctor Huges. La revolución francesa viene a proclamar la abolición de todos los privilegios reales, y los de casta, a anunciar algo tan peligroso y disolvente como el fin de la esclavitud. Y Huges la abolirá en Cayena y Guadalupe bajo el Directorio, agente fiel de Robespierre, y la restablecerá sin parpadeos bajo el Consulado, agente fiel de la restauración. Más que un agente del cambio será en adelante un agente del poder.
El ideal resulta en desilusión porque Huges, el héroe, ahora montea con perros a los esclavos que una vez liberó. Las revoluciones son hechos históricos que desbordan la suerte de los personajes. Un péndulo que va y viene, de la luz hacia la oscuridad, repitiendo el mismo viaje desde siempre. El poder, que se vuelve contra los ideales que lo engendraron. Las revoluciones terminan en fracasos éticos, y devoran a sus propios hijos, como Saturno. Y las palabras hermosas que acompañaron el despertar de los ideales siguen siendo las mismas, pero ya no significan lo mismo, y terminan cayendo en el vacío. No significan ya nada.

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20 de julio de 2012
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