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Sigue la primavera

Hay una primavera que siempre asoma en el crepúsculo de las dictaduras. Cuando son unánimes los responsos por la ola de revueltas democráticas que empezaron en el mundo árabe en 2011, primero ha surgido, el pasado domingo, la excepcional confirmación electoral del papel pionero y vanguardista desempeñado por Túnez y ha seguido a los pocos días una protesta popular en el vecindario saheliano que amenaza a otro veterano dictador, justo en el momento en que pretendía perpetuarse en el poder. Blaise Compaoré, de 63 años, capitán golpista en sus años mozos y ahora presidente y autócrata de Burkina Faso, llevaba 27 años en el poder, pero quería optar a una nueva reelección en los comicios de 2015, exactamente el mismo tipo de movimientos que realizaron varios dictadores árabes antes de las revueltas de 2011. Como sus vecinos derrocados, Compaoré combinaba su oportunismo geopolítico en sus alianzas con los países occidentales, ofreciéndose como garante de la estabilidad en la región, con un comportamiento autocrático e incluso criminal apenas maquillado en las formalidades electorales y parlamentarias y en la existencia de una oposición tolerada. El libio coronel Gaddafi y el liberaiano Charles Taylor,  condenado por crímenes de guerra, fueron sus amigos y aliados en su día, como lo eran hasta ayer mismo François Hollande e incluso Obama en los esfuerzos occidentales para combatir a Al Qaeda en el Malí vecino. Compaoré, como otros dictadores del continente, se ha perpetuado en el poder gracias a una astuta combinación de golpes de Estado, elecciones trucadas y reformas constitucionales para permitir su reelección una y otra vez. El objetivo, en este como en aquellos casos, es la presidencia vitalicia y como corolario la sucesión dinástica, que en Burkina Faso debía correr a cargo del brazo derecho y hermano menor del presidente, François, de 60 años, con sus pretensiones de sucederle en las elecciones de 2015. También como los autócratas árabes, Compaoré ha respondido a la protesta popular con el compromiso de desistir en sus pretensiones de reelección para 2015 a cambio de seguir presidiendo la transición. Y al igual que les sucedió a todos ellos, los jefes militares han preferido echarle del poder y abordar sin su influencia un periodo nuevo. La lección burkinesa es sencilla. Los señores del statu quo, incluidos los otros presidentes de la región, deberían tratar con mayor respeto y cuidado las aspiraciones democráticas de los pueblos, por más pobres que sean como es el caso de Burkina Faso, y evitar sobre todo que los dictadores en ejercicio añadan el insulto a la injuria con sus pretensiones de legalizar su perpetuación en el poder o la creación de auténticas dinastías. Así es como han surgido y seguirán surgiendo las primaveras democráticas, fruto en muchas ocasiones más de la desmesura de los autócratas que de la auténtica fuerza de los ciudadanos rebeldes.

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2 de noviembre de 2014
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La eternidad

 

El país está tan salpicado de fango que no te deja concentrarte en otras cosas. Te pones a leer una novela y la dejas por la mitad porque tienes delante otra novela, si no más emocionante si lo suficientemente perversa como para sumergirte en ella varias veces al día.

El eterno melodrama nacional tiene desde hace tiempo como protagonistas exclusivos a los partidos políticos, corporaciones que van a arrastrar siempre contradicciones abismales. ¿Acaso un partido político no es en sí mismo un sistema de influencias? Otra cosa es que ese tráfico sea más o menos beneficioso para el Estado, y más o menos beneficioso para ti mismo.

 

No creo que las contradicciones que alberga el concepto mismo de partido político puedan resolverse nunca, pero se podrían regular mucho mejor, pienso; luego me exijo a mi mismo olvidarme de la farsa nacional: esa representación llevada a cabo por pésimos actores que a menudo olvidan su papel y se dedican a improvisaciones tediosas y repetitivas, y cojo un libro que versa sobre el pensamiento débil. Según me adentro en sus páginas empiezo a experimentar una debilidad agobiante. Se titula: No ser Dios. Un buen consejo, aunque seguramente innecesario. Los dioses se fueron hace mucho tiempo, ahora andamos todos chapoteando entre figuras de barro. El drama tiene poca calidad, le faltan matices, abusa de los procedimientos groseros y recurre a demasiadas voces en falsete que desentonan mucho.

