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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La fórmula Piglia

La nueva novela de Ricardo Piglia se lee como una brillante condensación de los temas fundamentales que ha trabajado el escritor argentino a lo largo de su obra. El camino de Ida (Anagrama) atrapa desde el primer párrafo y su interés no decae hasta el muy logrado final; tiene momentos ensayísticos y no hay página sin alguna disquisición intelectual, pero eso, más que frenar la historia narrada, le da un ritmo vertiginoso, porque todas las digresiones son la historia; se hace crítica desde la ficción. La fórmula Piglia sigue intacta.

            El camino de Ida está narrada por un viejo conocido, Emilio Renzi, invitado a enseñar en una universidad "elitista y exclusiva" de la Costa Este: "los campus son pacíficos y elegantes, están pensados para dejar afuera la experiencia y las pasiones pero corren por debajo altas olas de cólera subterránea: la terrible violencia de los hombres educados". En su camino se cruza Ida Brown, la profesora estrella del Departamento, formada en el mundo radical de Berkeley y estudiosa de toda una fecunda tradición de luchadores anticapitalistas, defensores del "mito de la vida natural y la comuna campesina" (desde los populistas rusos hasta los hippies y los ecologistas). La conexión es obvia: a Renzi le interesa W. H. Hudson, ese naturalista y escritor argentino-inglés que en sus libros exaltó la geografía argentina como un territorio "pastoril y violento" contrapuesto a la Inglaterra capitalista que sufría los embates de la revolución industrial.

            Hay un romance, hay una muerte, y de pronto la novela entra de lleno en la intriga policial. La clave para entender esa muerte está en Thomas Munk, un personaje basado en Theodore Kaczynski, terrorista legendario conocido como el Unabomber. Como el Unabomber, Munk es un niño genio que a los 25 años ya es profesor de matemáticas en Berkeley; cansado del sistema, deja todo para irse a vivir a Montaña en una cabaña sin agua corriente ni electricidad. Poco después, inicia en solitario su cruzada antitecnológica y se pone a enviar cartas bomba a académicos y científicos, gente que para él representa la deshumanización del sistema (toda esta sección está narrada por Renzi a partir de un informe sobre Munk que le hace un detective al que ha contratado; la vida de Munk seduce, pero desde el punto de vista de la narración es la parte más débil de la novela, porque los intereses del detective se parecen demasiado a los de Renzi).

       En su ensayo El último lector, Piglia lee "las representaciones imaginarias del arte de leer en la ficción", desde Don Quijote a Anna Karenina. Preguntarse por el lector es preguntarse por la literatura y la sociedad. Es obvia la atracción de Piglia por el Unabomber. Al igual que el Unabomber, Munk es un gran lector, alguien que se inspira en un personaje de una novela de Conrad (El agente secreto) para modelar sus pasos; la literatura es un manual de instrucciones para la vida (también ha leído a Horacio Quiroga y utiliza uno de sus cuentos para mostrar "la crueldad de la civilización"). Renzi menciona a Conrad, pero hay otro escritor no menos importante para esta novela, y es Don DeLillo, que en Mao II sugiere que vivimos en una época en que el terrorismo ha reemplazado al arte en sus "ataques a la conciencia"; los terroristas son los nuevos novelistas (Munk es también un escritor de cartas y diarios y manifiestos).    

       El presente golpeado por la historia y cruzado por ficciones que iluminan la realidad, la lectura fanática como un camino que lleva al sentido -a "establecer el nexo y reponer el contexto"-y también a la acción, la crítica al sistema capitalista, Emilio Renzi: todo Piglia se encuentra destilado en El camino de Ida. Su mirada ácida se posa en los Estados Unidos y encuentra una sociedad de individuos solitarios y despolitizados. Pero ahí, quién sabe, puede que haya un ejército de jóvenes como Munk, dispuestos a atacar el sistema; es uno de los sueños de El camino de Ida, y ya sabemos --nos lo ha enseñado Piglia-que hay que tomar las novelas en serio.      

