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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un espejo en Washington

La unión es fuerte. Lo dijo Obama en la frase obligada del rito presidencial que exige anualmente el repaso ante los congresistas del estado en que se encuentra el país. La crisis ha pasado, aunque el crecimiento siga siendo débil. Hay que crear empleo, tarea en la que el Gobierno, mal les pese a los republicanos, tiene mucho que decir y que hacer. La voluntad política cuenta. La reducción del déficit por sí sola no es un plan económico. Hay que alcanzar compromisos razonables y situar los intereses del todo sobre los intereses de las partes. El secuestro presupuestario, un nuevo plazo perentorio que significaría el recorte automático del gasto por 1,2 billones de dólares, tanto en defensa como en bienestar social, acecha para el 1 de marzo. Pero ahí está la obstinación presidencial para impedirlo. Exactamente lo contrario de lo que sucede al otro lado del Atlántico.

En efecto, cuanto más fuerte es esta unión tan bien explicada por el narrador en jefe que es Obama, más débil es el estado de la unión de los europeos, que inevitablemente nos lleva a leer en las expresiones de voluntarismo político y en la exaltación de los estímulos al crecimiento y a la creación de puestos de trabajo que hace el presidente las políticas antitéticas de los presupuestos plurianuales aprobados por el Consejo de la Unión Europea apenas tres días antes. El secuestro presupuestario, como ha sucedido con el abismo fiscal que EE UU salvó el 1 de enero, ya se ha producido en la UE. La suma de dos voluntades de hierro, de distinta intención ideológica pero de similares efectos, han conducido por primera vez en la historia a unas perspectivas financieras para los próximos siete años, hasta 2021, que recortan el dinero disponible para hacer Europa.

Obama ha subido el listón en todos los capítulos de su programa y exhibido su propósito de aplicarlo. En la restricción de las armas de fuego, en las políticas de inmigración, en medio ambiente y, por supuesto, a la hora de defender su reforma sanitaria y las inversiones públicas para estimular la demanda. Los líderes europeos, si se puede llama así a quienes han dejado a Europa en tantos momentos a la deriva, lo han bajado en nombre de los intereses nacionales (eufemismo para los intereses electorales), las partes que conforman la UE, a las que hay que dar satisfacción particular aunque sea en detrimento del interés general de todos. En Washington, voluntad y compromiso. En Bruselas, desgana y suma de egoísmos nacionales. Ante todo conservar lo que hay: la política agraria y las ayudas regionales. Pero inmediatamente, dar satisfacción a la política de austeridad de la señora Merkel y al descompromiso europeo de Cameron. Evitar la unión de transferencias temidas desde el norte y aflojar al máximo los lazos que conduzcan a la unión política que rechazan los euroescépticos. Contentar de paso, para evitar coaliciones adversas, a los principales jugadores para que no regresen a casa sin triunfo alguno que exhibir ante la clientela. Francia salva la política agraria. España seguirá siendo receptor neto de fondos. Aunque Europa pierda, porque habrá menos presupuesto en una década de recesión, nada importa mientras yo no pierda o pueda defender la imagen de que no pierdo.

El Congreso, que manda mucho, es el obstáculo que Obama quiere salvar y al que sometió a presión para evitar el secuestro presupuestario. El Parlamento Europeo, que manda muy poco, pero algún palo que otro puede meter en las ruedas del Consejo y de la Comisión, se verá sometido a su vez a la presión de cada uno de los gobiernos para que deje pasar el humillante recorte de las ambiciones europeas que representan estas perspectivas financieras. Será más difícil para Obama someter a un parlamento auténtico que para los gobiernos europeos hacer lo propio con uno que tiene mucho de falso.

Washington no actúa tan solo de espejo para Bruselas. Es del interés de todos los europeos, incluidos quienes hacen bandera de las restricciones, que las cosas le salgan bien a Obama y que la economía estadounidense crezca y tire de la mundial. Y todavía es de mayor interés que tome impulso el proyecto anunciado simultáneamente por Obama en Washington y Barroso en Bruselas de negociar un Pacto Comercial Transatlántico, con vocación de llegar a ser la zona de libre comercio más amplia del mundo, que viene, de un lado, a equilibrar el compromiso de Washington con Asia y, por el otro, a compensar el fracaso de la Ronda de Doha, paralizada desde 2008, que debía liberalizar el comercio mundial.

