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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desobediencia civil

Desde hace una semana ando preguntando por el significado de unas palabras pronunciadas por Oriol Junqueras y todavía hoy no he obtenido una respuesta convincente. El presidente de Esquerra Republicana, jefe de la oposición y principal apoyo parlamentario a la mayoría insuficiente de Artur Mas, dijo el pasado lunes que si la consulta del 9N queda suspendida por el recurso de Rajoy ante el Constitucional, la respuesta debe ser la desobediencia civil. Yo no sé muy bien qué quiere decir Junqueras cuando llama a la desobediencia civil, y menos todavía cuando evoca el ejemplo de Martin Luther King y el caso concreto de Rosa Parks, la señora afroamericana que el 1 de diciembre de 1955 prefirió ir a la cárcel antes que ceder su asiento a una persona de raza blanca como pretendía el conductor de un autobús público en Montgomery en cumplimiento de la legislación racista de Alabama. Veamos si me aclaro. El centro de la cuestión consiste, al parecer, en poner las urnas el 9N para que la gente pueda votar. Pues bien, después del éxito cosechado en la Diada, yo no veo qué puede impedir el cumplimiento de los deseos de Junqueras. Nadie puede dudar de la capacidad de la ANC y Òmnium, organizadores de la demostración de fuerza del 11 de setiembre, para preparar y llevar a cabo una consulta, con papeletas, interventores, urnas y votantes sin necesidad de nadie. Pero propugnar este camino tiene, al parecer, un inconveniente: no constituye ninguna forma de desobediencia civil, porque se trataría de una consulta privada, realizada en ejercicio de las libertades de expresión y manifestación reconocidas por la Constitución. Además, a la vista de la perfecta y espontánea sincronización de la Administración catalana, y sobre todo sus medios de comunicación, en la preparación, organización y logística de la Diada, parece evidente que la celebración de una consulta por parte de ANC y Omnium podría tener una repercusión al menos tan espectacular como la que tuvo la disciplinada concentración de centenares de miles de personas en la Diagonal y la Gran Vía el pasado jueves. Cierto que una consulta de este tipo, aun con apoyo público más o menos explícito, no tendría garantías de participación por parte de la población que no se siente implicada y alcanzaría un nivel de participación quizás insatisfactorio para los convocantes, con las consecuencias de un improbable reconocimiento interior y exterior. Sería hacer un Arenys de Munt en vez de hacer un Salmond. El problema, por tanto, no es el derecho a celebrar una consulta, sino la capacidad legal del Gobierno catalán para convocarla en los términos en que la está organizando: mediante un derecho a decidir sin reconocimiento jurídico; unas preguntas discutibles y discutidas por confusas y una fecha que no han sido pactadas; además de la ambigüedad sobre si es una consulta o un referéndum y en consecuencia sus efectos, meramente simbólicos, políticos o jurídicamente vinculantes. Hay, además, otra cuestión bien clara e incluso reconocida por todos. La única regla de juego disponible en este partido dice que Rajoy puede impugnarla ante el Tribunal Constitucional, hecho que automáticamente suspenderá la celebración de la consulta convocada por Artur Mas. ¿Dónde está entonces la desobediencia civil? ¿O acaso hay una desobediencia civil de uno solo, en este caso de Artur Mas, empujado por Junqueras? Es verdad que se pueden cambiar las reglas, e incluso yo diría que en el caso que nos ocupa hay que cambiarlas obligatoriamente. Pero debe hacerse siguiendo las reglas; o, en caso contrario, conformándose a jugar sin ellas, y preparados para recibir patadas y ver cómo hay otros que también quieren jugar sin reglas. El problema de Junqueras es que lo quiere todo: la mantequilla y el dinero de la mantequilla, repicar e ir a la procesión. Quiere una consulta meramente consultiva que se convierta en un referéndum de autodeterminación con efectos vinculantes y jurídicos. No quiere hacer un Arenys de Munt pero quiere obligar a Artur Mas a hacer un Seis de Octubre. El 6 de octubre de 1934 hubo muertos y heridos, suspensión de la autonomía y encarcelamiento del presidente Lluís Companys y todos los altos cargos de la Generalitat. Pero no hace falta llegar tan lejos a estas alturas para hacer un Seis de Octubre. Basta con obligar a un presidente a romper la regla de juego por la que ha alcanzado la presidencia y que le permite pagar cada mes todas las nóminas. Un presidente que hace un Seis de Octubre se dispara un tiro en el pie, porque alienta a que otros rompan la regla de juego, la actual o la futura, con la misma pasmosa tranquilidad con la que él la ha roto. Ya sé cual es la respuesta a este razonamiento y a mi inquietud sobre la desobediencia civil: a veces hay que saltarse un semáforo en rojo para que las cosas cambien a mejor; no hay tortilla si no se rompen los huevos; y un etcétera de inquietante aroma años 30 o de aire ucranio. Junqueras lo tiene claro: que salte el semáforo en rojo y rompa los huevos Artur Mas, mientras yo aplaudo y recojo los frutos de la desobediencia presidencial.



