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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Preferiría no responder

 
 
 

Margo Glantz llama “Moscas” a una serie de mensajes que recibe en su cuenta de Twitter.  Lamentablemente, yo he comprobado que esos mensajes proliferan como las cucarachas. A la menor provocación se reproducen con una prisa repugnante.

 

He resistido la invitación repetida a abrir una cuenta en Twitter. No porque prefiera no responder para evitar prolongar la conversación; sino para defender, precisamente, la conversación. No sólo en español, pero en español con saña mayor, la violencia adversarial de los comentaristas es el refugio de las bajas pasiones.

 

Todavía algunos venimos de los tiempos del correo. Leíamos con admiración a De Quincey en “El coche de correo inglés,” y creíamos que el cartero era la última encarnación de Hermes. Por eso, al no aceptar que el mensaje electrónico sustituya a la carta, pusimos a prueba la amistad: dejamos de escribirnos para no rebajar la charla.  Se decía que las amistades inglesas empezaban suprimiendo la intimidad, dejaban de lado las emociones, y terminaban abandonando la frecuentación. En cambio, hoy se podría decir que la cháchara electrónica es antihigiénica: fomenta la promiscuidad, promueve la desinformación, atenta contra la salud pública.  

La germanía  y la algarabía tenían su gracia robusta; Sancho Panza posteaba inocentes lugares comunes.  La tuitería, por el contrario, suele ser casual, redundante y brutal. Ni siquiera es una forma popular del rebajamiento de la cultura letrada; es parte de la sobreproducción no degradable de la tecnología residual.

 

Esta licencia contra-comunicativa prolifera también en las secciones de comentarios que los periódicos y las bitácoras rinden a sus lectores. Claro que algunos protocolos vigilan la civilidad relativa de los comentaristas abusivos. Pero, ¿serán reales los comentaristas cuya identidad es un seudónimo de batalla? Debo reconocer que resulta fascinante el horror del habla de algunos neo-bárbaros. Su violencia nos hace preguntarnos,  ¿cómo sería su país si ellos gobernaran?  El protocolo debería exigirles mostrar la mano tras la piedra.

 

Por lo demás, todos los días un escritor de provincias se siente urgido a enviarte su novela completa por correo electrónico. Imposible acusar recibo sin someterse a las promesas de amistad eterna y  correspondencia perpetua.  

 

Pero lo peor del mal uso de la tecnología comunicativa no es la pérdida de los hábitos del diálogo, que debería empezar dando identidad a los hablantes en el valor del lenguaje; lo peor es el deterioro de la racionalidad social, dada la violencia del descreimiento como principio comunicativo. En pocas líneas, esos mensajes propagan las resignaciones del desvalor.

 

Una de las causas de la crisis actual es, en efecto, la pérdida del valor del lenguaje. La tecnología tendría que mejorar la comunicación, que es el  camino a recuperar más de una opción, más allá de la ideología dominante de verdad única, banca única, y amarga mayoría.

 

Las opciones ajenas a esos extremos, deberían estar en los espacios  mediadores de una razón, más o menos, ardiente.

 

 

 

 

 

 

 

 



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10 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los tres simios místicos

Sobre la puerta del venerado santuario de Tōshō-gū, en las afueras de Nikkō, en Japón, el escultor Hidari Jingorō realizó en el siglo xvii la más célebre -e imitada- reproducción de los llamados "tres simios místicos", Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, cuyos nombres significan no ver, no oír y no decir. Provenientes de una antigua leyenda de origen chino, retomada luego por la tradición confuciana, se les asocia con un modelo ideal de conducta que conmina a no ver, no oír y no decir el mal (en otras representaciones, un cuarto mono, Shizaru, explicita el precepto de no hacer el mal). Como suele ocurrir cuando un icono transita de una cultura a otra, en Occidente los tres monos hoy simbolizan a sus contrarios: quienes no quieren ver ni oír el mal, aunque esté frente a ellos, y quienes prefieren callar antes que reconocer sus errores.