 

(La Tercera, 9 de septiembre 2013)



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9 de septiembre de 2013
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Confianza en red

De entre las fotografías que se difundieron tras el trágico accidente ferroviario en Santiago de Compostela me impactó una en la que un hombre y una mujer se abrazaban consternados. Ambos sujetaban un objeto en su mano, que reposaba en la espalda del otro. Era un móvil. Pensé en el gesto inconsciente: el de fusionar al cuerpo, como una extensión del mismo, ese dispositivo que hoy actúa no solo como resumen de nuestro espacio social, sino de nuestra identidad. Incluso en momentos de elevada tensión emocional en los que un sentimiento irreal de pérdida paraliza el pensamiento automático hasta el extremo de ignorar si hay que avanzar el pie derecho o el izquierdo para andar, el teléfono parece el único miembro autónomo, sobradamente preparado, con autoridad.A menudo, a fin de aligerar nuestro peso, al llegar a casa nos quitamos los zapatos, los pendientes o anillos, la corbata? ?nos ponemos cómodos?, decimos. Pero, en cambio, apenas nos alejamos de los smartphones, que ahora se agarran a la muñeca en forma de reloj. Dan la hora, pero sobre todo ofrecen información y emociones. El ciudadano de los años diez practica running y a la vez en su pequeña pantalla recibe mensajes mientras corre, respira, late. Del mundo propio, el pequeño, pero también del grande, donde gracias a la red cualquier individuo puede superar el grado de confianza que mantiene con un vecino o una persona con la comparte un viaje largo en coche. El reportaje sobre la miniaturización de los móviles que publicaba La Vanguardia la semana pasada, resaltaba la siguiente hipótesis: ?el reloj puede ser sólo un paso más en el acercamiento de la máquina al cuerpo?. La fusión entre lo humano y lo digital se hace cada vez más indisociable. Ya no solo son grupos de amigos sino familias enteras repartidas por el mundo las que crean grupos de WhatsApp. Y no se conecta uno para pedir trabajo sino para encender la mecha de un nuevo proyecto. ?Internet configura el mundo real? resume Javi Creus, que fue profesor de ESADE y hoy, empujado por el pensamiento utópico, ha creado la consultoría Ideas for Change, donde ?el ciudadano colaborativo activa sus datos, capacidades o activos?. La crisis ha logrado materializar valores e incluso monetizar ?otra palabra de moda? el tiempo o la ilusión. Proliferan bancos de favores, plataformas de conocimiento abierto, el net.art con creaciones colectivas como si se tejiera un gran knut virtual. El crowfounding, como una alternativa más humana a los sistemas de crédito, ha conseguido objetivos asombrosos, y la filosofía del beneficio común se extiende y hace más generosos a los generosos convencidos, al tiempo que convence a los dudosos. Una nueva confianza va calando entre aquellos que no se quieren privar de soñar, y que aguzan su creatividad con la dosis justa de rebeldía. Un paisaje alentador frente al de la legión de parásitos que se retuercen panza al sol.

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9 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Néstor Barreto: Construir la Ciudad

 
 

  

La obra grafo-poética de Néstor Barreto (Puerto Rico, 1952) se ha ido construyendo como un proyecto, en primer lugar, celebratorio de la palabra performativa, aquella que se produce en su espacio más propio, la página en blanco como el equivalente del espacio urbano de la tecnología y el diseño; después, pero al mismo tiempo, como la crítica, sátira, cuestionamiento radical y puesta en duda de los edificios de consolación que el discurso nacional (político, social, narrativo y poético) ha ido postulando como una imagen del mundo desde su breve pero elocuente peñasco caribeño, atlántico y pan-hispano. Frente a la topologia nacional, Barreto se ha propuesto levantar un terreno permanentemente en obras, que desde la gran retórica del  Apocalipsis reconstruye la Ciudad de la Crítica, partiendo de la forma poética del diseño como una de las bellas artes del siglo XXI. Con noble furia, bravura y gusto dramático, este  artista y poeta ha pulido su intervención en el Archivo del mito puertorriqueño de la  nacionalidad irresuelta, y ha terminado proponiendo un Colectivo, que a nombre de un nosotros aloja en el idioma su química disolutiva para sumar restando y multiplicar  conjugando. Su último alegato, La actual fantasía de nosotros (Colección Maravilla, 2011) su libro más entrañable y convocatorio, prueba que su proyecto nos incluye y que es hora de tomarle la palabra para devolvérsela asumida en el diálogo con que nos reta.