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15 de septiembre de 2014
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Ana, a secas

La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba”. Así explicaba Joan Didion como perdió a su marido con la mesa puesta, en El año del pensamiento mágico, un hermoso libro sobre el duelo. Poco podía olfatear Ana Patricia Botín el pasado miércoles que su vida abriría un segundo tomo. Me entero de la noticia en la consulta de las dentistas Vilaboa, la crème de Madrid, con Palazuelos en sus paredes. Dos damas que parecen conocer el entorno del banquero dan razón de los hechos: “Tenía un gran trancazo y dijo que le iría bien un baño caliente para estar bien al día siguiente y presentar la restauración de La educación de la Virgen, de Velázquez. Es algo muy propio de personas acostumbradas a controlar la situación y que se conocen muy bien. Pero el corazón no aguantó”. A las veinticuatro horas, el Financial Times abría su portada con la foto de Ana Patricia Botín, nombrada nueva presidenta del Santander, “el tercer banco más importante del mundo”. “Cuando me preguntan por el momento más importante de mi vida, siempre digo que fue el día que le pedí a mi marido que se casara conmigo. Yo hacía prácticas en JP Morgan y él estaba en España, a tres mil millas de distancia. Así que se lo pedí por teléfono. Creedme, se suponía que en aquellos tiempos esa no era la costumbre propia de una señorita española. Y tampoco era habitual planificar una boda en tan sólo cuatro meses; mi madre sabe bien de lo que hablo. Y, a pesar de todo, aquí estamos mi marido y yo, estupendamente”. Así hablaba Ana Patricia, invitada ilustre en el discurso de graduación de la promoción 2008 de la Universidad de Georgetown, en la que figuraba su hijo Felipe Morenés Botín. Se trata de la única información en primera persona, capaz de ilustrar su personalidad, que anida en las hemerotecas. Una mujer con iniciativa, no hay duda. Y una mujer que ha sabido aplicarse la máxima clásica: festina lente, apresúrate despacio. “En la universidad yo era una mujer con prisas”, les contaba a los recién graduados, instándoles a que antes se preguntaran para qué se tiene prisa. Detalles de su carrera meteórica, Harvard, los tres hijos antes de los 30, la difícil conciliación y el hecho de ser mujer fueron recogidos de su speech por la revista Telva como si fueran declaraciones en exclusiva. Pero la propia Ana Patricia se encargó de restaurar su leyenda en el número siguiente, aclarando que todos los entrecomillados pertenecían al discurso de Georgetown aunque fueran precedidos de preguntas. Porque ella nunca ha concedido una entrevista. Inteligente, discreta, con un fax instalado en la habitación después de haber parido, siempre ha sabido aplicarse aquel consejo de Coco Chanel “antes de salir de casa mírate al espejo y quítate algo”. Ahora, no sólo en su indumentaria, sino en su antropónimo. Porque ha decidido quitarse el segundo nombre, desvestirlo de culebrón venezolano, y llamarse Ana a secas. Hay que aligerar el yo cuando la vida cambia rápido. La novia deseada En escasos tres meses Alman Alamuddin se ha convertido en una celebrity de oro, icono del éxito y la inteligencia. Que sea abogada de causas perdidas -pero a la vez causas millonarias-, en lugar de actriz, luchadora, modelo o incluso exvelina, como las anteriores novias que paseó el voluble George Clooney le ha conferido una credibilidad inusual al romance. Como si su brillante currículum fuera una garantía de estabilidad. Aunque el histrionismo lo ha puesto él, Clooney, el novio, el hombre que se declaró soltero forever afirma ahora que le corre prisa casarse porque no soporta estar ni un minuto lejos de su amor. Demasiado cínico se ha vuelto el mundo para tanta incontinencia. Contra el mito Existe una diferencia fundamental entre Angelina Jolie y Jennifer Aniston: la primera siempre posa erguida, la segunda con lateralidad. Eso es, Aniston inclina la cabeza en un gesto entre tímido y cercano, con voluntad de agradar, mientras el mundo entero sigue viendo en ello un poso de melancolía. Porque a pesar de mantener un ritmo de dos o tres cintas al año y de lucir la melena más imitada en todo Occidente, la actriz sigue siendo aún la ex de Brad Pitt, la esposa que fue relegada por el magnetismo de Jolie. Ahora, a sus 45 años, ha anunciado embarazo revirtiendo su destino, y aquellos que un día la llamaron infértil se han apresurado a decir que es in vitro. Cuánto mito. Teatro y amor Primer gran estreno teatral de temporada, en el Marquina de Madrid: Largo viaje del día hacia la noche de Eugene O’Neill. Aciertas a ver la niebla que nombra Viky Peña, la que la aísla del mundo y a la vez aísla al mundo de ella. El escenario se azula para escuchar el sordo lamento de una sirena “que nos obliga a recordar”. Y el sueño se desmorona, entre alcohol y morfina, mientras sus personajes no aciertan a ver la salida. Ahí está en su enormidad una pareja que en la vida real se amó, tuvo hijos, y hoy sube junta al escenario. Mario Gas, imparable detrás y delante de las bambalinas, y la mejor actriz española de teatro Vicky Peña, hacen temblar de soledad. (La Vanguardia)

