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Ciudad hospitalaria

Sant Pau es más que una ciudad dentro de una ciudad. La ambición del mecenas Pau Gil, cuyo legado (tres millones de pesetas de la época) permitió el inicio de las obras en el año 1902, era construir el corazón sanitario de una urbe utópica. Pero ese corazón era tan gigantesco que, como sucede en las mayores utopías de la humanidad, el proyecto quedó inconcluso. De los cuarenta y ocho pabellones planeados y encargados a Lluís Domènech i Montaner, sólo veintisiete se construyeron, y de ellos el gran arquitecto pudo únicamente diseñar y ejecutar doce, quedando el resto al cuidado de su hijo Pere Domènech i Roura, artífice fiel y voluntarioso pero desprovisto del chisporroteante genio de su padre.

Tras más de cuatro años de restauración y reacomodo, el Hospital de la Santa Creu y Sant Pau, su nombre completo, fue abierto en Barcelona a principios de 2014, en concurridísimas visitas (temporalmente gratuitas) con mezcla evidente de nativos curiosos y extranjeros ávidos de Art Nouveau, unos y otros en perfecto estado de salud; el conjunto modernista ya no atiende enfermos, pero al norte de sus instalaciones hay un Sant Pau moderno en pleno funcionamiento sanitario. Ahora las visitas al recinto, pagadas, permiten recorrer el vasto espacio lleno de maravillas, admirando la determinación del banquero Paul Gil (cuyas iniciales entrelazadas se advierten en los medallones de mayólica que adornan alguna de las fachadas) y la imaginación de Domènech i Montaner.

La palabra maravilla no es en este caso un eufemismo o un superlativo. Quienes conozcan otras obras del arquitecto y también activo político catalanista (fue cuatro años diputado a Cortes por la Lliga), saben de su exuberancia formal, de su don ingenioso para combinar colores, de los caprichos exóticos con los que a veces juega a deslocalizar y a fabular. El Palau de la Musica Catalana, la casa Lamadrid, el Castillo de los Tres Dragones, actual Museo de Zoología, dentro del parque de la Ciudadela, todos en Barcelona, o el Instituto Psiquiátrico Pere Mata de Reus son algunas de esas construcciones singulares que lo atestiguan. El Hospital de Sant Pau, con todo, es su cuento fantástico más hechizante. También el que le da a la enfermedad un acompañamiento paliativo que aun hoy, cuando no se ven allí medicinas, camillas ni batas blancas, resulta vigorizante: sin duda en aquel entorno uno, por mal que se sintiera, podía vislumbrar la salvación.

Aproveché el viaje a Barcelona durante el que pude visitar detenidamente el Sant Pau para hacer un pequeño repaso intensivo de la asignatura del Modernismo, que por mucho que se empolle siempre deja lecciones pendientes. Así que empecé a subir desde el Paseo de Gracia, donde ese ‘blockbuster' arquitectónico que sigue siendo la Pedrera rivaliza en taquilla con las visitas a las casas Batlló, del propio Gaudí, Amatller, de Puig i Cadafalch y Lleó Morera, un temprano espécimen de sabor gótico de nuestro Doménech i Montaner, haciendo de paso un breve desvío con parada para admirar otras dos obras suyas, la Fundación Tàpies (antigua sede de la editorial Montaner i Simón) y, por encima de la Diagonal, la grandiosa Casa Fuster, convertida en hotel de lujo. En mi camino recto hacia el norte vi sólo por fuera otra obra maestra de Gaudí, la Casa Vicens, que un banco andorrano ha comprado y tras restaurarla va a abrir museísticamente en 2016, pero sí entré y disfruté del ‘gaudiniano' parque Güell, que no había pisado en muchos años y tiene, desde la estación de metro de Vallcarca, un acceso cómodo por escaleras automáticas. Pero volvamos al hospital.