 

Si la performance acontece como una poética del evento, es porque ocupa todo el presente como un verbo intransitivo, cuyos sujetos son el hablante y el oyente, en un mismo cuerpo verbal desplegados. El diseño supone la puesta en página del verbo,  diseminado como una fuerza imantadora, que corre todos los riesgos de su propio exceso fecundo; pero también como un principio asociativo, en el cual los sujetos del habla se interrogan en un catálogo pronominal, que ocupa las formas sociales de la identidad:  la pérdida del sujeto, precisamente, en las máscaras develadas como otra mascarada. Pero el diseño es también el espacio en blanco, que suma y sigue, como el contrapunto de una letanía que anega la página, saturando su espacio y, a la vez, liberándolo del lenguaje para que aparezca como verbo enunciativo, como puro lugar  de enunciación. Se trata, en efecto, de un rito de purificación agonista, según el cual para liberar al lenguaje debemos librarnos, primero, de él mismo, de su carga de  representaciones socializadas, cuya Comedia del nombre es la pérdida del nombre propio.

 

Con audacia y valor, Barreto se somete a este despojamiento y, a poco de habernos iniciado en la expulsión del lenguaje de las puertas del poema, nos deja libres para ser parte de ese Nosotros en construcción, un Colectivo del asombro compartido:

 

a nosotr@s nos asombra que esta

realidad no sea más (obvia) (diáfana)

 

que nosotr@s (es) (sea) un(a) (anhelo)

(aspiración) (meta) (telos) (objetivo) (diana)

 

Esta opción parentética produce la polisemia nominal del poema, convertido, luego de las sumas que restan, en un operativo analítico, no sólo enumerativo sino analógico; capaz, por ello, de ligar lo desacordado, y acordar lo nuevo. El diseño, por lo mismo, es el de una Ciudad por hacerse, cuyo mapa primero es esta figura o esquema. Ciudad saturada de su propia leyenda, en efecto, donde la sátira es el camino a la epifanía; donde una ciudad sin aura, puede plantearse la transparencia del colectivo:

 

revelarnos para identificarte. esa es la aspiración nuestra.

algun@s lo logramos, algun@s somos el logro mismo de ese incensal.

lava corre entre nuestras penas, queremos comunicarl@.

 

A nombre de "lo virtual" que llama "lo imaginal" este proyecto resume las exploraciones del espacio liberado por las vanguardias, un espacio intersticial en el habla; pone en práctica una sintaxis tensa y contrapuntística, que se presenta como "fractal", y remonta una crítica del lenguaje despojando al nombre de su referente para que la poesía no sea el mapa del mundo conocido sino el esquema de un mundo por nombrarse. 

 

La furia poética del arrebato verbal pasa por el cuestionamiento de la cultura nacional, de los roles asignados y las posturas identitarias, para recomenzar en una palabra desocializada. Esa fuerza de la negatividad creativa, prevista por Adorno, posee convicción pero también humor, y no se complace en su retórica sino que se resuelve en su poetica, en aquello que está por hacerse. 

 

La actual fantasía de nosotros puede, por eso, ser recorrido (que es la forma de leerlo) como un mapa de la fundación de esa otra Ciudad, una ciudad rizomática, que crece con el lenguaje sin otro centro que la palabra ¨nosotr@s", esa "fantasía", más humana por más libre. 



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8 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las claves del paso atrás

Artur Mas dice que no se ha movido ni un milímetro, Oriol Junqueras se lamenta de que ha perdido fuerza al revelar su plan B, su estrategia. ¿Quién tiene razón? ¿Ha dado el presidente de la Generalitat un paso atrás?