            El México de las últimas semanas parece el reinado de estos tres simios indiferentes y obcecados, incapaces no sólo de ver u oír el mal que ellos mismos han perpetrado, o de referirse al que contamina hasta los últimos rincones de nuestra sociedad, sino de aceptar otra concepción del mundo que la propia, como si en vez de ser políticos humanos fuesen los infalibles dueños de la Verdad. Cada uno de ellos, así como las hordas que los glosan y veneran, defiende una posición única y excluyente, ciega, sorda y muda frente a las ideas de los otros, provocando que quienes no somos sus fervientes o interesados servidores -la mayor parte de los ciudadanos- estemos obligados a observar como guerrean mientras el país se desangra sin remedio.

            Peña Nieto no ve el mal por ninguna parte. Para él, como para sus comparsas en la prensa o el Tribunal Federal Electoral, México es una democracia perfecta e impecable, donde no sólo no hay lugar para manipulaciones y fraudes, sino donde ni siquiera es válido albergar la menor duda sobre la eficacia o la transparencia de nuestras instituciones. Escudados en una legalidad defectuosa -y en las torpezas jurídicas y retóricas de sus enemigos-, Peña y sus adláteres se muestran como amos absolutos del país. Quienes los cuestionan no merecen sentarse a su mesa: son perversos o totalitarios, falsos demócratas y malos perdedores. Que numerosos ciudadanos cuestionen sus métodos, señalen sus vicios o exhiban sus turbiedades les tiene sin cuidado. La legitimidad les pertenece y lo demostrarán como les plazca. Para ellos, no vale la pena reconocer la diversidad o llamar a la reconciliación: los integrantes de YoSoy132 y las huestes de AMLO son radicales desquiciados y lo mejor es fingir que no existen. No mirarlos.

            López Obrador, lo sabemos, nunca escucha. Siente que él encarna la voluntad de todos los oprimidos, de todos los vejados por el sistema. Aunque su diagnóstico sea certero -al país lo manejan y exprimen unos cuantos-, su solución sólo pasa por él mismo. Odia que lo llamen redentor, pero pontifica como uno, convencido de que sólo él posee la entereza moral para denunciar a los malhechores y los corruptos. Señala, insulta y descalifica como si, por una revelación o un milagro, sólo él tuviese acceso al auténtico ánimo del pueblo. Con sus argumentos, ninguna democracia en el mundo sería legítima, pues en todas los ciudadanos son manipulados por los medios y los poderosos. Obcecado, se presenta como un padre que no confía en las -malas o pésimas- elecciones de sus hijos. Afirma que las votaciones no fueron libres, pero al hacerlo desprecia la inalienable libertad de los electores a equivocarse. Y lo peor: la única voz que escucha es la que resuena en su interior.

            Calderón, por su parte, calla. En el mensaje con motivo de su último informe de Gobierno -diseñado, como en la época priista, para su lucimiento sin freno y el apapacho de sus incondicionales-, no importó nada lo que dijo, el inagotable torrente de alabanzas que se dirigió a sí mismo y a sus colaboradores, sino lo que no dijo, lo que no se atrevió a decir. Su silencio frente a los muertos generados por su desastrosa guerra contra el narcotráfico fue lo más significativo. Lo mismo eludir que México fue el único gran país latinoamericano donde aumentó la pobreza. El que después de machacarnos sin fin con su estrategia contra el narco le haya dedicado tanto tiempo al seguro popular, acaso el único mérito de su gestión, es prueba de que su silencio fue intencional. Tras dejar a México en la mayor debacle social de su historia reciente, y de que su partido perdiera estrepitosamente las elecciones, Calderón niega cualquier yerro y cierra la boca.

            Una cosa es segura: mientras Peña y los suyos sigan sin ver a sus opositores, mientras López Obrador y los suyos sigan sin escuchar a quienes no piensan como él, y mientras Calderón y los suyos sigan resistiéndose a hablar de sus fatídicos errores, México no sólo permanecerá quebrado y dividido, sino condenado a los tropiezos que provoca la ceguera, el aislamiento que sufren los sordos y el miedo que resulta del silencio.  

 

twitter: @jvolpi



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9 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Michelle Bachelet en Cornell

 
Días atrás una amiga del programa de literatura francesa me sorprendió contándome que estaba muy entusiasmada con la charla que Michelle Bachelet daría este miércoles en Cornell. Acostumbrado a las ferreas políticas de la identidad de los campus norteamericanos (los medievalistas van a las charlas de los medievalistas, los postestructuralistas a las de los postestructuralistas), me llamó la atención que la ex-presidenta chilena cruzara tan fácilmente esos límites. La tarde de la presentación, al descubrir que había un lleno completo en el Statler Auditorium (casi mil personas) y que los asientos no solo estaban ocupados por hispanos (como suele ocurrir cuando políticos latinoamericanos visitan Cornell), concluí que Michelle Bachelet era una estrella global a toda regla.

