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Greco-romanos

Por razones personales de índole profesional he pasado los últimos cinco meses leyendo a los verdaderos maestros antiguos, los trágicos y cómicos grecolatinos, los filósofos con y sin obra escrita, los epicúreos y los estoicos, los historiadores de las grandes conquistas y los cronistas de los imperios caídos, los epigramistas más salaces y los moralistas más adustos. Casi todos los escritores, y muchos lectores (algunos sin saberlo), vuelven siempre a esos maestros fundadores, de los que no podemos escapar. La literatura dramática, la poesía tanto amatoria como épica y el pensamiento posterior deben sus fundamentos a los griegos, y también a sus más inmediatos seguidores romanos; varias de las obras mayores de Shakespeare no existirían sin Ovidio, y es más que dudoso que sin Séneca y Cicerón la cabeza de Montaigne hubiera pensado lo que pensó. Por no hablar, entre nosotros, de Garcilaso y Góngora, de Calderón y Gracián, en una línea de influjo y relectura que llegó ininterrumpida y fructíferamente hasta el siglo XX. O hasta hoy, tal vez.

      Estamos en pleno verano, y sigue de moda, por lo que veo en los trenes y los autobuses, la novela histórica de usar y tirar. Qué pérdida de tiempo. Por el mismo dinero que cuesta uno de esos refritos mastodónticos, el lector podría pasárselo igual de bien, incluso en la playa, con libros infinitamente superiores en calidad y emoción, editados con solvencia y muchos en asequibles ediciones de bolsillo que suelen contar, además, con excelentes traducciones; si los planes boloñeses y autóctonos no lo tuercen, en España hay una magnífica escuela de estudiosos y traductores del griego y el latín. ¿Por qué conformarse con las imitaciones adocenadas, pudiendo leer a los originales?

     No voy a pretender que los diálogos de Platón o las meditaciones de Marco Aurelio sean lo más adecuado antes de la paella que espera en el chiringuito. Quizá esos autores se degusten mejor en un atardecer de invierno. Pero conozco pocas sagas igual de trepidantes que los ‘Nueve libros de la Historia' de Heródoto, la ‘Anábasis' de Jenofonte, los ‘Anales' de Tácito, la ‘Historia de la fundación de Roma' de Tito Livio, las ‘Vidas de los Doce Césares' de Suetonio o las ‘Vidas Paralelas' de Plutarco, y estas últimas pueden ser leídas, dada su independiente estructura capitular, incluso mientras la madre o el padre vigilan las andanzas de su pequeña prole armada de cubo y pala en la orilla.

       Y qué héroes y heroínas. Uno de los libros de George Steiner que prefiero es ‘Antígonas', formidable recuento de los orígenes míticos y los tratamientos modernos de esa atribulada figura femenina. Junto a ella están Edipo y Medea, Agamenón y Fedra, Penélope y Aquiles, Ifigenia y Paris, Odiseo y Andrómaca, Casandra, Helena, Lisístrata, Orestes. Nombres que siguen vivos en la literatura, pero que también habitan nuestra imaginación y nuestra conciencia, a modo de parientes ancestrales que nos señalan anticipadamente la raíz de nuestro modo de ser, la capacidad infinita de nuestros deseos y el peso grave de nuestras angustias. Ellos son, al igual que sus creadores Homero y Aristófanes, Eurípides o Esquilo, nuestros contemporáneos.

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24 de julio de 2012
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¿Fiesta con anfetaminas? Crisis sistémica y ofensa a sus víctimas (I)

"El país paga hoy por sus años de locura[...]La purga durará años[...] Europa ya ha faltado a su deber dejando que España se embriague en un decenio de artificial crecimiento[...]Europa no debe cometer dos veces el mismo error dejando al país perderse como en sus años de fiesta con anfetaminas" (Le Monde, domingo 22 de julio, Editorial)

Este blog ha tenido siempre la intención de constituir un lugar de reflexión filosófica, en la que juega papel predominante lo que podemos considerar como filosofía fundamental, es decir, la Ontología.  Pero el pensamiento no surge de la nada ni es producto exclusivo de un sujeto. Hacer abstracción de las condiciones sociales en las que la filosofía ha de forjarse y perdurar es traicionar el hecho esencial de que la filosofía constituye siempre una lucha  contra las condiciones sociales que la dificultan y tienden a erradicarla. Como decía el matemático y filósofo Gilles Chatelêt "la filosofía es una guerra contra la estupidez", pero no contra la estupidez accidental sino contra el orden social para el que nuestra "estupidez", o más bien nuestra alcahuetería genuflexa con sus imperativos   es condición de supervivencia. Por eso en en estas reflexiones metafísicas en el sentido etimológico del término voy introduciendo reflexiones como las que hoy me ocupan.