Recordemos brevemente que el jueves, en una entrevista con Mónica Terribas, el presidente de la Generalitat aseguró que si en 2014 no hay acuerdo para celebrar la consulta con autorización del Gobierno español convertirá las elecciones autonómicas previstas en 2016 en su sustitutivo, lo que traducido al lenguaje del plan soberanista recibe el nombre de elecciones plebiscitarias.

A la polvareda levantada por estas declaraciones, interpretadas por los medios catalanes, españoles e incluso internacionales como un aplazamiento de la consulta, le siguió un nuevo quiebro al día siguiente, que se produjo además en un lugar simbólico de la alianza de CiU con Esquerra. En el ayuntamiento de Sant Vicenç dels Horts, ciudad de la periferia barcelonesa que tiene por alcalde precisamente a Junqueras, Mas dijo que todo seguía como estaba previsto, ni un paso atrás, con la consulta para 2014, ?sí o sí?. Pero a la vez se conocía que los canales de diálogo estaban abiertos desde enero pasado y funcionando con la máxima fluidez.

Este sábado, en el Consell Nacional de su partido, Mas ha confirmado de forma inequívoca la noticia que todos captaron el jueves, incluido Junqueras, y que solo las ensoñaciones de algunos pretendían ocultar. El presidente ha hecho dos cosas aparentemente obvias. Primero, ha mostrado ostensiblemente la llave de la disolución parlamentaria: la tiene él, no la tiene Junqueras, todavía menos Carme Forcadell, la presidenta de la Assemblea Nacional Catalana, misteriosamente impulsada a la fama política, ni tampoco la tienen los entusiastas de la Via Catalana. Segundo, ha venido a recordar que preside un gobierno legalmente establecido, obligado por tanto a cumplir la ley y a hacerla cumplir.

Nada nuevo, es verdad. Pero este gesto doble, que señala la llave del poder, todo en sus manos, y el valor de la regla de juego, que no va a romper, conduce inmediatamente a una alteración profundísima en el calendario. El propio Mas lo dijo abiertamente en la entrevista: las elecciones que algunos entienden como plebiscitarias llegarán en mejores condiciones: expectativas de superación de la crisis, mejora del clima político y mayor debilidad de los dos grandes partidos mayoritarios españoles tras las elecciones de 2015.

Con este esquema Artur Mas desbarata la estrategia rupturista de Esquerra a escasas horas del 11-S y de la Via Catalana. Su estrategia es clara: hay que superar primero la crisis en vez de aprovecharla para largarse de España; y le da beneficios personales y directos: gana tiempo, descuenta ya la presión y la reacción ante la Diada, afianza su liderazgo y su dirección del proceso y reacciona ante el declive de CiU en las encuestas. Si alguien creía que iba a trabajar contra su partido, su coalición y contra sí mismo, andaba muy equivocado. Quiere ganar la partida, claro que sí, pero quiere ganarla él, no que la gane Junqueras. Algunos de sus amigos parecen no haberse enterado todavía.

Consecuencia muy seria de esta jugada. Ahora es Rajoy quien tiene la mano, a él le corresponde jugar. Si no lo hace con inteligencia, llegará algo que todavía no existe a estas horas: la internacionalización. Será después de 2016, tal como le ha marcado Artur Mas, no en 2014, como quieren los apresurados. Cualquier persona sensata sabe que España no puede dejar sin respuesta una propuesta de diálogo y de negociación como la que ahora está encima de la mesa.

Esta es una larga competición, mucho más larga de lo que quieren los que tienen prisa. En este momento estamos solo en mitad del partido de ida, que termina en 2016. Entonces empezará el partido de vuelta. Es temerario juzgar sobre el resultado final cuando hay tanto margen todavía. La lógica de las cosas lleva a que el partido se alargue más allá de las tensiones y de la atmósfera de la actual crisis. Lo tienen mal los impacientes.

