Gracias a Pijama Surf me entero de que el célebre psicólogo Carl Jung no solo fue el terapeuta de la...
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Gracias a Pijama Surf me entero de que el célebre psicólogo Carl Jung no solo fue el terapeuta de la...
Georgina Hübner es el nombre ficticio que un par de peruanos inventaron, con el fin de conseguir un...
Felipe VI es el primer rey de España que puede empezar su reinado afirmándose como rey constitucional. Nadie antes pudo hacer tal cosa: ser entero rey constitucional y afirmarse como tal desde el primer momento. Esta es una de las señales de fuerte intensidad emitidas en su primer discurso. No es la única, aunque sí la más destacada. Es la Monarquía nueva para un tiempo nuevo, subrayada por dos veces. Su reafirmación pasará sus pruebas el día en que este país presencie el primer relevo de un entero rey constitucional por otro entero rey constitucional, que deberá ser reina si se cumplen todas las pautas previstas. Hay todo un reinado por delante para culminarla. Las señales fuertes corresponden a las cuestiones de fondo. La Monarquía está identificada, de un lado, con la Constitución y por tanto con el sistema parlamentario y, del otro, con la idea de una España que es a la vez unión y diversidad. No era razonable esperar del Rey una aproximación delicuescente a ambas cuestiones, a la Constitución y a la unión de los españoles, para complacer a los soberanistas y facilitar algún tipo de diálogo. Otra cosa son las señales débiles, graves y trascendentes aunque se hallen más pegadas a las necesidades del momento. Las ha habido, muchas y en muchas direcciones. Algunas también, aunque minimalistas, en dirección al soberanismo. Son débiles y escasas pero claras, sin ambigüedad interpretativa, aunque con el evidente deseo de evitar la estridencia. En su discurso, se ha referido a su pasado como príncipe de Asturias, de Girona y de Viana, los tres títulos de heredero de los antiguos reinos y actuales nacionalidades. En su referencia a la pluralidad lingüística española ha citado a cuatro poetas, uno por cada una de las cuatro lenguas: Machado, Aresti, Espriu y Castelao. Y al final ha dado las gracias en cada una de ellas. Dos palabras. Y eso es todo. Ni siquiera las ha nombrado. Dar nombre a la lengua catalana en Valencia y Mallorca tiene efectos políticos, ya sabemos. Tampoco ha nombrado a las viejas naciones. Ni Cataluña ni Euskadi, las más conflictivas. Solo España. La debilidad de las señales no suscitará problemas en un lado, pero tampoco ayudará a resolverlos en el otro. El equilibrio era difícil, pero se ha resuelto de forma más que moderada, conservadora. Hay más señales dirigidas hacia esos territorios conflictivos. De humo, según quienes están comprometidos con el proceso soberanista. Pero no cierran puertas. Se quedan en meras rendijas por donde asoma un leve resplandor. El Rey está dispuesto a escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar; aspira a una España en la que no se rompan los puentes del entendimiento; todos caben en ella, sean cuales sean los sentimientos y sensibilidades e incluso las distintas formas de sentirse español. Al rey constitucional le corresponde emitir las señales y a los representantes de la soberanía popular convertirlas en política, con independencia de si eran fuertes o débiles. De las palabras de Felipe VI no se deduce la obligada apertura de un diálogo hasta ahora inexistente, pero tampoco lo excluye ni mucho menos lo cierra. El protagonismo ahora, como es de esperar en un rey constitucional, es todo para los representantes de los ciudadanos.
