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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El minarete de Damasco

Damasco ha sido a menudo materia prima de los sueños y también, con cierta frecuencia, de las pesadillas. Para muchos cristianos era precisamente esta ciudad, como ejemplo de magnificencia y tentación, la que el diablo mostró a Jesús durante los días de su pugna en el desierto, y, según una muy extendida leyenda local, a Damasco volverá el Mesías para anunciar la terminación de los tiempos y el Juicio Final. En concreto Jesús se situará en lo más alto del minarete más alto de la Gran Mezquita de los Omeyas, y desde allí proclamará el advenimiento del Reino del Cielo.

Esta última historia me la explicó con todo tipo de detalles un amigo musulmán durante mi primera visita a Damasco, que coincidió con el accidente mortal de Basil el Asad, que estaba destinado a continuar la dictadura familiar, sustituido después por el oftalmólogo Bachar el Asad, de quien nadie entonces sabía prácticamente nada. A mí me resultó curioso que fuera un musulmán el que otorgara tanto valor y tanta credibilidad a una leyenda que tenía a Jesucristo como principal protagonista, aunque pronto me di cuenta que los damascenos eran tolerantes en lo que concernía a la religión, en especial si los acontecimientos heroicos tenían como escenario Damasco. De hecho cuando te enseñaban -en esta primera visita mía, y en las posteriores- la Gran Mezquita edificada por los Omeyas en el siglo VII tenían mucho cuidado en aludir a la iglesia bizantina de San Juan Bautista que le precedió en aquel mismo lugar, e incluso al cercano templo de Júpiter, cuyos vestigios todavía eran visibles. Una parte imprescindible del recorrido por el enorme patio de la mezquita es la tumba del Bautista, donde supuestamente está enterrado, lo cual implica adentrarse de manera inevitable en la danza de Salomé y en la decapitación del profeta.

 

Otro amigo, también musulmán, me enseñó el mausoleo de Saladino y, aunque tuve oportunidad de conocer varias crónicas de las Cruzadas desde el otro bando, era muy notable el respeto con que hablaba de las fuerzas cristianas a las que combatió el caudillo musulmán. En esta y en otras ocasiones comprobé que los habitantes de Damasco se comportaban como lo que eran: los pobladores de la ciudad más antigua del mundo continuamente habitada. Cuatro mil años de antigüedad exigen un talante especial. Un vecino de Damasco no es, o no es únicamente, un árabe o aún peor, alguien perteneciente a un país del Oriente Próximo (expresión geopolítica europea con la que siempre ironizan ya que, por la misma razón, Europa sería el Occidente Próximo), sino también un bizantino, un romano, un griego, un persa, un asirio... El habitante de una tierra tan antigua intuye, a la fuerza, que no puede esperarse una pureza de raza o de religión, del mismo modo en que sabe que la piel de su ciudad es la última capa en el proceso de sedimentación de esplendores y decadencias que constituye su historia. Y este hombre, por lo general, es más escéptico, tolerante y sabio que el nuevo colono que ha llegado a tierras nuevas.

Quizá sea este, y no sus maravillosos monumentos, el aspecto que más me ha interesado de Damasco. Supongo que sería difícil encontrar una ciudad en la que estuviesen presentes tantas religiones y credos distintos, incluyendo comunidades con creencias cuya raíz parece perdida en la noche de los tiempos o "paganismos" muy anteriores al cristianismo y al islamismo, e incluso al judaísmo. Como es sabido, esta tolerancia espiritual, fruto de la antigüedad damascena, permanecía encapsulada por la dictadura "laica" que dominaba el país desde hacía décadas. La paradoja estaba servida: la laicidad del Estado favorecía la convivencia religiosa con métodos tiránicos, al tiempo que el fin de la tiranía, y una deseable libertad política, podían implicar el estallido de los sectarismos.

Hace ya bastante tiempo que no voy a Damasco pero, a la vista de los sangrientos acontecimientos de este último año, creo que pueden cumplirse los peores presagios, sin que quede claro qué puede hacerse para impedirlo. De un lado, nadie puede poner objeciones al combate contra la dictadura y al anhelo de democracia de tantos sirios; de otro lado, no obstante, al igual que ha sucedido en los países del Norte de África, el riesgo de uniformización forzosa en materia religiosa es evidente. Cada vez es más frecuente la persecución de comunidades cristianas en Iraq, Egipto y Etiopía. También es de temer el choque de suníes y chiíes, o la exigencia de una abominable pureza doctrinal, comola recientemente impuesta en Mali. Sin embargo, lo que en cualquier lado es negativo en Damasco sería una auténtica catástrofe pues rompería un complejo equilibrio milenario.