   

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13 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Jaque mate a Cameron

Alex Salmond ya ha ganado el referéndum de independencia del próximo jueves 18 de setiembre, sin necesidad de conocer el resultado que arrojen las urnas. Recordemos que el primer ministro de Escocia quería que los escoceses se pronunciaran también por una tercera opción, una autonomía más reforzada o devolution max, pero Cameron, más chulo que un ocho, dijo que era todo o nada. Ahora, si sale el sí, gana; y si sale el no, también gana, porque Londres le ofrece la ampliación del autogobierno que no quiso contemplar inicialmente. Jaque mate. Cameron ya ha perdido sin esperar al jueves. Autorizó el referéndum y apostó todo a la elección entre independencia y estatus quo. Algunos creen que lo hizo porque es un demócrata radical, pero otros piensan en cambio que es por frívolo y arrogante. Si sale el sí, rodará su cabeza y probablemente regresarán los laboristas a Downing Street. Si sale el no, Reino Unido entrará en su particular tercera vía, el Estado federal, porque los mayores poderes de Edimburgo también los querrá Gales y la propia Inglaterra. Los resultados del referéndum se leerán en todo el mundo con las paradójicas gafas de la interdependencia: los escoceses deciden democráticamente si quieren vivir aparte, pero su decisión afecta a todos los vecinos, incluso más allá del Canal. En Bruselas, naturalmente, capital de la Unión y no de la división, por temor a la emulación. Pero sobre todo en Madrid y en Barcelona, donde todo el mundo sabe que no tienen nada que ver Cataluña y Escocia, como dicen Salmond y Margallo, cada uno por particulares y distintas razones, pero a la vez todos están también pendientes del resultado como si participaran en el referéndum. Lo obvio es que Rajoy se sentirá ganador si sale el no, al igual que le sucederá a Artur Mas si sale el sí. Pero el sí reivindica el inmovilismo de Rajoy frente a Cameron, que pasará a la historia como el primer ministro que se cargó Gran Bretaña, exactamente lo que él no está dispuesto a hacer con España. Y a su vez el no reivindica la convocatoria y el derecho a decidir de Artur Mas, porque demuestra que cabe votar sin irse. Por este lado sabemos que Rajoy y Mas minimizarán el resultado adverso e intentarán sacar provecho en cualquier de los casos. Pero solo el sí escocés colocará el caso catalán en el punto de ebullición donde no está ahora todavía: primero, en el foco de los mercados financieros, como ya sucede con Escocia desde la última semana; y, luego, en la agenda abierta y reconocida de Bruselas, donde el debate sobre la pertenencia a la UE habrá quedado inaugurado por una Escocia que quiere quedarse en la Unión Europea e incluso integrar el euro; pero separada de un Reino Unido que quiere irse de la UE y no piensa integrarse en el euro.