La ciudad sanitaria soñada por Pau Gil y trazada por su arquitecto era un jardín de los vivos, y no un refugio donde ir a sufrir sin remedio o a morir (en la concepción original, cada enfermo disponía de un espacio de 145 metros cuadrados). Nada tétrico ni agobiante hay en el colorido vivaz de sus interiores, ni por supuesto en la silueta feérica y el volumen cambiante de sus pabellones, que más parecen palacetes de ensueño en los que una cierta profusión de la voluta y el almocárabe entronca con la liviandad del pensil musulmán. La entrada principal, originalmente la Administración del hospital, es una de las construcciones más ricas de ornamentación y más sorprendentes en la mezcla de sus elementos. Transformada su naturaleza burocrática en lugar ameno polivalente, aún falta por encontrarle función a todas sus dependencias, pero lo que ya está en uso es bellísimo: la majestuosa escalera que arranca del vestíbulo y las vidrieras de la cúpula, de elegante policromía. Lo más deslumbrante de este edificio de acceso es, sin embargo, el antiguo salón de actos, de una invención inagotable, a veces algo recargado pero nunca feo. Hay en él mosaicos, piezas escultóricas de Gargallo, porcelana en relieve, y la curiosísima baranda de piedra cuyos balaustres son letras góticas que componen una piadosa plegaria: "Amparad Señor a los benefactores y a los asilados de esta Santa Casa tanto en la tierra como en el Cielo, e inspirad sentimientos de caridad hacia ella. Amén".

Diversas instituciones han ocupado o van a ocupar los amplios locales del Sant Pau. De mi visita guardo el recuerdo fascinado del que con el nombre de Nostra Senyora de la Mercè albergó en su día el Servicio de Ginecología y Obstetricia; hoy dos organismos internacionales tienen el privilegio de que sus empleados trabajen bajo un techo abovedado de cerámica vidriada que está entre lo más hermoso del modernismo barcelonés.

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16 de septiembre de 2014
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Asuntos metafísicos 65: A vueltas con el viajero galileano.

Indicaba en la columna anterior que la filosofía no puede consistir en esa  inmersión en los átomos del conocimiento que constituye la ciencia (y en ocasiones la simple erudición), sino más bien en el esfuerzo por hacer perceptible  las enormes implicaciones de tal o tal  conocimiento puntual a la hora de interrogarse sobre el bagaje de conceptos y postulados implícitos que posibilitan una relación con el mundo. Evocaré lo más clásico:

En comparación con  el verdadero  cataclismo que para la visión  de la naturaleza supone  la einsteniana relatividad restringida, el llamado  Principio de Relatividad de Galileo puede parecer inocuo. Pero  no lo es en absoluto, y  de hecho en el mismo está ya en embrión uno de los aspectos más revolucionarios de la teoría relativista, a saber, la imbricación del tiempo en el espacio cuando dejamos de considerar exclusivamente lo que ocurre en nuestro sistema de referencia para medir distancias en un sistema que se halla en movimiento respecto al mismo. Las tesis centrales de Galileo forman hoy parte de la llamada cultura general, lo cual no quiere decir que sean  "conocidas", a menos de llamar conocimiento a la mera información carente de concepto (saber que tal pensador  sostiene una determinada tesis no supone en absoluto ser capaz de avanzar por si mismo un argumento en favor de la misma). No está pues quizás de más una revisión, sirviéndose de un apólogo.

No hay cambio en el interior...

El problema puede ser abordado con una pregunta del tipo siguiente: si consideramos un único sistema físico, si hacemos absoluta abstracción de  la eventual existencia de otros sistemas que se alejan o se acercan a él  ¿cabe realmente  diferenciar en algo su situación en reposo de su situación en movimiento rectilíneo uniforme? El carácter absoluto de la diferencia entre  reposo y movimiento rectilíneo uniforme sería difícil de negar si en un caso u otro  hubiera diferencias  físicas, por ejemplo si  ciertas magnitudes dentro del  mismo sistema cambiaran. 

Sea ese  tren al que tanto recurre Einstein, que podemos considerar arbitrariamente grande, parado en una determinada  estación. Para facilitar la representación imaginaria conviene a tenerse  a dos coordenadas espaciales, reservando la tercera para el tiempo; el tren será así  bi-dimensional. Puesto que el tren se halla estacionado, las distancias espacio temporales entre acontecimientos que  ocurran  dentro del tren   pueden ser expresadas mediante el mismo sistema de coordinación (t, x, y) que el  del andén, y con origen espacial coincidente con  la cola del mismo. Visto el tren desde el andén, su situación de reposo se traduce en que la trayectoria espacio-temporal del origen del tren es ortogonal a (x, y), de hecho confundida con la coordenada t del tiempo (en cada instante sigue en el mismo sitio).