Después de algunos problemas con el micrófono, la ex-presidenta Bachelet fue presentada para dar la anual Bartels World Affairs Lecture, uno de los eventos más prestigiosos de Cornell (entre sus invitados de mayor calado se encuentra el Dalai Lama). Bachelet ingresó al escenario vistiendo un tan simple como elegante conjunto rosa, fue recibida con una sonora ovación, y comenzó su charla. El tema era "Mujeres en el nuevo paradigma del desarrollo". Estoy seguro de que la mayoría de los asistentes hubiera querido escuchar una historia de vida, la forma en la que una mujer de clase media de apariencia tan tranquila se convirtió en una carismática líder política, pero Bachelet, muy al tanto de la seriedad de la Bartels Lecture, se puso académica.

La charla sonó demasiado preparada al comienzo: Bachelet se puso a recordar los nombres de algunas mujeres estudiantes de Cornell que, un siglo atrás, habían luchado por los derechos de las mujeres. Luego habló con convicción de la situación actual, y reconoció la importancia de que los hombres pelearan junto a las mujeres en la lucha contra la discriminación. Hubo muchas estadísticas acerca del progreso de las mujeres (menos del 10% son jefes de gobierno, menos del 4% dirigen grandes conglomerados empresariarles) y una insistencia en la necesidad de que se crearan leyes temporales para igualar oportunidades o al menos lograr que los desniveles no fueran abrumadores (un 30% de puestos en los parlamentos debería reservarse a mujeres, dijo; solo 33 países cumplían ese objetivo)   

Bachelet demostró que su trabajo como subsecretaria general de ONU Mujeres le ha dado dividendos: sus ejemplos provenían de Libia, Tunez, Afganistán. La única vez que habló de América Latina fue para mencionar el momento especial del continente, con tres mujeres presidentes; esa mención le permitió una de las escasas bromas de la charla: "quizás los Estados Unidos debiera seguir ese ejemplo", dijo, ante las risas y el aplauso general.

Bachelet contó alguna anécdota de su vida, pero se negó a revelar mucho de la mujer detrás del personaje político. Tampoco dejó el más mínimo espacio para especular acerca de su posible retorno a la política chilena como candidata presidencial en un par de años; la que vino a Cornell era una comprometida funcionaria de una organización global. Hubo algunos desilusionados ante tantos números y tan poca confesión, pero lo que quedó en general fue la admiración. Eso, sin embargo, no fue todo. En los descuentos, a la hora de las preguntas, hubo tiempo para la revelación más importante de la tarde. Los estudiantes que se acercaron a hablar ante los micrófonos parecían intimidados; se hacían nudos y terminaban soltando largas parrafadas inconducentes. Cuando una mujer de la India comenzó a dar algunos datos de la situación en su país, Bachelet la cortó con un tajante: "Lo sé todo". En una universidad Ivy League como Cornell todos creen saberlo todo, pero esa frase no solo calló a la india; también levantó murmullos en el auditorio. Esa mujer de apariencia bonachona escondía un carácter firme. Uno podía entender que detrás de las estadísticas había alguien con la fuerza suficiente como para imponerse en el despiadado mundo de la política.  

(revista Qué Psa, 8 de septiembre 2012)



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8 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Mormón avanza

"Todavía no tenemos un presidente mormón en Estados Unidos y quizás no lo tengamos nunca, pero nuestros presidentes son cada vez más receptivos a la sensibilidad mormona, más de lo que podría esperarse de un movimiento religioso que representa tan solo un dos por ciento de nuestra población".

Estas frases son del crítico literario Harold Bloom, escritas hace veinte años en un libro singular e imprescindible para entender EE UU, que lleva por título La Religión Americana (Taurus). Es una buena lectura para quienes estén todavía sorprendidos de la nominación de un obispo mormón como Mitt Romney como candidato republicano a la presidencia.