Cuando se habla de la destrucción de las ciudades algo que habitualmente se deja de lado -o se deja para los historiadores del futuro- es la devastación del tejido narrativo que conforma el espíritu de la ciudad. Los exterminadores saben que para herir mortalmente hay que exterminar la memoria y la capacidad de relato. Cuando los conquistadores antiguos hablaban de no dejar "piedra sobre piedra" en las ciudades asediadas se referían, también, a todos los documentos escritos que procuraban la continuidad de una población. Como aventajados discípulos modernos, los nazis llevaron esta lógica a sus últimas consecuencias en Varsovia, al destruir no sólo los edificios, sino también las bibliotecas, los archivos y los planos arquitectónicos: no querían que los moradores espectrales de Varsovia hablaran del pasado o tuvieran algún futuro.

Pero se puede destruir el tejido narrativo de una ciudad con la simple liberación del sectarismo de las mayorías. Las minorías, que a veces constituyen lo más rico de una sociedad, se asfixian rápidamente, y en silencio. No demasiado lejos de Damasco, en Alejandría, haces unos años, quise visitar la casa del poeta Constantino Cavafis. Después de múltiples intentos llegué a un piso sórdido en un edificio en lamentable estado de conservación. Allí nadie sabía quién era Cavafis pese a que Alejandría no había poseído ningún poeta moderno que la exaltara como él, eso sí, en griego. Pregunté, precisamente, por el gran barrio griego del que habían hablado escritores como Lawrence Durrell, o el propio Cavafis. Nadie había oído hablar de un barrio griego. Luego me informaron que Nasser, durante la "arabización" en los años cincuenta del siglo pasado, había poblado con inmigrantes árabes el antiguo barrio de Cavafis. Ya casi nadie hablaba griego en Alejandría. Media centuria había bastado para erradicar una cultura de dos milenios.

Es verdad que ahora lo más inmediato es la guerra y la sangre. Puedo imaginar el horriblemente caluroso verano damasceno bajo el estigma del terror. O no puedo, porque para imaginar este tipo de cosas se necesita el siniestro alimento de la visión cotidiana de los hechos. Pero a los hombres sí podemos evocarlos, y estos días me he acordado muchas veces del amigo que me enseñó por primera vez la Gran Mezquita. Era musulmán pero estaba enamorado de esa tolerancia religiosa que caracteriza a Damasco. Experto en el zoroastrismo, su héroe principal no era ni Jesucristo ni Mahoma sino Zoroastro, el gran mago. No sé si sigue con sus anécdotas y leyendas.

Al escuchar el fragor de la metralla y de las bombas muchos habitantes de Damasco deben dirigir la mirada con aprensión hacia el más elevado de los minaretes de la Gran Mezquita, no sea que aparezca el Mesías para anunciar el Juicio Final. Que no aparezca. Al menos todavía, para que muchos otros, en el futuro, puedan volver a escuchar esta historia.

El País, 29/07/2012

 



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29 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Libertad para matar

Hay un debate muy polarizado sobre el derecho a poseer y portar armas en Estados Unidos. Estalla cada vez que se produce una matanza como la que perpetró James Holmes en un cine de Aurora (Colorado). También, en cuanto se presta atención a la guerra que mantienen los ejércitos del narco en México con armas de asalto compradas en su inmensa mayoría en el país vecino. Menos atención merecen las armas en la violencia cotidiana, aunque alcanza unas proporciones alarmantes. La tasa de homicidios con arma de fuego es la más alta entre los países desarrollados: 80 muertos al día.