Consideremos ahora que  el tren ha pasado a hallarse  en movimiento con velocidad constante v a lo largo de la vía, identificada al eje de los  valores x (haremos abstracción de lo que pasó en el momento de inevitable aceleración). Supongamos que el observador, ajeno a la existencia de un  exterior (ventanas cerradas), empieza a percibir dentro del tren perturbaciones en las distancias espacio temporales. Ejemplo fantasioso: percibe que la distancia entre dos  objetos en reposo en el vagón se ha reducido. Es más: percibe que la distancia misma que separa la pared delantera del vagón y la trasera también ha menguado. Desde luego, si algo de esto ocurriera habría una razón para decir que el tren no está en la misma situación en la que estaba.  Y si sospechamos que esta  reducción del espacio se debe a que tenemos una velocidad no nula, aunque constante, podríamos temer un eventual incremento de la misma.

En suma, si al pasar del reposo al movimiento rectilíneo uniforme ocurrieran cosas como   las descritas podríamos decir que el ser un viajero del tren supondría para esa persona paso a un nuevo universo espacio temporal, por así decirlo  a un nuevo mundo...

Sin embargo nada de esto ocurre,  las cosas dentro del tren acontecen  exactamente de la misma manera, concretamente: el espacio  del vagón sigue respondiendo a las mismas propiedades métricas; y por supuesto,  en este espacio  el tiempo sigue determinando planos de contemporaneidad que abarcan el conjunto entero de puntos y acontecimientos, de tal forma que todo se ubica en el presente, o se ha ubicado en el pasado, de manera perfectamente regular.

Si nuestro vagón es un laboratorio, entonces los resultados de experimentaciones complejas realizadas en la  situación de movimiento uniforme son exactamente iguales a los verificados en la situación en reposo, lo cual equivale a decir que no hay nueva situación: no hay experiencia mecánica que pueda dar testimonio de que nuestro ámbito propio se desplaza uniformemente, en lugar de hallarse en reposo.

...Exterior del tren galileano.

Para que algo ocurra, el viajero debe simplemente abrir la ventana y hacer experimentos que implican el exterior. Constata, por ejemplo, que cuando estaba el tren en reposo la distancia que una señal  que se hallaba junto a la vía a una distancia determinada, se halla ahora más cerca. O que un objeto que dejaba caer desde la ventana sobre un punto determinado de la vía cae ahora en otro punto...sin duda el tren se nueve al menos que lo que se mueve sea la estación en el sentido contrario, pues los resultados de ambas mediciones serían idénticos. Es decir, hay equivalencia  entre sostener  que las cambios son consecuencia de que un sistema de referencia se desplaza en un sentido y sostener que es el otro sistema el que  se desplaza en sentido contrario.

Considerando de nuevo el espacio-tiempo de tres dimensiones (t,x,y), en términos geométricos la apertura a la contemplación  del otro sistema se traduce de entrada en que le vemos efectuar una trayectoria  inclinada respecto al plano espacial, mientras que la nuestra se nos antoja ortogonal  y de hecho coincidente con la coordenada temporal. (1) Cierto es que  el observador integrado en el otro sistema otro  podría afirmar  que es al revés,  que su propio sistema de referencia (su propio mundo) es el que está en reposo y  que el primero se está alejando  en el sentido negativo del eje de los x, por lo que la trayectoria de este otro diverge de la propia. En suma:  para cada uno de ellos el que se inclina es el  otro.

Por ello quizás, la verdadera apertura a la alteridad  consiste en interesarse no sólo por el movimiento respecto  del otro respecto a nuestro sistema de referencia, sino por lo que pasa en su seno, su interna estructura y por los eventos espacio- temporales  que allí ocurren. Supongamos además que hay diálogo con un observador integrado en el otro sistema, interesado a su vez por el nuestro. Podemos entonces comparar no sólo lo que vemos en su mundo con lo que perciba él del mismo, sino también  lo que sabemos de nuestro propio mundo con su perspectiva. Ello con ayuda de la conocida "transformación de coordenadas de Galileo" que no es otra cosa que la formalización de lo que implicita o explicitamente, de manera consciente o automática aplicamos en nuestra cotidiana relación con el entorno físico.  Y aquí si que habrá una diferencia entre lo que al respecto nos dice Galileo y lo que más tarde nos dirá la Relatividad Restringida. Diferencia que radica esencialmente en el hecho de que para Galileo el tiempo tiene ese carácter de invariante al que arriba me refería.