No estamos en una tragedia de Sófocles, estamos en un gallinero donde predomina el color negro y goyesco. La obra que representan en el parlamento y en la vida civil todas esas aves de corral en trance es interesante por su vacuidad. La obra aspira al más profundo centro de la vacuidad. Si te sumerges en ella experimentas una profunda vacuidad cada vez más expansiva, que lo torna todo vacío a tu alrededor. No tienes ganas de nada, ni de leer ni de pensar. Estás flotando en la vacuidad total del sistema, en su estúpido y grotesco melodrama en el que siempre está falseada la escena principal. El dramón nacional solo aborda desde hace décadas un único tema: la impunidad en la corrupción, por eso la obra está saturada de obviedades a la vez que llena de omisiones. A veces la trama parece derivar hacia lugares que no te esperabas, pero de nuevo retoma el tema de la corrupción, y así durante toda la eternidad.

No, decididamente no estamos en una obra de Sófocles. Las obras de Sófocles tienen un comienzo y un fin, en cambio la que representan todos los días en nuestro país ni tiene principio ni tiene fin, y su modernidad es muy relativa. De hecho parece un producto tardío y degenerado del Nouveau roman, con muchas escenas que se repiten y una estructura narrativa tan redundante como la música serial.

Al fin una sociedad tiene ante ella una imagen de lo perenne al juntar, de manera tan paradójica como letal, el concepto corrupción con la idea de eternidad. Ah, la eternidad de la corrupción... “Ah, el horror, el horror”, exclamó una vez aquel que llegó al corazón de las tinieblas en las que se sustenta toda representación.

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1 de noviembre de 2014
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De ?it girls? a ?it women?