El rey Felipe VI llegó a las cortes españolas sin corte. Uno de los mayores aciertos de su padre fue el de no regar socialmente sus jardines con aduladores y bufones, a riesgo de sentir las amargas soledades de las que hablan las crónicas del off Madrid. Don Juan Carlos, preciso en sus últimos mensajes, con muleta y medicamentos, autobautizado “viejo rockero”, dejó ayer definitivamente los focos a su hijo. “Todo para ti”, decidió, primero cediéndole la silla y después colocándose en el extremo de la foto. Felipe VI entró ya Rey, sin corte pero con familia. Con dos niñas rubias. Fotogénico, algo aniñado a pesar de su perfil griego, casado con “una reina de clase media”, que ayer proclamaba la prensa internacional. Lo acompañaba su círculo más estrecho: Jaime Alfonsín, su hombre de confianza; el general Tomé, que lo acompañaba en el Rolls, y el aristócrata teniente coronel Zuleta. Concentrado, consciente de la publicidad global que significaba para la monarquía el acto, apretaba la mandíbula con disimulo, una mezcla de orgullo y tensión, mientras su mujer, la reina Letizia, se mostraba más relajada que nunca. Con su dicha enviaba un mensaje: ante todo es madre, pero también la esposa que reinará a su lado. Tres besos rematados por una caricia son una clara declaración de cariño protector. Un “te ayudaré”, porque no tiene reparos en evidenciar que ella no se limitará a acompañar al Rey -tal y como describía su papel doña Sofía-, sino a ejercer como su colaboradora más fiel. Todo el país estaba pendiente de la elección de su traje, y ganó la fidelidad. Su modisto de cabecera, un descubrimiento de Letizia: Felipe Varela le diseñó un traje hasta la rodilla, color crudo, con abrigo bordado en degradé e incrustación de cristales de rubí, amatista, ámbar y rosa perlas crema; un recurso para sustituir los diamantes. Media trenza en lugar de tiara y zapatos salón nude de Magrit con tacón de ocho centímetros. The New York Times alabó el gusto de Letizia: “Perfection”. Y auguran que ojalá pueda impulsar a los diseñadores locales igual que hacen Michelle Obama o Kate Middleton -con quien los medios norteamericanos la comparan en multitud de ocasiones-. La princesa de Asturias y la infanta Sofía vistieron en tonos pastel como su madre, y enrarecían los colores papagayo de muchas asistentes, desde el morado y fucsia de Celia Villalobos hasta el rojo Carmen de Ana Botella. La nueva Reina instruía a sus hijas. Con los ojos más abiertos que nunca mediante un código de gestos: juntar las manos significa “junta las piernas”. O no hables. Pero a la vez las acariciaba y las alentaba. No escatimó mimos. Se impone un nuevo estilo: solemnizar lo cotidiano y modernizar la tradición. Una corona con Twitter y cine en V.O., compatible con llevar a las niñas al colegio y reactivar un país desalentado y escéptico. Sin yugos ni flechas, y sin crucifijos, Felipe VI quiso imprimir un tono austero y relajado, previsible. “El discurso es suyo, y es muy como es él”, comentó la Reina Letizia en su círculo más íntimo. Entre los invitados, pocos nombres sorprendentes, ni talentos de Palo Alto o 22@, ni escritores de la generación nocilla. Un mailing demasiado clásico, que incluía desde el Ibex 35 en pleno hasta Isabel Preysler o David Bisbal. Y un pastiche multitudinario y sudoroso en el que se mezclaban antiguos profesores, el director del CNI, los príncipes de Bulgaria, sus amistades más finas: los Fuster, los primos y una colección de periodistas vips. Había pocos cuartos de baño. Cuentan que en una ocasión la reina Sofía pidió que despidieran a un ayudante militar porque a su hijo le dijo “hola, guapo”. Esos fueron otros tiempos. Urgía empezar a escribir un nuevo capítulo de la monarquía antes de desplomarse. Quitarle rigidez y hacerla ejemplar y transparente. Felipe VI llega como una solución reformista en tiempo de miniempleos, emprendedores, reinventados y parados. Puro maquillaje según republicanos y escépticos. Ha cambiado el azul del escudo real -pureza y poder- por el carmesí -valor y liderazgo-. Mañana empieza un nuevo reinado en un país bien diferente al de los cuentos.