Cambio de tren....el espacio se achica.

 El postulado de la invariancia del tiempo marca en efecto la visión del viajero galileano y por ello hay cosas del mundo físico que de ninguna manera puede aprehender.  Supongamos que antes de subir al tren sabía ya la distancia exacta que hay entre  entre   dos  estaciones consecutivas  P, Q del trayecto  y  se propone simplemente confirmar tal saber. La cosa es complicada, (pues como veremos ha de considerar los extremos  como acontecimientos simultáneos ha de determinar  la posición de  ambos en el mismo instante), pero supongamos que nuestro hombre tiene algún expediente para ello. Pues bien:

Comprobará entonces que la distancia se ha achicado, y lo mismo le ocurrirá con cualquier otra distancia espacial del exterior.  Pero no será ésta la única sorpresa. Pues en realidad la extraña modificación de las distancias exteriores  que el viajero constata no sería posible si la propia coordenada temporal  hubiera seguido siendo  común a interior y exterior. De nuevo se da el caso de que sobre  el asunto hay más información sobre la cosa que concepto. Vale pues quizás  la pena seguir con el apólogo, considerando ya que el viajero que creía haberse subido a un tren galileano de hecho se había embarcado en un tren lorenziano, es decir, un tren en el que acontecimientos que el considera con toda  razón simultáneos no lo son  en el exterior...y viceversa.


 (1) Sea un sistema en reposo  con centro en (t x y) = (0, 0 , 0).  En ausencia de fuerza que en él se ejercite, cabría decir que su espacio bidimensional  "se alza"en el tiempo, pasando su centro  a los puntos (1,0,0), (2,0,0), etcétera, es decir, su trayectoria  espacio temporal es ortogonal como decía respecto al plano espacial.
Consideremos ahora  que hay un segundo objeto físico  ubicado en  en el punto (t, x, y)= (0, 0, 1), es decir, separado en una unidad espacial en la dirección positiva del eje de las y  en el instante t0  y que un observador lo contempla desde el primer objeto, constatando lo siguiente: mientras que en t0 está a su misma altura  a lo largo del eje x, en el instante t1  está distanciado en dos unidades, en el instante t2 se halla alejado cuatro unidades, seis unidades  en t3 etcétera. Será fácil para el  observador inferir que sus trayectorias espacio temporales divergen, y que lo hacen según  una relación constante de dos unidades de medida por segundo en una única dirección y sentido. Si él se considera en reposo (recordemos que nada en sus experimentos internos le impide hacerlo) estimará  que la otra trayectoria está inclinada respecto a la verticalidad de la suya.
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16 de septiembre de 2014
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El error y la ambición