Al referirse a la llamada  Crisis  se habla a veces de  causas sistémicas y a veces de responsabilidades personales. Estas últimas en ocasiones serían debidas a impericia   y en ocasiones  a comportamiento corrupto, la cosa teniendo entonces  connotaciones morales. La responsabilidad moral no está tampoco ausente en los casos en los que  una persona cuyos poderes aparentemente  ejecutivos están de hecho condicionados por exigencias ocultas, cumple su función por así decirlo sin excesivos remilgos.

Paradigmático  respecto al último extremo es el  "affaire" TELECOM.  El responsable de la multinacional en los años en los que empleados suyos se suicidaban, argumentará sin duda que él se limitaba  hacer lo imprescindible para que su grupo no perdiera posiciones en el duro mercado internacional de las telecomunicaciones, lo cual sin duda es cierto,   pero ello no es óbice para que, en el plano estrictamente subjetivo se diría  que ese responsable realizó su tarea  con la misma diligencia con la que  ciertos torturadores  ( también sometidos a obediencia) cumplen  la suya.

Cabe discutir sobre la matriz del mal ha de buscarse exclusivamente en el sistema , considerando al ejecutivo o al político como  meros subordinados, o si parte de la responsabilidad reside en estos. Y como la moral no concierne a las estructuras sino a las personas, cabe preguntarse hasta qué punto la actual crisis ha de ser abordada en términos morales, o exclusivamente en términos de combate contra  una trama social   intrínsecamente  portadora de calamidad.

Pero lo que no cabe, lo que resulta directamente canallesco, es culpabilizar a aquél mismo que sufre las consecuencias del desastre, atribuyéndole una ciega complacencia en los aspectos miríficos del sistema y una pecaminosa falta de previsión por las cuales de alguna manera lo que ahora le sucede le estaría bien empleado.

Escribo esta columna el domingo día 23 de julio y no puedo saber la dimensión de la noticia que acabo de leer en la radio según la cual el Fondo Monetario Internacional habría ya tomado la decisión de rescindir la participación de la institución en la "ayuda" a Grecia, de tal forma que privado definitivamente  de fuentes crediticias este país se vería abocado a salir del euro. Pero en cualquier caso resulta simplemente ofensivo que comentaristas de la noticia confluyan en considerar que la cosa se veía venir, que desgraciadamente la loca irresponsabilidad de los ciudadanos griegos en los años de "bonanza" artificial a conducido al desastre. 

Al oír a estos comentaristas  uno podría pensar que el caos actual se debe a que (animados ciertamente por   un sistema irresponsable  pero sin precisar  que ese sistema era la concreción para Grecia del sistema mundial de economía de mercado),  hace cinco años los trabajadores griegos estaban en una permanente juerga de cuya resaca la comunidad de los países serios está en la imposibilidad de redimirles, pese a su buena disposición.

Esta visión simplemente es ofensiva para el taxista  de Atenas o el estibador de los cargueros del  Pireo, cuya jornada  hace un lustro era  como ahora de doce horas (ciertamente entonces mejor remuneradas). Ofensa que se infringe también a las víctimas de la crisis en nuestro país y ello en foros en los que cabría esperar un poco menos discursos menos ciegos, por no decir menos alcahuetes con el sistema generador de la presente indigencia. Me ocuparé en la próxima columna de uno de ellos.

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24 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Estrella del alba

Oxford, 1919. Alemania se ha rendido y las grandes potencias se están repartiendo impúdicamente el mundo y las más afectadas, en concreto Francia, tratan de sacar algún beneficio de la hecatombe en la forma de reparaciones bélicas. Ambas cuestiones, el obsceno reparto del mar de petróleo que es Oriente Medio y las reparaciones que acabarán dando a las nuevas autoridades germanas una excusa para volver a las andadas,  juegan un papel  importante en Estrella del Alba.