Hay un arma por cada ciudadano: 300 millones en total. Más que Yemen, segundo país en el mundo en número de armas por ciudadano. El arsenal doméstico crece constantemente, pero como la riqueza: cada vez más en menos manos. En 1973 había un arma en uno de cada dos hogares; ahora en uno de cada cinco. Épocas ha habido de mayor control y otras más laxas. Ahora estamos en una de estas, gracias a la acción del grupo de presión que se constituye alrededor de la Asociación Nacional del Rifle. Todo da facilidades a los asesinos. Hay 78.000 vendedores, 26.000 tiendas y multitud de ferias donde se venden armas sin restricciones: Las Vegas Sands, de Sheldon Adelson, acoge una de las mayores. Hay controles, claro, pero escasos y débiles, a cargo de la Oficina para Alcohol, Tabaco, Armas y Explosivos, con sus 2.500 agentes, insuficientes para un mercado tan extenso. La revocación de una licencia, normalmente por venta a criminales, tarda 15 meses de promedio en hacerse efectiva. Solo el 20% de las tiendas se inspecciona anualmente. Según el Journal Sentinel, ?las instituciones federales de control raramente revocan una licencia, y cuando lo hacen, los vendedores rápidamente eluden la suspensión mediante un amigo, un pariente o un conocido que obtiene una licencia nueva?. Este diario de Milwaukee ha localizado a 35 vendedores revocados que siguen trabajando en conexión con una clientela criminal. El fundamento de esta deriva es la interpretación de la segunda enmienda de la Constitución americana: ?Siendo necesaria una milicia bien regulada para la seguridad de un Estado libre, no deberá limitarse el derecho de la gente a poseer y portar armas?. Para los jueces progresistas es un derecho subordinado a la pertenencia a un cuerpo armado estatal, y un derecho individual inviolable para los conservadores. Los dos candidatos presidenciales, el titular Obama y el aspirante Romney, prefieren ocultar sus preferencias, aunque el primero las prohibiría si pudiera y el segundo legisló en contra cuando fue gobernador en Massachusetts. El debate afecta también a la libertad de los Estados federados para legislar sin interferencia del Gobierno federal. Pero el mercado libre conviene sobre todo a los fabricantes, los vendedores y los asesinos.



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28 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De eso ni hablar

Alguna vez he hablado con poetas de puntos particulares de su creación, y he encontrado una impaciente pulsión explicadora referida a sus metáforas y alegorías. Y siempre acabo por pensar que aún peor que una obra de arte quiera decir algo, es que el artista lo diga. A los poetas y novelistas explicadores trato de explicarles que una obra ya dice, pero que si además quisiera decir, se trataría en todo caso de algo que no se puede definir ni acotar, sin ocasionar una pérdida estúpida y lamentable, porque ese algo ya no tiene que ver con el autor ni sus intenciones, no le pertenece ni le incumbe, por más sabedor y poseedor de las claves que sea. Lo más valioso de cualquier creación es precisamente su virtualidad de legitimar reverberaciones no escritas, pintadas ni explicadas. La mayor cima creadora es la alegoría que camina no vista, comprendida, ni sospechada por nadie. Por lo demás, todo es alegoría y es vano. Todo nos representa a nosotros y a nuestro destino inane. Estas líneas están sugeridas por el artículo de Patricio Pron, nuestro comentarista con más visión literaria, sobre la hipótesis alegórica. La discrepancia al fijar el sentido habla de una alegoría que no se deja fijar, una alegoría lograda, una que ya no lo es, su recto sentido tiene infinitas paralelas y está en todas ellas.


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28 de julio de 2012
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IV. El filo de guillotina que es el destino

Nadie puede librar su cabeza de ese péndulo con filo de guillotina que es el destino. "Una revolución no se discute, se hace", proclama Víctor Huges, y eso es lo que hemos venido escuchando desde siempre. No hay revoluciones moderadas porque entonces no serían revoluciones verdaderas. Las revoluciones son radicales por naturaleza, porque tienen que cortar todo de raíz. ¿Y después?
El siglo de las luces es una novela deslumbrante sobre el poder, y sobre las mutaciones del individuo cuando el ideal se convierte en poder. Los juicios de Carpentier sobre la naturaleza de ese poder se vuelven intemporales, y cubren el pasado lo mismo que el presente. Hay en ellas un principio ético, un espíritu de libertad, una dimensión crítica que no pueden ser soslayados. Es la literatura la que habla por él. Sus novelas son sus juicios. Y no puede haber excepciones.
No hay que olvidar lo que él mismo dijo acerca de ora novela suya, que también es un estudio sobre el poder, El reino de este mundo: "lo real maravilloso forma una perspectiva más de la historia, no es necesariamente una ficción". Es la historia transmutada en ficción. La realidad nunca miente, ni dentro de una novela. Y tanto la historia como la ficción funcionan para crear un arquetipo inmutable, y una gran alegoría del poder.