Es mucho más fácil reconocer el error que encontrar la verdad -Goethe de nuevo-, pero algunas veces ambos resultan imposibles de distinguir”, lo escribe Annalena McAfee en su novela ¡La exclusiva!. En cambio, qué fácil es cometer un error y cuán difícil quitar la mancha sin que deje cerco. Ana Botella nunca lo tuvo fácil, por mucho que se crea lo contrario. Recibir tantos aplausos de Gallardón como deudas fue una perniciosa herencia. Y sus errores han abultado más por ser la mujer de Aznar. Aquel spa de Portugal, con sus vapores y chorros de agua, incendió el imaginario colectivo. Luego vino el basurero colectivo en que se convirtió la capital durante un mes. Y una ciudad sucia es siempre una ciudad fallida: el olor a orines rebaja miserablemente su autoestima.Los desafíos del Madrid no-olímpico deben dar lugar a una ciudad más moderna que castiza, que aún es difícil de entender sin sus Florentinos o sus Sabinas por mucho que se multipliquen los Podemos. Pero el restyling por el que clama la ciudad aún no tiene claros candidatos. Una automovilista díscola y una motorista accidentada han emergido como los primeros nombres tras el anuncio de Botella. Ambas pertenecen a línea dura ideológica, un liberal “ordeno y mando”, sin pelos en la lengua, supervivientes en el sentido estricto de la palabra: Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes. Aguirre, animal político, teatrera y rauda, la abuela que tiene tiempo para cuidar de sus nietos, concedió siete entrevistas la semana pasada, como si ya estuviera en campaña. “Estoy en manos de la providencia. Yo no hago planes”, declaró repetidamente en una bizarra exposición. El efecto bumerán de su error al volante ha acrecentado su imagen chulesca con inmediato efecto barbacoa. A la espera de conocer el fallo de la justicia, que estimará su desafío a los agentes y la repetida cantinela de que se ensañaron con ella porque era famosa, su foco se aleja oceánicamente del nuevo estilo de liderazgo. Por su parte, Cristina Cifuentes -delegada del Gobierno en Madrid- representa el perfil más ascendente del PP, pero no logra sacudirse el papel no-tan-secundario en el “tamayazo”. De la mano de Ricardo Romero de Tejada (exsecretario general del PP de Madrid) y Dionisio Ramos (exgerente de la Complutense), Cifuentes -funcionaria técnica de la misma universidad-, formó parte del complot para conseguir los votos tránsfugas, según narran algunas investigaciones periodísticas. Y, para mayor despropósito, fue portavoz adjunta de la Comisión de Investigación del asunto. Y no encontró nada sucio en semejante fango. La “derecha moderna” es un vocativo arraigado en España, donde en cambio nunca se dice la izquierda moderna, como si ese título se lo hubiera apropiado el activismo del 15-M. Mientras tanto, el fantasma de Tierno Galván pasea por el Retiro, impaciente.