Ahora corresponde a todos hacer un esfuerzo. Los corazones ardientes y los deseos desbordados están muy bien y se entienden perfectamente, pero nadie debe confundirlos con la realidad ni con los razonamientos ordenados. Cataluña ganará si se hacen las cosas bien, tal como dice querer Artur Mas. Su reconocimiento como sujeto político, bajo la fórmula que sea, está al alcance de la mano. También la recuperación de su influencia y prestigio hacia fuera, dentro de España también.

No hay que cerrar puertas, ni una dirección ni en la otra. ¿Independencia? No se puede excluir razonablemente cuando una parte tan sustancial de la población la desea y la pone encima de la mesa. Hay que hablar de todo ello. Pero sí debe excluirse como la victoria de unos y la derrota de otros, como una ruptura. Lo que sea deberá ser un acuerdo civilizado o no será. Los periodistas de cabecera del presidente ya han recibido el mensaje: él no apuesta por la independencia sino por una nueva relación.

Solo hay dos métodos conocidos: el europeo, en el que ganan todos, y el otro, que hemos conocido muy cerca en nuestro vecindario, en el que hay una parte derrotada y al final todas las partes terminan perdiendo. Artur Mas, como era de esperar, ha optado por el método europeo y sus gestos indican ostensiblemente que no está dispuesto a emprender el otro camino, que es el de los Balcanes.



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8 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El mundo es blanco

Mientras realizaba la investigación para su primer libro, Roberto Saviano (Nápoles, 1979) acaso presentía su relevancia, pues se disponía a exhibir los escalofriantes mecanismos empleados por el crimen organizado en su ciudad natal, despojándolos del aura glamorosa que el cine hollywoodense suele conferirle a los mafiosos. Pero la publicación de Gomorra no sólo lo convirtió en una celebridad -cientos de miles de ejemplares vendidos y traducción a cincuenta lenguas-, sino que trastocó su vida de tajo: amenazado por los personajes de su libro, desde 2005 lleva una vida clandestina, rodeado de escoltas y operativos policíacos.

            Por fortuna Saviano no se dejó intimidar y hace unos meses publicó en Italia su nueva obra, Zero zero zero, en torno al tráfico de cocaína. Valiéndose de un estilo que a veces suena forzadamente literario -y en sus peores momentos, banalmente filosófico-, Saviano persigue toda la cadena del narcotráfico, desde las plantaciones de amapola en Sinaloa y Colombia hasta su venta en Italia y Rusia o el lavado de dinero en Estados Unidos, pasando por la guerra contra las drogas mexicana, a la que dedica varios capítulos.

En el que titula "Big Bang", donde narra el ascenso de Miguel Ángel Félix Gallardo, el asesinato del Kiki Camarena y el surgimiento de los primeros cárteles, no duda en afirmar que en el embrionario pacto suscrito por Miguel Caro Quintero, los Carrillo Fuentes, García Ábrego, los Arellano Félix, el Mayo Zambada y el Chapo Guzmán, se finca el mundo contemporáneo. "Ese poder hay que observarlo, mirarlo directamente al rostro, a los ojos, para comprenderlo", escribe. "Ha construido el mundo moderno, ha generado un nuevo cosmos. El Big Bang surgió de aquí."

            A salto de mata, al acecho de los asesinos que ha denunciado, Saviano ha sido una clara víctima de ese poder, si bien la grandilocuencia que contamina su relato -la del profeta que se juega la vida señalando a los culpables del Caos- a veces le hace perder de vista un plano más amplio, un plano en el que ese poder criminal existe sólo por la conjunción de un poder ideológico y otro económico que, al obstinarse en penalizar el consumo de drogas, así lo han querido. En su radiografía se echan de menos los resortes que han determinado esta obcecada prohibición.