Deberán darse prisa. Los dados no están jugados, y aunque Obama corra con aparente ventaja, Romney puede colmar la intuición apenas formulada hace 20 años. Bloom ha escrito más recientemente que, incluso si gana Obama, "se habrá establecido un precedente crucial". Si nos atenemos a sus teorías sobre el mormonismo, cabría observar como un hito normalizador de la vida política americana que un mormón llegue a la Casa Blanca como lo fue la del católico Kennedy en 1961 o la del afroamericano Obama en 2009. En el caso de la Iglesia de los Santos del Último Día, que tal es el nombre de la confesión, la normalización sería mayor, puesto que, según Bloom, es una de las dos sectas religiosas genuinamente americanas, hasta el punto de que las considera variantes de lo que denomina la Religión Americana. Se trata de un cristianismo sin cruz, que diviniza al individuo y adora a un Jesús resucitado y victorioso, profundamente americano, hasta el punto de que en la revelación mormona se incluye una estancia en América con una repetición del Sermón de la Montaña.

Es verdad que el gran crítico literario, profundamente enamorado del talento religioso ?y poético puntualiza? del fundador de la Iglesia del Mormón, su profeta Joseph Smith, más tarde ha modulado su entusiasmo y ha señalado una pérdida del valor original hasta convertirse en una secta protestante más. Sus actuales dirigentes, entre los que se encuentra Romney, son "indistinguibles de las oligarquías plutocráticas seculares que ejercen el poder".

Esta objeción se suma a las críticas contra Romney como candidato de los más ricos y desvía la atención de los prejuicios clásicos contra los mormones, incluso los que sostenían sus más directos competidores en la apropiación religiosa de Estados Unidos, esos baptistas sureños que dudan de su cristianismo, sospechan de su renuncia hace más de un siglo a la poligamia, y se irritan ante la opacidad de su funcionamiento, doctrinas y ceremonias, de acceso prohibido a quienes no pertenecen a la Iglesia. Como señala Bloom, mormones y evangelistas cada vez se parecen más. Y no hay duda, su partido, el partido de la Religión Americana, es el republicano. (La más reciente demostración de la identificación entre la Religión Americana y el Partido Republicano la proporciona el Pew Research Center en su encuesta de esta pasada semana).



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8 de septiembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El protagonista inesperado

Ha bastado un verano para que irrumpiera en la escena un personaje inesperado. Entra pisando fuerte y con voz potente en nombre de un país al que tampoco se le esperaba. Es Mohamed Morsi, presidente de Egipto, en ejercicio desde el 30 de junio, y capaz en dos meses de cambiar el paso a todos, al ejército dentro de su país, y a los aliados de los últimos 30 años, Estados Unidos e Israel, en la escena internacional.

Los cambios anotados en las agendas afectaban a las presidencias de Rusia, Francia, Estados Unidos y China. Para el año 2012 no estaba mal. Pero la única noticia presidencial sustanciosa no corresponde a ninguna de las actuales o antiguas potenciales mundiales, sino a una potencia regional en ascenso, que ni siquiera creía hasta ahora que podía jugar como tal. Se la esperaba, pero para mucho más tarde.

Egipto, con 70 millones de habitantes y unas proyecciones demográficas que casi duplican su población para mitad de siglo, tiene todos los comodines en la mano para convertirse en un actor de la escena internacional, y sobre todo regional, a la altura de Turquía, Irán o Arabia Saudita. Es el mayor país árabe, controla una vía de comunicación estratégica como el Canal de Suez y es la pieza en la que se asienta la estabilidad de la zona gracias a su tratado de paz con Israel y a la dependencia de su ejército de la ayuda militar americana. Su súbito protagonismo exterior es inesperado por dos razones. Primero, por las dudas respecto a su torturada transición política, suscitadas por las relaciones competitivas entre dos fuerzas formidables: un ejército cuyo control sobre la economía real puede alcanzar al 30 por ciento del PIB; y una fuerza religiosa, los Hermanos Musulmanes, de profunda implantación social y amplio predicamento religioso y moral. Segundo, por la envergadura de las dificultades internas, empezando por el pésimo estado de su economía y sus finanzas.