(La Vanguardia)

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15 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desobediencia civil

Desde hace una semana ando preguntando por el significado de unas palabras pronunciadas por Oriol Junqueras y todavía hoy no he obtenido una respuesta convincente. El presidente de Esquerra Republicana, jefe de la oposición y principal apoyo parlamentario a la mayoría insuficiente de Artur Mas, dijo el pasado lunes que si la consulta del 9N queda suspendida por el recurso de Rajoy ante el Constitucional, la respuesta debe ser la desobediencia civil. Yo no sé muy bien qué quiere decir Junqueras cuando llama a la desobediencia civil, y menos todavía cuando evoca el ejemplo de Martin Luther King y el caso concreto de Rosa Parks, la señora afroamericana que el 1 de diciembre de 1955 prefirió ir a la cárcel antes que ceder su asiento a una persona de raza blanca como pretendía el conductor de un autobús público en Montgomery en cumplimiento de la legislación racista de Alabama. Veamos si me aclaro. El centro de la cuestión consiste, al parecer, en poner las urnas el 9N para que la gente pueda votar. Pues bien, después del éxito cosechado en la Diada, yo no veo qué puede impedir el cumplimiento de los deseos de Junqueras. Nadie puede dudar de la capacidad de la ANC y Òmnium, organizadores de la demostración de fuerza del 11 de setiembre, para preparar y llevar a cabo una consulta, con papeletas, interventores, urnas y votantes sin necesidad de nadie. Pero propugnar este camino tiene, al parecer, un inconveniente: no constituye ninguna forma de desobediencia civil, porque se trataría de una consulta privada, realizada en ejercicio de las libertades de expresión y manifestación reconocidas por la Constitución. Además, a la vista de la perfecta y espontánea sincronización de la Administración catalana, y sobre todo sus medios de comunicación, en la preparación, organización y logística de la Diada, parece evidente que la celebración de una consulta por parte de ANC y Omnium podría tener una repercusión al menos tan espectacular como la que tuvo la disciplinada concentración de centenares de miles de personas en la Diagonal y la Gran Vía el pasado jueves. Cierto que una consulta de este tipo, aun con apoyo público más o menos explícito, no tendría garantías de participación por parte de la población que no se siente implicada y alcanzaría un nivel de participación quizás insatisfactorio para los convocantes, con las consecuencias de un improbable reconocimiento interior y exterior. Sería hacer un Arenys de Munt en vez de hacer un Salmond. El problema, por tanto, no es el derecho a celebrar una consulta, sino la capacidad legal del Gobierno catalán para convocarla en los términos en que la está organizando: mediante un derecho a decidir sin reconocimiento jurídico; unas preguntas discutibles y discutidas por confusas y una fecha que no han sido pactadas; además de la ambigüedad sobre si es una consulta o un referéndum y en consecuencia sus efectos, meramente simbólicos, políticos o jurídicamente vinculantes. Hay, además, otra cuestión bien clara e incluso reconocida por todos. La única regla de juego disponible en este partido dice que Rajoy puede impugnarla ante el Tribunal Constitucional, hecho que automáticamente suspenderá la celebración de la consulta convocada por Artur Mas. ¿Dónde está entonces la desobediencia civil? ¿O acaso hay una desobediencia civil de uno solo, en este caso de Artur Mas, empujado por Junqueras? Es verdad que se pueden cambiar las reglas, e incluso yo diría que en el caso que nos ocupa hay que cambiarlas obligatoriamente. Pero debe hacerse siguiendo las reglas; o, en caso contrario, conformándose a jugar sin ellas, y preparados para recibir patadas y ver cómo hay otros que también quieren jugar sin reglas. El problema de Junqueras es que lo quiere todo: la mantequilla y el dinero de la mantequilla, repicar e ir a la procesión. Quiere una consulta meramente consultiva que se convierta en un referéndum de autodeterminación con efectos vinculantes y jurídicos. No quiere hacer un Arenys de Munt pero quiere obligar a Artur Mas a hacer un Seis de Octubre. El 6 de octubre de 1934 hubo muertos y heridos, suspensión de la autonomía y encarcelamiento del presidente Lluís Companys y todos los altos cargos de la Generalitat. Pero no hace falta llegar tan lejos a estas alturas para hacer un Seis de Octubre. Basta con obligar a un presidente a romper la regla de juego por la que ha alcanzado la presidencia y que le permite pagar cada mes todas las nóminas. Un presidente que hace un Seis de Octubre se dispara un tiro en el pie, porque alienta a que otros rompan la regla de juego, la actual o la futura, con la misma pasmosa tranquilidad con la que él la ha roto. Ya sé cual es la respuesta a este razonamiento y a mi inquietud sobre la desobediencia civil: a veces hay que saltarse un semáforo en rojo para que las cosas cambien a mejor; no hay tortilla si no se rompen los huevos; y un etcétera de inquietante aroma años 30 o de aire ucranio. Junqueras lo tiene claro: que salte el semáforo en rojo y rompa los huevos Artur Mas, mientras yo aplaudo y recojo los frutos de la desobediencia presidencial.