Oxford mientras tanto trata de recuperar su vieja vocación docente readaptando a la vida civil a la brillante generación de estudiantes y profesores llamados al frente y que regresan de éste (los más afortunados, que no fue el caso del malogrado y todavía llorado Wilfred Owen) malheridos física y espiritualmente. La necesidad o no de volver a escribir después de la arrasadora experiencia que acaban de vivir (sufrir) es otro de los temas recurrentes de la novela. De todos los protagonistas que hubieran podido dar cuenta de aquel momento, el autor ha elegido a: T.E. Lawrence, mundialmente conocido como Lawrence de Arabia; Robert Graves, que ya se había hecho un nombre como poeta de la guerra y que en su búsqueda de una nueva forma de expresión estaba a punto de descubrir el Mediterráneo desde su apostadero de Deiá, en Mallorca; J.R.R. Tolkien, ya rumiando  las famosas fantasías que acabarían dándole fama internacional con El Señor de los Anillos; y C.S. Lewis, brillante medievalista y futuro ensayista, crítico literario y académico, también famoso por sus Crónicas de Narnia.

Cualquiera de los cuatro daba para una novela, razón por la cual el lector se frota las manos al saber que todos ellos van a interactuar. En este sentido es de señalar que el autor se toma  unas acertadas licencias, ya que si históricamente coincidieron en Oxford en aquella  época, las relaciones entre ellos han sido adecuadamente alteradas en beneficio de la narración, que queda finalmente centrada en T.E. Lawrence porque su poderosa, compleja y contradictoria personalidad (aparte de su espectacular trayectoria vital) es la más brillante y agradecida. Además, el planteamiento estructural también podría haber sido muy agradecido, ya que tanto Graves, como Tolkien o Lewis mantienen una conflictiva relación con Lawrence, de formar que el personaje de éste se va construyendo como un juego de espejos que van proyectando de unos a otros una imagen progresivamente rica,  e incluso épica. Pero llegados a este punto se hace preciso decir unas palabras acerca del autor, ese Wu Ming 4 que firma el libro.

Wu Ming es un colectivo de escritores italianos que alcanzó un notable éxito internacional a principio del presente siglo con una novela titulada Q, publicada en España por Mondadori. Si alguno de los integrantes del colectivo (que inicialmente se llamó Luther Blisset y estaba formado por cinco personas) desea escribir por su cuenta un libro, lo firma el colectivo, pero con un número añadido que identifica al que lo realizó, en este caso Wu Ming 4. Como todo acto relacionado con el arte pero que no es en sí mismo una creación artística, la operación entraña una contradicción intrínseca y al lector curioso le basta entrar en su página web (www.wumingfundation.com) para apreciar a lo que me refiero. En principio el colectivo está en contra del culto a la personalidad, reniega de la figura del artista (inevitablemente condenado a ser devorado por la faceta comercial) y cuestiona incluso la escritura por el peligro que ésta corre de verse anquilosada, encorsetada y vendida como un producto más. Y hasta ponen en la página web sus novelas (colectivas o individuales) a disposición del lector que se las quiera bajar porque también están contra los derechos de autor. Lo que ocurre es que el sistema, el maldito sistema siempre empeñado en fastidiar, los ha hecho millonarios a través de ventas masivas en trece idiomas, y por lo tanto se trata de personajes muy conocidos, en definitiva no muy distintos de ese Damien Hirst que ha logrado centrar la ira general por su descarada (y exitosa) inclinación a confundir deliberadamente arte y negocio. Hace años, The New Yorker publicó una página entera dedicada a los epitafios que merecían los personajes públicos. Al llegar al beatnik decía: "Antes muerto que publicado". Pues eso.

La  preocupación por la contradicción entre lo público (la fantasía) y lo privado (la tan cacareada realidad) también acaba apoderándose de la imagen que se va creando de Lawrence a través de las visiones que tienen de él quienes le trataron. Y es una lástima. Es pública y conocida la mala conciencia de Lawrence por su condición de instrumento para la traición que Gran Bretaña perpetró contra los árabes. También es conocida su retorcida relación con la homosexualidad y el masoquismo, en abierta oposición a la imagen de héroe épico que daba de él la prensa internacional. Pero  una vez expuesta esa contradicción, en lugar de insistir en ella y  contarla de tantas formas diferentes, el lector agradecería que el autor se hubiese dedicado a profundizar en los otros tres personajes (Graves, Tolkien y Lewis) que cargaban asimismo con sus miserias y contradicciones pero que, cada uno a su aire, merecía si no tanta atención como a Lawrence al menos un tratamiento con algo más de profundidad. Y es una una pena porque Wu Ming 4, quienquiera que sea, escribe muy bien, se ha documentado en profundidad y tanto lo que cuenta de Lawrence como los detalles familiares y académicos de los tres oxfordianos que le hacen de coro son de gran calidad. Pero merecían mejor tratamiento.