(La Vanguardia)
Primero Crimea y ahora Irak. Una anexión consumada y una partición en vistas. En ambas, la vulneración de la única regla de juego válida, la legalidad de Naciones Unidas, que rechaza la alteración de fronteras y la anexión de territorios; como prohíbe la guerra preventiva, la invasión y ocupación practicadas por Estados Unidos en Irak desde 2003 hasta 2011. Nunca desde el final de la guerra fría nos habíamos enfrentado a una modificación de fronteras como la que ya ha empezado entre Rusia y Ucrania y se avecina en Oriente Próximo. Los márgenes en el primer caso son limitados: como máximo, Rusia puede llevarse otro bocado antes de estabilizar el conflicto con Ucrania. En Oriente Próximo ni siquiera se sabe dónde empiezan y terminan esos límites vulnerables: Irak se halla en peligro de fragmentación en tres pedazos, Siria también sufre la centrifugación sectaria y el propio Líbano se verá afectado por las divisiones. Los mapas dibujados en el siglo XX están en cuestión en el XXI: una linde interna del imperio soviético; y el fruto arbitrario de la partición colonial de Oriente Próximo acordada secretamente en 1916, por Mark Sykes por el Foreign Office y François-George Picot por el Quai d'Orsay, que dieron nombre a las líneas de separación que dejaban juntos y revueltos, a chiitas y sunnitas, cristianos y musulmanes, sin olvidar a kurdos, drusos y tantos otros grupos étnicos. No cabe desentenderse de las catástrofes políticas como si fueran obra de la naturaleza. Las dos que ahora sufrimos son hijas del desvarío estratégico de quienes han estado nominalmente al mando, con Washington a la cabeza. Desde la caída del Muro de Berlín, hemos vivido y desaprovechado la tregua de 25 años que nos regaló la inercia de estabilidad del mundo bipolar. La construcción de unas relaciones estables con Rusia y la pacificación y democratización de Oriente Próximo eran las asignaturas siguientes. Para aprobarlas se requería claridad estratégica en los objetivos y voluntad para alcanzarlos. Pues bien, ni lo uno ni lo otro. Suspenso en ambas. Lo prueba la voluble relación occidental con el Irán fundamentalista: primero, apoyo a Sadam Husein en la guerra contra Irán; luego, el regalo geopolítico del derrocamiento del dictador iraquí; y ahora, la inevitable alianza para defenderse de Al Qaeda, que salvará al régimen criminal del sirio Bachar El Asad. Una paradoja de nuestro tiempo es la desproporción entre el caudal de experiencia y conocimiento y la escasa capacidad que luego demostramos al traducirlo en decisiones y estrategias acertadas. Hay mucho pensamiento acumulado, que eso es lo que significa think tank, pero una mediocre voluntad para convertirlo en acción eficaz.
Ante la interrogación que planteaba en la columna anterior, relativa a la dificultad de hacer plenamente inteligibles el comportamiento de las partículas elementales, la filosofía tiene dos salidas: o bien amplia lo que cabe entender por intelección, o bien modifica lo que parece haber sido, al menos desde Aristóteles, su vocación clave, buscando vías que no pasan por instalarse como disciplina arquitectónica, disciplina que reflexiona allí dónde están los cimientos de toda reflexión,
La dificultad es que ambas salidas implican la relativización del peso de los principios ontológicos, sea por subordinación a otros más generales pero hipotéticos (los cuales que posibilitarían tanto una naturaleza sometida a la localidad como una naturaleza que la viola) sea por minoramiento del hecho mismo de pensar en conformidad a principios.
En la columna número 37 de estos "asuntos metafísicos", aludía ya a este asunto, estableciendo una analogía entre los principios del orden natural y "aquello que los matemáticos denominan axiomas", de los cuales según Aristóteles no deben ocuparse los matemáticos mismos sino el filósofo, precisamente en razón de que "los axiomas rigen en todos los seres, y no sólo en tales o tales géneros del ser con exclusión de los demás". De tal manera que "todos [los que se ocupan de algo] se sirven de los axiomas, porque estos se aplican al ser por el mero hecho de ser, y cada género [del que quepa ocuparse] es." Decía entonces que sin llegar al grado de universalidad de los axiomas e incluso hallándose jerárquicamente subordinados a los mismos, los evocados principios ontológicos tienen tal peso que, al decir de Einstein, sin ellos "el pensar de la física, en el sentido ordinario del término sería imposible" .
Siendo en base a tales principios de la physis que los físicos hacen conjeturas sobre el comportamiento de los fenómenos y eventualmente los explican, se entiende la evocada perplejidad de Newton cuando no lograba remitir el fenómeno gravitatorio precisamente al principio dado por supuesto ( aunque quizás no explícitamente tematizado) de localidad. Aquello se resolvió, pero lo de ahora no sólo sigue sin resolver sino que (como hemos visto), se halla amenazado por la racional sospecha de su imposible resolución.
"El saber de los axiomas [de la matemática] es previo, y no hay que esperar encontrarlos en el curso de la demostración", sostiene el Estagirita. Previo es también el saber de la localidad, previo quizás a nuestra relación concreta con el orden natural. De ahí la necesidad de preguntarse por las condiciones de posibilidad de la interiorización de la no localidad, abordando el asunto siguiente: en el caso de que indiscutiblemente quepa afirmar que, en sus estructuras elementales, la naturaleza se comporta sin sometimiento al principio de localidad ¿hay alguna manera de adaptar nuestro comportamiento a una realidad que viola las los cimientos de lo que entendemos por naturaleza?