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15 de septiembre de 2014
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Ana, a secas

La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba”. Así explicaba Joan Didion como perdió a su marido con la mesa puesta, en El año del pensamiento mágico, un hermoso libro sobre el duelo. Poco podía olfatear Ana Patricia Botín el pasado miércoles que su vida abriría un segundo tomo. Me entero de la noticia en la consulta de las dentistas Vilaboa, la crème de Madrid, con Palazuelos en sus paredes. Dos damas que parecen conocer el entorno del banquero dan razón de los hechos: “Tenía un gran trancazo y dijo que le iría bien un baño caliente para estar bien al día siguiente y presentar la restauración de La educación de la Virgen, de Velázquez. Es algo muy propio de personas acostumbradas a controlar la situación y que se conocen muy bien. Pero el corazón no aguantó”. A las veinticuatro horas, el Financial Times abría su portada con la foto de Ana Patricia Botín, nombrada nueva presidenta del Santander, “el tercer banco más importante del mundo”. “Cuando me preguntan por el momento más importante de mi vida, siempre digo que fue el día que le pedí a mi marido que se casara conmigo. Yo hacía prácticas en JP Morgan y él estaba en España, a tres mil millas de distancia. Así que se lo pedí por teléfono. Creedme, se suponía que en aquellos tiempos esa no era la costumbre propia de una señorita española. Y tampoco era habitual planificar una boda en tan sólo cuatro meses; mi madre sabe bien de lo que hablo. Y, a pesar de todo, aquí estamos mi marido y yo, estupendamente”. Así hablaba Ana Patricia, invitada ilustre en el discurso de graduación de la promoción 2008 de la Universidad de Georgetown, en la que figuraba su hijo Felipe Morenés Botín. Se trata de la única información en primera persona, capaz de ilustrar su personalidad, que anida en las hemerotecas. Una mujer con iniciativa, no hay duda. Y una mujer que ha sabido aplicarse la máxima clásica: festina lente, apresúrate despacio. “En la universidad yo era una mujer con prisas”, les contaba a los recién graduados, instándoles a que antes se preguntaran para qué se tiene prisa. Detalles de su carrera meteórica, Harvard, los tres hijos antes de los 30, la difícil conciliación y el hecho de ser mujer fueron recogidos de su speech por la revista Telva como si fueran declaraciones en exclusiva. Pero la propia Ana Patricia se encargó de restaurar su leyenda en el número siguiente, aclarando que todos los entrecomillados pertenecían al discurso de Georgetown aunque fueran precedidos de preguntas. Porque ella nunca ha concedido una entrevista. Inteligente, discreta, con un fax instalado en la habitación después de haber parido, siempre ha sabido aplicarse aquel consejo de Coco Chanel “antes de salir de casa mírate al espejo y quítate algo”. Ahora, no sólo en su indumentaria, sino en su antropónimo. Porque ha decidido quitarse el segundo nombre, desvestirlo de culebrón venezolano, y llamarse Ana a secas. Hay que aligerar el yo cuando la vida cambia rápido. La novia deseada En escasos tres meses Alman Alamuddin se ha convertido en una celebrity de oro, icono del éxito y la inteligencia. Que sea abogada de causas perdidas -pero a la vez causas millonarias-, en lugar de actriz, luchadora, modelo o incluso exvelina, como las anteriores novias que paseó el voluble George Clooney le ha conferido una credibilidad inusual al romance. Como si su brillante currículum fuera una garantía de estabilidad. Aunque el histrionismo lo ha puesto él, Clooney, el novio, el hombre que se declaró soltero forever afirma ahora que le corre prisa casarse porque no soporta estar ni un minuto lejos de su amor. Demasiado cínico se ha vuelto el mundo para tanta incontinencia. Contra el mito Existe una diferencia fundamental entre Angelina Jolie y Jennifer Aniston: la primera siempre posa erguida, la segunda con lateralidad. Eso es, Aniston inclina la cabeza en un gesto entre tímido y cercano, con voluntad de agradar, mientras el mundo entero sigue viendo en ello un poso de melancolía. Porque a pesar de mantener un ritmo de dos o tres cintas al año y de lucir la melena más imitada en todo Occidente, la actriz sigue siendo aún la ex de Brad Pitt, la esposa que fue relegada por el magnetismo de Jolie. Ahora, a sus 45 años, ha anunciado embarazo revirtiendo su destino, y aquellos que un día la llamaron infértil se han apresurado a decir que es in vitro. Cuánto mito. Teatro y amor Primer gran estreno teatral de temporada, en el Marquina de Madrid: Largo viaje del día hacia la noche de Eugene O’Neill. Aciertas a ver la niebla que nombra Viky Peña, la que la aísla del mundo y a la vez aísla al mundo de ella. El escenario se azula para escuchar el sordo lamento de una sirena “que nos obliga a recordar”. Y el sueño se desmorona, entre alcohol y morfina, mientras sus personajes no aciertan a ver la salida. Ahí está en su enormidad una pareja que en la vida real se amó, tuvo hijos, y hoy sube junta al escenario. Mario Gas, imparable detrás y delante de las bambalinas, y la mejor actriz española de teatro Vicky Peña, hacen temblar de soledad. (La Vanguardia)

   

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13 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Jaque mate a Cameron