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13 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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42. El estilo

El buen estilo literario no tiene nada que ver con la elección de unas determinadas palabras, ni con una estandarizada selección de cultismos o términos inhabituales para conseguir un efecto de altura. El buen estilo no tiende a subir porque ya estaba arriba (en todo lo alto). "Debe haber una tensión entre una oración principal y otra subordinada, una especie de zigzag, incluso y especialmente cuando la frase tiene un aspecto completamente recto. Hay estilo cuando las palabras producen un resplandor que va de unas a otras, aunque estén muy alejadas" (Deleuze, Conversaciones). El buen estilo no es un ejercicio de imitación de grandes estilos anteriores, caso en el cual se convierte en mímica por escrito, ya que la característica esencial del gran estilo es la singularidad, la personalidad o individualidad de cada estilo, que lo hace intransferible y provoca sentirlo como fuera de lugar, e irrisoria su simulación en las páginas de otro. El estilo no es una adjetivación específica, sino el uso exquisitamente ajustado de cualquier tipo de adjetivación; el gran estilo no rehúye el exabrupto, el taco o la expresión vulgar cuando son necesarios para la historia y adecuados al texto; tampoco requiere de una elevación tonal sostenida, ni de clichés cervantinos o proustianos o shakespearianos (que son clichés cuando se utilizan por alguien distinto a ellos), que producen el torpe y contradictorio resultado de fotocopiar una parte de las Meninas o de la Gioconda y pegarlas al óleo propio, pensando que así se mejora la obra. Raras veces pasará el grand style desapercibido, sumergido bajo la historia, pero puede ocurrir: "Una mediana vida yo posea, / un estilo común y moderado, / que no le note nadie que le vea", se lee en la Epístola moral a Fabio. Y ello es posible porque el gran estilo es preciso, no precioso, ni preciosista; es original, lo que no significa ex nihilo sino ex novo; es buscado, pero no rebuscado; brota de lo estético, sin ser esteticista. El estilo es una cuestión de tensión expresiva, de potencia y no de opulencia, de mimo y no de mímica: de grandeza, y no de grandilocuencia.



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12 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Preparándonos para la Feria de Frankfurt.- Con una participación…

Preparándonos para la Feria de Frankfurt.- Con una participación menor -aunque por un mínimo 3%- que el año pasado, y con el inevitable ascenso del libro electrónico, este 8 de octubre comienza la Feria del Libro de Frankfurt. Lo más interesante, sin embargo, es la declaración de su director sobre el cambio profundo en el 2015 con las fusiones editoriales. La nota en El Universal. 



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11 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Comisión Juncker

En pocas ocasiones los equipos de comisarios de Bruselas merecen llevar el nombre de quien les preside. Normalmente son otros, en las capitales europeas, los que hacen la selección de los nombres, y el presidente, al final, se limita a repartir las cartas entre quienes encuentra sentados alrededor de la mesa. El método europeo tradicional, hipócrita por definición, tentaba a los primeros ministros a deshacerse de los descartes políticos, viejas glorias o adversarios sumisos y merecedores de una canonjía, con la encomienda de vigilar por los intereses nacionales, aunque a ser posible acomodándose a la ficción, una vez ya instalados en la Comisión, de que defienden los intereses europeos en general. Esta vez no ha sido así. Jean-Claude Juncker, el veterano zorro luxemburgués, se ha presentado ante los primeros ministros y jefes de Gobiernos con ideas precisas sobre el tipo de nombres que necesitaba para su proyecto de Comisión. Los políticos en activo cotizan más que los veteranos desubicados. Las mujeres más que los hombres. Cuenta también la edad. Ha habido prima para los nuevos socios de la Europa de los 28. Y ha sido generoso para quien se adaptara a su pedido y rácano con quien se encastilló en su designio inicial. Juncker también ha jugado astutamente para ofrecer prendas de amistad a quien pretendió vetarle, como David Cameron, y muestras de independencia a quien le apadrinó, como Angela Merkel. Al comisario de Reino Unido, el euroescéptico Jonathan Hill, le han correspondido los servicios financieros, tan apreciados en la City. Alemania queda fuera del primer círculo de supercomisarios, y el suyo, Günther Oettinger, con la cartera de la economía digital, pierde la categoría de vicepresidente y queda a las órdenes del estonio Andrus Ansip. La construcción de esta Comisión emite un mensaje contundente. Juncker quiere mandar y ha mostrado ya en la negociación cuánto puede mandar. Entre los grandes, no salen bien parados Alemania, Francia o España, pues quedan fuera de la Supercomisión. Pero todos, perdedores incluidos, han contado con un premio de consolación: Energía, la cartera de Cañete, es perfecta para un país que necesita conectar su red a la europea. Italia es el único país de aquella Vieja Europa de Rumsfeld que coloca bien sus piezas, con Frederica Mogherini como jefa de la Acción Exterior, gracias a que Matteo Renzi fue el gran vencedor de las elecciones europeas. La nueva Comisión y también la presidencia del Consejo reflejan el desplazamiento del centro de gravedad europeo del Rin hacia el Oder. Si Javier Solana fue en su ndía el emblema de la moda mediterránea y española, Donald Tusk, que se entiende con Juncker en alemán pero no en francés, lo es ahora del momento polaco y oriental, especialmente necesario ante la voracidad territorial del resucitado oso ruso. Como suele suceder en muchos campos de la vida, lo importante es el comienzo, y este no es el de un presidente débil, ni el de alguien sometido a un servomecanismo alemán. Es, realmente, la Comisión Juncker.