El estado de la unión revela, como siempre, que en EE UU hay alguien dispuesto a dar buenas noticias a los ciudadanos americanos y al mundo. Por eso la unión es fuerte. Nadie quiere dar en cambio buenas noticias a los europeos, que debemos esperar a que lleguen de Washington. Por eso nuestra unión es débil.



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14 de febrero de 2013
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El bien al que el ser humano nace predispuesto

En la película de Bernardo Bertolucci "El último emperador", el protagonista, que ha sido entregado por sus captores rusos a los revolucionarios chinos, se abre las venas en su celda, siendo sin embargo salvado por uno de los encargados de su re-educación. Esta tiene todas las características de un lavado de cerebro, y sin embargo, a fin de justificarla, a fin de que los prisioneros entiendan porque no se los fusila, el responsable afirma: "nosotros creemos que todo ser humano nace predispuesto al bien", en el entendido que, en última instancia, lo que se les reprocha es causa de una sociedad perturbadora de la propia naturaleza humana. El personaje hace obviamente referencia a la tesis (entre nosotros un tiempo absurdamente abandonada) de la alienación social como base de la reducción de los animales humanos a difuminadas sombras de lo que pudieran haber sido. Alienación traducida en los prejuicios adquiridos, en los sistemas de valores a los que se responde, en la interiorización de la represión...y en la base, la lógica inherente al sistema productivo, en el que el beneficio es la causa final. Todo ello sería lo que envenena al hombre.
Cabe sospechar que tras lo que el personaje de Bertoluci entiende por bien se encubre una gran falacia. Y sin embargo no parece aventurado decir que todo ser humano nace efectivamente con una inclinación, algo que cabe llamar un instinto, hacia el bien de su especie, hacia el despliegue y salud de la misma, pues de lo contrario habría que afirmar que el hombre se comporta contrariamente a lo que la naturaleza parece imprimir en todas y cada una de las especies. Este instinto de la especie se haya en la base de la inclinación a la propia expansión y la propia salud, hasta el extremo de que si el ser humano es conducido a repudiarse a sí mismo, si renuncia a su propia fertilidad y realización, si ya no aspira a ser cabalmente un ser humano, ello ha de ser entendido como síntoma de que previamente ha perdido su confianza en la especie. O en otros términos: el nihilismo respecto a sí mismo viene siempre precedido de un nihilismo respecto de la humanidad. Una cosa es sentir que las fuerzas para realizarse plenamente como humano se agotan, y otra muy diferente es sentir que nada de lo que el ser humano, y por ende nada de lo que puede realizar uno mismo, vale la pena.
La apuesta que entonces se hace por la propia vida es ya entonces una apuesta deshumanizada. Lo que cuenta no es ya el subsistir de un ser de razón y de palabra, sino el propio subsistir y los medios para ello solo serán baremados por el criterio de su eficacia, incluso si se trata de la reducción de los demás humanos a instrumentos de sí mismo.
Y nada tiene de extraño que este tipo de objetivo canalla haga en general excepción cuando se trata de los suyos, en general concretizados en su descendencia y en su patria, las cuales han de llegar a primar sobre las otras descendencias y las otras patrias. Pues perdido el instinto de lo humano, perdida me atrevo a decir la disposición a que prime el pensamiento y el lenguaje, es cuando precisamente surgen las proyecciones ideológicas sustentadas en la imaginaria esperanza de prolongarse uno mismo, ya sea en abstracciones como la patria, ya sea en organismos como el propio fruto biológico, asunto este último particularmente escandaloso. Por decirlo llanamente: no es lo mismo desear tener progenitura respondiendo al instinto de que la humanidad perdure en el ciclo de las generaciones, que desear progenitura respondiendo al deseo de perpetuarse en otro yo, en un ser humano que eventualmente puede (y hasta debe en tal lógica) convertirse en instrumentalizador de otros humanos. En contrapunto, el deseo de ser plenamente humano puede revelarse antitético al deseo de pervivir teniendo un paradigma de tal oposición en la elección socrática, en su voluntad de tomar la cicuta antes de dejar de vivir en conformidad a lo que él estima que es el vivir del hombre.
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14 de febrero de 2013
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La cocina de la moda