Estrella del Alba

Wu Ming 4

Acuarela



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23 de julio de 2012
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Un cadáver exquisito

Los símiles meteorológicos se han convertido en un lugar común para explicar la crisis ante la evidencia de que la economía es tan incontrolable como la naturaleza. Pero afloran ya otras familias semánticas, como el vocabulario de quirófano o incluso el funerario. La cultura se desangra, decimos, agoniza. Abierta en canal, con heridas irreversibles que amenazan su democratización. Cae sobre ella un impuesto temerario dispuesto a expulsar de su feudo a los más de cinco millones de personas que no tienen un trabajo, incluso a quienes, teniendo poco, comprenden que la cultura se paga. La calle grita: «la cultura no es un lujo», aunque en verdad no sea otra cosa si entendemos el lujo como una experiencia y no como una posesión. El problema es que hoy se cae el entrecomillado al triplicarse su IVA, como el alcohol y el tabaco. Un asunto que informa con gran transparencia acerca del ideario político y moral del Gobierno.  Ni pan ni circo. Se acabó la facilidad para repartir cultura a pesar de su valor identitario. Ser espectador ?excepto para la clase media-alta? ya no podrá ser un ejercicio entendido como la manta que nos da cobijo y enaltece el ánimo. Ni como un escudo de protección, sino como un cadáver exquisito. Y ojalá fuera en el sentido surrealista de la expresión, porque un teatro o un concierto vacíos expresan mayor desolación que un edificio abandonado a medio construir, ya que allí, en aquella sala, se pretendía -con mayor o menor acierto- servir en bandeja una ración de alimento para los sentidos.  Hoy conviven en las páginas culturales de un periódico las tradicionales bellas artes, Juego de tronos, Lady Gaga y los crucigramas, en una clara muestra de su popularización, como resultado de la demanda del gran público. Sobre esta supuesta banalización, así como del impacto digital que con pasmosa naturalidad ?y a menudo con ingenio y talento? convierte al ciudadano en crítico literario, además de la función del periodismo cultural, debatían Montse Domínguez, Llàtzer Moix, Antonio Lucas, Winston Manrique o Sergio Vila-Sanjuán en la UIMP.  «Los periodistas somos vicarios de la realidad», anunció Juan Cruz en dichas jornadas, donde los asistentes firmamos un manifiesto contra las últimas medidas del Gobierno. Y más cuando «nos duermen con cuentos de terror», añadió el periodista parafraseando a León Felipe. Las manifestaciones de la semana pasada, expresando la desolación entre artistas, distribuidores y público alertan sobre la necesidad de que los periodistas culturales analicen las consecuencia de las medidas. Porque de la misma forma que los súper-IVA desatarán la economía sumergida y el fraude, es de esperar que no sólo favorezcan la piratería y las descargas, sino que aflore de nuevo aquel término tan manido de los años sesenta, una subcultura dispuesta a resucitar el cadáver o a transformarlo en vampiro. (La Vanguardia)

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23 de julio de 2012
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El libro que leería durante la película que no puedo perderme

La revista digital JotDown me pidió (a mí y a muchos más) unas líneas sobre mi libro y película favoritos. Esta es la contestación: 

 

En cuanto al mejor libro de todos cuantos se han escrito, no me cabe ninguna duda, es la Recherche du Temps Perdu de Marcel Proust. Debería añadir que es el mejor libro nunca escrito para nosotros. Creo obligado añadir que no es el más indicado, por ejemplo, para un monje toscano del siglo XIII o para un macedonio del tercero antes de Cristo. Ni siquiera para un devoto islamista de nuestros días, aunque nunca se sabe, a lo mejor se curaba.

    Resumiendo, si lo que el aficionado anda buscando es aquello que cada uno de nosotros debería saber antes de morir, todo se encuentra en el libro de Proust, el cual, lejos de ser una "novela", como suele catalogarse, es, muy al contrario, el ensayo más sabio escrito por la inteligencia más penetrante del siglo XX. En sus seis mil páginas se encuentra la totalidad del saber humano llamado "moderno" y buena parte del antiguo, o sea, la percepción sensible de las cosas, el sentimiento de pertenencia a la especie, las relaciones amorosas con las personas mayores, la dependencia materna, el amor de las muchachas en flor, la grandeza y la gloria de los nobles, la ambición social de los plebeyos, la sexualidad en todas sus manifestaciones, las tiernas perversiones, los peligros de la depravación, el irresistible ascenso de los mediocres, la inevitable tragedia de los mejores, las patéticas parejas desiguales, los celos activos y retroactivos, la destrucción del ser amado, el progreso del envejecimiento, la imparable decadencia, el dolor y la muerte en vida, los viejos sin amor, la aniquilación.