Bienvenido a la sobrecarga electoral. Porque usted no sólo debe decidir constantemente entre té y café, pan integral, blanco o de centeno, paracetamol o ibuprofeno, sino entre cientos de canales de televisión, miles de productos del supermercado o millones de ventanas que puede llegar a abrir el ordenador -y que van desde la búsqueda de trabajo hasta la de pareja-. La obsesión por elegir forma parte de nuestra configuración identitaria, auspiciada por un sistema que apela a la inteligencia y a la responsabilidad del consumidor-elector, pero también al consumo de masas. Asimismo nos convierte en seres más ansiosos y culpables, al no poder derivar responsabilidades cuando nos arrepentimos del camino escogido. Y lo más crucial: asistimos al fin de la inocencia, porque no vaya usted a creerse que elige con independencia, “dueño de sí mismo”. Un anclaje que concentra desde impulsos inconscientes hasta una lluvia de mensajes determinados por la presión del medio acabará condicionando su libertad. Se dice que escoger es descartar. Y pensamos que, en la mayor parte de las ocasiones, se trata de un dictado entre el sentido común y nuestras preferencias. Una decisión conveniente, razonada, informada, nos decimos. O intuitiva, cuando el caos acecha y cualquier argumento parece inservible. Los manuales de autoayuda para elegir bien y evitar el “impuesto mental y emocional” del error proliferan en las librerías. Pero la mayoría de estos tratados de psicología de bolsillo profundizan en explicaciones sobre lo qué nos ocurre al tener que decidir, mientras sus consejos para elegir bien no pasan de cuatro nociones elementales. Tras décadas de estudio científico acerca de esta capacidad humana que nos ha endiosado, un pequeño grupo de filósofos, teóricos legales y psicólogos que estudian el terreno de la cultura insisten en que las constantes elecciones a las que nos vemos forzados han llegado al punto de tiranizarnos. Uno de los muchos ensayos sobre el tema, el reciente Tyranny of choosing, de Renata Salecl, razona que la libertad de elegir y el inmenso catálogo de posibilidades al que nos enfrentamos no nos aportan “mayor felicidad o más justicia”. Y su conclusión es que, o cambiamos el lenguaje neoliberal de la elección en el contexto del capitalismo de mercado, o elegir será otra de esas reliquias del pasado que finiquitará el mundo emergente. Ahora bien, no hay mayor soberbia, ni sentimiento de plenitud, que el de sentirse pagado de uno mismo por haber elegido aquello que lleva acompañándonos desde hace tiempo, y aún no nos ha decepcionado. Sea un perfume, la cafetera o el marido.
(La Vanguardia)
En tiempos del modernismo los poetas se volvieron populares, eran leídos y recitados, popular Rubén Darío y no había quien no se supiera la Marcha Triunfal o recitara Los motivos del lobo, popular Lorca que había entrado hasta en las páginas de El Tesoro del Declamador, quién no sabía de la muerte de Antoñito el Camborio, populares los veinte poemas de amor de Neruda entre los enamorados en los internados escolares, me gustas cuando callas porque estás como ausente, y luego la poesía empieza a pasar de moda, un fenómeno que llega a parecerse a la extinción, nadie lee poesía, nadie la edita salvo héroes como Chus Visor. Los libros de poesía quedan confinados a la circulación clandestina, editados por las universidades, o por la mano del autor; y escribir poesía llega a estar tan fuera de moda, que no pocos poetas que conozco se pasaron a escribir lo más rentable hoy, que son las novelas; o lo que otorga más fama, en lugar de Darío célebre, García Márquez célebre.
Pero ahora la ola esa venía de vuelta con Mario Benedetti, una poesía de cosas cotidianas y simples, entre ellas el amor que, hay que darse cuenta, no pasa de moda entre los jóvenes, y oyéndolo leer sus poemas antes centenares de jóvenes, me decía que un poeta que triunfa es el que queda en la memoria y es recitado en las mesas de cantina, o al oído de la amada, sin equivocaciones, así mismo como he oído a adolescentes repetir los epigramas de Ernesto Cardenal, al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido, copiándolos también en sus declaraciones de amor, como copian los poemas de Benedetti, si te quiero es porque sos mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos... Porque un poeta triunfa más, todavía, cuando es plagiado, no por otros poetas de segunda, que es lo menos notable, sino por el enamorado ansioso de hacer creer a su dueña que el amor lo ha elevado a las cumbres de la inspiración más seductora, y toma prestado lo que le parece más efectivo y convincente.