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11 de septiembre de 2014
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Respaldos compatibles

En el avión, siento una presión hostil en mi espalda, y me vuelvo para comprobar si se trata de uno de esos niños aficionados a dar pataditas al ritmo de una diabólica percusión. Es un hombre joven que, cuando estira las piernas, deja asomar un trozo de calcetín por el hueco del reposabrazos. Soportar un pie ajeno a la altura de mi codo rebasa el listón de la tolerancia estética y olfativa. Ríete de la proxemia, la distancia social que tácitamente acordamos respetar para no invadir al otro con nuestro chasis o nuestro aliento. Cuando me dispongo a pedirle educadamente que cese tal vejación, el asiento de delante se abalanza hacia mí y cierra de golpe mi ordenador portátil. Justo en ese mismo momento, el comandante nos desea que disfrutemos del vuelo. Por asuntos parecidos a este -con el añadido de que coincidieron varios viajeros que tenían un mal día- este verano aterrizaron de emergencia al menos tres aviones de los cielos norteamericanos. En el vuelo 1462 de United Airlines, de Newark a Denver, dos pasajeros llegaron a las manos porque uno instaló un tope que impedía que el de delante se despanzurrara a gusto. El creador del Knee Defender (protege-rodillas), que cuesta poco más de 20 dólares, asegura que cada día vende más, trazando un ambiguo diagnóstico acerca de los derechos del pasajero. Quien paga un billete también paga por poder reclinar su silla (no las llamemos butacas, sólo las hay en preferente). Y a la vez paga para que su cuerpo, y su ordenador, viajen a salvo de magulladuras y golpes secos. Las compañías aéreas no se pronuncian aún en este viejo debate en torno a la posición moral que hay que adoptar cuando, al ofrecer una comodidad para unos, creas una incomodidad para otros; lo que viene a ser como una buena y una mala idea juntas. Las ventajas casi siempre van de la mano de los inconvenientes, pero aun así el diseño de los protocolos de urbanidad y los derechos que, en teoría, asisten a los usuarios son demasiado imperfectos. En agosto, los retrasos de Vueling a Mallorca o Eivissa han dado muestra del elevado grado de resiliencia de los viajeros, esparcidos entre hamburgueserías y cajas de ensaimadas. Suena la alarma de convertir el puente aéreo -la joya de Iberia, con excelentes profesionales al frente y trato personalizado- en un borreguero, mientras que las líneas low cost quieren sofisticarse sin peajes. La única opción que les queda a los menoscabados pasajeros, criaturas encajonadas en asientos de 43 cm (que en los años ochenta casi llegaban a los 50), es la de acogerse a un estado mental que suavice los estragos del neoindividualismo, abortando su primer impulso: echar fieramente el respaldo hacia atrás.

(La Vanguardia)

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10 de septiembre de 2014
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El fondo a fondo

Recorriendo el stand del Fondo de Cultura Económica en la Feria Internacional del Libro de Panamá, me encontré entre los libros expuestos con no pocos viejos conocidos, empezando por aquellos viejos breviarios, claves en mi formación libre y voluntaria cuando fui alumno de una especie de universidad espontánea que me procuré entre libros, más allá  de  las fronteras de mis estudios de derecho.