    En realidad también trata sobre la estructura del tiempo, los trampantojos de la espacialidad, las paradojas de la lingüística, la inseguridad de la etimología, el lujo de la matemática, la gran técnica sartorial, en fin, de innumerables cosas y asuntos que sería inútil tratar de catalogar porque lo propio de este libro es ser inagotable y aunque su asimilación (un poco seria) ocupa entre cuatro y seis meses de lectura diaria, debe volverse sobre él cada veinte años si uno tiene la suerte de contar con varios veinte años de renta vital. Si no, entonces por lo menos una vez hay que leerlo como quien lee su sentencia de muerte. Para decirlo a la manera francesa: si no se lee, uno corre el peligro de morir idiota.

    Por el lado del cine el asunto es más delicado porque aún no ha aparecido una obra comparable a la Recherche. Arriesgando mucho, creo que elegiría The Night of the Hunter, de Charles Laughton porque es lo más parecido que ahora recuerde a un fresco románico, que es lo que se corresponde  mejor, dentro de la visualidad cinematográfica, a nuestra época. En primer lugar, trata del asunto principal del medievo, el del bien y el mal. Al decir medievo me refiero a aquellos mil años (del siglo V al siglo XV) durante los cuales los europeos nos encerramos en nuestra interioridad más oscura e impenetrable y nos desentendimos del mundo físico. Mil años de meditación acerca de cómo evitar el mal para salvar el alma cumpliendo determinadas condiciones, ya que durante mil años fuimos inmortales.

    En la película de Laughton (la única que filmó en su vida) el problema se presenta en su verdad más cruel: hay gente mala y gente buena. No es un planteamiento, digamos, como el del progresismo actual para el cual no hay "malos" absolutos sino personas enfermas, descarriadas, equivocadas, con familias desestructuradas o que han crecido en medios de gran pobreza, etc. Laughton no cree en ninguno de los tópicos progresistas sobre la inexistencia del mal (generalmente inventados por gente más estúpida que malvada) y presenta a un maligno total, uno de los más grandes de la historia del arte y mira que hay, el siempre metafísico Robert Mitchum.

    La segunda genialidad es proponer la maldad en su aspecto insoportable. Este malvado se ve en la obligación de asesinar a unos niños porque han sido testigos de su anterior asesinato. El mal actúa siempre de este modo: produce el mayor daño posible sobre los inocentes, pero luego ha de seguir asesinando si quiere mantener los privilegios adquiridos. Es el angustioso laberinto en el que se retuercen como lombrices los paranoicos de ETA y asimilados.

    Y la tercera genialidad de la película es presentar el bien bajo la forma de una anciana frágil, cursi, insignificante, pero armada con un rifle de repetición más grande que ella. De nuevo Laughton evita las ridiculeces progresistas: el bien se defiende con las armas como sabe cualquiera que haya prestado un poco de atención a la sulfúrica carrera de Hitler. El proceso de persecución, protección y deriva de los niños amenazados se produce sobre un fondo mítico: el río de la vida bajo un cielo estrellado de verano. Sosegados con el canto de las ranas y los susurros del viento, vigilados por lechuzas y búhos, los niños dormidos a la luz de la luna se deslizan río abajo protegidos por la leve Lilian Gish y su bello rifle. Creo que nunca he sido tan feliz.


 

(Artículo publicado en Jot Down Magazine)  

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23 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desnudo y solitario

Lucía su mayoría absoluta ante esos gobiernos débiles obligados a consensuar cualquier legislación. Exhibía sus cuatro años por delante para ir aplicando su programa sin respiro. Se regocijaba con la oposición ausente, calcinada tras sus siete años de gestión caótica y de incapacidad para verlas venir. Señalaba la calle, plácida y tranquila todavía, a pesar de los recortes desgranados lentamente desde el primer día. Merkel le sonreía. Aun. Por eso se atrevía a mantener su agenda demagógica, esperar al resultado de unas elecciones, alimentar la fiera populista dentro de su partido. No digamos ya de su desprecio hacia las manos tendidas, las ofertas de pactos y alianzas. Dejadme solo: Rubalcaba lo clava. Así es Rajoy: una vocación de soledad y desnudez frente a un vendaval.