Ocurrió hace más de quince años en el Florida Park, un edificio enclavado en el Retiro, construido en tiempos Fernando VII, que antes de ser una bullanguera sala de fiestas fue galería de caza e incluso balneario. En los setenta se convirtió en el plató de José Maria Íñigo donde Lola Flores interpretó ese momento cumbre del folklore arrebolado: “El pendiente, Íñigo, no lo quiero perder, por favor”, profirió en plena actuación. A mitad de los noventa, bajo su amenazante lámpara de araña, allí organizamos la entrega de los premios de una revista. Se inauguraba la fórmula de cabecera más patrocinador, photocall, famosos y retorno mediático. Presentaba El Gran Wyoming, y entre los premiados: Almodóvar, Luz Casal o Joaquín Cortés. Pero quien destacó fue la entonces ministra socialista Cristina Alberdi, que al recoger su trofeo criticó agriamente un desfile de diez años de moda española denunciando que aquello suponía un retroceso para la mujer. Incluso Wyoming sugirió en tono de chanza que le arrebatáramos el trofeo. Pero entonces, las it girls aún no habían tomado las revistas femeninas, ni los premios estaban tan bien amortizados, aún se apuntaba al prestigio y la diversidad de sus valedores. Al cabo de unos meses, comentando el suceso con una ex colaboradora de Alberdi, esta se mostró muy extrañada : “Pero si ella guardaba los rulos en un cajón del despacho y montaba en cólera si se perdían…”. El pelo de las mujeres públicas era entonces anatema. Bigudíes, cepillos duros, espumas y secadores de pie esculpían cabezas trabajadísimas, herederas de Farrah Fawcett o Nancy Reagan, levantando un muro de protección al tiempo que atributo estético. Hoy hay poca peluquería en la política: ni las Anas -Pastor y Mato- ni Susana Díaz o Joana Ortega lucen artificiosos peinados, y qué decir de la propia Ana Botella, cada vez más indie. Pero nos queda Esperanza Aguirre. Nadie luce el brushing como ella. Un clasicismo sénior de quien fomentaba la rivalidad entre sus dos colaboradores íntimos, el taciturno Ignacio González y el campechano Francisco Granados, jinete del Apocalipsis que pasaba por paleto aunque fuera buen conocedor de cómo se manda el dinerito fresco a Suiza. Ahora, Rajoy la considera “un activo de primera”, mientras que la llamada derecha moderna quiere mandarla a jugar con sus nietos. Probablemente Esperanza se sienta una it woman, etiqueta que defiende mi querida Pastora Vega -a ella le va como anillo al dedo-, en contraposición a la estética aniñada, con botas de cowboy, eye liners de Cleopatra y una exuberancia carnosa al estilo de Sara Carbonero o Paula Echevarría, las it girls españolas entronizadas por los medios off y on line. Sí, después de tantos excesos, corruptelas, cirugías y lacas, mientras ellas anuncian suavizantes y lencería, una nueva generación de it women sin peluquería asiste atónita a la gran debacle, con los rulos en el cajón. Y esa ausencia de peluquería en política no es sino una metáfora de la imperiosa necesidad de desinfección con champús antipiojos a riesgo de acabar con el pelo ralo. Vuelta al ruedo Sale airoso -y, sobre todo, inocente- de las dagas de quienes le acusaban de haber saqueado al Barça hasta arruinarlo. Tildado de prepotente, errático en sus exhibiciones festivas con botellas magnum, bellas mujeres y camisetas negras made in Italy, los jueces exoneran al presidente con más logros y proezas, entre ellas, escuchar a Cruyff y encargar a Guardiola que reinventara el fútbol. Ignoro si sus coqueteos con la política le han pasado factura, pero sus dotes de comunicador, su carisma exultante y los cuatro millones de beneficios que parece que dejó al club, lo colocan en posición de retorno. Algún día habrá que escribir la historia de lo que ocurre con héroes caídos y apuñalados, una vez restituido su honor. ¿Podrá ser todo como antes? Resistencia obliga No echábamos de menos la provocadora altanería del ministro Wert. Defenestrado Gallardón, cabría haberle supuesto un mayor protagonismo. Pero su baja popularidad y la gallega estrategia de esperar a que amaine el temporal, le mantenían alejado de titulares. Ahora, el inmenso Jordi Savall vuelve a ponerle en el ojo del huracán al rechazar el premio Nacional de Música por el “dramático desinterés y la grave incompetencia en la defensa y la promoción del arte y de sus creadores”. No es ni mucho menos el primero: Javier Marías, Santiago Sierra o Josep Soler rehusaron premios por los mismos motivos. La autocrítica parece urgente. La cultura es de los pocos lugares a los que se puede regresar cuando hace frío. El bufón cargante No hay gente tan cargante como quienes se empeñan en ser graciosos. El cantante británico Robbie Williams es un perfecto ejemplo de la desesperación por epatar, abusando de lo que él cree que es humor: su mujer rompiendo aguas en el paritorio y él a su lado, haciendo vídeos y fotos para subirlas a YouTube. Hasta que su esposa acaba por torcer el gesto, en plena cascada de contracciones; aunque a él lo único que le parece interesar es ser famoso. Al abandonar el hospital incluso convenció a la molida partera de que empujara -con dificultad- una silla de ruedas con el papá y su bebé en brazos. Coleridge sentenció que “a ninguna mente bien organizada le falta sentido del humor”. La del pesado Robbie debe de estar manga por hombro. (La Vanguardia)

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1 de noviembre de 2014
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Cheikh Lo, el leopardo: Un guiño de África al tesoro musical de su diáspora

Burkina Faso, el noble país africano de cultura riquísima, está hoy restringido a las noticias sobre el ébola y sus peligros para Occidente, una dictadura de 27 años, revueltas populares y violencia militar. Muy poco se dice de la miseria y el despojo. Nada se dice de sus riquezas culturales. Por eso quiero recordar hoy un concierto maravilloso que tuve el privilegio de ver hace trece años en el Grec, el anfiteatro de estilo griego al aire libre, donde todos terminamos bailando al ritmo sabio del maestro Cheik Lo. Este texto se basa en una crónica que escribí entonces, todavía con la alegría africana en mis piernas blancas y entumecidas.   