Tras un formidable preludio, en donde demuestra que la cocaína nos rodea por completo -un monólogo interior propio de una novela-, Saviano se aboca a desvelar el itinerario de los capos mexicanos, desde Félix Gallardo hasta el Chapo, confiriéndoles un aura casi épica que resultaba más lograda en una ficción como El poder del perro de Dan Winslow. Sin jamás citar sus fuentes (algo extraño en quien ha sufrido el acoso tanto como los reporteros mexicanos que bucearon en esta historia antes que él), se limita a repetir hechos que para nosotros quizás resulten demasiado conocidos, pero que a un lector extranjero no dejarán de asombrar por su crueldad. Por desgracia, al centrarse en las exageradas vidas de los capos, apenas profundiza en las condiciones sociales y políticas que animaron su crecimiento, reiterando una vez más la narrativa oficial que ve en esos monstruos el punto nodal del conflicto. Y, como en tantos otros estudios, sigue faltando un recuento pormenorizado de cómo funcionan las bandas criminales en Estados Unidos, el mayor consumidor del orbe y el principal responsable de la guerra.

Mucho más interesante resulta el capítulo dedicado al lavado de dinero, donde Saviano relata cómo los grandes bancos globales, como Wachovia o HSBC, están al servicio de los cárteles sin recibir más que insignificantes multas. Allí, también vuelve a narrar el caso de Raúl Salinas de Gortari, según los rumores ligado a diversos cárteles, y expone el mecanismo empleado por Citibank para auxiliarlo en sus maniobras.

En su afán por exponer cada arista de la cocaína, Saviano realiza estupendos retratos íntimos -desde los gorilas de la mafija rusa hasta las modelos de Medellín, pasando por criminales de cuello blanco, políticos y asesinos a sueldo-, así como fascinantes crónicas de los abstrusos intercambios emprendidos para transportar la droga de un confín a otro del planeta, aunque en su afán de literaturizar sus pesquisas incluso se aventura a incluir un chirriante poema sobre la coca.

Al final, luego de dibujar a los actores de este drama shakespereano, de desentrañar las estratagemas del crimen y de exponer su zafiedad y su barbarie, Saviano padece una incomodidad desgarradora. "He mirado al abismo y me he convertido en un monstruo", confiesa en el epílogo. Un epílogo de unas pocas páginas en el que concluye, reticente: "Por más que pueda parecer terrible, la legalización total de la droga podría ser la única respuesta. Quizás sea una respuesta horrenda, horrible, angustiosa. Pero la única posible para bloquearlo todo." Tal vez sólo por ser alguien que ha mirado al crimen a los ojos, y ha desentrañado con fascinación su modus operandi, deberíamos hacerle caso.

 

Originalmente publicado en el diario Reforma, 08.09.13

 

Twitter: @jvolpi



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8 de septiembre de 2013
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Alberto Salcedo Ramos, el gran duende tropical de la crónica latinoamericana

Cuenta Tomás Eloy Martínez, el gran autor de Santa Evita, que a finales de los sesenta formó parte de la delegación que esperó a Gabriel García Márquez en el aeropuerto de Buenos Aires, en la primera visita del gran colombiano a la ciudad donde acababan de publicarle Cien años de soledad. Ante los escritores australes, ceremoniosos y sobrios, apareció un torbellino de colores y verborragia. Con su camisa imposible y su gesticulación desbordada, Gabo se les apareció como el trópico hecho carne y verbo.

Me acordé de ese relato, que Martínez incluye en su antología La otra realidad, cuando conocí al mejor cronista colombiano actual, el excesivo e irresistible Alberto Salcedo Ramos.

*       *        *

Lo conocí hace casi un año, en el encuentro en México de Nuevos Cronistas de Indias de la Fundación Nuevo Periodismo, la que fundó García Márquez. Era difícil no notarlo: Salcedo Ramos, un barranquillero picante, lucía camisas no aptas para daltónicos y disparaba más palabras por segundo que ninguno.

En México hablamos de la formación de nuevos cronistas. Me impactó su forma clara de referirse al valor de educar, y su generosidad al dar consejos a los veinteañeros. Lo volví a ver en Madrid. Secuestrado por la gripe, tomando un jugo de naranja tras otro, seguía siendo un huracán. La semana que viene, comeremos en Medellín. No veo la hora de escucharlo. Aunque en cierta forma, su voz me acompaña casi cada hora: en Facebook y en Twitter es tan “mudo” como en vivo. A cada rato, un chiste certero o un comentario ácido.  