Hay una verdad profunda en esta psicología que le lleva a la autodestrucción. El gobernante, por bien asesorado que esté, es un individuo a la intemperie, finalmente enfrentado con sus solas fuerzas a todo el peso de la decisión. Requiere la máxima concentración y responsabilidad, sin que sirvan excusas de mal pagador. Es una soberbia imprudencia confiar en la suerte, creer en la fuerza que otorgará la sola asunción del poder. Muchos son los que piensan que tienen el poder porque lo merecen, sin darse cuenta de que, una vez obtenido, solo se mantendrán si lo merecen. Llegar a obtenerlo es una oportunidad, un medio; no un mérito que proporcione carisma, un fin. La condena que cae sobre quien confunde los términos es terrible. Su carisma se convierte en maldición, que troca el poder en destrucción, un carisma inverso. Rajoy se dibujó a sí mismo como mano de santo. Sería llegar y triunfar. Desmentida la superstición popular, los nervios desatados exigen la búsqueda de culpables exteriores y anteriores. Tres son los chivos designados, a utilizar según convenga. Uno es Angela Merkel: gracias a la imprudencia de esta exhibición se atascan muchos canales de comunicación con Berlín y declinan las simpatías de los alemanes hacia los populares españoles. Otro, naturalmente, es el PSOE, origen y señor de la intervención europea ahora, como lo fue antaño de la corrupción, el paro y el crimen de Estado: error prospectivo también, porque necesitará su auxilio, ya lo necesita en realidad, y le conviene más una oposición fiable que las fuerzas desatadas del populismo; al menos a Rajoy, aunque quizás no a otros populares menos responsables y más extremistas. Y el tercero, el Estado autonómico y, digámoslo claramente, los catalanes, que son los que reclamaron y obtuvieron esta fiesta declarada ahora insostenible: pero este es un error tan irresponsable o más que los anteriores. Nada completa mejor una mayoría absoluta ante la crisis que una fuerza de signo similar aunque distinta. Eso es CiU, el partido al que tenía cogido por su mayoría precaria en el parlamento catalán y al que está castigando más de la cuenta para seguir alimentando la fiera centralista y anticatalana que tiene en su seno. Ahora el PP lo ha despreciado y perdido. Cierto es que CiU confiaba en que fueran sus votos los que completaran una mayoría popular insuficiente, y se encontraron con que toda su estrategia de reivindicación fiscal se venía abajo. Las inercias producen desperfectos irreparables. La arrogancia con que Rajoy obtuvo la victoria corroe ahora su carácter. Zapatero no fue finalmente intervenido. Sabe que la miseria del hundimiento quedará entera para él y por eso todos se alejan. Pronto prenderá la repulsa dentro del partido. En vez de agarrarse a quienes todavía pueden ayudarle, utiliza repelentes como Montoro para seguir disgregando su base. Se ha convertido en el presidente centrífugo. Aprovecha la crisis para recentralizar y dividir, separar, en vez de unir y pactar, que es lo que se hizo en nuestra anterior gran crisis política, en la transición. Nadie trabaja tanto y tan bien para los intereses de los independentistas, los catalanes sobre todo. El soberanismo tiene mérito. Lo tiene también Artur Mas, que se ha procurado con el pacto fiscal un escudo anticrisis ante la opinión catalana. Pero el mérito mayor de esta deriva es entero de Rajoy. Solo y desnudo, su poder destructivo amenaza incluso a esa unidad española que la Constitución sacraliza.



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23 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hacer judiadas

Ya que se muestra tan celosa por mantener los viejos valores, la comisión del pleno de la RAE podría anteponer, a la definición de “judiada”, la etiqueta de “antisemitismo” para que, así como hay barbarismos, solecismos y otros gargarismos, quedara constancia científica de que lo suyo no es racismo vergonzante. 
 