 

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El tráfico de esclavos llevó a los africanos a América. Desde su llegada comenzaron a crear una música de una vitalidad y originalidad a la que nunca pudieron aspirar sus altivos amos. Recién en el siglo XX los blancos de las tres Américas descubrieron la riqueza de los sonidos que palpitaban en sus plantaciones y puertos, pero no fueron los únicos que se apropiaron de ese legado.

Paralelamente se inició un riquísimo movimiento de vuelta a África, cuyos frutos se comenzaron a conocer en Europa y América hace relativamente poco. Los músicos africanos de hoy incorporan el acervo afroamericano – de las Antillas, de Brasil – con la misma naturalidad con la que bailan, caminan y ríen.

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Tan acostumbrado está el espectador blanco a lo afroamericano que en cuanto ve al mago senegalés de la música Mbalax, Cheikh Lo, entrar al escenario y trepar como una elegante araña al control de mandos de su batería con una túnica colorida y unas trenzas ‘dreadlocks’ como las popularizadas por Bob Marley, viene a la mente el Caribe. Pero el músico pertenece a la hermandad mística musulmana Baye Fall, que usaba estos abultados peinados mucho antes de que surgieran los Rastafari en Jamaica.

Cheikh Lo se dio a conocer hace dos décadas en Francia y Gran Bretaña con dos excelentes discos: Ne La Thiass, producido por Youssou N’Dour, su “padrino musical” en el Norte, y Bambay Gueej, su consagración en el mercado del World Music anglosajón.

En estas grabaciones y en sus conciertos en España hace trece años, Cheikh Lo se basaba en una poderosa sección rítmica, cuyos pulsos combina sabiamente con guitarra, bajo y teclados para crear un sonido en el límite entre la música tradicional del África Occidental y el pop jazzeado.

De hecho, para muchos seguidores de las nuevas tendencias de su continente, se mantiene más apegado a las raíces africanas que su maestro Youssou N’Dour. Y de forma natural, se van incorporando en sus canciones ecos del son tradicional cubano, el jazz y la salsa.

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Fue en 2001 que el vibrante compositor, percusionista y cantante de Burkina Faso irrumpió en España. No hay antídoto – por suerte – para sus contagiosos ritmos, sus melodías sinuosas y sutiles y la energía desbordante de los espectáculos de Cheikh Lo.

El artista domina la escena con una voz cálida y persuasiva, pero deja amplio espacio para el lucimiento de sus músicos, sobre todo los asombrosos percusionistas.

En el Grec de Barcelona, el concierto fue levantando de sus asientos primero a jóvenes africanos vestidos con túnicas de llamativos ocres y amarillos, que tomaban por breves momentos el redondel vacío delante de los cantantes para moverse de forma sutil, insinuante e inimitable. Promediando la presentación, entusiastas grupos de barceloneses entraron a bailotear también con envidiable desparpajo.

Se había armado una fiesta popular al son de una fusión original e intoxicante de géneros. La noche terminó con grandes aplausos, un tributo a la maestría musical y la capacidad de comunicación de Cheikh Lo. Fue hace trece años. Lo recuerdo como si hubiera sido anoche.

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Lo último que pude escuchar de Cheikh Lo fue Jamm, de 2010, un álbum que sigue la estela de su gran arte y un video que muestra que con los años su energía y su sonrisa no se apagan sino que siguen iluminando. Pero hay novedades: en su web anuncia para marzo de 2015 la salida de un nuevo disco. Ojalá el vendaval de su música salga también de gira.

 

Ahora más que nunca, cuando muchos piensan que la solución para el ébola es cortar las comunicaciones y aislar del mundo a todo el África occidental, así no nos contagian, es importante contagiarnos de la forma tan africana y tan universal de regalarnos música de este leopardo con rastas. 