En el Lincoln Center, la ciudad aún con las farolas nevadas y la marca del hielo dentellando los tacones, una cola de gente empuña la invitación con ardor. A su alrededor, al igual que sucede hoy en los estrenos de teatro, un corro de criaturas con un aire ciertamente desgraciado mendiga un pase. Los elegidos son periodistas convertidos en gurús del estilo. Basta un leve bostezo desde su asiento de primera fila para que una colección quede aprisionada bajo la fatalidad del olvido. ?Banal?, sentencia a veces la prensa especializada como si se dedicara a divulgar el Tractatus de Wittgenstein. Ocurre dos veces al año, cuando el calendario de la pasarela internacional se inaugura en Nueva York y acelera sus motores para exhibir todo tipo de propuestas estéticas a lo largo de dos meses. De la misma forma en que la espectacularización del arte resume la necesidad de hallar un nuevo maná que haga sentir más audaz al público, la moda es acaso la ilusión más accesible para jugar a ser otro. Sólo para tener una mínima noción del tamaño del asunto en términos económicos, dos datos: L’Oréal aumentó sus beneficios casi un 18% el año pasado, mientras que los de General Motors caían algo más de un 40%. E Inditex es la empresa española más valiosa en bolsa. Porque la palabra clave ya no es creación sino estrategia. ?Los que mandan en la moda son auténticos especialistas de mercado, no los más creativos? me asegura Custo, que desde hace 17 años desfila en la Fashion Week de Nueva York. Todo empezó con cuatro camisetas y un viaje a California. Pero tras la carambola, junto a su hermano, se dispuso a planificar un modelo de negocio, a hablar de productos en lugar de patrones, y a salir indemne de una hoguera que aviva vanidades y consume talentos. Hoy, y no solo a causa de los efectos de la crisis sino de aquello en lo que ha derivado el sector, se penaliza la creación mientras se exalta la productividad. Una eficiente cadena de distribución acerca aquello que el consumidor ansía, no ya en el momento adecuado, sino incluso antes de que éste sepa que lo quiere. La moda nada tiene que ver con el pase privado de un modista con bata blanca inspirado en los ballets rusos. Hablamos de un complejo entramado convertido en pulmón de la economía mundial. Y para ello, a pesar de su hechizo y sus menús con poética, se exige un plan de viabilidad. ?No es lo mismo ser restaurador que cocinero. Y nosotros somos cocineros?, asegura Custo con las ideas tan claras como su moda, poco antes de que seis meses de trabajo se reduzcan a fuego lento para ser fagocitados por la pasarela, ese repetidor universal que se encargará de alimentar un deseo allí donde antes anidaba el tedio.

(La Vanguardia)

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13 de febrero de 2013
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I. Medio siglo de Rayuela

Este mes de febrero se cumple medio siglo de la aparición de Rayuela, publicada en Buenos Aires por la Editorial Sudamericana. Julio Cortázar, que ya el año que viene alcanza el siglo, tenía entonces cincuenta años de edad, con lo que podemos decir que la novela más experimental, novedosa y provocadora que se escribió en los tiempos del boom, fue la obra de un viejo que nunca dejó de crecer, siempre de atrás hacia delante, botando años por el camino hasta quedarse en una figura de adolescente que se va haciendo niño, como aquel personaje de William Faulkner en Desciende, Moisés.
Para los nostálgicos del Club de la Serpiente, que junto con sus miembros originales surgidos en las páginas de Rayuela aprendimos a despreciar el orden establecido y a ver el mal gusto delictivo que había en apretar el tubo de pasta dentífrica desde abajo, no deja de ser una ofensa el silencio casi completo que se cierne sobre este aniversario.
He contado en Internet las referencias que hay sobre artículos de prensa para recordar el fasto, y no pasan de cinco o seis. ¿Será que envejeció Rayuela junto con todos nosotros? Supongo que no, y me consuelo diciendo que a lo mejor se trata más bien de otro clásico olvidado.
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13 de febrero de 2013
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