En realidad, se ve que añoran la definición anterior de “judiada” (1. Acción inhumana. 2. Lucro excesivo y escandaloso), que estuvo vigente durante siglos en los diccionarios de la RAE, sigue pareciendo mucho más ajustada a sus entendederas, y ha sido malamente camuflada hace poco como “acción mala” y “mala pasada”. A fin de que “judiada” no fuera el único antisemitismo, y se sintiera solo en un diccionario tan relimpio, fijo y esplendente, los académicos (por supuesto, como meros notarios de la lengua etc.) podrían incluir el despectivo “judaca”, que es un judío sudaca, y así acallar tanto escrúpulo vocinglero.
 
“Judiada” viene del episodio del Cristo de la Paciencia, cuento populachero propalado por niños y datado en 1629, donde se narran las aventuras de un crucifijo sometido a diversas villanías que decía mansamente a sus sayones judíos y, lo que es peor, portugueses: “¿Por qué me hacéis estas judiadas?” La casa de la calle de las Infantas (plaza de Bilbao, después de la amortización), donde se cometió famosamente la acepción académica, fue quemada y arrasada por la plebe, que no se lo pasaba tan bien desde los pogromos medievales, el 4 de julio de 1632, como alegre culminación de un espectacular auto de fe, donde se quemó a media docena de judaizantes y se aterrorizó a millares. El lance tuvo su eclosión literaria en la Execración contra los judíos, de Quevedo, a quien los comisionados defensores de la acepción han ninguneado lamentablemente en su contestación a los peticionarios. También podían haber aprovechado para memorar a Lope, que enjaretó para la ocasión una sentida égloga contra la nación hebrea. Tal furor hizo el género que aparecieron émulos como el fraile granadino Francisco Alejandro, que en 1640 compuso y pegó en puertas y paredes del Cabildo de Granada un libelo laudatorio de Moisés e infamatorio del catolicismo y el culto a la Virgen, para ver si los granadinos se animaban como los madrileños a castigar fogosamente la judiada.
 
Muy hábil sería la argumentación de que el diccionario de la RAE no puede ser políticamente correcto, oh paciencia, si no fuera porque, a cada paso, hemos de padecer, por escrito y de cuerpo presente, en la radio y en la tele, que no haya debate ni explicación sobre materia alguna que no arranque con la proclama de la definición de la RAE, como forma de acotación y mandamiento. De modo que la función correctora y legitimadora de la institución no puede ser ignorada ni por el académico más senil.
 
El antisemitismo intelectual tiene un arraigo fortísimo, no ya en España, sino en la misma médula de la Ilustración, y aflora a la mínima. Para que no todo sea Baroja y Quevedo, memoremos ahora al izquierdista H. G. Wells, autor de bestsellers y padre de la ciencia ficción moderna. Contemporánea de la legislación racista de Nuremberg (vigente de 1935 a 1945) es su explicación de que los judíos son los culpables del antisemitismo por su odiosa acaparación de bienes y su incapacidad para ser ciudadanos ilustrados. Cuando Wells llegó a tener noticia de los horrores del gueto varsoviano, comentó: “Esa raza tiene algo que la hace malquista en todas partes”.
 
Voltaire, campeón de tolerancia, sostenía que todos los judíos nacen con un  fanatismo rabioso en el corazón y les apostrofaba: “Merecéis ser castigados, porque es vuestro destino”. La entrada más larga de la ilustradísima Enciclopedia es su artículo sobre los judíos, que recopila los más estúpidos y rastreros tópicos antisemitas, luego refritos en los “Protocolos de Sión”. Notemos que las expresiones volterianas sobre los judíos y los negros se consideran faltas de caballerosidad, no de razón. Y a nadie choca que, en su repaso de las naciones, el buen Kant mostrara un pío deseo de eutanasia para los judíos. Así como está perfectamente incardinado en la tradición ilustrada europea que Hitler definiera el odio a los judíos como “antisemitismo de la razón”. Recordemos que el admirable Stalin tenía planeado un gran pogromo en Birobidján, previa deportación masiva. 
 
Mientras los intelectuales y académicos no se aclaren con su antisemitismo incorporado de serie, difícilmente se les podrá tomar en serio.


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23 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La desaparición de México

-¿De México?

            -Sí.

            -Entonces dígame: ¿qué pasó con su país? La sensación es que México desapareció del mundo.