Pero lo que mejor me asombró fue que esos breviarios estuvieran allí, recién reeditados después de cincuenta años. Y eso me recordó que una  empresa cultural es verdadera cuando trasciende de una generación a otra, y en el caso de una editorial, sobre todo de una editorial pública, cuando sus libros se vuelven letra viva, y se siguen leyendo porque son necesarios a la formación cultural de tantos.

Volví a encontrarme así con Los Condenados de la tierra de Franz Fanon y el prólogo de Sartre, un libro que fue una Biblia laica para mi generación, la generación de los sesenta, que abjuraba del colonialismo que ya para entonces se despedía de la realidad geopolítica entre grandes llamaradas; y con ¡Escucha, yanqui! de Wright Mills, que tantos leímos cuando la revolución cubana era toda una esperanza.

Y más allá de esa formación autodidacta que los libros del FCE me procuraron como curioso en permanente estado de búsqueda, están los escritores que alentaron mi vocación, el primero Juan Rulfo, con quien tantos escritores confiesan su deuda impagable. En la ciudad de León, en Nicaragua, donde yo estudiaba derecho, alguien puso en mis manos Pedro Páramo, seguramente la primera edición de la colección Letras Mexicanas de 1955.

Nunca olvidé el párrafo de entrada, pero tampoco la ilustración en tinta negra de la cubierta, una pareja abrazada bajo una mata de agave, y la viñeta encima de la primera línea del capítulo de entrada, el par de arrieros que se acercan a Comala con sus burros por delante, ambos dibujos del artista mexicano Ricardo Martínez; una bella edición imperecedera para la historia y para la memoria.

En los libros del FCE encontré herramientas preciosas y precisas para mi formación abierta y arbitraria, basada en ese don tan imprescindible de la curiosidad, que es la puerta de la libertad, y encontré a escritores que serían mis manes; y al cumplirse los ochenta años de su fundación, hago mis reflexiones sobre su dilatada existencia desde la perspectiva hispanoamericana.

La inmensa marejada del exilio español al ser derrotada la república tras la guerra civil, que llevó hacia México, gracias a la visión del presidente Lázaro Cárdenas,  a legiones de académicos, docentes, filósofos, sociólogos, artistas y actores, cineastas y escritores, que empezaron no sólo a nutrir el catálogo del FCE, sino que le dieron también editores, maestros tipógrafos, correctores y traductores.

Y ese exilio también alentó la creación del Colegio de México, la Universidad Nacional Autónoma de México vio nutrirse su planta docente, y los periódicos y revistas, el teatro y el cine, resultaron beneficiarios de este generoso alud. Un trasvase de recursos forzado por una catástrofe intelectual de la que España tardaría  mucho en reponerse, pero que dio brillo y energías a la cultura mexicana, y a la de América Latina en general.

Por otro lado, los sucesivos exilios latinoamericanos, que han sido parte de nuestra historia, llevaron a México una constante corriente de intelectuales, escritores y artistas, acogidos siempre de manera generosa, y muchos de ellos llegaron a ser parte del patrimonio intelectual del FCE, y de los foros académicos mexicanos, de sus universidades y editoriales. Las dictaduras militares, primero en Centroamérica y el Caribe, después en el cono sur, trabajaron con toda constancia en beneficio de la cultura mexicana, igual que el franquismo.

Y apenas diez años después de su fundación, en 1944, en un formidable salto a través de todo el continente,  se abre la delegación de Buenos Aires a cargo del editor argentino Arnaldo Orfila Reynal, quien asumiría pocos años después, en 1948, la dirección general en México, y por mucho tiempo. Y en 1962 se extendió hasta España, con el inolvidable pensador Javier Pradera como su primer director.

No encuentro otra obra tan formidable y de tan dilatada existencia que pueda marcar mejor lo que somos como comunidad cultural, dueños de una vasta lengua que ha podido manifestarse en su catálogo de diez mil títulos de tantas maneras y con tan vivas muestras de expresión, y también ser enriquecida desde fuera por tantos autores de otras lenguas.

Hemos ganado en sabiduría gracias a esta obra mexicana que es ya de todos  nosotros, y lo será más en la medida que en que se siga aproximando a su primer siglo de existencia.

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10 de septiembre de 2014
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