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27 de julio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un mundo sin El Asad

Pronto caerá el quinto, el más joven, sanguinario y duro de pelar. El único civil, ajeno al oficio de las armas. El único también que no llegó al poder en circunstancias violentas o fruto de un golpe de Estado. Los dos primeros cayeron fácilmente: Ben Ali, el ambicioso policía que desplazó a Habib Burguiba, en un golpe palaciego en 1987, aguantó 28 días desde que empezaron las manifestaciones; Mubarak, que sucedió a Sadat a su muerte en atentado en 1981, fue todavía más débil en su resistencia de 18 días. Mayor fue la resistencia de Gadafi, en el poder desde 1979, y el yemení Saleh, presidente desde 1978: el primero perdió el poder a los seis meses, y la vida, linchado por los rebeldes, dos meses más tarde y con una guerra civil por medio; el segundo tardó trece meses en ceder, después de un atentado y de caracolear en una negociación llena de engaños y fintas.

Todos cayeron cuando intentaban perpetrar idéntica jugada que la que llevó a Bachar el Asad al poder en 2000. Siria es la única república de la región donde se había producido una sucesión monárquica, aparentemente con éxito, y era el espejo en el que se miraban los clanes familiares presidenciales de los otros cuatro autócratas antes de su derrocamiento. Esos planes vergonzosos actuaron como un poderoso estímulo para las protestas que impidieron la instalación de neomonarquías bonapartistas en toda la geografía árabe. Cuando caiga El Asad no quedará ni un solo autócrata republicano en la región. La revolución que empezó en Túnez se los ha llevado a todos por delante. Si sigue la oleada, cosa nada clara, será en el territorio del despotismo monárquico, en demostración de la vieja teoría maquiavélica sobre las ventajas del príncipe hereditario sobre el príncipe nuevo: "En los estados hereditarios y acostumbrados al linaje de su príncipe hay menos dificultades en mantenerlos que en los nuevos, porque basta con no descuidar el orden establecido por sus antepasados e ir adaptándose a los acontecimientos según los casos" (El Príncipe). Ahí está una explicación para esos 18 meses de larga resistencia desde que empezaron las manifestaciones contra su régimen el 26 de enero de 2011. Ha sido un buen discípulo de su progenitor en la represión de las protestas, hasta igualarle en crueldad e intensidad aunque quizás todavía no en el número de víctimas mortales. A Hafed el Asad se le atribuyen 20.000 víctimas mortales en el asalto de la ciudad de Hama en 1981 y el balance actual del año y medio de protestas ronda los 18.000. Pero no ha sido capaz de mantener los equilibrios del orden autocrático que le legó su padre ni adaptarse a los acontecimientos, a pesar de su juventud, su condición civil y su formación cosmopolita en Reino Unido. Bachar ha actuado como Hafed pero en un mundo y una época distintos. No le han faltado los buenos consejos para que abriera el camino a las reformas y a una transición democrática, principalmente por parte de Turquía, país que fue amigo y aliado hasta que empezaron las protestas. El joven oftalmógolo prefirió el camino de las trampas y de la tergiversación en vez de encabezar la oleada del cambio. Poco se conoce de las interioridades del régimen, por lo que hay escasos datos que ayuden a comprender su actitud ante las revueltas. La única aproximación posible, de momento, es la inversa: explicar la dureza resistente del régimen y su actual hundimiento a partir de los múltiples intereses geoestratégicos que sirvieron al estatus quo en Siria. El mayor hecho diferencial respecto a las otras dictaduras caídas de la Siria de los El Asad, padre e hijo, es la centralidad geoestratégica ausente en todos los otros países. Siria forma parte de la geometría de influencias de Turquía, Irán y Rusia, con Líbano bajo su tutela, se halla en el punto de mira de Arabia Saudita y Catar, y mantiene una paz armada con Israel. Ninguno de los cuatro dictadores caídos se llevó a su país por delante. Ni siquiera la Libia tribal va a quedar dividida. No está claro en cambio en el caso de Siria, sometida a un formidable impulso centrífugo. La caída del régimen, ahora descontada, se ha cobrado un carísimo peaje en víctimas, en desplazados y en destrucción de viviendas e infraestructuras, pero seguirá pasando elevadas facturas, que pueden alcanzar incluso a la existencia del país y a su integridad territorial hasta extenderse a la estabilidad de la región. No sabemos cómo será Siria sin El Asad, pero tampoco como serán la región y el mundo sin las dictaduras árabes, esa especie que ahora se extingue con su último y más cruel retoño.