Un poeta que triunfa con el público, como triunfó Benedetti en vida, es el que puede ocupar con holgura el lugar de los baladistas en el corazón de los adolescentes, y robárselo entero. Allí está Jaime Sabines, que arrastró también a los auditorios a los jóvenes que manosean sus libros hasta descuadernarlos. Cantar, se decía antes. Los poetas cantaban a la amada, y ése era el verdadero sentido de la poesía, la almohada compartida, la celebración de los desencuentros, los amores imposibles, y la esperanza de la recompensa tras muchos trabajos de amor perdidos. La celebración de la vida. Por eso fue tan popular la poesía, como los tangos y los boleros, y ahora parecería que empieza otra vez a serlo. Y como las canciones, esta poesía de Benedetti que llega al territorio afectivo es, valga la insistencia, sencilla y llana, hecha de palabras simples, sin elevaciones estrambóticas, y él bien sabía que no pocos miraban esos poemas con desdén, lo que llega a ser popular causa siempre recelos, qué se le va a hacer, de esas reservas críticas habla con toda propiedad su biógrafa Hortensia Campanella en Benedetti, un mito discretísimo.
Extraordinario el libro que Patricio Zunini ha hecho sobre Fogwill, que recoge testimonios de lo que...
He venido sugiriendo que el principio de localidad constituye quizás la viga maestra en la arquitectura de los principios ontológicos reiterando que en los trabajos de Einstein relativos al asunto, la localidad es hasta tal extremo relevante que incluso la reivindicación del realismo puede interpretarse como mero corolario de la asunción de que el mundo se rige por el principio de localidad.
Por ello indicaba hace unas semanas que es inevitable seguir dando vueltas en torno a la localidad, a la vez en una dimensión digamos metafísica y una dimensión técnica (véase la "nota" al final de esta columna), la segunda sirviendo de pilar a la primera. El problema es que no cabe aspirar a casi nada más que a establecer el estado de la cuestión confrontando los diferentes posicionamientos tras decenios de contrastes y diatribas, y renunciando casi a la esperanza de alcanzar una perspectiva novedosa, es decir, una inteligibilidad del fenómeno. Y ello no tanto por razones digamos de incapacidad subjetiva, como de dificultad intrínseca, pues intelección supone remisión de lo que se presenta a principios básicos, los cuales (como bien señalaba Aristóteles) no pueden ser ellos mismos inteligibles. Ahora bien, si efectivamente la localidad es uno de esos fundamentos no es obvio que podamos tener intelección de fenómenos que la violan, tal la correlación de fotones polarizados en el experimento de Aspect. Parecería incluso oportuno atenerse a las constataciones de los físicos, dejarlos tranquilos en sus trabajos de descripción, previsión y aplicación técnica y no importunarlos con exigencias de inteligibilidad que deberían ser canalizadas hacia terrenos más favorables.
Esta renuncia es sin embargo descorazonadora en razón misma de la enorme importancia de la cosa. Pues ¿cómo pueden la filosofía, y aun la ciencia misma, renunciar a hacer propio cualquier reto que proceda de la naturaleza literalmente elemental, la naturaleza que, como seres vivos, es decir, sistemas abiertos sometidos al segundo principio de la termodinámica, nos determina en primera instancia ?
Nota técnica sobre el principio de localidad. Recuérdese una vez más la definición arriba dada de separación: dos acontecimientos espacio temporales A, B se hallan espacialmente separados si el intervalo temporal que va de la aparición de A a la aparición de B no es suficiente para que la luz cubra la distancia entre ambos ( mientras que si el intervalo que va de la aparición de A a la aparición de B permite que una partícula que se mueve a velocidad inferior a la de la luz cubra la distancia espacial que les separa, diremos que los acontecimientos A y B se hallan temporalmente separados).
Considerando el marco de acontecimientos separados espacialmente, cabe presentar la localidad en términos de causalidad ("local causality", según la expresión de Bell ) de la siguiente manera:
Si dos regiones R1, R2 están espacialmente separadas, entonces ningún evento A que tiene lugar en la primera puede tener directa influencia sobre un evento B que tiene lugar en la segunda, y viceversa. Ello implica que si entre ambos eventos se constata alguna correlación, ésta debe ser atribuida a una causa común con origen en una región que constituye la intersección de sus conos de luz incidentes, es decir, una región espacio- temporal R3 desde la cual los intervalos temporales son suficientes para que una partícula a velocidad inferior o igual a la de la luz pueda cubrir el espacio que separa tanto de la región R1 como de la región R2.