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31 de octubre de 2014
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40. No vanidad, sino ofrecimiento

Acudí hace poco a un acto público del filósofo Javier Gomá Lanzón, de quien he leído con gusto algunos de los ensayos de su tetralogía sobre la ejemplaridad. En el acto apuntó algunas ideas sobre la vanidad literaria, que ya había avanzado en este artículo, aunque en su intervención hablada amplió su razonamiento. Según su hipótesis, a diferencia de otras manifestaciones artísticas como el teatro o la música, que se realizan frente al público y obtienen la inmediata recompensa del aplauso (recordó una anécdota de Fernando Fernán Gómez), la creación literaria es un acto solitario (la escritura) que viaja hasta otro acto solitario (la lectura), y esa distancia ha creado lo que denominó "la nostalgia del aplauso" de los escritores. El paso de la literatura oral a la escrita, a juicio de Gomá Lanzón, tiene muchas consecuencias históricas, pero entre ellas destacó esta de la pérdida del agradecimiento directo del lector al escritor. Agradecimiento que se restituye gracias al halago en persona. Así termina, medio en broma y medio en serio, su artículo:

 

"Sé indulgente, lector, con la vanidad literaria, esa pasión dominante. Si tenías pensado elogiar algo mío, hazme llegar tu opinión sin tardanza por tierra, mar o aire. Cuando amague un gesto de fingido recato, no te dejes llevar por las apariencias. Tú sigue y sigue. Me va la vida en ello."

 

Por ello, concluía Gomá en su intervención hablada, el halago, el hecho de que nos solacemos con el elogio de otro hacia nuestro texto, es el verdadero objeto de la literatura, la razón por la cual escribimos.

 

Y ahí es donde no estoy de acuerdo, y donde planteo mi propio -y humilde y de seguro equivocado- parecer.

 

En otro momento de su charla insistió Gomá en lo apropiado del término prestar atención; la atención del oyente -dijo- no se regala, sino que se presta; como tal préstamo, se entiende que será devuelta con intereses, sin entender éstos en sentido crematístico, claro está, sino conformados por el interés o intereses diversos que la charla, la conferencia, el libro, han deparado al lectoespectador. Aquí me gustaría alargar un poco este argumento a partir de Gomá.

 

La actividad del escritor también busca que se le preste atención, no el halago (algunos habrá que necesiten el halago, pero no es así para otros). Para algunos escritores, entre los que me cuento, el increíble número de publicaciones literarias actuales, así como la diversidad de ofertas de ocio que tenemos incluso sin salir de la propia casa, hacen que consideremos un privilegio el hecho de ser leídos, en el sentido literal, puesto que el lector privilegia nuestro libro al leerlo, prefiriéndolo y jerarquizándolo frente a miles de posibilidades a su alcance, literarias y no literarias. Ese hecho de ser leído, que a la vista de la caída imparable de las ventas de libros ha pasado de ser algo habitual a ser algo cuasi milagroso, es suficiente agradecimiento en sí mismo. Es decir: ¿no es disparatado que, tal y como están las cosas, solicitemos al lector que compre el libro, que lo lea y que, no contentos con ello, nos felicite por él? El halago es una propina absolutamente inmerecida y que, cuando llega, debería tratarse como tal. En mi caso, el fin de la literatura, mi vocación, es ser leído. Cuando alguien me dice "estoy leyendo tu libro", sea comprado o sea sacado de una biblioteca pública, me doy por infinitamente agradecido. No quiero saber más. Me siento honradísimo ya con esa deferencia, y me gustaría cortar la comunicación ahí, preferiría no tener noticias del resultado final, sea bueno o malo. Lo que venga será por añadidura. Yo ofrecí mi libro y el lector me ha ofrecido, nada menos, leerlo. Un trato perfecto, redondo.

 

Ser leído, sin más. Ahí, entiendo, está el pago justo y más que suficiente para compensar un trabajo solitario de años.