            Aunque malévola, la sentencia del viejo diplomático francés es compartida por la mayor parte de los observadores de la escena internacional desde hace más de una década. Tras la derrota del PRI en el 2000, celebrada por tirios y troyanos, México parecía destinado a convertirse en uno de los actores más relevantes del planeta: se trataba del mayor país de habla hispana, con una larga tradición de liderazgo latinoamericano, una economía apta para una sólida etapa de crecimiento, una enorme cohesión social -comparada con otras naciones de la zona- y una reluciente democracia. No pasaron ni dos años antes de que estas grandes esperanzas comenzasen a malbaratarse sólo para que, al cabo de 12 años, se revelasen como un lamentable naufragio. La culpa es, en buena medida, de la impericia de las dos administraciones del PAN, sumada a la irresponsabilidad, el egoísmo y la falta de visión del conjunto de nuestra clase política.

Durante el gobierno de Vicente Fox, México desperdició todas las oportunidades posibles. A un vigoroso inicio de gestión, marcado por una sincera voluntad de cambio, la aspiración de poner en marcha un gobierno plural y el deseo de acabar con las prácticas corruptas y corporativas del ancien régime, le sucedió una ominosa parálisis institucional -debida en buena medida a la inmovilidad del PRI en el Congreso y los estados-, la salida del gobierno de los cuadros menos conservadores, una vida pública marcada por la frivolidad del presidente y de su esposa, y el desmantelamiento de nuestra posición de privilegio en América Latina.

Hasta entonces, México había logrado balancear su política exterior entre la irremediable cooperación con Estados Unidos y la independencia expresada en el apoyo prestado a Cuba. Al convertirnos en una democracia de pleno derecho, la relación con la dictadura de Castro tenía por fuerza que modificarse pero, en el ínterin, México fue incapaz de hallar el nuevo lugar que le correspondía en el concierto internacional. Al regateo del apoyo a Estados Unidos tras el 11-S le sucedió una enemistad cada vez más ruidosa con otros países de la región. Así, mientras en el interior el Fox se concentraba en perseguir a López Obrador, en el exterior su secretario de Relaciones Exteriores, Luis Ernesto Derbez, no eludía la ocasión de incomodar a nuestros aliados estratégicos. Por otro lado, mientras Jorge Castañeda había impulsado una vigorosa diplomacia cultural, capaz de extender nuestra influencia a través de un organismo semejante al Instituto Cervantes español -el efímero Instituto de México, copiado por Gabriel Quadri al proponer el Instituto Octavio Paz-, Derbez desarticuló el proyecto sin contemplaciones sólo para llevarle la contraria a su antecesor.

El conflicto postelectoral del 2006 acabó por arruinar la imagen de México en el mundo justo cuando Brasil no sólo consolidaba su ascenso político y económico, de la mano de Lula, sino su marca internacional: una imagen de solvencia financiera, visión social y pericia internacional que acabó por borrar del mapa a un México que entonces se lanzaba desmañadamente en una "guerra contra el narco" que, tras seis años de combates y más de 60 mil muertos, se ha revelado como un gigantesco fracaso.  

Nunca como ahora la idea de México en el mundo ha estado tan devaluada: frente a la admiración que continúa despertando la variedad y riqueza de su cultura, se anteponen las imágenes de violencia e impunidad asociadas con las mujeres de Ciudad Juárez, las cabezas cortadas y los cuerpos desnudos en los puentes, las narcomantas y los narcobloqueos y, sobre todo, la abrumadora incapacidad del gobierno en materia de seguridad pública. Para colmo, según estadísticas recientes, ni siquiera en términos económicos el PAN ha alcanzado el menor éxito en 12 años. De los 18 países evaluados en América Latina, México ocupa el lugar 17 en términos de crecimiento en la última década, sólo por arriba de El Salvador. Y, lo que es más grave: es de los pocos, al lado de El Salvador, República Dominicana y Costa Rica, donde el número de pobres ha aumentado (un 1.3%  según datos de CEDLAS y el Banco Mundial).

El regreso del PRI al poder en el 2012 no ha contribuido a mejorar esta imagen, no sólo por su largo historial de corrupción y autoritarismo, recordado por todos los diarios del mundo, sino por las denuncias de compra y coacción al voto. Es una lástima, porque otra vez existen condiciones para que nuestro país recupere su sitio en el mundo: posee una economía estable, las perspectivas de crecimiento se mantienen a la alza y, frente a la debacle de España, tendría la ocasión de asumir el liderazgo de las naciones hispanohablantes. Pero, mientras nuestra clase política se mantenga tan ciega y torpe como hasta ahora, no podemos esperar que México deje de representar otra cosa que una gloria pasada y una oportunidad perdida.

 

twitter: @jvolpi

 



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22 de julio de 2012
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El Boomeran(g)
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