Aunque poco se ha resuelto de la segunda, la entrada de caballo siciliano de Morsi en la presidencia ha zanjado la primera. El nuevo y primer presidente civil de Egipto ha jugado muy fuerte y ha ganado, aparentemente de forma ya definitiva, la partida entablada con el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas. El mariscal Tantaoui, hombre fuerte de la continuidad militar y de la preservación de los tratados con EE UU e Israel, que pretendía tutelar la transición y al nuevo presidente, ha sido sustituido por un militar mucho más joven y próximo a los Hermanos. Las declaraciones constitucionales y los decretos emitidos por los militares que limitaban los poderes de Morsi han sido anulados. Los jefes del espionaje y la guardia presidencial han sido sustituidos. El presidente tiene en sus manos todos los poderes, ejecutivo, legislativo e incluso el constituyente, pues controlará la redacción de la nueva carta magna. Solo se le escapa el judicial.

El miedo a la dictadura se ha invertido. Mientras Tantaoui era el hombre fuerte, lo suscitaban los militares. Ahora, con tantos poderes en manos del presidente civil, viene de los islamistas. También la represión ha empezado a cambiar de lado. Primero fue la censura militar, pero ahora es la gubernamental e islámica la que amenaza. Es pronto todavía para diagnósticos definitivos y no todo pertenece al mismo repertorio ideológico: algunos de los periodistas represaliados, detenciones incluidas, habían hecho apología de un golpe militar ante el avance de los peones islamistas.

Morsi, de otro lado, ha esbozado gestos de apertura, mínima, es cierto, en su consejo presidencial y en el gobierno, donde ha dejado alguna silla para las minorías: algún cristiano copto, también un salafista, una mujer? Y sobre todo ha demostrado mano de hierro frente al terrorismo en el Sinaí, con la astucia de que despliega al ejército para combatir a enemigos de Israel en un territorio de donde fueron expulsados los egipcios en la guerra de Yom Kipur y donde los tratados de paz solo daban un acceso limitado a sus militares.

La entrada del rais egipcio en acción como nuevo actor en el escenario internacional no podía darse con paso más firme y voz más diferenciada y potente. No ha elegido Bruselas y Washington para su primera gira internacional sino Pekín y Teherán, donde ha proporcionado la sorpresa de su condena pública al régimen sirio y la expresión de su voluntad de liderar la sustitución del régimen de El Assad. Egipto ya no pide permiso a Israel y Estados Unidos antes de tomar una decisión. Es una primera corrección práctica de los acuerdos de Camp David sin necesidad de negociación alguna.



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6 de septiembre de 2012
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No hay prioridad ontológica ni anterioridad cronológica de la ciencia natural sobre la metafísica

Poner el énfasis en el vínculo entre filosofía y ciencia natural como reiteradamente vengo haciendo aquí, puede ser causa de un gran malentendido, si no se precisa que la filosofía es algo más que meta- ciencia. No se trata en absoluto de decir que tras la práctica científica surgen problemas teóricos a cuya confrontación llamaríamos filosofía. Se trata precisamente de reivindicar una jerarquía contraria:
De las interrogaciones elementales que en toda sociedad y en toda circunstancia los seres de lenguaje necesariamente se formulan, surge la necesidad de análisis de fenómenos, descripción de los mismos, y eventual ordenación en conjuntos, a todo lo cual los griegos, especialmente desde Aristóteles designan con vocablos cercanos a nuestro término ciencia.
De la ciencia pueden surgir aporías, por ejemplo relativas a la coherencia de sus diferentes ramas, que no conciernen directamente a lo que se planteaba en el origen. En este caso la meta-ciencia no es (al menos directamente) filosófica. Mas también ocurre que la reflexión meta-científica enlaza directamente con lo que desde el origen se formulaba, y entonces estamos de lleno en la filosofía. Muchas veces he señalado que la práctica totalidad de la producción meta-científica de Einstein, en este caso meta-física, es puro retorno a los problemas de espacio tiempo, continuidad, cosmología etcétera que de forma más o menos ingenua ocupan a los seres humanos desde siempre (con traza de los mismos en las representaciones simbólicas o en los mitos religiosos), pero cuyo archivo de forma que tiende a ser conceptual se realiza en el mundo griego, precisamente bajo el nombre de filosofía.
Así el caso de Einstein reflexionando con el bagaje de su práctica científica y tras ella sobre ciertos principios cuya universalidad misma esta práctica obliga a replantear, es un ejemplo paradigmático de reencuentro de la ciencia con su origen, del cual pueden darse muchos otros ejemplos.

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6 de septiembre de 2012
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