Alex Salmond ya ha ganado el referéndum de independencia del próximo jueves 18 de setiembre, sin necesidad de conocer el resultado que arrojen las urnas. Recordemos que el primer ministro de Escocia quería que los escoceses se pronunciaran también por una tercera opción, una autonomía más reforzada o devolution max, pero Cameron, más chulo que un ocho, dijo que era todo o nada. Ahora, si sale el sí, gana; y si sale el no, también gana, porque Londres le ofrece la ampliación del autogobierno que no quiso contemplar inicialmente. Jaque mate. Cameron ya ha perdido sin esperar al jueves. Autorizó el referéndum y apostó todo a la elección entre independencia y estatus quo. Algunos creen que lo hizo porque es un demócrata radical, pero otros piensan en cambio que es por frívolo y arrogante. Si sale el sí, rodará su cabeza y probablemente regresarán los laboristas a Downing Street. Si sale el no, Reino Unido entrará en su particular tercera vía, el Estado federal, porque los mayores poderes de Edimburgo también los querrá Gales y la propia Inglaterra. Los resultados del referéndum se leerán en todo el mundo con las paradójicas gafas de la interdependencia: los escoceses deciden democráticamente si quieren vivir aparte, pero su decisión afecta a todos los vecinos, incluso más allá del Canal. En Bruselas, naturalmente, capital de la Unión y no de la división, por temor a la emulación. Pero sobre todo en Madrid y en Barcelona, donde todo el mundo sabe que no tienen nada que ver Cataluña y Escocia, como dicen Salmond y Margallo, cada uno por particulares y distintas razones, pero a la vez todos están también pendientes del resultado como si participaran en el referéndum. Lo obvio es que Rajoy se sentirá ganador si sale el no, al igual que le sucederá a Artur Mas si sale el sí. Pero el sí reivindica el inmovilismo de Rajoy frente a Cameron, que pasará a la historia como el primer ministro que se cargó Gran Bretaña, exactamente lo que él no está dispuesto a hacer con España. Y a su vez el no reivindica la convocatoria y el derecho a decidir de Artur Mas, porque demuestra que cabe votar sin irse. Por este lado sabemos que Rajoy y Mas minimizarán el resultado adverso e intentarán sacar provecho en cualquier de los casos. Pero solo el sí escocés colocará el caso catalán en el punto de ebullición donde no está ahora todavía: primero, en el foco de los mercados financieros, como ya sucede con Escocia desde la última semana; y, luego, en la agenda abierta y reconocida de Bruselas, donde el debate sobre la pertenencia a la UE habrá quedado inaugurado por una Escocia que quiere quedarse en la Unión Europea e incluso integrar el euro; pero separada de un Reino Unido que quiere irse de la UE y no piensa integrarse en el euro.



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13 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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42. El estilo

El buen estilo literario no tiene nada que ver con la elección de unas determinadas palabras, ni con una estandarizada selección de cultismos o términos inhabituales para conseguir un efecto de altura. El buen estilo no tiende a subir porque ya estaba arriba (en todo lo alto). "Debe haber una tensión entre una oración principal y otra subordinada, una especie de zigzag, incluso y especialmente cuando la frase tiene un aspecto completamente recto. Hay estilo cuando las palabras producen un resplandor que va de unas a otras, aunque estén muy alejadas" (Deleuze, Conversaciones). El buen estilo no es un ejercicio de imitación de grandes estilos anteriores, caso en el cual se convierte en mímica por escrito, ya que la característica esencial del gran estilo es la singularidad, la personalidad o individualidad de cada estilo, que lo hace intransferible y provoca sentirlo como fuera de lugar, e irrisoria su simulación en las páginas de otro. El estilo no es una adjetivación específica, sino el uso exquisitamente ajustado de cualquier tipo de adjetivación; el gran estilo no rehúye el exabrupto, el taco o la expresión vulgar cuando son necesarios para la historia y adecuados al texto; tampoco requiere de una elevación tonal sostenida, ni de clichés cervantinos o proustianos o shakespearianos (que son clichés cuando se utilizan por alguien distinto a ellos), que producen el torpe y contradictorio resultado de fotocopiar una parte de las Meninas o de la Gioconda y pegarlas al óleo propio, pensando que así se mejora la obra. Raras veces pasará el grand style desapercibido, sumergido bajo la historia, pero puede ocurrir: "Una mediana vida yo posea, / un estilo común y moderado, / que no le note nadie que le vea", se lee en la Epístola moral a Fabio. Y ello es posible porque el gran estilo es preciso, no precioso, ni preciosista; es original, lo que no significa ex nihilo sino ex novo; es buscado, pero no rebuscado; brota de lo estético, sin ser esteticista. El estilo es una cuestión de tensión expresiva, de potencia y no de opulencia, de mimo y no de mímica: de grandeza, y no de grandilocuencia.



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12 de septiembre de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Preparándonos para la Feria de Frankfurt.- Con una participación…

Preparándonos para la Feria de Frankfurt.- Con una participación menor -aunque por un mínimo 3%- que el año pasado, y con el inevitable ascenso del libro electrónico, este 8 de octubre comienza la Feria del Libro de Frankfurt. Lo más interesante, sin embargo, es la declaración de su director sobre el cambio profundo en el 2015 con las fusiones editoriales. La nota en El Universal. 



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11 de septiembre de 2014
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El Boomeran(g)
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