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26 de julio de 2012
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Electra sin los dioses

Electra es, junto a Medea, Antígona o Fedra, una de las heroínas que más ha inspirado a los dramaturgos posteriores a la tríada de grandes trágicos griegos.

Por hablar sólo del siglo XX, autores como Eugene O´Neill, Hugo von Hofmannsthal, Jean Giraudoux, Jean-Paul Sartre, Marguerite Yourcenar o Virgilio Piñera volvieron al fundamento de los trágicos helenos para reelaborar, cada uno a su modo y tomando como modelo principalmente a Sófocles y a Esquilo, el personaje de la atribulada princesa y su contexto.

     Al escribir la obra ahora estrenada en el Teatro Romano de Mérida partí con amplia libertad de concepto y forma de la variante argumental de Eurípides, desarrollando una tragedia familiar que rememora hechos de la antigüedad sin perder resonancia en nuestra conciencia contemporánea. Junto al personaje titular de la atribulada hija de reyes movida por un impulso moral superior al de la venganza, late el espíritu de la casa de los Atridas afectando a los demás protagonistas, Orestes, Clitemnestra, el Ayo o el labrador al que he llamado Alceo, que introducen un elemento cómico.

     Corifeos y dioses han desaparecido de esta Electra, en la que el ansia de justicia, la lucha del poder, las diferencias sociales, la mentira y un profundo amor a veces malsano constituyen la trama celeste de un mundo de criaturas terrenas.

 

Foto: Jero Morales

 

Foto: Jero Morales 

 

La obra teatral Electra estará en cartel en Mérida hasta el domingo 29 de julio, dirigida por José Carlos Plaza e interpretada, en los principales papeles, por Ana Belén, Julieta Serrano, Fran Perea, Carlos Alvárez-Novoa y Juan Fernández.

 

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26 de julio de 2012
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¿Fiesta con anfetaminas? Crisis sistémica y ofensa a sus víctimas (II)

La amalgama,  deliberada o no,  entre denuncia del funcionamiento en un momento y un país concreto del sistema de mercado ( denuncia  hipócrita  o ciega si no se dice que es el mercado mismo es el que adopta tales epifanías) es una ofensa que se viene infringiendo  desde hace años a los trabajadores griegos,  pero también a las víctimas de la descomposición del sistema a la que asistimos en nuestro país

Las primeras  noticias    sobre  la posibilidad de  que el Fondo Monetario Internacional condenara a Grecia a los arcenes del sistema económico de libre mercado coincidían en fecha con  la cita   de "Le Monde" que encabezaba la anterior columna. Las consideraciones sobre España ocupan ese domingo 22 de julio la editorial en primera página  del prestigioso  diario.  La tribuna constituye en principio una crítica de las medidas adoptadas  por el gobierno español para intentar   reconducir la economía. Se afirma así que los recortes en educación,  que comprometerían el futuro de generaciones, son una  injustificable concesión a unos mercados desagradecidos.

Pero el estilo general del escrito no permite  claramente discernir entre carencias del propio sistema, irresponsabilidad de los políticos y actitud del pueblo español, víctima de ambas. Y en un tono paternalista se apela a una Europa que debe ayudarnos a reencontrar la senda de la cordura, olvidando que el sistema social imperante en esa Europa es el que ha llevado a esta locura pretendidamente propia. Trnscribo de nuevo:

" El país paga hoy por sus años de locura[...]La purga durará años[...] Europa ya ha faltado a su deber dejando que España se embriague en un decenio de artificial crecimiento[...]Europa no debe cometer dos veces el mismo error dejando al país perderse como en sus años de fiesta con anfetaminas. No hay que abandonar España a su suerte"

La última frase no estaba citada en la anterior columna  y desde luego es obligación de cualquiera, español, griego, irlandés  o simplemente un ciudadano con sentimiento de dignidad alzarse frente a la misma: España no necesita ayuda para plegarse obedientemente a las reglas de juego de un sistema que día tras día incrementa en toda Europa (Alemania comprendida) el desarraigo social, el embrutecimiento y la barbarie. España, como Francia, necesita en todo caso ayuda fraterna para encontrar una alternativa viable a ese sistema, es decir para construir un orden social en el que la realización del ideario de la revolución francesa no sea una promesa eternamente diferida. 