Pero como su legendario compatriota, lo que hace memorable a Alberto Salcedo Ramos no es su “personaje”, sino su pluma. Sus dos últimos libros, que empezaron a regar su nombre entre los seguidores de la crónica en los países de habla hispana, muestran a un maestro original y riguroso.

*       *        *

El oro y la oscuridad es un perfil emotivo y complejo del ex campeón de boxeo colombiano Kid Pambelé. En decenas de conversaciones con el ídolo caído, Salcedo se adentra en su adicción a la fama y su íntima fragilidad. Pero también entrevista en profundidad a su familia, a sus pocos amigos y sus muchos ex socios y promotores.

De este buceo sale con un cuadro inquietante de un boxeador único, que subió a la cima desde lo más bajo y volvió a bajar cuando sus puños perdieron fuerza. Y también con un análisis sobre el país donde Kid Pambelé pudo llenar la imaginación de dos generaciones.

La eterna parranda es, en cambio, una antología de crónicas breves sobre deportistas, cantantes y sorprendentes seres anónimos. No hay repetición, no hay fórmulas: los textos de Salcedo Ramos, publicados en revistas como Soho y Gatopardo, sorprenden, divierten y hacen pensar.

*       *        *

Por ejemplo, Enemigos de sangre. Cuenta la historia de dos hermanos del interior profundo de su país. Uno se unió a la guerrilla de las FARC; el otro, a los paramilitares. La madre sufrió cada día de su ausencia, pero ambos volvieron con vida. Al desmovilizarse, comparten aula: para cobrar un magro subsidio, deben completar la educación básica y aprender respeto y valores.

Con esta historia, Salcedo Ramos construye un apasionante relato de hermanos angustiados ante la posibilidad de matarse entre sí, y que ahora inician juntos un incierto futuro. Es la historia de su país centrada en un puñado de personajes atrapados por la violencia. Y es la crónica desbordada y sobria de un gran maestro.

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7 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desgana militar

El territorio donde se han desarrollado más guerras y de donde han surgido más iniciativas bélicas en toda la historia está acercándose a la anulación absoluta de la pulsión militar. Tiene toda su lógica. El ardor guerrero desplegado durante siglos y utilizado para la expansión colonial está llegando al límite de su agotamiento.

Este repliegue tiene más de medio siglo, pero Siria lo sitúa de nuevo en primer plano. Si durante la guerra fría Europa tenía subarrendada su defensa, poco ha hecho después para defenderse por sí misma. La inhibición coincide ahora con los efectos de una crisis fiscal que golpea unos presupuestos militares ya ostensiblemente insuficientes.

Las primaveras árabes, esa esperanza al parecer efímera respecto al futuro de la democracia en los países islámicos, permitieron una finta engañosa respecto a la crisis y a la vocación pacifista de los europeos. Francia y Reino Unido tomaron con Estados Unidos la iniciativa de golpear a Gadafi, acción que realizaron bajo la dirección de la OTAN y tras obtener la autorización del Consejo de Seguridad.

Los motivos morales para un castigo a El Asad son infinitamente mayores que en el caso de Gadafi, pero no sucede lo mismo con las facilidades que proporciona el contexto político y económico europeo. El stress de la crisis presupuestaria es todavía más intenso. Recordemos que en Libia los europeos ya mostraron una cortedad de munición que solo Washington pudo reparar. En la actual ocasión, Reino Unido ha desertado por imperativo de su admirable democracia parlamentaria. La Alemania de Merkel, que debía ser más deferente que la de Schroeder con el aliado transatlántico, se halla ocupada en las elecciones generales. No hablemos de España, que todavía asomó la nariz con Libia y ahora solo atiende al pisotón gibraltareño. Solo la Francia del socialista Hollande quiere guerra.

La UE no tiene política exterior y menos de defensa, ya se sabe, y la OTAN se conforma con condenar a Siria, como si fuera el Vaticano. El nuevo Papa, por cierto, eleva su voz contra la guerra, sin problemas para hacerse oír: la inhibición europea se produce en todas direcciones; apenas un murmullo de intelectuales belicistas y unas pocas pancartas de las masas antibelicistas.