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31 de octubre de 2014
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Túnez es la solución

Túnez era la solución en 2011 y sigue siendo la solución en 2014. La salida tunecina de la dictadura fue la solución entonces admirada e incluso emulada en aquel año de las revoluciones árabes y ahora, casi cuatro años más tarde, de nuevo la construcción tunecina de la democracia parlamentaria y pluralista sigue ofreciéndose como solución ante el fiasco generalizado del islamismo político cuando ha alcanzado el poder y ante la cosecha de horror, violencia y caos en que han derivado todas las otras transiciones árabes entonces iniciadas. Las elecciones legislativas del pasado domingo, primeras que se celebran con la regla de juego de la nueva Constitución laica recién estrenada y segunda alternancia en el poder desde la caída del dictador, han arrojado un paisaje parlamentario polarizado entre las dos formaciones de mayor peso, la laica Nida Túnez o Llamamiento por Túnez y la islamista Ennahda, pero a la vez tan fragmentado y sin mayorías suficientes como para obligar a todos a un esfuerzo de consenso. A la sorpresa que suscitó la revolución tunecina que echó del poder a Ben Ali en apenas cuatro semanas le siguió su capacidad de atracción sobre las opiniones públicas del mundo árabe que se reflejó en la revuelta egipcia de la plaza Tahrir. El lema islamista de los Hermanos Musulmanes egipcios, ?El islam es la solución? se vio sustituido entre los jóvenes manifestantes por el lema ?Túnez es la solución?, que ahora vuelve a adquirir vigencia. Como en Egipto, los islamistas tunecinos, que alcanzaron el Gobierno en las primeras elecciones libres de 2011, han experimentado el desgaste del poder y se han mostrado incapaces de disminuir el paro y poner de nuevo en marcha la economía. Su política antiterrorista ha sido ambigua y en alguna forma también responsable del surgimiento de la violencia política. Pero a diferencia de sus homólogos egipcios, supieron participar en una Constitución incluyente y pluralista, han sabido abandonar el poder y aceptan ahora su nueva posición subordinada. Ennahda es el único partido islamista de la región que todavía mantiene un fondo de credibilidad después de una desastrosa experiencia de gobierno que ya empieza a alcanzar, incluso, a la Turquía de Tayepp Recipp Erdogan, que se pretendía modélica para toda la región. El partido vencedor Nida Tounés ha obtenido pacífica y democráticamente, como resultado del libre juego electoral, una síntesis similar a la que la oposición laica egipcia ha buscado en su apoyo en la calle al golpe de Estado militar contra Mohamed Morsi. En sus filas hay antiguos cuadros del régimen derrocado que se han aliado a quienes se opusieron a Ben Ali desde posiciones progresistas y laicas para evitar la imposición de un modelo islamista restrictivo para las libertades individuales y el pluralismo. El camino tunecino --laicismo, pluralismo político, religioso y social, y consenso constitucional-- sigue contrastando con los caminos perdidos de la primavera árabe en el que se hallan varios estados fallidos y fragmentados ?Libia, Yemen, Siria, Irak--, el regreso del poder militar en Egipto, el inmovilismo de Argelia o la moda siniestra del califato islámico alentada subrepticiamente por gobiernos de la región oportunistas e irresponsables.

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30 de octubre de 2014
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Iglesia Presleyteriana

El primero que me habla de la Iglesia Presleyteriana es el Elvis que se para en The Strip con Flamingo.

Está vestido como en la época final del Rey del Rock, con patillas tipo chuleta y una panza que hace fuerza contra un cinturón grueso de hebilla con brillantes falsos. Una pandilla de turistas japoneses lo acaba de asaltar con sus celulares y luego de más de 20 fotos y minivideos le dejaron 50 dólares.

El doble suda. Ahora es mediodía. El calor fuera de los casinos aplasta como en el desierto (dentro, siempre es de noche y huele a calefacción). Las Vegas está en un desierto. "La ciudad del pecado" es en realidad apenas unas pocas cuadras y esa avenida principal, The Strip, el famoso boulevard de Las Vegas, por donde pasan y pasa todo. El doble de Elvis, como muchos otros dobles que deambulan por The Strip (Michael Jackson, The Beatles, Kiss), se pasa ocho horas diarias posando para las cámaras y celulares de los turistas. Le pregunto su nombre y él, acomodándose sus anteojos de sol con grueso marco dorado, dice:

-Elvis Aaron Presley.

Y mueve su pierna derecha con pata ancha y bota blanca de taco.

Como sacerdote de la Iglesia Presleyteriana, me dice que Elvis está en todo, que la gente es al que más quiere y que ha cambiado y que ha salvado muchas vidas.