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26 de julio de 2012
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Vuelva usted mañana

El significante a menudo se contagia de su significado. Dices artesano, por ejemplo, y una pátina opalescente se extiende sobre las sílabas hasta visualizar la figura de quien sopla el cristal o enfila bordados. De igual forma, al pronunciar payés, conectas con la imagen de la siega y el tractor, y con la resignada paciencia de quien al amanecer anticipa el capricho de las nubes. Incluso al fijar el significado de periodista, emerge un afilado perfil parecido a una navaja multiusos. Pero con funcionario, una flojera de piernas invade tu campo semántico. Porque la cultura de la insidia se ha cebado con el término desde aquellos tiempos en los que el «Vuelva usted mañana» de Don Mariano ilustraba la quintaesencia de un país vago, indolente, ineficaz. Existen pocos vocablos tan antipáticos para definir un estatus laboral, por lo que creo que parte de su mala fama se debe a la propia palabra: una traducción literal del francés ?fonctionnaires? que se introdujo con el Estado liberal, en el XIX. Su razón de ser consiste en «hacer funcionar» un modelo administrativo, y aunque en algunos lares se utilice servidor público como sinónimo, a menudo se invierten los papeles, convirtiendo al ciudadano en servidor y al funcionario en demandante intransigente. Y es que hace tan sólo un año hubiera sido impensable escuchar ese baño de compasión en la calle, ese «¡pobres funcionarios!».  En España, sus connotaciones negativas proceden del retrato robot de un ser perezoso y apático que alarga el cafelito de la mañana, se muestra impertinente desde su ventanilla y a la hora en punto se levanta de su silla aunque arda Roma. Pero, además de los oficinistas, el 43% de los funcionarios tienen otro apellido profesional: médicos, profesores, bomberos o policías. La mayoría ha conseguido su plaza por méritos y con transparencia, mediante oposiciones; y a muchos de ellos además del sueldo les mueve la vocación. Sus reivindicaciones no han estado tan acotadas a la defensa de sus estatus como a denunciar las carencias y trabas que imponen los recortes. La media española, en relación con la UE, no es desproporcionada ni en número de funcionarios ni en sus sueldos. Sí lo es, en cambio, la percepción ciudadana de que emanan un sudor disolutivo. Allá los veneran, aquí hasta ahora eran detestados, aunque a menudo como efecto de una exagerada metonimia: la parte por el todo. Porque no son ellos, en verdad, los que atropellan el presente detrás de su mesa, sino la maldita burocracia, esa carga que asciende a 46.000 millones de euros, el 4,65 % del PIB, dispuesta a convertir, en plena era digital, cualquier trámite en sudoku. Y que no recortan. (La Vanguardia)

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25 de julio de 2012
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III. Sueños imposibles, sinos trágicos

¿Es un proceso que tiene fin, o se trata de una repetición dialéctica hasta la eternidad, sin síntesis posible? ¿Son las utopías sueños imposibles porque están hechas por seres humanos imperfectos? ¿Puede surgir la perfección de la imperfección? Sí, las revoluciones son hechas por seres humanos y por tanto, condenadas a la imperfección, es hasta ahora la única lectura posible. Los seres humanos que no pueden librarse del orgullo, la arrogancia, el sectarismo ideológico, la ambición capaz de llevarlos al crimen para mantenerse en la cima. Esa dialéctica fatal no puede dejar de repetirse en la historia, es la lección de esta novela. Las reglas del poder son milenarias y funcionan lo mismo bajo cualquier sistema como queda explícito en los dramas de Sófocles y en los de Shakespeare, bajo las tiranías griegas o bajo el feudalismo, bajo la revolución francesa o bajo la revolución cubana, o la fenecida revolución nicaragüense.
No libra Carpentier a las revoluciones de su sino trágico. Las revoluciones son deidades mudas, como la guillotina embozada que navega en las aguas del Caribe sobre la cubierta de un barco, en viaje desde las costas de Francia hacia las Antillas, traída por Huges. La guillotina es el símbolo del poder total, el instrumento de ajuste de cuentas para crear el orden nuevo que necesita librarse de estorbos: traidores, contrarrevolucionarios, espíritus dudosos, tibios, sin suficiente fe en la causa, que por eso mismo se convierten en un peligro.

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25 de julio de 2012
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El Boomeran(g)
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