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Adiós a Berlín

Javier Fernández de Castro

La editorial Acantilado anuncia  su propósito de publicar cinco novelas y la biografía de  Christopher Isherwood, y ha elegido empezar este particular maratón con Adiós a Berlín, la más exitosa y para muchos su mejor novela.

Releer una obra cincuenta años después (Seix Barral la publicó en España en la década de 1960) tiene su intríngulis porque el tiempo es un enemigo implacable, sobre todo con la doblez y la pretenciosidad, y todo buen lector puede dar fe de la lista de bajas que van sufriendo  sus favoritos según cumple años y le da por renovar los buenos momentos vividos durante la apoteósica primera lectura de este libro o aquél.  

No es el caso de Adiós a Berlín, que conserva intactas la frescura, el entusiasmo y, sobre todo, la intensidad que tantos elogios le valieron tras su aparición en 1939. El propio Isherwood afirmaba en un  prólogo de 1935 que los seis relatos que fueron apareciendo aquí y allá antes de ser reunidos bajo un mismo título y con el calificativo de “novela” forman una unidad más o menos continua. Y quienes lean la siguiente novela que publicará Acantilado, Mr. Norris  Changes Trains, descubrirá personajes y situaciones que son y no son iguales que en Adiós a Berlín. Ello es debido a que ambas novelas se formaron a partir de escritos anteriores concebidos para formar parte de una novela que debía llamarse The Lost  y que debía contar el ascenso de Hitler visto por un testigo apasionado pero no personalmente implicado.

Y eso es lo que se cuenta en  Adiós a Berlín, pero de una manera peculiar. De las seis narraciones, o capítulos, cinco transcurren  en la capital y una, la central, en un establecimiento de vacaciones. Como mera curiosidad se puede resaltar que sólo en ese intermedio se hace una alusión explícita a la homosexualidad pero no del narrador y protagonista sino de dos amigos. En los restantes capítulos, el narrador no por casualidad llamado Christopher Isherwood, o Herr Isvoo como todo el rato le llama graciosamente su casera, mantiene con las mujeres esa clase de relación íntima que se atribuye a los homosexuales, aunque él se mantiene perfectamente asexuado en medio de la vorágine que tenía lugar a su alrededor.

En la narración está perfectamente dosificado el progresivo horror que todo el rato se percibe en el horizonte mientras los personajes, que sólo empiezan a percibir el final de los tontamente llamados “felices años 20”, se entregan a la clase de desenfreno frívolo y amoral que caracteriza a un fin de época. La casquivana Sally Bowles, que a ratos es adorable y a ratos digna de ser estrangulada, encarna a la perfección la imagen de la mariposa que revolotea alegremente en torno al fuego que la va a devorar. No es de extrañar que ese papel se lo reservaran a Liza Minelli en la versión cinematográfica titulada Cabaret, reconvertida en musical a partir de una versión teatral realizada por el propio Isherwood y titulada I Am a Camera.

La relectura de Adiós a Berlín se ve enriquecida por dos circunstancias no estrictamente literarias pero que la favorecen. A diferencia de lo que les pasó a sus primeros lectores cuando apareció en 1939, los actuales saben muy bien lo que pasó una vez que los nazis tomaron el poder, y la progresiva persecución que van sufriendo los personajes judíos que salen en la novela adquieren los tintes siniestros que el destino les iba a deparar. Según se va cargando de intensidad y peligro la irresponsable frivolidad inicial, la prosa ágil y nada tremendista de Isherwood aquiere una dimensión profunda y premonitoria.    

La segunda circunstancia que juega a favor del texto actual es la existencia de Cabaret. Quien desee repasarla la tiene en You Tube entera y en castellano. Yo estoy a favor de cualquier cosa que obligue al lector a replantearse lo que lee, y el hecho de que Isherwood  interviniese indirectamente desde la versión teatral legitima muchas secuencias de la película y permite hacer comparaciones y valoraciones casi siempre enriquecedoras,  con la particularidad de que en ocasiones la cinta añade un plus perfectamente acorde con el espíritu de la narración. Y ahí está la excursión campestre que realizan los tres amigos del relato central. En el libro no pasa nada especial, aparte de las querellas habituales entre dos de ellos, pero  la película enriqueció el momento con esa secuencia terrible en la que un adolescente rubio y de ojos azules, y con aspecto de querubín ario, comienza a cantar  en un merendero “Tomorrow Belongs to Me”. Cuando se abre el plano resulta que el querubín va vestido con el uniforme de las juventudes hitlerianas, y poco a poco se le van uniendo otros adolescentes de uniforme o de paisano, y después numerosos adultos en un crescendo progresivamente violento hasta terminar con un plano general en el que la venta parece a punto de saltar por los aires al son de ese canto coral y ya inequívocamente guerrero.

 

Adiós a Berlín

Christopher Isherwood                                                                                                              

Traducción de María Belmonte

Acantilado     

 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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