Partiendo por la de él.

Según la Iglesia Presleyteriana los seguidores deben mirar, sin importar la parte del mundo donde estén, una vez al día en dirección a Las Vegas.Un par de cuadras más al oeste, en la zona de los casamientos, una pareja baja de la limusina que los fue a buscar al hotel. Están divertidos, pero nerviosos. Se hacen selfies en la puerta del registro. Saludan a otras parejas de novios. Entran de la mano. Al decorado no le cabe un color más. El aire acondicionado se escucha. Y entonces, aparece Elvis, otro Elvis, uno que los casará y los bendecirá y con el cual se tomarán fotos.

-¿Le puedo pedir algo a Elvis?- le pregunto al doble que me habló del culto presleyteriano.

Me dice que por supuesto, que claro, que es cosa de tener fe. Entonces le pido algo casi imposible al Rey del Rock, en la meca de su culto. Y le dejo un aporte de 10 dólares a su enviado.

Después de eso, camino un rato por la ciudad de las segundas oportunidades y aprovecho de entrar al casino de la cadena Hooters a jugar unos billetes en las tragamonedas.  

 

 

Extracto de "Búsqueda espiritual en Las Vegas", publicado en la revista Domingo.

 

 

 

 

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29 de octubre de 2014
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La edad del ?brunch?

Los brunch se pusieron de moda cuando éramos jóvenes y viajábamos como ya no se viaja, con un walkman que pesaba medio kilo y el despertador en la maleta de lona. Se fumaba en los aviones, las divisas se cambiaban en el aeropuerto y no existían los móviles. Entonces, nuestra única preocupación se reducía a quedarnos sin el desayuno del hotel, que iba incluido en la tarifa. Hasta que un día, en aquel Nueva York donde estaba de moda ir a bailar a Limelight, una iglesia convertida en un estrambótico club nocturno, nos dieron los buenos mediodías con la dicha de que el bufet del desayuno se prolongaba hasta la hora de la siesta. Le llamaban brunch. Qué bien resultaba la fusión de dos nombres, quedaba moderno, pero no al estilo de rabicorto, duermevela o cortacésped, sino de las pormanteux: sílabas de dos palabras que se combinan con un nuevo significado, como spanglish, metrosexual, tanorexia o Brangelina. Pero lo verdaderamente reseñable es cómo el brunch ha logrado asentarse tanto entre las costumbres de los hoteles burgueses como en los novísimos cafés del West Village neoyorquino y, los domingos, en muchos bistrots españoles. Su pujanza denota dos características de cómo somos. La primera: nuestra sociedad se resiste a madurar y se empeña en poner de moda costumbres juveniles como la neococtelería, Instagram, las sudaderas, o cenar a las mil. La segunda: las comidas ya no estructuran nuestra vida en unos tiempos en los que se come rápido -si no es por trabajo, irónicamente-, incluso sobre el ordenador, y apenas se cena para no engordar. Y eso que hay que comer cinco veces al día. Al menos de lunes a viernes. El fin de semana, la ilusión del control nos pertenece. Shawn Micallef, autor del reciente The trouble with brunch, le razonaba al periodista David Shaftel en The New York Times que el brunch es “un signo visible de los cambios que se producen fuera de nuestro control”. Levantarse tarde, sin azote ni rabia por perderse la mañana limpia, pero, sobre todo, sin hijos. Lavarse con una ducha rápida las cuatro responsabilidades y listos para consagrar el día a la laxitud. Porque el ideal estético del almuerzo dominical fuera de casa no lo representan ya los comedores familiares con paellas y barbacoas, sino esos lugares mestizos de comida de norte y sur, con un toque de poesía francesa e impresionantes jóvenes negras o chicos nórdicos, educados y amistosos, que te sirven unos huevos benedictine y te desean un nice day. Los brunch pugnan por eternizar la juventud de quienes pronto serán una pandilla de cincuentones destinados a desayunar como reyes, comer como príncipes y cenar como pobres.

(La Vanguardia)

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29 de octubre de 2014
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