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II. Buena cosecha

Hay ahora mismo una excelente cosecha de libros de crónicas periodísticas. La Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano ha reunido las mejores de Gabriel García Márquez en Gabo Periodista, por mano del puertorriqueño Héctor Feliciano, autor él mismo de un estupendo libro, El museo desaparecido, que trata de la conspiración nazi para robar obras maestras de los museos europeos. La novedad de este libro de crónicas de Gabo es que fueron elegidas por escritores y periodistas hispanoamericanos, y cada una trae una nota de quien la escogió. La publicación de esta magna opera es una cruzada que se llevará adelante por partes geográficas, y ya han aparecido las primeras dos, una en México, bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, patrocinada por el Fondo Nacional de la Cultura y las Artes (Conaculta), y la otra en Colombia, patrocinada por la Organización Ardila Lülle.
Darío Jaramillo Agudelo, poeta, narrador y musicólogo colombiano, entre muchos de sus títulos, ha reunido en Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara, 2012), 53 crónicas de 46 autores de diferentes países, piezas algunas de ellas premiadas, y sacadas en su mayor parte de revistas como Gatopardo, Etiqueta Negra, El Malpensante o Soho, porque el género de la crónica tiene mejor acogida hoy en revistas que en diarios, hasta que los diarios comiencen a aprender que su futuro está en los espacios que preste a este género de todos modos clásico, que floreció en tiempos del modernismo con escritores que eran a la vez periodistas, o viceversa.

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1 de febrero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La UE saca malas notas

No hay sorpresa. Los malos alumnos saben lo que les espera al final del curso. Eso sucede con la política exterior de la Unión Europea. A nadie puede extrañarle que suspenda las evaluaciones. Así ha sucedido con la tercera consecutiva que realiza el European Center on Foreign Relations (ECFR), el primer think tank paneuropeo, en su Scorecard o libreta de notas sobre las políticas exteriores de la Unión y de sus 27 socios, evaluadas tanto en su conjunto como cada uno de ellos. El tópico dice que la UE no tiene política exterior, y algunos piensan que no debe tenerla, al menos como la tienen China o Estados Unidos. Pero más allá del tópico, el Scorecard permite entrar en detalles y calibrar las dificultades para coordinar las políticas exteriores y construir una política exterior común tal como la establece el Tratado de Lisboa.

Este tercer cuaderno de notas, que hoy se publica, tiene una ventaja para nuestro mal alumno: los resultados de los dos anteriores fueron peores. El ECFR realizó su primera evaluación sobre 2010, con el propósito de que correspondiera precisamente al primer año de despliegue del Servicio Exterior Europeo (SEE) en aplicación del Tratado de Lisboa, y se encontró con una marginación de la política exterior precisamente cuando se suponía que debía producirse su despliegue. El alumno se hallaba distraído por la crisis del euro, decía el cuaderno de notas. Al año siguiente, la crisis ya le había afectado en sus capacidades: se hallaba disminuido. Este tercer año, que corresponde a 2012, los ?líderes europeos siguen dedicando más tiempo a la salud financiera de Europa que a su papel geopolítico?, mientras siguen declinando la imagen y el soft power o poder blando de Europa en el mundo y reduciéndose los recursos para defensa y política exterior. El único punto positivo de la evaluación es la consolidación y preservación del Servicio Exterior a pesar de la crisis, que según el ECFR es algo así como el acquis diplomático según el ECR, equivalente al acquis o caudal legislativo de la UE. Y que, lejos todavía de sus capacidades, el Servicio ha empezado a mejorar y a contar ?como un actor más significativo en 2012?.

El primer Scorecard que se haga en plena normalidad económica y financiera deberá dar una evaluación especialmente interesante, puesto que ?la mejora en los resultados de la política exterior depende en gran medida de la superación de la crisis y de la restauración del crecimiento y como consecuencia del incremento del poder económico europeo?. De momento, 2012 ha registrado la estabilización de la eurozona como resultado, principalmente, de la inyección de liquidez a los bancos europeos, del programa de compra de bonos en el mercado secundario por parte del BCE y de la marcha hacia la unión bancaria. El Scorecard hace notar, sin embargo, un aflojamiento preocupante en la determinación de los líderes europeos, empezando por Merkel, que se ha notado en cuanto la crisis se ha hecho menos aguda. Se perfila, además, una nueva amenaza con la aparición de una Europa de tres velocidades ?los que están en el euro, los que aspiran a estar y lo que no quieren estar? que tiene su punta de lanza en el referéndum de Cameron y la amenaza de salida británica. En cuanto a políticas concretas, las notas son ligeramente mejores en 2012 que en 2011 y el profesor asegura que el alumno presenta signos de ?estabilización y resiliencia?. Mejoraron las relaciones con Rusia y China, se mantuvieron en muy buen nivel con Washington e instituciones multilaterales, y de forma correcta con la Europa ampliada, Oriente Medio y África.