Algo más ha cambiado desde Libia hasta ahora. El presidente de Rusia, que autorizó el ataque a Gadafi en el Consejo de Seguridad, era Dimitri Medvedev; el que rechaza su permiso para castigar a El Asad es Vladimir Putin. A nuestra falta de apetito bélico le corresponde la nostalgia del vecino ruso por la hegemonía perdida. Es excelente que Europa sea el territorio de la paz, pero mejor sería si fuera un territorio pacífico que sigue extendiéndose en vez de observar cómo crece no muy lejos de sus fronteras el territorio de la guerra. O que, mientras tanto, pudiera defenderse a sí misma.



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7 de septiembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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79. Regreso del realismo

            Solemos escuchar que la crisis económica ha propiciado una especie de regreso al realismo literario. Abundan, esto es innegable, las novelas dedicadas a la recesión económica: tecleen en Google "novelas de la crisis" y asómbrense con el numeral de artículos y novelas dedicados en apariencia al tema. Entre las novedades anunciadas para otoño no es difícil encontrar tramas narrativas de las que es esperable que lo rocen o aborden, como las próximas de Isaac Rosa o de Doménico Chiappe. / El realismo literario español ha tenido siempre mala fama crítica (ha sido llamado desde "garbancero" en unos casos, hasta "facilidad panfletaria" en otros), pero siempre ha sido parte del extraño péndulo que rige la narrativa española desde finales del XIX. Si nuestra narrativa es una naranja, el realismo es una de sus dos -mal avenidas- mitades. Y quizá no sólo de la española, pero esto sería salirnos de madre. / Como expuse en mi ensayo Singularidades, a la hora de hablar de realismo, habría que distinguir entre los numerosos tipos de realismo literario que hay. Basta leer Teorías del realismo literario (2004), de Darío Villanueva, o cualquiera de los ensayos de Fredric Jameson (quien por cierto publica en octubre nuevo ensayo en la editorial Verso, significativamente titulado The Antinomies of Realism), para entender la complejidad filosófica, conceptual y estilística de este fenómeno sobre el que todos pensamos estar hablando, aunque en puridad hablamos de cosas muy distintas. / Como ya expuse en el lugar citado, lo que tiene (y debe tener) mala fama, es lo que da en llamarse realismo ingenuo, que sería aquel inconsciente de las limitaciones de la percepción humana de lo real, indiferente hacia los estudios de la ciencia moderna sobre el concepto de "realidad" (siempre entrecomillable, como apuntó Nabokov), e ignorante de los problemas estéticos de la representación. Este realismo, muy abundante en nuestras letras, tanto en poesía como en prosa, es pedestre y ralo, y sus manifestaciones literarias suelen ser deleznables, precisamente porque olvidan lo real. El motivo lo explica mejor que yo el novelista neuyoricano Junot Díaz: "En mi opinión, el realismo, como estrategia narrativa, falla miserablemente a la hora de explicar circunstancias como, pongamos por caso, una guerra civil, situación en la que se destruye el tejido cívico de la sociedad. Por la herida que deja abierta una guerra civil se escapan emanaciones fantasmagóricas muy difíciles de atrapar. El realismo no sabe qué hacer con eso. Es incapaz de captar las dimensiones más sutiles de todo un entramado de emociones fugitivas, sentimientos espectrales que se producen en situaciones históricas extremas. Lo mismo ocurre con las novelas de dictadores. Si se escriben en clave realista, no logran atrapar el fondo de terror, lo más problemático de las heridas que abren las dictaduras" (Junot Díaz, El País Semanal, 3/04/2013, accesible aquí). Frente a este realismo hay otro, complejo y autoconsciente, que suele dar buenos resultados literarios, al ser capaz de aprehender la realidad y sus fantasmas. Si vuelve el realismo, esperemos que sea este segundo.



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6 de septiembre de 2013
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