El Scorecard clasifica a los países respecto a las distintas políticas como líderes, remolones y entusiastas. Los tres líderes de 2011, Alemania, Francia y Reino Unido, lo son también en 2012, aunque disminuidos. Los tres grandes anotaban sus mejores actuaciones en casi una veintena de las 30 políticas evaluadas y no superan ahora la docena, mientras que les pisan los talones países de menor tamaño, como Suecia o Países Bajos. La evaluación señala también que ?el eje franco-alemán no actuó como conductor central de las iniciativas de política exterior en 2012?. Grecia encabeza el grupo de los remolones, en el que están Letonia, Rumania y España.

El Scorecard refleja la pérdida de peso de España en Europa y en el mundo, fruto del ensimismamiento desencadenado por la crisis, aunque no tiene instrumentos para recoger su dimensión más política. La política exterior española es la que ha sufrido un mayor recorte en su presupuesto, con especial impacto en la contribución al desarrollo y en aportaciones voluntarias a organizaciones multilaterales. La ausencia de protagonismo e iniciativa de un país de las dimensiones de España, que hizo aportaciones sustanciales a las políticas europeas desde la adhesión, es un hándicap más que lastra la política exterior común y contribuye al suspenso europeo. Si Europa va mal, España va mal; pero que España vaya mal no le hace ningún bien a Europa.



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31 de enero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La fragilidad de la ignorancia

Hay momentos en la Historia, como fue la mitad del siglo XX, después de la II Guerra Mundial, en que parece que ya se sabe todo. Se tiene ordenado el valor del arte, se tiene organizada la articulación familiar, se hallan en su sitio los partidos, la medicina se felicita tras el antibiótico y tanto los automóviles como los aviones se deslizaban sin miedo a chocar. De este tiempo se derivó una fuerte afirmación de la arquitectura, del comercio, del teatro y aún del mismo Estado de Bienestar. Prácticamente todo se creía bajo un dorado control y con las puertas abiertas hacia un porvenir aún más brillante. La luz iluminaba tanto a América y Europa y todo el resto se componía de una doméstica oscuridad. Incluso el anticolonialismo no impidió que en la mayoría de los casos las secesiones se hicieran sin sangre y, por si fuera poco, incluso volvían a coaligarse en una fraterna commonwealth. No era el Paraíso pero la realidad del mundo parecía posible entenderla con nitidez.

Todo lo contrario de lo que ahora ocurre. Ni la familia, ni la política, ni la educación, ni la justicia, la economía o el sexo se aprecian con nitidez. El barullo de esta época no es tanto la crisis de una época como el vacío del conocimiento general. No se sabe cómo tratar la economía pero tampoco a los hijos. Lo que más se nota es el paro, los desahucios o el invencible endeudamiento pero lo que hay debajo es el despiste del político, el funcionario o el economista. Corruptos precisamente, por su degradación mental.

Nassim Nicholas Taleb, el autor de El cisne negro (The black swan) no dice exactamente esto porque entonces maldita necesidad tendría yo de escribir esta columna, pero el diagnóstico de su reciente libro, Antifragile (Random House), enfatiza el posible beneficio del error, sistemático y de su obstinada repetición. Su tesis, en fin, podría sintetizarse en la sentencia de que "lo que no mata engorda" y así explica los progresos escalonados de la humanidad.

La "resiliencia" (de "resilio", volver a empezar), cuyo concepto hizo famoso en España Boris Cyrulnik con Los patitos feos. Una infancia infeliz no determina la vida (Gedisa), tiene que ver con la capacidad de aguantar los golpes sin deformarse. Lo antifragile de Taleb significa, en cambio, no sólo que el choque no lisie al dañado de por vida sino que llegue a aprovecharle en su porvenir.

Con esta tesis, Taleb, cuya facundia es ya casi infinita, ha escrito 450 páginas candidatas a la lista de best sellers en The New York Times. Pero que sea muy pesado y, desde luego, oportunista, no le quita toda la razón. El error duele y el siguiente duele más pero si el dolor no postra a la víctima es predecible que se fortalecerá. El mismo Tales recuerda que se lo decía su abuela: la adversidad aumenta la experiencia y la experiencia es la madre de la ciencia. De la ciencia nueva, se supone que decía la abuela.

De modo que si, como es patente, no hay actualmente casi nada en que creer, la experiencia del descreimiento girará hacia otros mundos que nos procuren la ración de fe. No hallamos ahora anonadados, no solo condolidos sino desalentados. El soplo de sabiduría que falta para animarnos será pues aquel que venga de instituciones y seres humanos que encajen sus errores como piezas de hierro y construyan artefactos nuevos. Inventos de hierro o de espíritu santo pero que, en definitiva, se concreten en materiales cuya composición y disposición superen el atasco del artefacto actual.

Injusticias, abusos, estafas son componentes de un mundo degenerado y, entonces, ¿cómo esperar que desde ese subsuelo encenegado se alce un edificio valioso? ¿No hay pues esperanza? La esperanza que Taleb esboza -como ya hizo con el cisne negro- derivará de aquello que en medio de la degeneración preserve inesperadamente la integridad para parir todavía o alumbrar con ello entre las tinieblas, una o cien ideas que impulsen el airoso salto al porvenir. Dios lo quiera.

 



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31 de enero de 2013
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El Boomeran(g)
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